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Qué no hacer más en el presente milenio
COLUMN/COLUMNA

Qué no hacer más en el presente milenio

Alberto Chimal

Italo Calvino, el gran escritor italiano, murió de forma repentina en septiembre de 1985. Estaba trabajando en seis conferencias que iba a impartir en la Universidad de Harvard; no llegó a empezar la escritura de la última. El propósito general de su serie era dar a conocer “valores” o cualidades esenciales de la literatura que, según Calvino, podrían y deberían cultivarse en lo que entonces se llamaba “el nuevo milenio”, es decir, en su futuro: en este presente.

Las cinco conferencias que Calvino sí terminó se reunieron en un volumen que apareció en 1988 con el título Seis propuestas para el próximo milenio. Las cualidades de la literatura que se discuten en él son levedad, rapidez, exactitud, visibilidad y multiplicidad. La sexta cualidad hubiera sido consistencia, pero no se sabe nada de lo que Calvino planeaba decir alrededor de ese concepto.

Ninguno de los términos en el libro debe interpretarse literal ni superficialmente: por ejemplo, el ensayo acerca de la levedad no es una defensa de los textos insustanciales, y el de la rapidez no trata de lo muy breve o lo muy simple. Sin embargo, algo sucedió, por lo menos, con la traducción al castellano del libro, que se puso de moda en los años noventa y llegó a ser uno de los títulos más mencionados de su autor. Tal vez era que el conjunto daba la impresión de poder resumirse, comprenderse con facilidad, y al mismo tiempo provenía de un escritor famoso y apreciado. Tal vez como El castillo de los destinos cruzados, Las cosmicómicas, Si una noche de invierno un viajero y otras obras ya le habían creado a Calvino una reputación de autor de ruptura, de vanguardista “que mira hacia el porvenir”, Seis propuestas para el próximo milenio pareció a algunos una síntesis definitiva, algo como el no va más de los manuales de escritura creativa.

(El libro no es un manual, aunque sí sirve de muchas maneras para quien quiere escribir.)

O tal vez la fama de entonces no era tan distinta de la de hoy, y a veces se da porque se da, porque algo tiene que llamar nuestra atención y llenar los canales de contenido. Como adelantando prácticas del entretenimiento en línea, en aquel tiempo llegó a haber artículos que buscaban la visibilidad o la exactitud en el cine de Tarantino, que asociaban cada concepto clave con una bebida diferente (¿qué te da exactamente cuando tomas vodka?), etcétera.

Ahora que ha pasado una generación: que hay personas maduras y con descendencia que nacieron después de la muerte de Calvino, no escribo este artículo para ver si su libro “le atinó” a los cinco o seis recursos más utilizados por la literatura actual. Hacer eso sería idiota, porque Seis propuestas… nunca se plantea como una profecía ni como una serie de reglas. Es un libro de ensayos que recomienda características posibles de la escritura literaria. Ni siquiera me interesa ver si se le hizo caso a Calvino: si los nombres más importantes de la literatura de nuestro tiempo son los de quienes escriben una obra más leve, rápida, exacta, visible, múltiple o consistente.

No: más bien quiero plantear, reconociendo de entrada la influencia, algo como un reverso (a menor escala) de aquellas propuestas. Calvino quería señalar posibilidades para la literatura como literatura, cosas que aún podía hacer y, por el contrario, no podían hacer el cine, la televisión u otras artes. Su deseo era resaltar lo que la literatura aún era capaz de ofrecer al mundo. Pero al mismo tiempo, sin importar si los “valores” puramente literarios de Calvino siguen siendo válidos o no, actualmente hay ciertas cualidades (o al menos estrategias, recursos, figuras retóricas) de la literatura que han pasado a otras artes y medios y la han dejado muy atrás. Como mínimo, esas prácticas habituales de la literatura han sido enormemente desgastadas. Tal vez se les podría abandonar completa y definitivamente. Nadie las extrañaría porque están en todas partes.

La más visible es la ironía, por supuesto, pues ya es un modo básico de expresión de cientos de millones de personas y por lo tanto ha perdido todo sentido como una desviación paradójica de lo usual. Ya sabemos que cuando un político, una celebridad o un tonto de redes sociales dice algo, en realidad quiere decir lo contrario, y al mismo tiempo que no hay nada “detrás” de lo que dice. Ya nos parece natural que se pueda retorcer las palabras hasta el infinito y usarlas para nunca rendir cuentas de las propias intenciones.

Otra herramienta mellada es la referencia intertextual, como sabe cualquier persona que haya entendido un meme, o bien visto una película después de la parodia, ya sea en Los Simpson o en cualquier otro sitio. (O que nunca, nunca, se entera de que lo que ve en Los Simpson es una parodia, y de todos modos se ríe, porque ha aprendido que debe reírse.)

Otra más es el cruce de géneros, que además de perder su novedad se ha mercantilizado, y por lo tanto desaparecerá solamente con la catástrofe planetaria que destruya al capitalismo (y con él, quizá, a la especie). Las colaboraciones musicales entre músicos de nichos microscópicos, o las “experiencias” transmedia por las que una película se prolonga en una serie, un cómic, una colección de figuras Funko y cualquier otro producto, son pruebas de agotamiento tan evidentes como la moda, que no necesito explicar, de esas novelas que son “mitad crónica, mitad autobiografía, mitad ficción y mitad audaz experimento formal” (cuatro mitades, por supuesto: novelototas).

Otra es el epigrama y, a su alrededor, casi todas las formas y géneros de escritura breve que estaban tan de moda, sobre todo en línea, apenas hace diez años. La frase citable de Instagram o Twitter se las ha comido enteras, y ha agregado a las obligaciones de la brevedad y el ingenio la de elegir una foto bonita, o al menos una paleta agradable de colores para el software de diseño, y la de la asertividad (o la desvergüenza) para presentar plagios y lugares comunes como si fueran los más recientes descubrimientos filosóficos.

Y otra es el pacto ambiguo de la autoficción, que utiliza recursos de la autobiografía y de la novela sin acabar de inclinarse por ninguna de las dos como regla para leer la totalidad de su texto, haciendo que éste reverbere entre ambos extremos. ¿De qué sirve esforzarse para construir semejantes efectos con palabras cuando la misma indefinición, tentadora y a la vez inalcanzable, se puede lograr poniendo videos bien encuadrados con música y algún filtro bonito en TikTok?

(Casi invariablemente, para encontrar estos recursos sobreexplotados basta con buscarlos en memes y plataformas de video en línea.)

Para terminar, quiero subrayar que no me hago ilusiones. No creo que nadie vaya a hacer caso de mi lista. Todos los géneros, objetos fungibles y no fungibles y posibilidades discursivas que mencioné están muy de moda, en realidad, y por lo tanto van a seguir en la literatura, sea de modo brillante o de otros.

No se preocupen, pues, quienes están promoviendo en sus redes las fotos de su novela/testimonio/memoria/catálogo de frases llegadoras para el corazón, alternándolas con videos de su propia persona, tarjetas virtuales con las mejores frases, loops de su casa con fondo musical… No pasa nada. Sigue siendo verdad que cada texto puede ser la primera (o la única) lectura de alguien, y ese alguien puede llegar a ser su fan para toda la vida.

 

Alberto Chimal es autor de más de veinte libros de cuentos y novelas. Ha recibido el Premio Bellas Artes de Narrativa “Colima” 2013 por Manda fuego,  Premio Nacional de Cuento Nezahualcóyotl 1996 por El rey bajo el árbol florido, Premio FILIJ de Dramaturgia 1997 por El secreto de Gorco, y el Premio Bellas Artes de Cuento San Luis Potosí 2002 por Éstos son los días entre muchos otros. Su Twitter es @AlbertoChimal

 

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Posted: May 4, 2021 at 9:28 pm

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