Nicanor Parra 1914-2018. La antipoesía y la prosa que la explica
Nicolás Cuéllar Camarena
Al poeta Raúl Aguayo, quien hizo posible este texto
Para Pound, el poeta sólo debía usar el verso libre cuando era absolutamente necesario, sólo cuando la poiesis genera un ritmo más hermoso que el dispuesto por la métrica tradicional; más real, más íntimo e interpretativo que la medida del verso regular. El verso libre del que hablaba Pound representa un ideal de ruptura para los poetas de principios de siglo, ruptura con el establishment estético del verso isabelino, con la decadencia del realismo agonizante de los autores modernistas y, especialmente, con la falsa economización del lenguaje.
En contraposición a esta idea, el poeta chileno Nicanor Parra inició un movimiento literario que buscaba privilegiar «el hablar comunal y colectivo, la despoetización de la vida por medio de una sabiduría mundana», como menciona Julio Ortega en el prólogo de Poemas para combatir la calvicie. La obra de Parra es un alegato por la vida despoetizada, una expresión a la que decidió llamar antipoesía, contradiciendo los ideales estéticos del verso libre norteamericano y latinoamericano. Esta contraposición se justifica en la semántica misma de la antipoesía: «la recuperación del habla empírica como forma lúcida de la vida cotidiana. La poesía que recobra el habla que la enuncia, lo vivo diario debe darse en la ocurrencia hablada, esto es, como la pura duración del decir», como bien recalca Ortega. El antipoema es una expresión de la cotidianidad humana por medio del verso; esta idea, relegada de la creación poética, representa una visión tangencial a lo perpetuo, lo etéreo y lo inalcanzable que proponían las pautas generacionales del modernismo latinoamericano y la escuela del lenguaje norteamericana.
El antipoema se validó del lector mediante una interpretación lúdica que permitía distender lo que se entendía como expresión poética chilena en medio siglo XX: una cosmovisión política, comprometida con los ideales populares y de orden socialista o, al menos, de izquierdas. Parra, a pesar de ser un poeta de lo popular, no contraía un afiliación que le forzara a extender su poesía hacia un campo partidista.
Como expresión literaria, la antipoesía termina validada como poesía porque no es otra cosa que «poesía nueva que se nutre del lenguaje hablado y del lenguaje poético tradicional, ironizándolo», afirma René de Costa en el prólogo de Poemas y antipoemas. Esto representa, concretamente, un parteaguas en la visión de lo que, hasta el año de 1954, cuando se publicó Poemas y antipoemas, se reconocía como poesía y verso.
En Lectura para un soliloquio (y otros cuentos), la intención de construir un antipoema radica en la contemplación de lo cotidiano: una abstracción derivada de la expresión popular a la que está expuesto el poeta, decantando lo empírico del día a día para generar la antipoesía. Esta lectura es un boceto imaginario y contrafactual de lo que el antipoeta, en este caso Nicanor Parra, desecha, modifica y ordena para llegar al resultado final, aquél que el lector puede interpretar y apropiarse para validar el aspecto lúdico de esta construcción poética. La forma literaria que aquí intenta desmenuzar la antipoesía es todo aquello que no sea el ensayo; aunque el “antiensayo” no está validado todavía, podríamos jugar a que ese es el nombre que busca retratar las aproximaciones del antipoema. El resultado es la culminación implícita de la obra que reúne las condiciones necesarias para ser llamada antipoesía: todo lo que se lee a continuación es una lectura imaginaria de Nicanor Parra, presentada a modo de cuento y permaneciendo, así, en el mundo de lo intangible de la antipoesía.
Lectura para un soliloquio (y otros cuentos)
Me invitaron a una lectura de poesía en la Casa Gabriela Mistral, calles arriba del centro de Santiago. Era el lugar ideal para leer poesía ya que con la voz natural te alcanzaba para que se percibieran la fonética del poema y las pausas que había que hacer para vestir bien las obras escogidas. Había preparado mi introducción con bastante tiempo de anticipación: era la primera vez que se me tomaba en cuenta en este tipo de ejercicios literarios y no quería dejarme mal parado. La introducción era cardinal para la lectura, debía justificar por qué desconocía a la poesía y qué era lo que debía hacerse en su lugar. Tenía tiempo escribiendo sobre cualquier cosa que pasaba en mis días y le daba la forma de estrofa y respetaba, a veces, una que otra métrica. Por lo general no me obsesionaba con eso, para mí lo más importante era romper con los vicios del lenguaje poético, esa zalamería innecesaria que había conseguido que la poesía aburriese a todos y se entendiera en otros menos. Conocí a un tal Pablo Neruda en la Casa Mistral y me dormí a la mitad de sus Odas elementales, libro que publicó hace apenas unos meses. “Es un fuera de serie”, decían mis amigos de la universidad mientras se cambiaban los pañales entre poemas y creían que Octavio Paz no merecía el Nobel cuando su universo fue más grande que nosotros. Quién más que Paz para definir las vanguardias, contestaba mientras les aventaba el libro de Los hijos del limo a los ojos.
Para la lectura había escogido un par de poemas que eran los que más me interesaba dar a conocer: Soliloquio del individuo y Oda a las palomas. En el primero contaba la historia del hombre como artífice de su mundo, su paso por la conquista de la ciencia y la tecnología. El segundo era una burla descarada e irreverente a la poesía de Neruda y sus formas muy elementales y poco refrescantes. Ambos poemas eran parte de un conjunto de creaciones a las que consideraba antipoesía (o no poesía). Más tarde regresaré a esto.
Recuerdo haber ido apretado de tiempo porque cuando llegué ya estaba casi todo el barrio ahí. Debo reconocer que no esperaba a nadie y la cantidad de gente que había representaba algo sumamente retador: ahora, más que nunca, había que ser infalibles y concretos. La mecánica de mi lectura tenía que ser perfecta, justificando la elección de cada poema así como el porqué de su creación. La cuestión aquí era un poco más complicada: yo no escribo poesía y no leo poesía, sino todo lo contrario: escribo para tumbar a la poesía sacramentada y para que la misa en la que se presenta no sea el acto servicial que es hoy en día. Me gustaría que la mayoría viera el daño que le ha hecho, por dar un ejemplo, la política a la poesía, por toda su carga panfletaria a la que se ve expuesta; chantajista o trepadora del dolor y causa ajenos. Aborrezco el panfleto y toda su falsa lucha: no es más allá de un poema deshonesto que aprovechó la coyuntura para hacernos creer que estaba dolido y ocupado por las causas de todos nosotros. Gracias, pero no gracias. No necesitamos de un poema para sentirnos entendidos o defendidos. Lo que menos debía entrar en batalla y mancharse de sangre era la expresión poética. Ésta debe radicar en la voz del pueblo y no en las decisiones de las élites. Pero esta seguirá siendo otra discusión para otro día.
Me presenté a la mesa delante de los asistentes y ya no había marcha atrás. Me senté como dudando de si iba a ser mi última silla o si me iban a perdonar la vida. Iba yo a defender mi antítesis poética ante un jurado de unos cien sinodales, armado con potentes calibres de argumentos y largas lecturas. No veía el tiempo para empezar a repartir mi ego a hombres y siniestras. Decidí comenzar antes de que el silencio fuera señal de debilidad y después de que la prisa me delatara lo niño. Un joven de unos veintisiete años tuvo la noble tarea de leerle mis cartas al público. Lo hizo fatal el pobre porque no se dio cuenta que todo mundo sabía quién era yo: un joven poeta que estaba apavorado. Terminó la corta y penosa enumeración de un logro literario y me cedió el habla.
Comencé entonces: Queridas y queridos asistentes. Hoy vengo a decirles que no creo en la poesía. (Primer silencio). Al menos no en la poesía que estamos construyendo. Creo en una poesía más cercana a ustedes y a quiénes somos los creadores. La poesía está totalmente violentada en nuestro país porque la tomaron los partidos políticos y las alabanzas a cualquier poste de luz sin alma. Hay que despoetizar la vida, señores. Hay que escribir y regresar a la piedra que tallamos por primera vez, hay que construir de nuevo nuestro mundo. Tenemos que inventar de nuevo otras ciencias y tecnologías que no segreguen a la naturaleza o la hagan la esclava de los poderosos. La naturaleza es nuestra, señoras. (Oía unos ahogados e incómodos suspiros). Nosotros somos los Individuos que han permitido poco a poco a un solo individuo adjudicarse la evolución de la vida. Cuando escribí el “Soliloquio del individuo” tuve que pasar por muchas anotaciones y otras cuantas razones que vengo hoy a compartirles. Quiero que conozcan cómo trabajo la antipoesía. Cuál es mi lucha en contra de las odas, por ejemplo. Hoy vengo a leerles una oda también, que se mofa de las “huevona’as” de Pablito y su amor por un calcetín. (La molestia hizo abandonar a diez personas). Habrá que tener grandes los oídos porque tal vez no les guste lo que van a escuchar, pero es muy válido, queridos jueces. Es válido porque es poesía y a ustedes que les gusta la poesía deberían de apreciar cualquier intento honesto por crearla. No espero que no me cuestionen cuando ustedes son la clase de hincha que no deja ir un saque de banda mal marcado y que revienta a los “hijoputas” que sólo van a cobrar a sus equipos y le arrebatan los sueños a los pequeños. Todo eso hacen con la poesía y está muy bien. Pero para mí esa afición tiene que parar, señores, tiene que parar o nos vamos quedar bien “ahuevona’os” y pobres en nuestro lenguaje de lo que es la vida de la poesía. La poesía tiene un ciclo y como todo ciclo es sano que algo termine y empiece distinto. Tenemos muchos años viendo cómo otras generaciones fueron testigos de ello y ahora nos toca a nosotros disfrutar de este cambio positivo. (Nadie que quedaba entendía nada). Miren bien con esos oídos tan privilegiados que tienen: yo no vengo a leerles poesía el día de hoy, así que es momento de que quien quiera o espere que eso suceda, salga de la Casa y nos permita tener éxito aquí adentro. (Abandonan dos filas de diez personas cada una). Yo espero que entiendan que no soy el antihéroe de nuestra poesía chilena. Aquí en esta Casa que lleva por nombre a nuestra Premio Nobel y que es la voz de todas las siniestras aquí presentes (abandonan unas veinte feministas y quedan diez que parecían no entenderme nada) y que por ella Chile es lo que es hoy: un país de altos vuelos literarios al que se le reconoce en muchas lenguas del mundo. Señoras y señores: hoy no vengo a leer poesía. Estoy cansado de las lecturas de siempre que lo que hacen es siempre dejar bien parado al autor. Qué tal que nos juntemos a leer al autor como se merece, sin “enmielarle” el trabajo y ayudarle con su errática puntuación. Pero no, a ustedes lo que les fascina es que les lean al oído como si el que está de este lado estuviese tratando de llevarles a la cama (se para todo católico y quedan veinte chilenos en la sala) para no hacer menos cosas que los asuntos que tratan esos falsos poemas (se iba a parar un escéptico de Benedetti pero le ganó la flojera). Yo creo que aquí lo que nos queda antes de que yo comience mi lectura de no poesía de esta noche es que ustedes lean también. Si un gran problema de este mundo literario de ahora es que la gente no lee y quiere escribir ya el “Altazor” en dos sentadas. La cosa no es así: ustedes todavía no conocen de sensibilidades suficientes si no se han acercado a las múltiples mareas con las que te marea la vida. No todo es este barrio privilegiado lleno de burgueses que dicen saber de arte como los porteños argentinos que describirá Cortázar en un par de años, pero que al final son unos nuevos ricos en todo. Incluyendo la cultura que consumen. (Con poca decencia abandonan la lectura quince pelados vestidos de traje y pañuelo que parecía que planeaban mi muerte o algo por el estilo). Recordemos al padre de muchos, Girondo, como una excepción a la regla y no tratemos de imitar su ingenio. Yo hoy no vengo a leer poesía, queridos chilenos. Lo que trato de exponer el día de hoy no es mas que un intento por transformar la cosmovisión que se tiene del verso libre. Es hermoso que se le llame verso libre. Se mal entiende eso de libre y me molesta porque me gustaría así llamarle a mi lucha pero ya me quemaron el nombre casi todos ustedes. (De cinco que quedaban, la mitad de una fila, quedaron dos). Tal vez la antipoesía todavía no sea para los que gustan de esto ya que no sabremos cómo leerla en voz alta. No son los mismos sonidos ni las mismas formas fonéticas. No tiene una métrica concreta y sus sílabas son huérfanas de El Padre. Será complicado no leerla como poesía pero por ningún motivo se deberá leer distinto, señores. No me atrevería a hacerles perder su tiempo y ser con ello un maleducado, pero puede que esta lectura no tenga ningún sentido. (Se va todo Chile y con ellos el cinismo moderno). Pero como me pagan por escribir y al final este es también mi trabajo, creo que es momento de que comencemos esta lectura. Si les parece bien, primero leeremos la “Oda” y después el “Soliloquio”.
Bien, pues comencemos.
Nicolás Cuéllar Camarena (Guadalajara 1991) es cofundador y editor en jefe de Dharma Books + Publishing. Estudiante de Literatura Latinoamericana en la Universidad Iberoamericana. Actualmente trabaja como asistente de investigación y proyectos en el área de Archivos Históricos de la Biblioteca Francisco Xavier Clavijero. Su Twitter: @CuellarCamarena
Posted: January 23, 2018 at 11:48 pm
Qué buen texto, felicidades. Muy interesante la introducción. Me gustaría añadir que Parra, además de poeta, era un gran artista. Sus artefactos traspasaron las barreras del verso. Saludos!
Alguien me puede decir sobre la base de que texto se hicieron los poemas de parra?