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Cuba y Estados Unidos o los sueños con un cine de barrio

Cuba y Estados Unidos o los sueños con un cine de barrio

Mabel Cuesta

No podría asumirme como sujeto de estas reflexiones en torno al giro en las dinámicas diplomáticas históricas de Estados Unidos y Cuba sin una confesión que partió las aguas de mi vida y partirá la veracidad que aquí intento: no soy una exiliada. Acaso tampoco una emigrante. Soy un silencio no por obvio menos inexplorado en la historia de las migraciones: alguien que salió de su país por amor. Un amor depositado en una amante también cubana, sin dudas exiliada, que huyendo de la isla se refugiaba en el corazón de la isla mayor y continente excepcional de los Caribes: Manhattan.

Mis amores con la poeta Maya Islas iniciaron mi camino hacia este lugar desconocido y múltiple que alucinaba mi cabeza adolescente durante las largas jornadas de recoger papas o tomates en los anuales y nefastos cuarenta y cinco días de la “escuela al campo” a los que hube de asistir desde los doce años como moneda de cambio por mi “gratuita educación”. Llegué a los Estados Unidos a través de la frontera Matamoros/Brownsville. Tenía veintinueve años y acaba de asistir a un congreso al que había sido invitada por la Universidad Nacional Autónoma de México y que de pura ironía se tituló “Mujeres y Fronteras”. Eso fui en el paso fronterizo de uno de los puentes sobre el Río Bravo: una mujer sola que cruzaba a ciegas una frontera, procurando una amante que en intensa correspondencia epistolar declaraba todo deseo de mí que no implicara ni UNA sola visita  de regreso a Cuba. Ese lugar de donde había salido en 1965 y adonde no volvería a menos que hubiera libertad por muerte de sus aviesos gobernantes.

Más allá de la larga y aquí improcedente teorización que podría hacer del deseo de reconstrucción y reencuentro nacional que pervivió en ese amor de casi una década, hoy quiero hablar de sus fracasos. No porque me complazca especialmente exhibir mi historia personal en un foro público que quizá no lo apreciaría, sino porque desde el archivo literario que se puede rastrear sobre el tema es posible también localizar un ángulo más al abordar estos relatos de “cubanos en la isla” versus “cubanos en el exilio”; así como también sintetizar la historia de las relaciones Cuba-Estados Unidos en los últimos cincuenta y cinco años.

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Heberto Padilla, José Triana y Manuel Díaz Martinez firmando libros en la librería del Habana Libre. ©Manuel Díaz Martinez

Lo primero que deberé reseñar es el modo en que en los primeros tres años de mi convivencia con algunos protagonistas del exilio histórico en Nueva York otra historia de Cuba me fue paulatinamente develada. Claro que por otra parte no fui mientras vivía en la isla una “escolar sencilla”. Lei a escondidas a Lydia Cabrera, Gastón Baquero, Reinaldo Arenas, Carlos Victoria, Guillermo Rosales o a Heberto Padilla. Sin embargo, algo esencial me había sido escamoteado: la parahistoria de sus exilios, las intrigas de palacio que se urdieran tanto a un lado como el otro del Estrecho de la Florida. Con la poeta Lourdes Gil sostuve innumerables conversaciones de entre clases en nuestros oscuros cubículos de Baruch College. Allí aprendí de la soledad y el llanto de Padilla, su arrepentimiento por el mea culpa entonado durante su comparecencia en la UNEAC. Bebí (más que vi) documentales en donde se entrevistara a los miembros de algunos de los partidos anteriores a 1959: el Directorio Revolucionario o el Ortodoxo. Aprendí la resonancia exacta de lo que alguna vez se llamó República, sus esperanzas y frustraciones. Revisé las debilidades y aciertos de la Constitución del cuarenta. Y leí la carta despedida de Miguel Ángel Quevedo, director de Bohemia, confesando su mentira sobre los 20,000 asesinados por Batista.

Intenté hacer uso de todo mi sentido crítico en pos de la justicia, del balance… Intenté también tirar de mi empatía con un solo destino: poder escribir mi propio guión de los eventos. No más el de la educación marxista-leninista y el relato edulcorado de los barbudos triunfadores que estuvieron a cargo de mi “gratuita” educación. Pero tampoco aquel de llantos y gritos ensordecedores en la barra del Versailles. Tendría que existir una tercera pared, una que uniera los dos muros que grises y de espaldas se negaran a la atenta escucha del nuevo tiempo que por fuerza tendría que venir. Lo cual en ningún caso suponía tiempo de rosas sino de batallas desde otro lugar; uno menos encorsetado en el espejo deformante; pero sin dudas consonante del “Fuera de la Revolución nada”. Me resistí a asumir que si ya estábamos de este lado, la única posición posible habría de ser “Fuera de la Revolución todo” y la pregunta sería: ¿cuál Revolución? ¿la instaurada por los soviéticos en la base naval Lourdes para espiar y lanzar misiles al encarnado enemigo primero y amigo íntimo después a cambio de carne enlatada y compotas de manzana? ¿o la de Chávez y sus petrodólares que instauraron aceleradamente una muy precaria y controlada economía de mercado? ¿o acaso esa que hoy es imaginada por la gerontocracia que gobierna y es casi la misma a ambos lados del Estrecho? Esa que no da paso alguno porque con una media de vida de más de 80 años y varios implantes de cadera, dígame usted ¿qué paso se puede dar?

Fracasé ante mi amante. Fracasé ante quienes clamaban justicia en la Calle 8 durante la polémica visita de Juanes a la isla en 2009. Y lo que fue más desgarrador aún, fracasé frente a algunos de mis compañeros de generación; unos pocos, pero develaba lo mismo. Aprendí que para algunos gratitud ante la nación “acogedora” era sinónimo de incuestionable compra de las batallas perdidas del primer exilio. Que había todo un grupo nada dispuesto a revisar la historia primero para reinventarla después. Que la simple tarea de recordar que el caudillismo, la imposibilidad de aunar agendas dispares y el establecimiento de liderazgos basados en la demonización de algunas figuras claves no estaba entre los deberes de algunos de esos jóvenes emigrantes y que ni siquiera eran capaces de admitir que esos mismos errores nos costaron el fracaso de 1868, la muerte de Martí en 1895 y el segundo fracaso de 1898. Para ellos, en definitiva, los años de la República seguían siendo material de utopías y no catálogo ilustrado de ese largo camino de imposibles alianzas productivas. De lo sucedido con posterioridad a 1959 damos fe ahora con nuestra perpetua incomprensión. Baste solo revisar la explosión en la blogosfera posterior al 17 de diciembre para precisar los matices de mi pesimismo.

En el 2012, luego de múltiples negativas por parte del gobierno cubano para “habilitar mi pasaporte” (léase permitirme regresar) pude vovler a Cuba después de mi singular –por decimonónica y folletinesca– escapada. Pasé catorce días en los que enmudecí (y esto es literal) a fuerza de tanta cháchara apasionada con familiares y amigos. De semigritos con la vena aorta hinchada para desmontar tanto los consabidos mitos del American way of life como de intentar convencer a algunos (con edad propicia para ello) de que escaparan, gente tierna, que esa tierra estaba enferma y no podían esperar mañana lo que no les dio ayer. A mi regreso a Texas permanecí por semanas encerrada, llorando sin razón aparente mientras barría la casa o arreglaba la cena. Me separé definitivamente de Maya unos meses después.

He vuelto desde entonces unas tres veces más. Una de ellas con mis estudiantes para trabajar en uno de los pocos proyectos que de modo inexplicable nunca ha estado controlado por el gobierno cubano: las Ediciones Vigía. Esas mismas que publicaban a Pasternak, Ajmátova y Esenin en los años en que la Guerra Fría era real y no la conveniente maquinaria para engrosar carteras de senadores cubano-americanos en Washington que es hoy. Ediciones Vigía que puso a Gastón en una caja de habanos para escándalo de los temerosos intelectuales al servicio del régimen y sonrisa de despedida final en los labios del propio Baquero.

He vuelto allí con mis estudiantes de la Universidad de Houston y planeo hacerlo una vez más este marzo porque a pesar de la incomprensión y la cuota probable de error que no descarto en mis posiciones, creo en ese “people to people” que ha reactivado la administración actual de los Estados Unidos. Vi a esos jóvenes que viajaron conmigo entender que hay un mundo más allá de sus “privilegios” descomprometidos de quienes han nacido en la era de los avatares, las ciberguerras o la realpolitik. Los he visto partir su sándwich a la mitad sin que nadie les dé la orden de hacerlo. Les he visto apreciar al mar más que a su teléfono… y aunque suenen estas apreciaciones como bobalicones caricaturas decimonónicas; recuerden que de mí no habría que esperar mucho más.

Y es que he visto también a los artesanos de Ediciones Vigía –justo a los que nacieron cuando Berlín era otra vez una sola ciudad y jamás se han detenido a escuchar lo que repite el Noticiero Nacional de Televisión– desmontarse de la ilusoria y cándida barca de Voltaire, aquella desde donde cantaba mi generación que “fuera de Cuba, todo mundo mejor era posible”. Los jóvenes de la isla preguntan hoy sobre salarios mínimos, precio de la educación, cotizaciones para un nivel de vida digno y modos de conseguirlo. Quieren marcharse, sin duda, pero ya no tras el espejismo tecnicolor de las postales y fotos firmadas por los primos de Miami: aquella ilusión de carro del año, pierna de jamón en mano y estridentes zapatillas deportivas que tantos miles de ahogados trajo y trae consigo. Sino más bien siguiendo las muy legítimas dinámicas globales de los desplazados; esos que procuran al decir del trovador Kelvis Ochoa, sólo “un cachito pa’ vivir”.vigia3-thumb-450x327-20270

Las nuevas medidas de Obama, ya lo ha analizado brillantemente Rafael Rojas: “cierran un epílogo de la Guerra Fría; pero la normalización de relaciones será muy trabajosa y no carente de retrocesos, ya que deberá enfrentarse a resistencias provenientes de La Habana y de Washington. La primera reacción del gobierno cubano, como puede apreciarse en el mensaje de Raúl Castro, será defensiva. Los sectores más conservadores y retardatarios de la isla verán la normalización diplomática como una amenaza y los más reformistas, a lo sumo, la entenderán como una coyuntura favorable al capitalismo de Estado y a la prolongación del régimen”. Sin embargo, y sin negar la aseveración anterior, Rojas –y así lo suscribo a mi vez– insta a “los actores comprometidos con la democratización a ver el nuevo escenario como una oportunidad y no como un obstáculo y aprovechar la normalidad democrática para ganar visibilidad e incrementar sus contactos con la ciudadanía”.

Yo traduzco lo anterior desde las claves oníricas y otra vez folletinescas que me dio un sueño de la madrugada del 19 de diciembre. Allí estoy con mi actual esposa, matancera también, viajera a mi lado en cada uno de mis regresos. Con ella y otros amigos reconstruimos nuestro cine de barrio, estamos hasta arriba de barro, caminamos entre escombros; pero nos inunda una felicidad infinita. En la próxima escena el cine se reinaugura y la gente de mi ciudad comienza a caminar entre la incredulidad, la sorpresa y las lágrimas sobre una alfombra roja que les conduce a unas hermosas butacas, rojas también… sabemos, sin que nadie lo diga, que cuando se abra el telón la pantalla y el sonido serán de alta definición, sabemos además que estamos a punto de ser espectadoras de la escena de amor más hermosa del mundo. Esa en la que yo despierto a su lado en Texas e inmediatamente llamamos a Maya para contarle mi sueño y ella sonríe y me dice que vendrá con nosotras a visitar la isla del futuro alguna vez. Despierto y los cubanos somos por fin dueños de nuestro destino sin culpar a nadie más. Un destino global que a su vez se extiende por los más disímiles espacios transnacionales que habitamos. Despierto y miro mis manos y permanecen embarradas de barro. Porque sólo por la ciudadanía y desde la ciudadanía ha llegado la hora de remangarse la camiseta, doblar la espalda y ponerse a trabajar.

Recuerden, de mí, silencio en la historia de las migraciones, ni exiliada, ni migrante económica, no podría esperarse mucho más.

cuesta-mabelMabel Cuesta es narradora y autora de los libros Bajo el cielo de DublínCuba post-soviéticaI entre otros. Es colaboradora de Literal.

Imagen superior de Alen Lauzán.


Posted: February 2, 2015 at 7:00 am

There are 2 comments for this article
  1. Angel Diaz at 2:43 pm

    hermoso escrito. tenemos mucho en comun, yo llegue tambien por Bronsville, TX, pero con 47 a;os cumplidos. felicidades por esas palabras

  2. Mariela Hernández at 4:26 am

    Me gusta como está escrito: me llegó. No estoy de acuerdo con todo, pero comparto muchas de sus ideas. Quizás tenga muy arraigado el concepto de que para empezar de nuevo, hay que haber cerrado un caso (closure). No hay una verdadera normalización si se deja fuera cualquier sector del pueblo cubano dentro y fuera de la isla. Ya los negociadores de la normalización de las relaciones dejaron fuera a casi todos los cubanos dentro y fuera de la isla. Así, a escondidas, pueden normalizarse las relaciones de los gobiernos, pero estamos lejos de la reunificación del pueblo cubano. Empezamos mal si no se puede escribir la verdadera historia: UMAP, fusilamientos… (Esas cosas son muy fuertes para decir borrón y cuenta nueva)

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