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“La Fosa de Agua” de Lydiette Carrión

“La Fosa de Agua” de Lydiette Carrión

Lissete Juárez

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Los libros son entes de múltiples dimensiones, en las que encontramos, según el lector, un reflejo de lo que somos, de lo que nos atañe.  La Fosa de Agua , desapariciones y feminicidios en el Río de los Remedios (Edición Debolsillo, Noviembre, 2023[1]), es una obra en la que su autora, Lydiette Carrión, nos hace ver, en un espejo impoluto, nuestra propia vulnerabilidad y nuestra responsabilidad colectiva en uno de los mayores horrores de nuestra sociedad: la violencia de género. Una violencia muy especifica que está enmarcada por una problemática más grande, la de un tejido social inexistente.

Unificar la vida, el dolor y el amor

En este reportaje de doscientos setenta y cinco páginas, Lydiette se pone al al servicio de la historia, cavando en la peor forma de crueldad, de una crueldad que se ha ido perfeccionando, y en la tragedia de un sistema judicial corrupto, de las desgarradoras consecuencias de la pobreza y de una sociedad que parece ya inalterable ante la desgracia. Sí, La Fosa de Agua es un libro escrito con absoluto respeto, con un lenguaje desprovisto de dramatismo, que versa sobre la pérdida, el dolor, la injusticia, y a su vez, sobre la fuerza del amor; porque la autora también se pone al servicio de la historia al documentar los sueños y anhelos de más de diez niñas y adolescentes que siguen desaparecidas o que han encontrado sin vida, porque aunque como afirma: “Así pasa con los desaparecidos, con los muertos: la vida sigue, no se congela”, ella vuelve a la memoria de su existencia, recordándonos que hablamos de mujeres rodeadas de afecto, mujeres que deberían haber tenido la oportunidad de construirse un futuro en total libertad.

Sorprende a su vez, como Carrión nos hace consientes de la lucha incansable de los familiares de las víctimas, quienes al hacer una denuncia por desaparición escuchan las mismas frases indolentes: “De qué se preocupan, va a regresar pronto, ¡hasta con premio!”, “Uy, señora, déjela, a lo mejor luego regresa”, “¿Su hija no estará deprimida? ¿Por qué lleva el pelo así, los pantalones así?”, “Para qué la busca, ya está muerta, ya no se atormente”, “Señora, ¿sabe que su hija tiene relaciones sexuales con su novio?”, “Señora, es que parece ser que su hija ha llegado a fumar mariguana. Si su hija fuera tan buena, la tendríamos que buscar en las iglesias”, “De seguro se fue con el novio a tomar unas chelas a Acapulco y regresa en tres días”; y quienes, en los meses o años de búsqueda de su ser amado, se enfrentan con el calvario de otorgar muestras de ADN, de cuerpos erróneamente identificados, de perdida de restos humanos, de extravió. Ellos navegan entre dudas e incertidumbres, entre la esperanza de volver a ver a sus hijas con vida y el agotamiento de encararse con un sistema policial roto, para el que “ninguna víctima es buena víctima”.

Bianca, de 14 años, desapareció el 8 de mayo de 2012, cuando salió de su casa al centro comercial para reunirse con su ex novio pero nunca llegó a la cita. Vanessa, despareció el 9 de enero del 2013, cuando salió rumbo a su casa después de estar con su mejor al amiga. Yenifer, de 16 años, desapareció el 4 de diciembre del 2012 al salir de su casa para ir a la iglesia. Diana Angélica, de 14 años, desapareció el 7 de septiembre del 2013, cuando salió de su casa para ir con una amiga y nunca llegó. Andrea, de 15 años, desapareció el 6 de agosto de 2014 cuando iba a su casa por un encargo de su mamá. Mariana Elizabeth, de 18 años, desapareció el 17 de septiembre de 2014, al salir de su casa para hacer unas fotocopias. Luz del Carmen, de 13 años, desapareció el 12 de abril de 2012, de su domicilio. Luz María, de 13 años, desapareció el 8 de agosto de 2013 cuando salió a la farmacia. Desapareció. Desapareció. Desapareció. Desapareció. Una palabra tan desgarradora que parece repetirse de forma infinita.

En cuatro de estos casos de privación de la libertad, ocurridos entre 2011 y el 2013, las familias fueron contactadas desde dos números de teléfono, recibiendo mensajes similares, en donde les decían que sus hijas estaban embarazadas, porque en México, y los captores y extorsionadores oportunista lo saben, esta declaración basta para desvalorizar a una jovencita. “Niñas y adolescentes sobre las que se dicen mentiras que se encarnan en la memoria colectiva”, señala Lydiette, porque no importa cuanto los padres y las madres prueben que sus hijas no estaban involucradas con sus victimarios, en la prensa y en las conversaciones quedó la idea de que todas habían sido amigas de ellos o consumían drogas.

Detrás de toda violencia hay violencias previas

Es urgente dejar de hablar de monstruos criminales, dejar de comprarnos el famoso mito del “asesino serial” que nos ha vendido Hollywood, porque como bien señala Lydiette, “esto ayuda poco o nada en una investigación, sino que revictimiza, viola muchas veces el debido proceso y sobre todo, nos aleja de poder comprender lo que en realidad está pasando”. “Es imposible explicar lo que ocurre y sigue ocurriendo en Jardines de Morelos con la idea de un monstruo solitario que odia a las mujeres. En todos los casos que documenté hay datos de delincuencia organizada y de una relación simbiótica entre esta y las autoridades”.

La violencia es una construcción de todos. La autora hace bien en recordarnos que los jovenes reclutados por el crimen organizado están marginados por la sociedad, estudiando (si es que lo están) en escuelas olvidadas por el sistema educativo, creciendo en las calles, sin áreas verdes, sin seguridad, sin acceso a la cultura; solos, porque sus padres están todo el día ausentes trabajando por sueldos miserables, haciendo horas de trayecto de ida y vuelta. Estos jovenes no ven el futuro porque el mundo les grita cada día que no lo tienen. Y es que no es casualidad que el mayor número de desapariciones de mujeres estén concentradas en los lugares creados con las peores condiciones de hacinamiento (18 mil familias compartiendo poco menos de 3 mil metros cuadrados), “lugares diseñados sin belleza… para que sus pobladores crean que merecen lo que les pasa, porque les han dicho que son basura y se lo han creído. Por eso dejaron pasar que por meses oliera a muerto, sin que nadie hiciera nada”.

El derecho a la verdad

Hay mujeres que viven teniendo el horror cerca; en su barrio, en su calle, en su puerta, pegado a su cuerpo, porque la desaparecida, hoy, es su hija, su hermana, su compañera de salón en la escuela, y la siguiente puede ser cualquiera de ellas. Lydiette recoge en su reportaje las palabras de Bessel van der Kolk, médico psiquiatra especialista en trauma: “El trauma destruye la capacidad de imaginar… de crear; y con ello, la posibilidad de construir una salida a su propio dolor. De imaginar un mundo distinto”.  Es por eso que al preguntarle a unas jovenes que pasan la tarde atendiendo un puesto callejero en Jardines de Morelos, sobre el terreno que se encuentra frente a ellas y los restos hallados ahí, responden: “¿Cuál? Es que han venido a tirar tantos”, y sobre si les da miedo, dicen: “Te acostumbras”, “Eso no va a cambiar, así que te acostumbras”, “Esto no cambiará”.

La autora se pregunta, ¿Cómo recuperar la capacidad de imaginar y crear? y sostiene que la victoria de Aracely, madre de Luz del Carmen, al llevar a juicio al asesino de su hija, nos da una pista sobre uno de los factores para recuperar la esperanza perdida, resarcir el tejido social y la capacidad de imaginar otras historias: hacer efectivo el derecho a la verdad con justicia, paz y dignidad.

 

*La primera edición del libro La fosa de agua  fue publicado en el 2018, Editorial Debate

 

Lissete Juárez (Chihuahua, 1982) Estudió Literatura y Creación Literaria en Casa Lamm México. Algunos de sus cuentos han sido publicados en las antologías: Dime si no has querido (Literal Publishing, 2018) y Suele Pasar que nos quedemos (Literal Publishing, 2021). Es coguionista del cortometraje Necios (México, 2022). Instagram @lissari

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Posted: June 17, 2024 at 8:15 pm

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