La guerra no guerra de Putin
Naief Yehya
El presidente Volodymyr Zelensky se ha convertido en un héroe internacional, celebrado como si fuera una especie de Churchill de la era del TikTok…
La invasión relámpago que no fue
La absurda y demencial guerra expansionista lanzada por Vladimir Putin en contra de Ucrania dejará miles de muertes, daño material de proporciones no vistas en el continente europeo en ocho décadas (rebasando la cruel guerra entre Serbia y Bosnia), millones de refugiados y una catástrofe económica, social y política que tendrá secuelas insospechadas en todo el mundo. Aparentemente el plan original de Moscú consistía en tomar toda Ucrania en tres días, un auténtico blitzkrieg para imponer un gobierno complaciente con el Kremlin, destruir armas en manos de opositores y algunas instalaciones militares (como la base naval de Ochakiv), quizá arrestar militantes de extrema derecha y eliminar del mapa a un estado soberano. Para que esto ocurriera contaban con la incompetencia o cobardía del ejército ucraniano y sus instituciones políticas y sociales, así como con la indiferencia y temor de la población. Lo que está sucediendo cuando esto se escribe a 24 días del inicio de las hostilidades es muy diferente. Las fuerzas ucranianas y las milicias de voluntarios han resistido en la medida de lo posible, impidiendo por el momento que caigan las principales ciudades al control ruso. Pero si bien el avance de las tropas invasoras es lento la destrucción va en aumento, cada vez con más daño a la infraestructura y población civil. Los medios occidentales aseguran que han muerto por lo menos 7,000 soldados rusos, incluyendo a tres generales, los rusos han reconocido únicamente la muerte de 498. Mientras que Ucrania reconoce haber perdido a 1300 soldados. De cualquier manera por la inmensa desigualdad de fuerzas resulta muy difícil anticipar otro desenlace que la eventual toma de todo el país por las tropas rusas. Lo difícil será que un régimen proruso pueda controlar un país de esas dimensiones y el odio que seguirá creciendo.
Líderes ucranianos, nacionalismo y el factor Trump
El presidente Volodymyr Zelensky se ha convertido en un héroe internacional, celebrado como si fuera una especie de Churchill de la era del TikTok. Como se ha repetido hasta la nausea Zelensky era un comediante muy popular que interpretó el papel de un despistado presidente de la república. Su nominación fue insólita pero ante la corrupción e insatisfacción que habían provocado los regímenes anteriores su candidatura se volvió extremadamente popular y ganó la elección con un 73% del voto. Zelensky, quien creció hablando ruso, prometió revertir algunas leyes e imposiciones de desrusificación cultural decretadas por su predecesor, Petro Poroshenko al término de su mandato (gobernó de 2014 a 2019) y que eran apoyadas por un 60% de la población (la prohibición del ruso en procedimientos legales y en la mayoría de situaciones en la vida pública, la eliminación de escuelas primarias y de otros niveles donde se enseña ese idioma, imposición de cambios gramaticales que afectan a nombres propios y de lugares, entre otras cosas). La intención de estas reformas era revitalizar el idioma y reforzar la identidad nacional, una estrategia muy común en regímenes que desean reprimir a sus minorías, como hizo Franco en su tiempo. Cerca del 30% de los ucranianos hablan ruso y ven estas leyes como discriminatorias y como una auténtica amenaza a su cultura y forma de vida. Presiones políticas le impidieron cumplir esa promesa y sin duda eso fortaleció la campaña separatista en Dombás y fue el eje del argumento de Putin para lanzar su invasión.
Trump no tenía ni interés ni paciencia para Ucrania, debido en parte a su bien conocida simpatía y admiración por Putin (cuando los tanques comenzaban a entrar en Ucrania el expresidente estadounidense declaró que admiraba el “genio y destreza” del líder ruso).
Poroshenko hizo todo lo posible por ganarse el afecto de Trump para pedirle armas y la eventual inclusión en la OTAN. Pero Trump no tenía ni interés ni paciencia para Ucrania, debido en parte a su bien conocida simpatía y admiración por Putin (cuando los tanques comenzaban a entrar en Ucrania el expresidente estadounidense declaró que admiraba el “genio y destreza” del líder ruso). Trump puso en evidencia su desprecio por Ucrania cuando trató de presionar al gobierno de Kiev para que buscaran pruebas que incriminaran a Joe Biden y su hijo Hunter (quien indudablemente aprovechó su apellido y conexiones para tomar un puesto en la empresa petrolera Burisma, aunque eso en sí no sea un crimen) a cambio de entregar los 400 millones de dólares para ayuda que el Congreso ya había aprobado. Esa nada velada extorsión fue lo que motivó el primer juicio de destitución de Trump pero no fue el único escándalo relacionado con Ucrania. El más sonado fue el de su asesor Paul Manafort, quien eventualmente fue encarcelado por fraude fiscal y lavado de dinero por su trabajo para elegir al profundamente desprestigiado Viktor Yanukovych como presidente de Ucrania en 2010. Su abogado personal, Rudy Guliani, fue asesor de seguridad de las ciudades de Kiev y Karkiev y también jugó un papel al tratar de presionar al gobierno para que denunciaran a Biden. La exestrella de Reality show despidió a la embajadora en Kiev, Marie Yovanovitch, por no participar e incluso obstaculizar su campaña de incriminación contra los Biden. Con su enorme popularidad entre los populistas del mundo Trump creó una imagen de Ucrania como posible responsable de interferir en el proceso electoral estadounidense.
Al llegar al poder Zelensky contaba con su juventud y con el hecho de ser un “outsider” para crearse una imagen de reformador que se oponía a la vieja, corrupta y decadente guardia postsoviética. Sin embargo, la crisis económica, la dependencia en los combustibles rusos, el conflicto del Dombás y la militarización rusa en la frontera eran problemas muy serios que ocupaban toda su atención. Ante la amenaza de perder más partes del territorio o de ser invadidos por Rusia se concentró en pedir a la OTAN acelerar la membresía de su país. Putin no dudó en reconocer a las provincias de Donetsk y Luhansk del Dombás como repúblicas independientes e inmediatamente ordenó la entrada de sus tropas al territorio ucraniano por el oeste, norte y sur. Contrariamente a lo que esperaba Putin, Zelensky no huyó del país ni se escondió, sino que se convirtió en un auténtico líder con un valor y un temperamento de lucha pocas veces visto. Su nivel de aprobación ahora rebasa el 92%. En cambio, aún para quienes ven a Putin como un gran estratega, resulta difícil entender la inverosímil negligencia, torpeza estratégica y pésimo cálculo de esta guerra y las consecuencias que traería para Rusia en forma de sanciones económicas sin precedente, además de haber unido a Europa militarmente en su contra.
Esta guerra además ha dado lugar a una intensa polarización ideológica entre quienes apoyan la agresión justificándola como si fuera una operación militar especial (que no guerra) de desmilitarización y desnazificación, como anunció Putin, y los que apoyan la autodeterminación e independencia de Ucrania.
Una era de caos ideológico
Esta guerra además ha dado lugar a una intensa polarización ideológica entre quienes apoyan la agresión justificándola como si fuera una operación militar especial (que no guerra) de desmilitarización y desnazificación, como anunció Putin, y los que apoyan la autodeterminación e independencia de Ucrania. Durante décadas el Kremlin ha mantenido una cuidadosa campaña propagandística para presentarse ante los ojos del mundo como una alternativa al imperialismo estadounidense. En muchos casos esta estrategia ha funcionado. Incluso en Ucrania y a pesar de que la guerra en el este del país lleva 7 años y ha cobrado entre 14,200 y 14,400 vidas (por lo menos 3,404 civiles, 4,400 soldados ucranianos y alrededor de 6,500 miembros de grupos armados separatistas, de acuerdo con el Alto Comisionado de los Derechos Humanos de la ONU), gran parte de los ucranianos (rusoparlantes y no) vivían culturalmente inmersos en la esfera de influencia de la cultura popular rusa. En enero de este año el 62% de la población quería unirse a la OTAN, hoy más del 86% desean ser parte de ese tratado.
Paradójicamente en algunas partes del mundo y entre ciertos grupos apoyar a Putin en esta carnicería es considerado una causa progresista y defender la supervivencia de Ucrania una conservadora. Esto viene a enfatizar que la era de Putin es una de caos ideológico sin sentido, en donde la extrema derecha coincide con cierta izquierda rancia al apoyar al exagente de la KGB convertido en líder vitalicio de la Federación Rusa. Independientemente de las causas que llevaron a Putin a esta aventura militar, nada en esta brutal campaña ni en su historia a la cabeza de una cleptocracia hipercapitalista, intolerante en lo ideológico, criminal en su tratamiento de la oposición, la prensa y las minorías puede considerarse remotamente progresivo. Su prestigio entre la pseudo izquierda trasnochada se debe simplemente en ser la alternativa al imperialismo beligerante estadounidense y su corte de líderes europeos. Como si la campaña de Putin se validara simplemente por el hecho de que Estados Unidos lleva dos décadas hundido en su genocida “guerra contra el terror”.
Nazis, antinazis y lealtades no recompensadas
El argumento de la desnazificación no sólo es un pretexto para incendiar pasiones de la opinión pública sino que es una parte central de la propaganda rusa. Es un hecho que grupos ultra nacionalistas de extrema derecha conquistaron un poder desproporcionado en Ucrania tras la revuelta del Maidan, grupos de choque neonazis ganaron prominencia en el país (Azov y Sector derecho entre otros) y algunos han sido incorporados al ejército. Estos militantes han propagado y logrado influenciar al gobierno con su rusofobia, con la reivindicación de colaboradores nazi de la Segunda Guerra Mundial y con su odio a la minoría LGBT, el feminismo y cualquier causa progresista que se les atraviese. No obstante, el único partido de extrema derecha en el Parlamento es Svoboda y tiene una sola curul.
Al mismo tiempo, el régimen de Volodymyr Zelensky, quien es judío y descendiente de víctimas del Holocausto, es uno de los aliados incondicionales de Israel y uno de los primeros actos internacionales de su gobierno fue retirar en enero de 2020 a Ucrania del Comité de las Naciones Unidas para el ejercicio de los derechos inalienables del pueblo palestino. Así mismo, el 12 de mayo de 2021 tuiteó:
Zelensky tuiteó:
The sky of #Israel is strewn with missiles. Some cities are on fire. There are victims. Many wounded. Many human tragedies. It is impossible to look at all this without grief and sorrow. It is necessary to stop the escalation immediately for the sake of people’s lives.
[El cielo de #Israel está sembrado de misiles. Algunas ciudades están en llamas. Hay víctimas. Muchos heridos. Muchas tragedias humanas. Es imposible mirar todo esto sin dolor y pena. Es necesario detener la escalada de inmediato por el bien de la vida de las personas].
Es imposible no tomar en cuenta que no mostró la menor simpatía por los palestinos de la franja de Gaza que fueron bombardeados con brutalidad por Israel. Para él la única tragedia en esa agresión era la que habían sufrido los israelíes. La ironía fue que una de las primeras imágenes que se volvieron virales de la invasión a Ucrania fue la de un edificio que recibe el impacto de un misil. Después de ser posteado en Facebook, retuiteado y compartido con indignación y rabia en todas las redes sociales el diario USA Today reveló el mismo 24 de febrero que ese edificio había sido destruido en Gaza por un misil israelí en las represalias israelíes de mayo del año pasado. A pesar de la lealtad de Zelensky, Israel ha sido extremadamente cuidadoso y discreto en sus condenas a Rusia y se ha negado a enviar armas para no ofender a Putin de quien dependen para seguir llevando a cabo operaciones militares en Siria.
La desinformación y la histeria conspiracionista tomó una nueva vertiente con la revelación de la existencia de laboratorios estadounidenses de armas biológicas en Kiev, Jarkov y Odessa. Las acusaciones de fabricación clandestina de armas de destrucción masiva son una estrategia que se ha usado en numerosas ocasiones y se remontan al siglo pasado.
Armas biológicas
La desinformación y la histeria conspiracionista tomó una nueva vertiente con la revelación de la existencia de laboratorios estadounidenses de armas biológicas en Kiev, Jarkov y Odessa. Las acusaciones de fabricación clandestina de armas de destrucción masiva son una estrategia que se ha usado en numerosas ocasiones y se remontan al siglo pasado. En 1915 el ejército alemán trató de sabotear a las tropas aliadas usando ántrax y muermo. La eficiencia de este ataque fue más que cuestionable, sin embargo, cumplió con su verdadero objetivo que era confundir y causar pánico entre el enemigo. Y ese es el verdadero poder de estas amenazas. Como es bien sabido la fabricación de armas de destrucción masiva, incluyendo armas biológicas, fue una de las espurias razones para la invasión estadounidense de Irak con todo y la presentación patética y repleta de mentiras de Colin Powell ante el Consejo de Seguridad de la ONU. En esta ocasión Rusia emplea con bastante cinismo ese mismo argumento para justificar su invasión, argumentando que han capturado documentos que prueban la investigación y desarrollo de patógenos, el estudio de “la posibilidad de transmisión de infecciones particularmente peligrosas mediante aves migratorias” y de una “limpieza de emergencia” para ocultar el programa. El embajador de China ante la ONU exigió pruebas de su inocencia a Estados Unidos, algo prácticamente imposible de obtener y que en cierta manera también es una represalia por las acusaciones que aún circulan en contra de China de haber manufacturado deliberada o accidentalmente el Covid-19. Con toda razón diplomáticos chinos y de otras nacionalidades han mencionado que Estados Unidos tiene una historia sórdida de uso de armas biológicas, basta pensar en Corea y Vietnam. A diferencia de la fabricación de armas nucleares, las armas biológicas requieren en esencia del mismo tipo de materiales, equipo y sistemas que cualquier laboratorio biológico que trate con agentes y productos altamente tóxicos o infecciosos. La acusación fue recogida por medios y sitios de extrema derecha, así como por algunos comentaristas de FoxNews y cobró vida propia entre los grupos conspiranoicos, lo cual fue aprovechado por propagandistas prorusos.
La cooperación estadounidense en laboratorios biológicos data de la caída de la Unión Soviética cuando se creó el Programa Cooperativo de Reducción de Amenazas (CTR por sus siglas en inglés) que tenía por objetivo dirigir la investigación científica de los programas armamentistas al sector salud. En algunos de estos laboratorios se trabaja con patógenos infecciosos como fiebre porcina y otras enfermedades zoonóticas. Estos programas no son un misterio sino que son conocidos y algunos supervisados por la Organización Mundial de la Salud. Esto por supuesto no es una garantía total de que no se lleven a cabo investigaciones clandestinas y nefastas en esas instalaciones pero su mera existencia tampoco es prueba suficiente de que existan programas armamentistas secretos y menos cuando las acusaciones las hace un régimen como el de Putin, quien ha mandado envenenar a sus rivales y opositores, ha lanzado ataques contra plantas nucleares en Ucrania y ordenó el uso de gases letales durante el sitio Nord-Ost, en el que militantes chechenos tomaron un teatro lleno en Moscú en 2002. La operación de rescate consistió en inyectar gas por los ductos de aire con lo que asesinaron a los 40 terroristas y a 130 rehenes.
Distinto rasero
Es fundamental reconocer que hay una vergonzosa doble moral en la manera en que los medios informativos occidentales muestran y denuncian las atrocidades de esta guerra y la indiferencia cruel que esos mismos medios han mostrado por la devastación que han dejado Estados Unidos y sus aliados en Irak, Afganistán, Yemen, las regiones tribales de Paquistán y Libia. Y aún así eso no debería dar la menor justificación a la conducta criminal del Kremlin. Solamente una percepción perversa de la política puede encontrar una noción de justicia al ver civiles masacrados, heridos y traumatizados, huyendo o lamentando la destrucción de sus hogares, bienes y vidas. Es una política acertada y loable que la Unión europea y otros países hayan abierto sus fronteras a los refugiados ucranianos. Es aborrecible y repugnante que en su momento las hayan cerrado a los inmigrantes provenientes de África, Afganistán y los países árabes que buscaban asilo y santuario de guerras y regímenes criminales. No repetiré aquí las ya bien conocidas declaraciones de líderes y periodistas que se esmeraban en diferenciar a los ucranianos (“civilizados, educados, blancos”) de los árabes y africanos (“sucios, ignorantes, posiblemente terroristas”) en sus declaraciones y reportajes.
Cuando Putin declara que Ucrania nunca fue un país real sino una imposición Occidental, la mayoría de los líderes del mundo reaccionan con incredulidad, denunciando la ilegalidad de esas palabras y de la invasión, así como defendiendo el legítimo derecho del pueblo a resistir la ocupación. Lamentablemente la mayoría de esas naciones han guardado un silencio cómplice y no han corrido a imponer sanciones por la ocupación de Palestina, Irak, Kashmir y la República Saharahui entre otros. Ahora bien, la lógica criminal de Putin consiste en aprovecharse de la hipocresía de Occidente para imponer sus delirios imperiales. Si algo bueno pudiera venir de esta guerra ojalá fuera un reconocimiento de los derechos de las víctimas de las agresiones militares en el mundo, sin importar regiones, culturas, idiomas, color de piel o religión. Este es el mejor momento para criticar las ocupaciones, las guerras y actos de violencia en contra de cualquier minoría.
Una vez que las bombas y misiles caen sobre los civiles en cualquier lugar del mundo y por el motivo que sea es fundamental exigir un cese al fuego, apoyar sin reservas a la población amenazada e ignorar la tentación de creer en la propaganda. Nada puede ser más urgente. Esta es una oportunidad para restructurar los mecanismos de paz internacionales.
Naief Yehya es narrador, periodista y crítico cultural. Es autor, entre otros títulos, de Pornocultura, el espectro de la violencia sexualizada en los medios (Planeta, 2013) y de la colección de cuentos Rebanadas (DGP-Conaculta, 2012). Es columnista de Literal y de La Jornada Semanal. Twitter: @nyehya
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Posted: March 21, 2022 at 9:34 pm