Los colonos, de Felipe Gálvez
Naief Yehya
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En el año 1901, el “teniente” MacLennan (Mark Stanley) alias el Chancho colorado (por ser pelirrojo y un criminal brutal), un exsoldado escocés del ejército británico que trabaja como capataz; Bill (Benjamin Westfall), un cowboy mercenario estadounidense que puede “oler a un indio a millas de distancia”; y Segundo (Camilo Arancibia), un mestizo que es un tirador asombroso, son enviados por el terrateniente José Menéndez (Alfredo Castro) para recorrer sus posesiones en la Tierra del Fuego, elaborar un mapa y exterminar a todos los nativos posibles. Así, este trío queda a cargo de la limpieza étnica del sur de Chile. Esa es la premisa de Los colonos, un desolador western nihilista del fin del mundo que es el debut en largometraje del director Felipe Gálvez, el cual coescribió con Antonia Girardi. La trama mezcla realidad (la familia Menéndez en la vida real sigue siendo dueña de un enorme porcentaje de esa tierra), ficción, compromiso político y la carga mítica del western, que va de la fantasía del territorio fronterizo e indómito a la certeza del cambio modernizador que inevitablemente viene e implica la desaparición de mundos.
Al ver Los colonos resulta imposible no pensar en cintas recientes que tocan temas similares como la fabulosa Zama, de Lucrecia Martel (2017) y Jauja, de Lisandro Alonso (2014), así mismo se percibe la influencia de la banda de asesinos de indios y mexicanos de la novela Meridiano de sangre, de Cormac McCarthy (1985) —considerada desde hace una década imposible de filmar, aunque aparentemente está a punto de ser llevada a la pantalla por John Hillcoat, quien filmó The Road (2009). Las cintas mencionadas, que alguien se sentiría con la tentación de llamar posmodernas, también presentan la historia con una perspectiva deliberadamente anacrónica como una manera de mostrar un pasado vivo y pulsante que sirve para interpretar un presente que no ha cambiado mucho más allá del vestuario.
La mayoría de los mitos nacionales son resultado de ajustes cosméticos a historias de horror, depredación y abuso. No es fácil para un pueblo confrontar las monstruosidades cataclísmicas, masacres, purgas sociales y limpiezas étnicas del pasado. En este caso se trata del genocidio de los Selk’nam, quienes tienen la desventura de habitar las tierras por las que Menéndez desea tener paso para llevar su ganado hacia el océano Atlántico. La eliminación de un pueblo pacífico no es una buena anécdota para tratar de construir una leyenda de orgullo y unidad nacional.
Bill y el presunto teniente mantienen una tensa relación, despojada de cualquier atisbo de solidaridad. Lo único que los une es la ambición y la brutalidad (el Chancho no tiene miramientos para eliminar a quien sea y Bill colecciona orejas de sus víctimas) por lo que asesinar y violar indígenas les parece natural. Segundo, quien intenta pasar desapercibido y mantenerse al margen, es forzado a participar en los crímenes para sobrevivir, con lo que se enfatiza la complicidad de los nativos en los crímenes de la ocupación. Gálvez construye su relato a partir de la realidad histórica pero más que intentar una narrativa fiel a los hechos se vale de la literatura, el arte y las leyendas populares para elaborar una reflexión sobre el colonialismo y no una cinta histórica en forma, un testimonio realista o un documento didáctico.
El impacto más evidente de la cinta de Gálvez es el que produce la grandeza del paisaje, la apabullante belleza de esa tierra de extremos y desolación, retratados con excepcional maestría por Simone D’Arcangelo. No hay momento en que los personajes no se vean empequeñecidos por la inmensidad (continuamente son enmarcados en tomas muy amplias) y la desafiante hostilidad inconquistable. Por eso algunos se preguntan para qué sacrificarse por esa tierra remota y abandonada donde no hay nada. Así mismo, la pista sonora de Harry Allouche imprime un carácter de solemnidad y enajenación inquietante. Gálvez se vale de las mencionadas convenciones del western para presentar reflexionar sobre esta frontera que se imagina como el punto de quiebre de la cultura, la región donde supuestamente rige la barbarie y que expone la verdadera naturaleza criminal de lo que llamamos civilización. Los viajeros representan la paranoia y ambición colonial por lo que los encuentros que tienen con otros representantes de poderes extranjeros también dan inevitablemente un giro hacia la violencia, ya sea simbólica en forma de competencias de fuerza y machismo o bien real. El encuentro con el coronel británico Martin (Sam Spruell) sintetiza la visión de un mundo victoriano enfermo de poder y fuera de control que proyecta sus delirios de raza y clase, así como sexualiza su autoridad y supremacía.
Y si bien desde la primera secuencia se establece la brutalidad y sadismo de quienes han venido a invadir y posesionarse de esa región, Gálvez no permite un regodeo con la violencia ni convierte la carnicería en espectáculo, de tal manera filma la matanza de indígenas enfocando a los hombres, que entre la niebla, disparan sobre los inocentes. Así, elige los gritos de horror y dolor para transmitir el sufrimiento, en vez de mostrar cuerpos ensangrentados. Después de la orgía de horror y depravación, la cinta da un salto de siete años donde rencontramos a Menéndez en su casa familiar siendo entrevistado por un representante del gobierno, Vicuña (Marcelo Alonso) quien lo interroga al respecto de los abusos y atrocidades cometidas contra la población nativa. De esa manera la cinta recurre a contar el final de la expedición en vez de seguir con ella. Vicuña intenta catalogar la destrucción, reconstruir las atrocidades. Segundo se vuelve a ver en la necesidad de cumplir con gente poderosa, ahora como relator de una historia que desea olvidar y aunque se le ofrece la ilusión de ser parte de la historia de su país, tiene buenas razones para saber que esas promesas son falsas y que se trata de una estrategia de relaciones públicas y una manipulación gubernamental para crear la ilusión de unidad de la nación. Esta labor resulta fútil y termina reduciéndose a filmar a una pareja de indígenas felices, sobrevivientes y agradecidos con el estado.
Este es un tímido, pero considerable ajuste de cuentas con la historia, con un tiempo en que “la frontera es una propiedad”, como dice Gálvez sin importar los problemas de soberanía y límites nacionales.[1] El hecho de que las posesiones de Menéndez se extienden por Chile y Argentina pone en evidencia la precariedad del poder político ante el económico en el capitalismo colonialista salvaje. El estreno de la cinta coincide con la masacre que lleva a cabo Israel en Gaza en donde ha puesto en evidencia una vez más su despiadada obsesión colonialista y demuestra que las cosas no han cambiado en la tercera década del siglo XXI y tanto el genocidio de los nativos como la limpieza étnica siguen siendo los mecanismos predilectos de los ocupadores.
[1] https://www.bbc.com/mundo/noticias-65930070
Naief Yehya es narrador, periodista y crítico cultural. Es autor, entre otros títulos, de Pornocultura, el espectro de la violencia sexualizada en los medios (Planeta, 2013) y de la colección de cuentos Rebanadas (DGP-Conaculta, 2012). Es columnista de Literal y de La Jornada Semanal. Twitter: @nyehya
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Posted: January 23, 2024 at 10:32 pm