Current Events
El presidente corrupto y descolocado

El presidente corrupto y descolocado

Sergio Negrete Cárdenas

El tabasqueño encontró muy pronto en su carrera política la llave para hacerse intocable: abanderar al “pueblo” en la ilegalidad, acumulando poder ante gobiernos tímidos de acallar protestas “populares”.

Se le acabó el cuento y lo sabe. El mago de la comunicación popular, el que dominaba las pistas del circo político vio destrozada su careta y contempla los pedazos en el suelo. Andrés Manuel López Obrador era el ladrón que una y otra vez se salía con la suya, el delincuente que nadie lograba apresar. Su culpabilidad era evidente pero las pruebas, que las había en abundancia, se le resbalaban de ese grueso teflón construido a lo largo de décadas.

La impunidad acumulada

El tabasqueño encontró muy pronto en su carrera política la llave para hacerse intocable: abanderar al “pueblo” en la ilegalidad, acumulando poder ante gobiernos tímidos de acallar protestas “populares”. El camino inició en Tabasco, con la “protesta” contra los pagos a la Comisión Federal de Electricidad en 1995, recién derrotado en su búsqueda por gobernar el estado. Se siguió bloqueando e incendiando pozos de Pemex al año siguiente. Una foto de la época en la portada de la revista Proceso lo muestra descalabrado, unas gotas de sangre sobre su camisa, pero soberbio, con la apostura del que se sabe del lado de los buenos.

Debió terminar en la cárcel, pero la delincuencia en nombre del pueblo le mostró el camino a seguir, el blindaje que requería para acumular impunidad y hacerse intocable. El gobierno de Ernesto Zedillo le acabó concediendo la plataforma para poder gobernar y lanzarse a la grandeza: ser candidato a Jefe de Gobierno de la Ciudad de México siendo votante registrado en Tabasco. No se trataba de respetar la ley, sino de violarla sin consecuencias. Zedillo probablemente quiso ser un demócrata y no detener a AMLO por un tecnicismo, pero acabó por alimentar más al monstruo.

Con el tiempo el ahora inquilino de Palacio refinó el argumento, por supuesto a tono el demagogo autoritario que es: no importa la ley, dice pomposamente el Presidente (el mismo que al tomar el cargo juró cumplir y hacer cumplir la Constitución), sino la justicia. ¿Quién determina lo que es justo? El “Pueblo” (con mayúscula). ¿Quién representa y habla por el “Pueblo”? Listo, el círculo de la ilegalidad se cierra con el autonombrado justiciero. Por eso no mostró empacho en violar leyes buscando atacar a Carlos Loret de Mola; por décadas le ha funcionado. Lo que sorprende es que ahora tantos lo encuentren como una conducta atípica. Es en realidad una costumbre aprendida y refinada, aunque la furia en estos días le haya hecho ser todavía menos cauto de lo habitual.

Modus operandi: efectivo y personeros

Con la impunidad llegó la seguridad de que nunca pagaría por sus fechorías. Construyó paulatinamente, sobre todo cuando gobernó el Distrito Federal, la farsa de un personaje honesto y austero. Al contrario de la mujer del César, descubrió que lo importante no era serlo, sino solo parecerlo. Con el departamento de Copilco y el igualmente modesto Tsuru, capturó esa esencia de cinismo e hipocresía.

El brillante comunicador cimentó además esa imagen con frases potentes y pegajosas que destilaban esa falsa honestidad: “las escaleras se barren de arriba para abajo”, “soy de esas aves de blanco plumaje que cruzan el pantano y no se manchan” y, por supuesto, “No roba, no miente, no traiciona”.

Pilar central del modus operandi corrupto era constantemente presumir lo incorruptible, el sacar la cartera con los 200 pesos, sacudir frecuentemente el pañuelito blanco y declarar “nosotros somos diferentes”.

Pilar central del modus operandi corrupto era constantemente presumir lo incorruptible, el sacar la cartera con los 200 pesos, sacudir frecuentemente el pañuelito blanco y declarar “nosotros somos diferentes”. Otra parte instrumental era que la robadera la hacían terceros, siempre del primer círculo que se habían ganado su confianza: desde el exsecretario particular que arreó hasta con las ligas hasta el actual secretario particular que hizo carrusel depositando dinero tras el temblor. Por supuesto, los parientes, empezando con los hermanos. Los que mostraban su lealtad absoluta son premiados, como el notable caso de la titular de la Secretaría de Educación Pública, otrora cobradora de diezmos en Texcoco.

Siempre, clave, el uso del efectivo y de los personeros. Nadie podría mostrar un video con su persona recibiendo una billetiza, porque para eso estaban sus representantes. Hasta eso convirtió en un elemento para destacar que era como millones de mexicanos pobres: presumir que no tenía cuenta bancaria o tarjeta de crédito. Ni modo de tener una cuenta cuando solo se cuenta con 200 pesos.

López Obrador constató una y otra vez que le creían. Por 14 años recorrió el país fingiendo pobreza y austeridad sin molestarse en explicar cómo podía sostener a su familia sin sufrir de apremio alguno. Fomentó otra leyenda: “el político más investigado de la historia y nunca le han encontrado nada”. Se le resbalaba todo. Y se le siguió resbalando, hasta que Carlos Loret de Mola exhibió la casa de José Ramón López Beltrán en Houston.

El error de las casas

El primogénito no aprendió del padre. Al contrario, salió presumido y farolón, afecto a presumir la riqueza inexplicable. Y el error fatal fue no buscar el equivalente al departamento de Copilco en Houston.

Son las casas, finalmente, las que pierden a los políticos, las paredes que simbolizan la ignominia, la prueba contundente de la ratería. Ocurrió con López Portillo y su “Colina del Perro”, y en ese corrupto gobierno también destacó Alfonso “el negro” Durazo con su “Partenón” en Zihuatanejo. Peña Nieto se hundió con la Casa Blanca.

Quizá es lo que, con su formidable antena política, también entendió López Obrador, viendo que desmontaba toda su pantomima de honestidad. Lo cierto es que lo ha llevado a un descontrol nunca visto. En arenas movedizas, no hace sino sacudirse violentamente, hundiéndose más y olvidando que, el que se enoja, pierde. Porque definitivamente perdió lo que llegó a creer que siempre tendría: poder ser ratero y presumir de honesto.

 

Sergio Negrete Cárdenas. Profesor de Tiempo Completo en la Escuela de Negocios del ITESO. Trabajó en el Fondo Monetario Internacional. Profesor en varias universidades de España y México, destacadamente la Universidad Pompeu Fabra y la Escuela Superior de Comercio Internacional, en Barcelona, la UNAM y la Escuela de Periodismo Carlos Septién en la Ciudad de México. Doctor en Economía y Maestría en Economía Internacional por la Universidad de Essex. Diplomado en Política Exterior de Estados Unidos por la Universidad de Maryland. Licenciado en Economía por el ITAM y en Ciencias de la Comunicación por la UNAM. Twitter: @econokafka

 

©Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.

Las opiniones expresadas por nuestros colaboradores y columnistas son responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de esta revista ni de sus editores, aunque sí refrendamos y respaldamos su derecho a expresarlas en toda su pluralidad. / Our contributors and columnists are solely responsible for the opinions expressed here, which do not necessarily reflect the point of view of this magazine or its editors. However, we do reaffirm and support their right to voice said opinions with full plurality.


Posted: February 15, 2022 at 7:28 pm

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *