Essay
Recuerdos peruanos

Recuerdos peruanos

Francisco Hinojosa

En una Feria del Libro de Lima dedicada a México en el 2006 coincidí con José Emilio Pacheco. Al saludarlo me hizo a bocajarro una insólita petición:

–No vamos a hablar de política, ¿verdad?

Era un año de elecciones presidenciales en el que las amistades y las familias se distanciaban aguerridamente: o López Obrador o Calderón Hinojosa –por cierto: me deslindo de una filiación familiar con este último.

–Antes –me dijo José Emilio– se podía hablar de política y tener diferencias con los amigos sin que eso se tradujera en un distanciamiento feroz. Ahora ya es imposible tener una opinión distinta de la de tu interlocutor. O todo es de un lado o todo es del otro.

Supongo que quizás estaríamos de acuerdo en nuestras preferencias electorales, pero acepté su propuesta de no hablar de política: al cabo que si algo sobraba con él eran temas de conversación. Uno de ellos fue una lectura reciente que había hecho de ese libro de anécdotas y chismes entre Borges y Bioy Casares. Pacheco mostró su disgusto con que salieran a la luz pública esos diálogos privados que ironizaban con muy mala leche a varios autores argentinos.

Unos días después un poeta peruano, Arturo Corcuera, más otros personajes cuyos nombres no recuerdo, organizaron una ida a almorzar con José Emilio (y conmigo de colado). La idea era llevarlo a degustar una de sus muchas glorias gastronómicas: el ceviche. Eligieron un restaurante que tuviera vista al mar y decidieron que el platillo tenía que estar preparado ortodoxamente, o sea, según ellos, con corvina, y no con cualquier otro pescado, como el pejerrey o la trucha, que también son comunes. Tuvimos que pasar por varios hasta que encontraron el ideal, techado por el cielo gris característico del invierno limeño. Supuse que la invitación iría acompañada de una plática interesante y de muchas preguntas, además del plato, el pisco sour y la cerveza. No fue así. Apenas hubo un intento de intercambio de palabras y muchos silencios. El cuadro era cómico: parecía una última cena en la que los comensales, ciertamente con la vista dirigida hacia el océano Pacífico, posaban para un Leonardo limeño inexperto.

En un viaje anterior, mis amigos y anfitriones del Fondo de Cultura Económica me invitaron a cenar a un restaurante de su gusto, creo que en el distrito de Miraflores. En la puerta de entrada me topé con alguien que reconocí de inmediato. Él, al verme de frente, sin razón alguna me preguntó que quién era yo. Como referencia, le dije que una semana antes un amigo mutuo, Marcos Límenes, me había mostrado una fotografía suya en una lectura de poesía que dio en el zócalo del Distrito Federal sentado en un amplio sillón que él diseñó. “¡Marcos Límenes!”, se sorprendió, “tenemos que tomarnos una copa”. Le dije que no podía beber porque estaba en temporada de migrañas y el alcohol me las disparaba. Nos sentamos y le pidió a la mesera que me llevara un te de camomilla. Aunque el poeta ya no necesitaba una copa más, tenía muchas encima, pidió algo que no recuerdo bien –creo que un whisky– y me invitó a platicar. Le presenté a mis anfitriones, que sabían muy bien quién era el personaje y que se limitaron a compartir la mesa y escucharlo.

–Sí estuve en esa lectura del zócalo y a Marcos e Inés los conozco desde hace mucho.

Inés es la hija del gran poeta peruano Emilio Adolfo Westphalen, entonces vecina mía en Cuernavaca y a cuya hermana había visitado hacía unos días en Lima.

–En México todos me llaman “maestro” –me presumió.

No quise contarle que, a partir de los dieciocho años, todos los artistas y escritores en México son, para las instituciones culturales, “maestros”. Tampoco le dije que yo sí creía que él era un verdadero maestro para varias generaciones de poetas que lo habíamos leído con interés y admiración. Incluso el nombre de una revista hecha por jóvenes en los años setentas estaba inspirada en un poemario suyo: El canto ceremonial contra un oso hormiguero. A Antonio Cisneros lo había conocido brevemente en Querétaro, en uno de esos encuentros de Poetas del Mundo Latino, y lo había seguido a través de sus libros. De Westphalen dijo alguna vez para La jornada: “fue un amigo, un padre y un maestro”.

Volviendo a ese encuentro en Lima, y después de responderle algunas preguntas y de platicar acerca de Inés y Marcos, me invitó a un programa de radio que tenía entonces para conversar. Lo hubiera hecho con mucho gusto, pero tuve que rechazar la oferta porque al día siguiente yo tenía que volar a México. Supongo que al rato se aburrió de mí y al fin volteó a ver a quienes me acompañaban y con quienes compartíamos la mesa. También supongo que ya para entonces se había tomado ese mínimo sorbo que distancia una apenas sensatez del principio de un humo que borra la realidad. Mis anfitriones supieron esquivarlo con facilidad.

Hinojosa2-150x150Francisco Hinojosa es poeta, narrador y editor. Es autor y antologador de más de cincuenta libros y columnista en Literal. Su twitter es @panchohinojosah

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Posted: September 12, 2016 at 10:17 pm

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