Current Events
El país que no fue
COLUMN/COLUMNA

El país que no fue

José Antonio Aguilar Rivera

En días recientes la revista británica The Economist puso en tela de juicio la supuesta transformación que el país experimenta desde el 2018. Con aparente ironía llama al presidente López Obrador “el transformador”. Los editores señalan que a más de dos años sus promesas de campaña no se han cumplido. En indicadores básicos como la pobreza, el crecimiento económico, la violencia homicida y las muertes por Covid 19, el país tiene saldos que van de malos a catastróficos.

¿Era posible otro país? ¿Cómo se habría visto? Un gobierno de izquierda habría enfrentado enormes retos. No habría podido –ni querido– tapar el sol con un dedo. Tal vez, en sus primeros dos años habría lanzado ambiciosas políticas sociales, como un ingreso básico universal o un sistema de seguridad social no dependiente del empleo. Reformas arriesgadas que podrían haber cambiado la vida de generaciones futuras. Un gobierno así habría incorporado a su gabinete a gente como Santiago Levy, alguien capaz de imaginar un país distinto, uno en el cual deberíamos “aspirar a una seguridad social que cubra a todos, más redistributiva que la actual, con servicios de mejor calidad, basada en un enfoque de ampliación de derechos. Una seguridad social que promueva el crecimiento y la creación de empleos productivos, y sea fiscalmente sostenible” (Santiago Levy, “Propuesta para transformar la seguridad social en México”, Nexos, 1 octubre 2019.) Hacerlo, por supuesto, no habría sido gratis. No habría dejado contentos a todos. El costo se calcula en 1.5 % del PIB. Habría implicado una profunda reforma fiscal que, entre otras cosas, habría generalizado el IVA. En principio, un gobierno de izquierda no tiene problemas con cobrar más impuestos. Las críticas a esa política habrían sido conocidas. Los aumentos de la carga fiscal y, muy probablemente, del endeudamiento público para financiar políticas redistributivas, habrían hecho sonar las alarmas de quienes creen que el manejo de las finanzas públicas debe ser conservador. El fantasma de la inflación tal vez habría aparecido y preocupado a muchos.

Ese país que no fue habría sido un laboratorio para políticas públicas progresistas, unas más consensuales que otras. La educación pública, la ciencia y las artes habrían recibido nuevos impulsos, visibles en el presupuesto de egresos de la federación. En él los jóvenes que crecieron y llegaron a la mayoría de edad en el México “de la transición” podrían haber puesto en práctica las ideas que por años discutieron en tertulias críticas del neoliberalismo. La promesa de una generación no habría sido cooptada y frustrada por un caudillo conservador que continuó y profundizó el camino de la contracción estatal. Su imaginación y creatividad habrían servido para encontrar innovadoras soluciones a los límites estructurales que en el mundo desarrollado encontraron la socialdemocracia y el estado de bienestar.  No se habría degradado. En el país que no fue los intelectuales de izquierda en la academia, los movimientos sociales y las artes, aunque entusiastas, habrían guardado cierta distancia con el gobierno. Habrían mantenido el mismo ánimo crítico que mostraron hacia los tecnócratas neoliberales del pasado. La lealtad a la crítica habría sido indeclinable por necesaria para mantener viva la propia tradición. Habrían permanecido escépticos, si no abiertamente hostiles, al personalismo redentor. Pondrían énfasis en los aspectos estructurales, tan importantes y centrales para el marxismo intelectual. Habrían considerado al voluntarismo con una profunda y genuina suspicacia. Esa izquierda crítica no habría sido marginal.  Nada de eso ocurrió. El gobierno que es significa la mayor catástrofe en la historia de la izquierda mexicana.

En el país que no fue la “izquierda” defendería al Estado como un mecanismo impersonal de redistribución y buscaría aumentar sus capacidades de intervención en la sociedad para transformarla. La derecha, por el contrario, buscaría reducirlo a su mínima expresión. Los programas de transferencias directas y los “vouchers” son su política pública de elección. En el país que es, por el contrario, la “izquierda” se propuso legitimar el desvalijamiento del Estado mexicano, con las notables excepciones de sus sectores industriales más atrasados e ineficientes y las fuerzas armadas.

En el país que no fue el gobierno popular que arrasó en las elecciones habría echado mano de su capital político para intentar contener el descenso a la barbarie homicida de los últimos tres lustros. Reconocería que el altísimo umbral al dolor de la sociedad mexicana es inadmisible. Su misión civilizacional habría sido reconstruir el tejido de la sociedad mexicana desgarrado por la violencia.

Es cierto que en el país que no fue el gobierno habría enfrentado a una sociedad profundamente escéptica. No habría contado con la potencia emocional del redentorismo personalista.  Su promesa habría sido la razón y el argumento, no la charlatanería y el espectáculo. La evidencia y los datos no se inventarían o descalificarían a conveniencia. No tendría una feligresía devota y acrítica al punto de la abyección. Su legitimación serían los resultados: los aciertos de gobierno y los saldos de la política pública en el bienestar de los ciudadanos. No los “otros datos” sino las estadísticas producidas por entes estatales autónomos y confiables. Ese gobierno no descasaría en la devoción ni en el culto al líder; por ello sería más vulnerable a la crítica. No basaría su legitimidad en la política de la enemistad y la polarización social. La tolerancia de la sociedad a sus errores y fallas sería mucho menor. Ese gobierno buscaría negociar, pactar y cooperar con los adversarios, no destruirlos. Sus aciertos no serían gestas heroicas ni sus fracasos tragedias nacionales. No tendría épica sino programa. No echaría mano de la charlatanería para prometer quiméricas transformaciones instantáneas. Sería responsable y sobrio en la construcción de un mejor país. La megalomanía delirante no tendría lugar.

El país que no fue es un fantasma que vaga por las galerías del país que es, pero su espectro nos recuerda que podemos convocarlo un día, cuando finalmente llegue el invierno de nuestro descontento.

 

José Antonio Aguilar Rivera (Ph.D. Ciencia Política, Universidad de Chicago) es profesor de Ciencia Política en la División de Estudios Políticos del CIDE. Es autor, entre otros libros, de El sonido y la furia. La persuasión multicultural en México y Estados Unidos (Taurus, 2004) y La geometría y el mito. Un ensayo sobre la libertad y el liberalismo en México, 1821-1970 (FCE, 2010). Publica regularmente sus columnas Panóptico, en Nexos y Amicus Curiae, en Literal . Twitter: @jaaguila1

 

©Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.


Posted: February 28, 2021 at 3:57 pm

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *