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Dominios del árbol

Dominios del árbol

Eduardo Celis

Malva Flores,
Luz de la materia,
Era, México, 2010

 

Leo en una entrevista reciente a Jean-Luc Godard que durante la realización de su, tal vez, último largometraje anunció una conferencia que daría Alain Badiou sobre la geometría de Husserl con el objetivo de filmarlo. Nadie asistió. Badiou dijo con alegría “Finalmente hablaré ante Nadie” y todo ocurrió como estaba previsto, pero acentuando el vacío de la sala. Más de un siglo antes, Baudelaire también agradecería con una reverencia a un auditorio desierto. En la confluencia de estas dos situaciones se esconde acaso el problema contemporáneo de la poesía. El poeta no dialoga con una presencia, sino más bien con una constante desaparición de los signos en el lenguaje. Quizás sea ésta la causa de que el camino hacia una definición de la poesía parezca lejano e infranqueable a veces.

A José Ángel Valente le parecía una señal prometedora el que poesía y pensamiento se acercaran cada vez más. Luz de la materia es un libro que pende con acierto entre estas dos posturas. A través de un firme diálogo con un mundo que oscila entre lo visible y lo invisible se nos revela no solamente una mirada atenta sobre las cosas, sino, acompañada a ésta, una reflexión sobre el lenguaje en que descansan los andamios de la realidad. Y es a merced de la luz que el mundo se descubre como una transformación total, algo que podría parecer obvio y que, sin embargo, gracias a cómo los poemas de Luz de la materia se deslizan en un discurso transparente, toma un matiz más complejo. Es decir, no sólo los conceptos, sino la música de las palabras se funde en un intercambio vivo con lo que nombra.

El libro está dividido en tres partes que podrían ser incluso tres estados de la materia por los que atraviesa una misma voz. Pero no una voz monótona, más bien un aliento que refleja los relieves a los que alude. Roberto Juarroz escribe que “la poesía es una visionaria y arriesgada tentativa de acceder a un espacio que ha desvelado y angustiado siempre al hombre: el espacio de lo imposible, que a veces parece también el espacio de lo indecible”. En este orden de pensamiento, Malva Flores suscribe lo anterior pero con el anhelo de transformar ese espacio de lo indecible en lo fundamental del instante en que se concibe el poema.

“Dominio”, “Malparaíso” y “Mudanza del árbol”, las tres piezas que conforman Luz de la materia, son antecedidas por una cita de Claude Esteban en la que se perfila uno de los temas más recurrentes en ellas: el paso del tiempo, su manifestación en el mundo y la búsqueda ya no de un entendimiento, sino de simplemente contemplar el avance temporal en las cosas. La primera pieza responde en gran parte al llamado de una realidad concreta, tangible. Pero ya sabemos que detrás de este conjunto de iluminaciones cotidianas se presenta la experiencia abisal de su trasfondo. “¿De qué hablarán las aves / si no lo hacen del tiempo?”, dos versos que contienen en potencia la preocupación, desarrollada con mayor profundidad más adelante en el libro, por un lenguaje en el que los destellos casi abrumadores del mundo hallen la casa que los reciba.

“Atenidos por fin a su dominio, / sólo esperar procede.” es como termina esa primera parte de Luz de la materia, pero también podría ser el preámbulo de las dos posteriores, que, en esencia, tienden más hacia esa transparencia de la que he hablado en un principio, pues está claro que no se trata de entidades independientes. En “Malparaíso” la invocación a un poder alquímico de la palabra funciona como detonador del deseo de comunión de la voz consigo misma. Con una armonía conceptual mucho más intrincada que en su predecesor, es preciso decir que también es una propuesta de mayor ambición a nivel de ritmo. Versos como “Que no, que nunca / se destruye la materia / que sólo se transforma” emparentan un afán vindicativo de la claridad e inmediatez del mundo con una perspectiva un poco más sombría en la tradición y en lo que hay en el fondo del lenguaje (“No hay alto surtidor, / más bien se arquea este pálido / chorro cristalino).

Sin embargo, creo que donde mejor se observa esa capacidad rítmica que tiene Malva Flores unida a un fondo complejo a nivel de conceptos es en “Mudanza del árbol”. Como bien se nota en el título, es alrededor de lo que significa el árbol que se plantean los alcances poéticos de esta parte. Inmovilidad aparente, lo que en verdad importa son las raíces que lo vuelven mudable: “árbol / piedra / raíz desde mi centro / tu voz se precipita / rosa de caridad: / aurora.” Hay mucho en “Mudanza del árbol” que me hace recordar El sol del membrillo de Víctor Erice: el cómo se condensan la luz y el tiempo alrededor de lo que significa el árbol, los frutos y las semillas, la conciencia de un ciclo en el que la memoria desfila a la par de la transformación arbórea. Es también, y creo que aquí radica el mayor alcance de “Mudanza del árbol”, la búsqueda de un pasadizo hacia el propio centro (“Uno se vuelve siempre / el árbol que lo habita”). Y es un centro que, como he señalado párrafos arriba, reside en muchos sentidos en la posibilidad del lenguaje: “No hay mucho que escribir / pero su aroma / es la voz sigilosa que aún nombra / el color de la lluvia, / el sonido de un beso, / la caridad del aire cuando limpia / la tristeza del mundo, / el poder de las cosas / sencillas y olvidadas / que habitan en nosotros.”

Mucho se ha hablado del mal momento en que se encuentra la poesía. No obstante, encontrar una voz de profundidad tan distinta a aquellas que se desviven en el vano riesgo del experimento gratuito no puede sino recordarnos que la poesía, como toda manifestación cultural, existe en un territorio de claroscuros y, como su nombre lo indica, Luz de la materia irradia su lugar.


Posted: April 24, 2012 at 7:54 pm

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