La legitimidad del insulto
Malva Flores
En la tercera semana del mes de octubre pasado, apareció una petición en la plataforma change.org cuestionando la decisión de los miembros de El Colegio Nacional de haber elegido como uno de los suyos al crítico literario Christopher Domínguez Michael, quien el viernes 3 de noviembre dictó su lección inaugural en la ceremonia de ingreso en la sede de esa institución. El final de la petición fue una pregunta: “¿Vamos a dejar que su discurso de odio se premie con el dinero de los mexicanos? “
La crítica literaria, la creación, la ciencia y el arte sólo pueden ocurrir en el terreno de la libertad y no en el de la censura. Si se entresacan algunos párrafos de su obra notable, la misma Elena Garro puede ser puesta en la picota de los censores y cualquier autor es candidato a ser llevado ante los jueces implacables de la corrección política. Autonombrados jueces que desconocen, en su mayoría, no sólo la obra del crítico sino, incluso, la de la propia Garro, a quien Domínguez Michael considera “la gran narradora mexicana del siglo pasado”; a quien estudió también como imprescindible interlocutora de Octavio Paz. El crítico se tomó el trabajo, serio y documentado, de seguir los pasos, pensamiento e influencia de la escritora sobre el poeta, pero también de su hija, Helena Paz Garro, atendiendo documentación que la historia oficial de nuestra literatura había querido olvidar: su diario y su autobiografía (Octavio Paz en su siglo).
Las opiniones de Domínguez Michael, tanto en ése como en otros temas, pueden ser, y son, motivo de debate y crítica: tarea ineludible para la salud de cualquier sociedad. Por eso, es preocupante la ya reiterada forma en que actualmente se pretende “deliberar” sobre el trabajo, no sólo de este autor, sino sobre el de muchos otros críticos. No es una deliberación: es una sentencia a la que el crítico acude esposado y juzgado. La crítica, como la prensa, se combaten con la crítica y la prensa, con investigación y rigor. A este paso, pronto se prohibirán desde sor Juana hasta a la mujer que opine de manera distinta a la de los censores o censoras. El mecanismo de censura es el mismo y ahora se disfraza de buenas intenciones: la legítima defensa de las minorías y las identidades.
Pertenezco a prácticamente todas las minorías sojuzgadas; tanto así, que hace unos cuantos meses fui convocada para participar en un estudio de caso, por una investigadora mexicana, blanca, de rasgos muy distintos de los míos, que con una amabilidad apabullante, casi condescendiente, me preguntó si podía incluirme en su estudio, financiado por una universidad que, preocupada por la discriminación y las identidades, apoyaba dicha investigación. El asunto era muy simple: saber si me consideraba una escritora africomexicana. Esta forma de la discriminación positiva es tan insultante para mí, como la existencia de reservas de indígenas o negros o como las muchas muestras de discriminación que he sufrido desde niña. Mi cabello rizado, mi color, mi género y condición me hacen objeto de laboratorio. “Soy mexicana”, contesté.
Sí, soy mexicana, soy mujer, soy mulata, soy feminista, soy poeta, soy madre de una joven que vive asustada por el acecho cotidiano que sufrimos todas las mujeres. Soy profesora y no soy de derecha. No necesito de palabras postloquesea que me describan para edulcorar o dizque teorizar la realidad. Realicé desde la primaria hasta el doctorado en instituciones del gobierno. Soy becaria del SNCA. Es decir: recibo un apoyo económico del gobierno por mi trabajo creativo igual que quienes poseen una membresía del SNI, con una diferencia: estos últimos, en el área de letras, estudian la obra de los creadores del SNCA, pero pueden permanecer con esas becas toda su vida y despreciar olímpicamente a los creadores (críticos, narradores o poetas) porque no tienen una “formación teórica o académica”. Trabajo en una universidad pública y como a quienes poseen una beca del CONACYT para estudiar en el extranjero (particularmente en los Estados Unidos) –y después venirnos a instruir sobre el poscolonialismo–, me paga el Estado. Un Estado que no protege a las mujeres (diariamente, asesinan a siete mujeres y violan a un promedio de 35, según datos de la CNDH). Un Estado cuya corrupción es como la Hidra de Lerna. Un Estado al que debemos cambiar.
He publicado más de 10 libros, de poesía, narrativa y ensayo. Conozco a Christopher Domínguez Michael desde 1987 y ninguno de mis libros o trayectoria figura en alguna de las dos ediciones de su Diccionario. ¿Es por eso mi enemigo? ¿Puedo insultarlo impunemente porque pertenezco a todas esas minorías o porque soy una profesora que cuida y legisla sobre lo políticamente correcto desde Twitter, Facebook o cualquier otra plataforma?
No creo que la verdadera actividad crítica sea un “discurso de odio”. El odio está en otra parte. Deploro que en nuestra sociedad se imponga el delito de opinión y que con base en párrafos sacados del contexto de una obra que tiene más de diez mil páginas, se levante una acusación. No creo, tampoco, que la obra de un escritor que ha dedicado su vida a leer a los autores y autoras mexicanas, sea ejemplo de una postura machista, misógina o clasista. ¿Puede ser misógino alguien que escribe que “la única revolución social del siglo XX victoriosa e irreversible fue la feminista”? En el artículo “Feminismos” (El Universal, 3 de marzo de 2017), Domínguez Michael escribió que, gracias al movimiento feminista, “la violencia machista, tan vieja como la especie, es visible en los medios, se denuncia públicamente como un crimen y cada vez con mayor rigor, es perseguida y castigada penalmente. Falta mucho por hacer.”
El análisis de los distintos tipos de feminismo es el centro de ese artículo donde asegura que hoy “no hay ser civilizado, hombre o mujer que no sea feminista o aspire a serlo.” El recorte avieso de una frase no puede mostrar el centro de una argumentación crítica y sólo apoya la idea de que, efectivamente, hay dos tipos de feminismo: el que aspira a la libertad y el que tiene como fin “el quemadero público”. Por eso, las citas anteriores me obligan a invitar a la lectura completa del artículo y a su necesaria discusión, si en realidad aspiramos a la igualdad de géneros, a la libertad y a la crítica y no al linchamiento en las redes, amparado en la supuesta legitimidad de nuestros insultos.
Malva Flores es poeta y ensayista. Sus libros más recientes son La culpa es por cantar. Apuntes sobre poesía y poetas de hoy (Ensayo; Literal Publishing/ Conaculta, 2014) y Galápagos (Poesía; Era, 2016). Es columnista de Literal. Twitter: @malvafg
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Posted: November 12, 2017 at 9:07 pm
Flores, uno de los problemas que los electores enfrentan cotidianamente al seleccionar a un candidato para puesto público es decidir la dirección de su voto, considerando la disparidad de sentimientos u opiniones que les inspiran un mismo candidato. Los mismos candidatos lo saben y manipulan para su provecho: toda plataforma política es un agregado de opciones políticas a menudo disímiles y hasta contradictorias entre así. Los candidatos le apuestan a que el elector se incline al cabo por la más afín a sus propios principios de hegemonía moral (política o de la otra), soslayando y rebasando sus reservas acerca de las demás. Te hago aquí la analogía, porque tu hoja de ruta para desestimar a los desafectos con las opiniones de Domínguez Michael es reminiscente de ese dilema en el quehacer de valoración.
El que pertenezcas a una o múltiples minorías vulnerables no te vuelve mejor capacitada per se para sopesarlas socialmente, aunque lo digas como el teniente de policía televisivo que da un charolazo fugaz para abrirse paso a la escena del crimen. Condoleeza Rice es empíricamente demostrable una de las personas menos calificadas para evaluar con ponderación y empatía el aprieto de las madres negras adolescentes, solteras y menesterosas de su país o de cualquier otro, y Margaret Thatcher no estaba bromeando cuando jaló el cuello con altanería de camello y declaró, “¿Qué ha hecho el feminismo por mí?”.
Recuerdo bien el editorial de Domínguez sobre el feminismo al que aludes. Es cierto que una cita textual fuera de contexto puede dar no sólo una impresión sesgada, sino hasta opuesta del sentido original de la idea expresada. Pero en ese editorial de marras, Domínguez no se expresa en conjunto y de fondo con el mismo sentido magnánimo y de probidad intelectual que le atribuyes mediante el expediente de, precisamente, aportar una sola cita fuera de contexto para darle un resplandor intelectual y humanista a un editorial que no lo tiene.
Por reiterar, Flores, el asunto no es la anécdota aislada o las rencillas o afectos personales que informan y estructuran las relaciones sociales de la comunidad intelectual mexicana (alguna vez Domínguez se refirió a Laura Esquivel y su obra con una sevicia que hasta la llamó “perra”, y yo pensé, “órale, estas señoras se pelearon gacho”, pero jamás se le ocurriría expresarse en tales términos de Guadalupe Loaeza y su obra, aunque sea del mismo tenor cualitativo, ¿o no?), sino más bien la trayectoria analítica que evidencie el conjunto de opiniones de un autor sobre un tema dado. Domínguez, en ese sentido, muestra un historial accidentado que, a menudo, exhibe un espíritu partisano y sectario que enrarece, más que ilumina, con su participación la conversación pública.
Es posible que abunden las opiniones en las redes sociales y en la prensa escrita que examinen su quehacer crítico con la misma intolerancia y mala fe de un comisario soviético, y también es posible que muchas de esas críticas tengan un tono virulento que sea una respuesta proporcional al tono que el mismo Domínguez imprime a sus bulas urbi et orbi, pero tal dinámica es una función de la reformulación de llamado a cuentas horizontal que ha acarreado el advenimiento de las redes sociales al sentido original de publicar opiniones: sujetarlas al escrutinio y crítica de sus interlocutores públicos presentes.
Agradezco la objetividad y claridad de sus conceptos. Me considero lega en muchos temas pero voces como la de Malva Flores marcan una directriz de cómo se debe abordar una situación; sin odios, discriminaciones o cualquier otro oscuro interés más allá de apegarse a la verdad, a la justicia, al derecho.
Agradezco a la porra Malva Flores expresar tan clara y valerosamente su opinión sobre la ilusa descalificación a CDM.
Y no creo que ni bien contextualizadas las opiniones de CDM den para juzgarlo sexista o misogino. Podemos ‘acusarlo’ de paziano pero ni lo es sin razonar ni es tacha.
Por lo demás, aunque lo fuera no es por eso que recibe reconocimiento.