Fast Truth, la banalización de la verdad
David Medina Portillo
Durante casi cuatro décadas Michiko Kakutani fue la crítica literaria más polémica del medio editorial norteamericano gracias a sus demoledoras reseñas en The New York Times, columna a la que renunció en 2017 para entregarse a la redacción de The Death of Truth: Notes on Falsehood in the Age of Trump, publicado en 2018.
Como el título deja ver, se trata de una respuesta más o menos inmediata a lo inesperado, la mutación de la derecha tradicional en una alt right que —oh sorpresa— hizo suyos los principios y recursos de la izquierda posmoderna, de la agenda identitaria más radical al relativismo militante que sostiene que todo es una construcción cultural, particularmente nuestras nociones de verdad pero también la objetividad presuntuosa de la realidad. En este contexto la autora suscribe la irónica observación de Daniel Patrick Moynihan, hoy más oportuna que nunca: “Todos tienen derecho a su propia opinión, pero no a sus propios hechos”.
Según Kakutani, el origen del relativismo cultural se remonta a los años sesenta norteamericanos, con el fiestero radicalismo de la contracultura y el paulatino —pero desde entonces irrefrenable— negocio de la Nueva Izquierda en las universidades. La insurrección como entretenimiento de la contracultura potenció todo un universo de realidades alternativas mientras que la imaginación de la izquierda abandonó su lucha transformadora de la realidad (una mejor distribución de la riqueza, por ejemplo) a cambio de la revolución individual de las conciencias. Si la vida privada se politiza (“The personal is the political”, festejaban nuestros abuelos de la Era de Acuario), eso querría decir que al reclamar mis propias verdades y hechos participo en un acto de liberación, una suerte de revolución customizada: realidades, verdades y hechos para todos.
Pero si todo es político nada es política. A ello hace alusión Andrew Keen en un texto donde se pregunta si no es que, más bien, hemos liquidado a la política: “Esta generación […] podría llegar a involucrarse apasionadamente en las controversias sobre identidad política (como si uno puede ser tanto musulmán como gay) o sobre el tema de un programa de la BBC del año pasado. Pero los problemas más grandes y menos personalizados —preguntas complejas sobre impuestos, el empleo y la generación de riqueza que dan forma a la vida nacional— dejan fría a la mayoría de ellos” (“¿Acaso internet ha acabado con la política?”).
Aunque nuestra experiencia inmediata dice lo contrario dada la polarización política omnipresente en las redes sociales y la web toda, una dimensión cuya relevancia en la vida cotidiana amenaza con suplantar cualquier otro lazo que no sea virtual. Es irónico así que las ilusiones libertarias depositadas en la revolución digital —del manifiesto de John Perry Barlow fundador del ciberactivismo a la trágica auto-inmolación de Mohamez Bouazizi que daría paso a una Primavera Árabe, tan celebrada en las redes occidentales— desemboquen hoy en las distopías populistas que, como peces en el agua, se multiplican gracias a la banalización de la verdad y de la realidad.
A este respecto Michiko Kakutani habla de un efecto Rashomon, entretenida más bien con sus referentes literarios en lugar de advertir lo que realmente pasa. Como se sabe, tras el asesinato del samurai el relato de Akutagawa registra la versión de los testigos directos reconstruyendo la verdad a partir de fragmentos cronológicamente dispares y aún esotéricos (el muerto también testifica gracias a la intervención de una medium). Ahora bien, la dislocación de la realidad característica del efecto Rashomon tiene como trasfondo la búsqueda de la verdad, la verdad de los hechos. En este sentido, se trata del mismo prurito que acusaban los soviéticos según Peter Pomerantsev, a quienes les preocupaba la verdad incluso cuando mentían. En cambio, la verdad y la realidad carecen de relevancia en el relativismo posmoderno tanto como en la experiencia alterna de las redes. Ambas se crean al ritmo vertiginoso de los intereses más opuestos en un sistema en donde, precisamente, lo heterogéneo, efímero y antagónico mantiene vivo el juego virtual. Como dice Baricco en su libro más reciente, The Game, esta realidad resulta “demasiado inestable, dinámica y abierta para ser un hábitat atractivo para un animal sedentario, lento y solemne como la verdad”.
A Baricco le gusta creer que vivimos una suerte de giro cultural, un cambio de paradigma de acuerdo con la newspeak académica o el inevitable desplazamiento a otras formas de civilización según el posthumanismo. En contraste con estas corrientes de pensamiento voceras del advenimiento de nuevos dioses y mitos, a su manera una variante del optimismo cientificista que ha transformado los recientes avances tecnológicos en una mutación de la religión, los análisis de Andrew Keen (The Internet Is Not The Answer), Evgeny Morozov (The Net Delusion. The Dark Side of Internet Freedom) o del lúcido John Gray (El silencio de los animales, una de las críticas más pertinentes y agudas del progreso y del liberalismo), advierten contra las fantasías del progreso exponencial y sin límites, donde la realidad y la naturaleza serían, precisamente, esos límites.
Entre tanto, Baricco sugiere que hablar de postverdad con desdén sólo evidencia nuestra propia obsolescencia. Aún no hemos entendido que la revolución digital “ha modificado el diseño de la verdad” desde dentro. La vieja verdad, el “animal sedentario”, ha sido liquidado por descargas de fast truths: “La verdad-rápida es una verdad que para subir a la superficie del mundo —es decir, para hacerse inteligible a la mayoría y para ser captada por la atención de la gente— se rediseña de forma aerodinámica, perdiendo por el camino exactitud y precisión, pero ganando sin embargo en síntesis y velocidad” (The Game). La clave, por supuesto, radica en esta pérdida de exactitud y precisión a cambio de síntesis y velocidad: nada existe fuera de esa percepción.
Peter Pomerantsev es uno de los expertos sobre la nueva realidad hipertecnológica trasladada a la política. En este caso, al populismo ruso. Michiko Kakutani lo cita en The Death of Truth: Notes on Falsehood in the Age of Trump a propósito de Vladislav Surkov, maestro de la propaganda en la Rusia contemporánea, “the real genius of the Putin era”. Pomerantsev es autor de Nothing is True and Everything is Possible, en donde describe a Surkov como el creador de la “administración de la percepción”, un auténtico modelo para los autoritarismos del siglo XXI. El método consiste en saturar el discurso público en su conjunto patrocinando las posiciones políticas más opuestas y diversas: verdades para todos, tan efímeras e inestables como un entorno que no depende de ninguna realidad exterior sino de la percepción propia, colectivamente maleable según la tendencia del día.
La brillantez de este nuevo tipo de autoritarismo reside en que, en lugar de oprimir sin más a la oposición, como había sido el caso con las presiones del siglo XX, trepa por las entrañas de todas las ideologías y movimientos para aprovecharse de ellas y reducirlas al absurdo. En un momento dado, Surkov fundaba foros cívicos y ONG de derechos humanos, al siguiente apoyaba en secreto los movimientos nacionalistas que acusan a las ONG de ser herramientas de Occidente. Haciendo ostentación de ello, patrocinaba suntuosos festivales artísticos en los que participaban los artistas modernos más provocativos de Moscú, luego respaldaba a los fundamentalistas ortodoxos, todos vestidos de negro y cargando con cruces, que a cambio atacaban las exposiciones de arte moderno. La idea del Kremlin es adueñarse de todas las formas del discurso político, no dejar que ningún movimiento independiente se desarrolle fuera de sus muros (Peter Pomerantsev, Nothing is True and Everything is Possible).
He aquí las fast truths como querría Baricco, reconstruidas desde dentro y trepando por “las entrañas de todas las ideologías y movimientos para aprovecharse de ellas y reducirlas al absurdo”… Un fenómeno familiar a todos en la medida en que nos vemos expuestos a la indistinción creciente entre lo verdadero y lo falso, confusión que sólo se aplaza (a nadie le importa resolverla) mediante confrontaciones de toda índole.
David Medina Portillo. Ensayista, editor y traductor. Editor-In-Chief de Literal Magazine. Twitter: @davidmportillo
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Posted: September 20, 2020 at 4:31 pm