Essay
Lugares de Margo Glantz Shapiro
COLUMN/COLUMNA

Lugares de Margo Glantz Shapiro

Adolfo Castañón

I

No recuerdo cuándo vi por primera vez escrito su nombre. Tal vez fue en una revista Punto de partida, la publicación fundada en 1966 para auspiciar y fomentar la escritura de los jóvenes desde difusión cultural de la UNAM, entonces encabezada por Gastón García Cantú. O en un suplemento de Siempre!, en aquellas páginas negras del centro (La cultura en México), animadas por su amigo Carlos Monsiváis, o si fue en la reseña de una exposición de algún pintor (¿Felguérez, Toledo?), al pie de una fotografía de una mujer esbelta y elegante, o si fue en la portada de Onda y escritura, la antología de la literatura mexicana publicada por Siglo XXI en 1971 y en la cual se encontraban presentes: Jorge Aguilar Mora, René Avilés Fabila, José Joaquín Blanco, Xorge del Campo, Ulises Carrión, Fernando Curiel Defossé, Margarita Dalton, Edmundo Domínguez Aragonés, Manuel Echeverría, Luis Carlos Emerich, Manuel Farill, Parménides García Saldaña, Margo Glantz, José Agustín, Héctor Manjarrez, Carlos Montemayor, Raúl Navarrete, Jorge Arturo Ojeda, Orlando Ortiz, José Emilio Pacheco, Roberto Páramo, Eduardo Rodríguez Solís, Gustavo Sainz, Esther Seligson, Gerardo de la Torre, Juan Manuel Torres, Jaime Turrent.

La antología llevaba un sustancioso “Estudio preliminar”, híbrido de sociología literaria, crítica y análisis sicológico. Lo confieso. No fui alumno de Margo (1930). En cambio, fui su lector. La veía pasar rodeada del cardumen de sus alumnos, discípulas y alborotados seguidores, que me intimidaba. Por A o por B, me he encontrado con ella en sitios diversos y a veces inusitados, casi siempre de viaje o camino hacia algún lugar. Una vez, muy de mañana, en el Parque de la Venta en Villahermosa Tabasco, salí a caminar con mi esposa Marie antes de las 7am. Entre las frondas de la exuberante vegetación, de pronto, adivinamos un deslumbrante atuendo blanco deslumbrante y un gran sombrero de fina paja… “¡Margo! ¿Qué haces aquí tan temprano?”, le preguntamos. “Lo mismo que ustedes. Salí a caminar para respirar lejos del grupo.” Era un vestido hindú. Ella llevaba oscuros lentes caros para protegerse del sol, se los quitaba y se los ponía, y caminaba velozmente. No había forma de seguirle el paso. Ése es uno de sus rasgos, pensé: la velocidad, la rapidez, el paso decidido del que sabe a dónde va. En efecto, Margo sabía a dónde quería llegar en ese santuario construido por Carlos Pellicer, el poeta versátil que lo mismo era capaz de hacer versos bien labrados que de encabezar una expresión arqueológica o armar un Nacimiento. Velocidad y versatilidad. No en balde Margo, la hija mimada del legendario y viajero escritor Jacobo Glantz (1902-1982), era amiga cercana de Carlos Monsiváis, Sergio Pitol, Luz del Amo y otros pocos más que componían el avispero rumoroso y a veces zumbón de parte de la literatura mexicana y sus atmósferas.

II

Otra vez vi a Margo en la Universidad de Brown. A dónde había invitado el crítico peruano Julio Ortega a un grupo de escritores. Otra vez la volví a encontrar muy temprano en la mañana en el desayuno. “¿Por qué tan temprano, Margo?” “Me gusta desayunar antes que todos para estar más tranquila.” Estuve a punto de retirarme, pero me pidió que me quedara, y empezó la conversación o más bien el interrogatorio, a quién conocía, qué opinaba de B o de X, por qué pensaba qué… Margo curiosa. Interesada en detalles como la forma de los zapatos o la de los vestidos. Margo observadora: si la vajilla estaba bien lavada, si los dormitorios eran demasiado estrechos… Margo es algo traviesa y provocadora, casi como una niña mimada que se ha vuelto abuela. Golosa, devoradora de libros. Margo traductora de Georges Bataille o de los viajeros extranjeros a México como el conde Raousset-Boulbon. Margo: un sabueso literario con olfato instintivo para buscar la presa de la fábula o el folletín entre la selva de la historia.

III

Y mientras me la seguía encontrando en libros, publicaciones y revistas de hispanismo y de cultura virreinal, en las estribaciones de Sor Juana, en los claustros de las monjas escritoras que fueron sus contemporáneas. Me seguía encontrando sus huellas en Chile o en París, en Madrid o en Barcelona, Guadalajara, Querétaro, Nueva York o Buenos Aires, mencionada por Roberto Hozven o por Amos Segala o por los amigos de la Fundación MAPFRE, o citada por Sergio Pitol, Jordi Herralde o Tamara Kamenszain, con quien se escribió durante mucho tiempo. Margo recuerda cómo, en un homenaje que le hicieron en Buenos Aires, Tamara leyó sus cartas y ella se puso a llorar. No sólo era una suerte de Ahasverus femenino o de Sinbad híbrido de Sherezada, la gentil dama a quien le gustaba escribir tenía y tiene un ojo no sólo de etnólogo, sino de entomólogo, y un olfato infalible o si se quiere un oído de tísico que sabe dónde cae una nota en falso, como puede recordar un lector de El rastro (2002).

IV

Margo empezó a viajar desde muy niña. Primero a través de los libros que devoraba aconsejada por ese Jacobo Glantz legendario que la llevó de la mano a conocer a los grandes y pequeños maestros de la literatura rusa. No sólo Tolstoy o Dostoievsky y Chéjov sino Korolenko, Kuprin, Afanasiev y, desde luego, más tarde, a la gran literatura alemana y judía (Franz Kafka, Thomas Mann, Robert Waltzer). Margo Glantz Shapiro pertenece a varias tradiciones, una de ellas es la de la literatura judía universal, marcada por las huellas del holocausto y la memoria de la Shoah, pero también atraída por la luz del cristianismo. Margo, al igual que Sergio Pitol, es una bibliopolita y una polígrafa que salta de la narración al diario, a la crítica textual y a la historia.

Margo es como una encarnación femenina de Alfonso Reyes. La diversidad de su obra es paralela a su tentación hacia y desde lo fragmentario: “Me acuerdo que para Alfonso Reyes, en el proceso de trituración que exige la comida mexicana, se revela una técnica de disminución o una artesanía de la acumulación” (Yo también me acuerdo, México, Sexto Piso, 2004, p. 153).

V

Tengo la teoría que es casi una certeza de que cuando la hija de Jacobo Glantz y la esposa de Francisco López Camara, la estudiante que fue a París a principios de los años 50, no llegó como una advenediza sino como una hija pródiga, una heredera que regresaba a reconocer los lugares de la escritura que la había engendrado. No perdió tiempo ahí. Descubrió a Georges Bataille, al que tradujo, y leyó a Roland Barthes. Asistió a algunos cursos de Martin Buber y caminó infatigablemente por las dos orillas del río Sena. Trajo en las maletas un conjunto de actitudes no sólo francesas sino europeas e incluso inglesas. Evelyn Waugh, Nancy Mitford, y mucha música y mucho Lacan. Tema central: el psicoanálisis. La fecha en que Margo Glantz descubrió el psicoanálisis y pensamiento semiológico es decisiva. Esas coordenadas están presentes en el prólogo a Onda y escritura, que cabría comparar con los prólogos de Carlos Monsiváis y José Emilio Pacheco a sus antologías de la poesía mexicana del siglo XIX y XX.

VI

No puede dejar de mencionarse su papel en la crítica literaria como constructora de categorías conceptuales y como testigo activo del devenir de nuestras letras, presentes y pasadas. Ejemplo: la antología Onda y escritura con su “Estudio preliminar”. Su función como animadora, editora, promotora y generosa partera de las vocaciones literarias de los futuros lectores y escritores. Y es que ella ha sabido darle sentido al presente y al pasado. Esa mirada de la crítica o desde la crítica es una “mirada viajera”, colindante con la del etnólogo. No es casual que le interesen tanto las crónicas de los viajeros y la mirada sobre México de éstos pues, en cierto modo, ella misma es una etnóloga y, en esa medida, una peregrina infatigable que no sólo ha cruzado fronteras físicas sino también fronteras intelectuales, una “paseante” o “pasajera”, en el sentido de Walter Benjamin, que sabe transitar y conectar distintas esferas. Eso lo hace desde una experiencia íntima de la inestabilidad y del sentido del “naufragio”, un tema que recorre su literatura. Pero del naufragio, de nuevo, lo que le interesa es la forma del naufragio, de nuevo está ahí la fidelidad a esa mirada de la etnología o de la historia de la cultura. Es natural y casi necesario que nuestra autora haya sabido crear una familia electiva, una red o unas redes en sus viajes dentro y fuera del país… Lo que está en juego en su quehacer intelectual es el movimiento de los cuerpos a través de las fronteras. De ahí que en sus letras, la atención al orden de la corporalidad forme parte central de su proyecto.

Margo Glantz ha sabido encontrar en el ejercicio de la crónica y de la anacrónica a través del periodismo formas de comunicación eficaces y atentas, como lo puede estar un sismógrafo, a los movimientos y estremecimientos del cuerpo social. No es extraño que Margo forme parte de esa familia de testigos indiscretos pero altamente confiables que han sido José Emilio Pacheco, Sergio Pitol, Carlos Monsiváis. No se puede olvidar que leyó, por así decir, en el momento en que se publicaban las Mythologies de Roland Barthes y que en cierto modo sus letras están iluminadas por ese resplandor intelectual, a la vez artístico y político.

VII

Siempre de viaje, saliendo hacia Madrid o hacia Noruega, hacia Chile, Colombia, Argentina y con los oídos y los ojos abiertos. Dispuesta a cargar libros o revistas y afilar el lápiz aforístico vía Twitter para no perder el hilo de la conversación en la aldea o en el mundo. La recuerdo en el hospitalario patio del restaurant El Zéfiro con Carmen Beatriz López Portillo y su amigo y seguidor Mario Bellatin. Ese día llegó con un vendaje en un pie pues había tenido una caída caminando en Coyoacán. O la recuerdo antes en su casa oyendo anécdotas contadas por Ninfa Santos en compañía de Fabienne Bradu. O en los largos viajes en taxi desde la Academia donde íbamos dejando en el camino a Guido Gómez de Silva o a Julieta Fierro; o bien los dos solos poniéndonos al día de las vidas y enfermedades de nuestros amigos Sergio Pitol y Carlos Monsiváis. La recuerdo viéndola llegar con Susana Glantz, su hermana, a la cena con Francisco González Crussí, galardonado con el Premio Pedro Henríquez Ureña, a quien ambas habían conocido de jóvenes. O, en fin, en las no tan breves conversaciones que sostuvimos para poder armar el guion del video que le dedicó la serie Los maestros detrás de las ideas, producida por la UNAM y fundada y animada por mí. En su casa de Tres cruces conversé algunas tardes con ella y recuerdo el olor a café y a casa impregnada de un leve perfume a limpio flotando en la silenciosa, monacal atmósfera. Pues, hay que decirlo, Margo, la estudiosa de Sor Juana y de las monjas escritoras enclaustradas e inéditas del virreinato, participa de cierta condición monacal, como de madre superiora o tutora mayor de un colegio de beguinas.

VIII

Un día leí en La Jornada una página de Margo en la que decía que había sido discípula en la Preparatoria del olvidado filósofo mexicano Adolfo Menéndez Samará, autor de Dos ensayos sobre Heidegger (1939). Fundador de la Universidad Autónoma de Cuernavaca, y maestro también de Jesús Castañón Rodríguez, mi padre. Yo me llamo como me llamo en su memoria. Eso me une a Margo, por así decir, desde antes de nacer, pues me la imagino cruzándose con ellos en alguno de los patios de San Ildefonso.

IX

En una carta de Emilio Uranga a Luis Villoro, fechada el 9 de agosto de 1956, dice:

Oí a Buber. ¿Te acuerdas? Dos conferencias en que ha hablado sobre una frase de Heráclito: en la vigilia el mundo es común, en el sueño cada quien tiene su mundo privado. El imperativo moral por excelencia es la vocación a lo común y no la inmersión en la privacidad intransferible de cada quien. Criticando a Huxley por sus experiencias con la mescalina ha recordado honda y sinceramente que la tarea humana es abandonar la intimidad y abrazarse a lo comunitario. Pocas veces he oído expuesto este asunto con maestría sabia con que este hombre lo transmitió.

La cita de Uranga viene a cuento porque cuando estaba trabajando en la preparación del libro Años de Alemania, le pregunté a Margo si ella había lo había conocido en París. No recuerdo qué me respondió, pero sí que me comentó que recordaba que había ido en ese año a escuchar las conferencias de Martin Buber en el College de France, cuando era esposa de Francisco López Cámara. No he podido averiguar el título de dicha conferencia.

X

Margo vivió en París cinco años. Cuando salió de esa ciudad, en 1958, dice que lloró “porque no iba a volver a ver los adoquines”. Los adoquines fueron muy importantes años después: “me acuerdo que en las manifestaciones de 1968 los estudiantes los utilizaron para combatir a la policía como en la época de la comuna. Todos los adoquines fueron sustituidos por asfalto” (Yo también me acuerdo, pp. 91-92).

Caminar, pero también marchar: “Me acuerdo que llevo 65 años participando en marchas de protesta”.

XI

Los trabajos Glantz sobre Sor Juana son otra de sus facetas importantes. A su vez la figura de la monja le ha servido a Margo para construirse un espacio imaginario y un lenguaje, un punto de referencia y un espejo como el de Blanca Nieves, que le sirve para medirse a sí misma. “Me acuerdo que Octavio Paz pensaba que hablar de Sor Juana Inés de la Cruz era como hablar de sí mismo”. Esto siente en Yo me acuerdo, libro de memorias, enunciado en frases cortas como picoteos en Twitter y movido o armado como una larga sesión de psicoanálisis donde el paciente se dice en libres asociaciones que van cercando y asediando los lugares de la memoria y del recuerdo, al tiempo que construyen una autobiografía de cuerpo entero. Ahí aparece Margo como testigo del siglo, del entre siglo, el plazo largo de la cultura y de las letras que lo mismo ve a Frida Kahlo, a Diego Rivera, a Marc Chagall o a las anécdotas del Holocausto o la tumba de Paul Celan en París, que a la Venus del Milo con telarañas o a asiste al estreno de esperando a Godot de Samuel Beckett en París, en enero de 1953. Ese haber estado ahí a lo largo de los años confiere a Margo Glantz un sitio único y nos hace reconocer en ella una mujer-mundo, una custodia de los santuarios de la memoria capaz de hablar de la historia al reconstruir el espejo de su propia experiencia.

Escrito en espiral, Yo también me acuerdo se presenta como un libro escrito desde ese ostinato continuo que evoca al Bolero de Ravel. Una marcha, o más bien un ascenso o un descenso iniciático hacia el centro de la tierra, para encontrar al Rey del mundo. Melquisedec, un libro de memorias que puede ser leído como una testamento interminable o un obituario filtrado sorbo a sorbo, declinado peldaño a peldaño por una paradójica escala de Jacob concebida por M. C. Escher.

 

Adolfo Castañón. Poeta, traductor y ensayista. Es autor de más de 30 volúmenes. Los más recientes de ellos son Tránsito de Octavio Paz (2014) y Por el país de Montaigne (2015), ambos publicados por El Colegio de México. Premio Alfonso Reyes 2018. Twitter: @avecesprosa

 

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Posted: November 11, 2020 at 7:14 pm

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