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Las redes también cancelan
COLUMN/COLUMNA

Las redes también cancelan

Rose Mary Salum

Hace poco, hablaba con amigas muy cercanas de cómo la sociedad, a pesar de desarrollarse dentro de una cultura abierta y repetir este concepto de que Estados Unidos es The Land of the Free, el ambiente de censura se experimentaba cada vez más intimidante. De un lustro para acá, poco más, poco menos, el miedo a expresarse es cada vez más palpable. Pero este autoritarismo no se percibe tanto de forma vertical, es decir, gobierno/pueblo, como de forma horizontal donde todos los ciudadanos estamos ejerciendo entre nosotros un tipo de censura a través de la presión social expresada principalmente a través de redes, el internet e, incluso, en la vida social de cada uno de nosotros. Silenciarnos y callarnos por falta de tolerancia se empieza a volver la normalidad. El ambiente es tan asfixiante que de una forma o de otra, es preferible el silencio a lidiar con el linchamiento público, a que se nos hilvane una letra escarlata en la frente o a perder el trabajo por haber verbalizado lo que en un momento dado nos nace expresar cuando, tan solo algunos años atrás, era nuestro derecho.

La censura no solo se da en vivo y tiempo real, se desarrolla en todos los niveles: los institucionales, los colectivos, los sociales, pero también en las sobremesas cuando decidimos no expresar nuestras ideas para no agitar el ambiente o cuando nos abstenemos de participar en clase, en las conferencias que asistimos ya sean virtuales o físicas o incluso dentro del ámbito familiar.

Ni hablar de hacer un comentario en redes porque el temor a las consecuencias es muy grande. Lo que dio tanto éxito a estas plataformas, esa posibilidad de comentar y debatir, ahora se cancela. Pero esta censura se complementa con la censura que surge desde el corazón mismo de las redes sociales. En otras palabras, no somos los participantes los únicos en callar a los demás, son las redes las que aportan su propia dosis de censura para decidir qué tipo de narrativas pueden circular.

La censura ocurre cuando la información es restringida o suprimida por una autoridad u organización. Al rechazar los anuncios que mencionan a políticos, temas de actualidad o temas sociales que ellos consideran delicados, Facebook y hasta antes de Elon Musk, Twitter, restringe cierto tipo de información. Esto es particularmente preocupante dado que Facebook (y esto incluye a Instagram) es una de las plataformas más utilizadas en el mundo y tiene una gran influencia en la opinión pública.

Empiezo a acostumbrarme a que los algoritmos de Facebook o Twitter tomen decisiones que afectan a los proyectos independientes en todos los niveles. Específicamente, en Literal Magazine, una y otra vez, nos encontramos con el hecho de que un artículo es vetado por las políticas internas de estos  gigantes. El permiso de publicar nuestros artículos se da de forma inherente, sin embargo, ellos se reservan el derecho a circularlo. Si algo de la imagen propuesta o alguna palabra del post no deseada por ellos es captado por el algoritmo, el texto no circula. Explican que tienen ciertas políticas internas que les impiden colocar en los feeds de los demás tal o cual artículo. Se refieren a temas sociales, a temas relacionados con la promoción del tabaco o el alcohol, temas que no se acerquen ni remotamente a cuestiones sensuales (ya no sexuales), temas de elecciones o políticos. Todos ellos y más, “no serán entregados a la audiencia”. Añaden, no sé si cínicamente, que están enterados de que ese rechazo puede afectar los objetivos de cada proyecto por lo que, si se considera injusto el veto, se podría solicitar otra revisión. ¿Quién hace esa revisión? Estoy segura de que no es un humano porque automáticamente el rechazo llega de nuevo. Hace algunos años uno tenía la posibilidad de explicar en un mensaje el por qué esa imposición se percibía como injusta, pero ahora, esa posibilidad ya no existe.

La censura resulta tan absurda que en una junta del consejo de Literal Magazine, hablábamos sobre el hecho de poner atención a los títulos de cada texto e, incluso, en las imágenes que usábamos para ilustrar esos textos. Porque si alguna de las redes lo consideraba “ofensivo”, el artículo sería rechazado sin miramientos mandando al traste el esfuerzo de cada colaborador y el trabajo interno de la revista para llevar a cabo su misión.

Para muestra un botón, o quizá debería decir, la camisa entera porque esta cancelación se ha vuelto el pan de cada día. En octubre del año pasado, los poemas de Jennifer Ghivan quedaron fuera de circulación, al menos en Facebook, porque, de acuerdo a ellos, no cumplía con las políticas de “Tobbacco and Related Products”. Es decir, que de acuerdo con ellos, el texto motivaba la compra de nicotina o productos relacionados que van desde las pipas hasta los vaporizadores. Su interés en la salud de sus consumidores es de tan alta estima, que un par de poemas de la escritora méxico-americana fueron censurados. Sobra decir que los poemas hablaban de todo menos de cigarros o cuestiones dañinas para la salud (esa no es una responsabilidad de la poesía), así que pedimos la revisión, hicimos algunos cambios al link del artículo pero la respuesta fue la misma. Los poemas no circularon ni en Facebook ni en Instagram.

Otros de los textos rechazados fueron los de Alberto Chimal y su artículo sobre Paul Celan titulado “Todos nuestros muertos”. Avisaron que Paul Celan no cumplía con las políticas “Sociales, electorales y políticas”. Eso mismo pasó con el artículo reciente de Monserrat Loyde que hablaba de los migrantes que murieron quemados en un centro de detención en Juárez. También tuvimos problemas con la reseña de Greg Walklin sobre la traducción del libro de la argentina Tununa Mercado. “No pasa”, avisaron, “el post ha sido rechazado”. Asimismo, la mayoría de los textos de José Antonio Aguilar Rivera cuyos temas hablan de las amenazas a la democracia en México, los de Pablo Majluf o Sergio Negrete Cárdenas (cuando la mayoría de sus entregas se van a la sección de #LoMásLeído en Literal Magazine), son rechazadas por Facebook porque así lo deciden sus algoritmos. Uno que en especial me impresionó fue el ensayo de Carlos Rodríguez sobre las similitudes o relaciones entre  Barragán y Orozco que de inmediato fue rechazado por los motivos mencionados y no hubo manera de hacer entender a nadie del personal de Facebook de lo contrario. En ese sentido, estoy segura de que este artículo también será restringido.

Es más que comprensible que una plataforma gratuita tenga sus propias políticas internas. Pero es importante cuestionar los motivos detrás de esas políticas. La decisión de Facebook de rechazar ciertas publicaciones quizá esté motivada por el deseo de evitar controversias o publicidad negativa. Sin embargo, esta no es una razón legítima para restringir la libertad de expresión. Porque cuando un colaborador manda alguna reflexión sobre temas actuales, cuando nuestros autores escriben reseñas, poemas o artículos sobre arte y son vetados porque ciertas palabras caen dentro de una lista que los algoritmos perciben como no apta, no solo es frustrante sino que está limitando las garantías esenciales de cualquier ser humano. Esa posición no hace más que alimentar el ambiente de intolerancia en el que ya vivimos. Y cuando expertos en temas culturales son vetados por estas plataformas, su libertad de expresarse se reduce en tanto que los lectores de la revista que acostumbran a llegar a Literal Magazine por medio de las redes, no reciben estos artículos en sus feeds.

Además, las políticas de Facebook no son consistentes. Si bien pueden rechazar los anuncios que mencionan a políticos o temas sociales que ellos consideran delicados, permiten otro tipo de contenido que también podría  influir en la opinión pública. Por ejemplo, Facebook permite páginas y grupos políticos, y también permite anuncios políticos o sociales que han sido aprobados a través de su proceso de autorización. Esta inconsistencia destaca la naturaleza arbitraria de las políticas de Facebook y subraya la necesidad de una mayor transparencia y responsabilidad.

Es evidente que detrás de los autores intelectuales de estas iniciativas, han sido guiadas por el miedo y el control. Miedo a las críticas de la sociedad, del gobierno, de difundir información falsa y, por qué no decirlo, de circular imágenes que muestran más piel de lo que ellos consideran normal. Porque otros de nuestros artículos que han sido rechazados, son los que traen consigo las imágenes artísticas  de Lucian Freud, Helmut Newton, Annie Leibovitz, Ana Casas Broda, por mencionar apenas unos cuantos. Y eso delata la necesidad de control, uno que surge de esa mentalidad puritana donde el mundo se observa desde un prisma color de rosa y todo es recato y perfección.

Desafortunadamente este ambiente de cancelación apenas empieza y es un fenómeno social que todos lo resentimos. Todos. Ha permeado en nuestra forma de actuar, de  pensar, de comportarnos y con una velocidad inesperada. Lo impresionante es que no estamos haciendo nada para cambiarlo porque las consecuencias son reales y son graves. Y justo por eso, esas plataformas parecen ejercer cada vez más poder sobre nosotros.

 

Rose Mary Salum es la fundadora y directora de Literal, Latin American Voices. Es la autora de Donde el río se toca (Sudaquia, 2022), Otras lunas (Libros del sargento, 2022) Tres semillas de granada, ensayos desde el inframundo (Vaso Roto, 2020), Una de ellas (dislocados, 2020). El agua que mece el silencio (Vaso Roto, 2015), Delta de las arenas, cuentos árabes, cuentos judíos (Literal Publishing, 2013) (Versión Kindley Entre los espacios (Tierra Firme, 2003), entre otros títulos. Sus obras se han traducido al italiano, búlgaro y portuguésSu Twitter es @rosemarysalum

 

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Posted: April 25, 2023 at 6:29 pm

There are 2 comments for this article
  1. Patricia gras at 3:02 pm

    Es cierto y lo más triste es que hay tanta porquería escrita en las redes sociales y tantas mentiras permitidas que lo cierto es que ellos Facebook, tik tok Twitter etc son los que deciden. Bueno sería que cancelaran a los “canceladores”

  2. Fernando Castro R. at 1:52 pm

    El tipo de censura que proviene de ciertas instituciones (políticas, religiosas, etc,) es hasta cierto punto predecible. El ejemplo de Hope Carrasquilla, la directora de una escuela en Florida que fue despedida por permitir que los estudiantes vean una imagen del David de Michelangelo, ha de servirnos para ilustrar ese tipo de censura por décadas. Más inquietante es lo que ocurrió con la profesora Erika López Prater de Hamline University por mostrar en su curso de historia del arte imágenes del profeta Muhammed, lo cual ofendió a una estudiante musulmán. Los ejemplos que tú mencionas dentro de la experiencia de Literal son quizá más siniestros porque indican el automatismo algorítmico de cierta censura en los medios. Hay algo inapelable en eso. En los casos que yo menciono hubo daño irreversible a las personas censuradas pero también hubo un tipo de redención cuando la universidad se disculpó con la profesora y la ciudad de Florencia invitó a la directora a ver al David en mármol.

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