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Francisco Toledo (1940-2019)
COLUMN/COLUMNA

Francisco Toledo (1940-2019)

Adolfo Castañón

A Graciela Iturbide

“A la orilla del relámpago”

¿Toledo? Francisco Toledo no era fácil de abordar. Se escapaba como una lagartija entre las piedras o como un coyote en la llanura. Lo vi muchas veces, en México y en Oaxaca, de lejos. Su sombra flotaba, presente o ausente o intermitente en el Museo Iago de Oaxaca donde había una biblioteca prodigiosa de arte y fotografía que yo visitaba de vez en cuando. Sólo una vez hablé con el pintor. Tenía yo que entrevistarlo para un documental que estábamos haciendo en la Academia Mexicana de la Lengua alrededor del centenario de Andrés Henestrosa, su amigo y en cierto modo su antípoda político y civil. Los unían a ambos la cultura y la lengua zapotecas, los unía Juchitán y el Istmo. Alfa Ríos, la esposa de Andrés Henestrosa había participado en su juventud en una revista de estudios de cultura zapoteca y de estudios juchitecos llamada Nesha (1935); más adelante el propio Toledo fundaría junto con Víctor y Gloria de la Cruz, Macario Matus y Elisa Ramírez la revista Guachahi’ Reza (Iguana rajada). Yo había oído muchas cosas acerca de Toledo en México o en París, cerca o lejos de Octavio Paz.

Le pedí una entrevista. Se tardó en responder pero me la dio. En realidad, yo quería que me diera dos, como le expliqué. Una en corto y sin grabadora para hablar de Henestrosa y de la cultura oaxaqueña; otra, ante las cámaras de la Fundación pro Academia que llevaba Albino Álvarez para el documental que se hizo.

La conversación libre y en corto fue por demás interesante. Toledo era inteligente. Le brillaban los ojos como ágatas mojadas. Iba y venía interiormente. Hablaba poco. Sabía mucha historia de la región y en particular de Juchitán. Me contó la muerte trágica de Félix Díaz Mori, el hermano de don Porfirio y padre de Félix, a quien en venganza por sus desafortunadas iniciativas políticas en contra de la religión católica cuando era gobernador (había humillado, maltratado y mandado decapitar la imagen de San Vicente Ferrer, el santo patrón de Juchitán). Tuvo un final trágico. Lo torturaron deshollándole los pies y obligándole a caminar antes de ser ejecutado. Toledo contaba esta anécdota con una mirada encendida. Sabía mucha historia. Recordaba con gratitud cómo gracias a Andrés Henestrosa se había dado en Oaxaca un renacimiento de la cultura, la lengua y la pintura zapotecas de la cual era él un vigoroso retoño. Cuando terminó la entrevista, me alejé pensativo por las calles de Oaxaca pensando en este ser singular que, no contento con haber tomado por asalto, por así decir, los museos y galerías del mundo del arte contemporáneo en Europa, había invertido su energía y vitalidad en dar nuevos bríos a las culturas soterradas de Oaxaca y del Istmo a través de sus diversas iniciativas en favor de las artes y de la educación artística. Me alejé pensando: México se escribe con “X” de Oaxaca.

Francisco Toledo y los dioses errantes de la fábula

El cuaderno de apuntes (prólogo de Carlos Monsiváis y Consuelo Sáizar, FCE-Galería Abril, México, 2004), de Francisco Toledo, no es una obra en el sentido formal de la voz, sino un conjunto de asedios, de búsquedas. El libro que le regaló a Armando Colina en 1988 y que editó el Fondo de Cultura Económica. Tiene algo de prehistórico o rupestre, algo de incalculablemente antiguo. Su articulación gráfica parece anterior a la escritura, y sienta sus reales dibujados en el espacio imaginario de una íntima pared cavernaria.

Francisco Toledo —el nombre de esa especie quizá en extinción— ha dibujado en las paredes de este cuaderno con la misma intensidad venatoria y sobreviviente, encantada y mágica con que el antiguo artista chamánico trazaba, para exorcizarlas, las presencias que lo han acompañado ¿perseguido? durante su viaje desaforado por los bosques de la noche. Son estos dibujos huellas de correrías, rastros de incursiones por la intemperie expuesta a flor de garra, de mano, de pluma-pincel. A lo largo de las páginas de este cuaderno y a medida que se recorren se advierte un júbilo intemporal y una minucia desenfrenada en la inmediatez de una evocación alumbrada por el fuego del mezcal. El artesano se arquea y busca traer y atraer a las siluetas de los animales y alimañas evocados al círculo de tiza imaginario del aprendiz chamánico que va dando pies y traspies con el nuevo cuerpo etéreo que ha traído la novedosa y milenaria Alianza esconde por momentos los paisajes cavernarios de Lascaux y Altamira. Anda entonces Toledo cuaderno adentro como el condenado Wendigo del Ciclo del Ctuhulhu lovecraftiano o como los aliados de Don Juan, el de Castaneda, atravesando el aire a ras de bosques, a ras de cielo o de tierra pelada. A ras denota la igualdad, la solidaridad, la fraternidad. En su libro-libreta los animales y las bestias, las plantas y los cuerpos, las líneas y los colores establecen una solidaridad fraternal, abismal, no jerárquica. Se multiplican en sincronías y sinestesias. Es como si en su libreta de apuntes, Francisco Toledo hubiese logrado el milagro de hacer hablar sin voz a los dioses errantes de la fábula.

No es que este cuaderno diga o busque decir el origen desde una perspectiva conjetural. Abre sus páginas de par en par como una mariposa nictálope ávida de imágenes y semejanzas. No es Toledo un artista étnico ni un copista de alebrijes. El autor o el artista desaparece aquí en beneficio de una experiencia que lo trasciende y lo apremia, lo envuelve y lo va llevando de la mano a una recapitulación de la vida de la especie en la experiencia del individuo. Recuerda por momentos la voluntad de despojamiento de un Jean Dubuffet y de su art brut. Toledo ha cumplido un viaje hacia la prehistoria de sí mismo y, al hacerlo, nos ha permitido entrever la forma en que sueña y dibuja formas el hombre primitivo que todos llevamos en el fondo de nosotros mismos. Soñé esta libreta como una eucaristía y soñé que sus páginas no debían verse sino devorarse, asimilarse en lo más profundo de la experiencia: en los huesos —fósforo y arsénico— con el que parecen estar cortadas sus figuras.

El manejo del espacio en la libreta rayada y pintada por Francisco Toledo lleva a una pregunta: ¿cómo, por qué sucede que esas imágenes de una naturaleza fragmentada y devuelta a su continuo parecen recortadas, sobrepuestas, ávidas de florecer en el horizonte de la tercera dimensión? ¿Qué poder sinestésico y confluyente tiene este experimentador radical llamado Toledo que lo lleva a cuajar las dimensiones hasta la efervescencia inminente de una tercera dimensión siempre prometida y siempre postergada? Seguramente nos sucede con Francisco Toledo lo que al espectador del artista de las cavernas: que le bastaba mirar para recordar por anticipado el acre olor del venado por cazar, del animal silvestre por abatir en las lindes del bosque conjurado.

 

Adolfo Castañón. Poeta, traductor y ensayista. Es autor de más de 30 volúmenes. Los más recientes de ellos son Tránsito de Octavio Paz (2014) y Por el país de Montaigne (2015), ambos publicados por El Colegio de México. Premio Alfonso Reyes 2018. Twitter:@avecesprosa

 

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Posted: September 18, 2019 at 9:11 pm

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