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Mamá, no hay que cruzar al otro lado

Mamá, no hay que cruzar al otro lado

Adriana Pacheco

Tal vez algunos recuerden esa película de 2007 protagonizada por la actriz mexicana Kate del Castillo, La misma luna, y dirigida por Patricia Riggen, que cuenta de una mujer que migra a los Estados Unidos a trabajar para darle una mejor vida a su hijo. En realidad, la historia se trata más de él, Carlitos (Adrian Alonso), que de ella. Él es quien escapa de casa de su abuela para cruzar la frontera solo y seguir a su madre y, a pesar de todos los peligros, finalmente lograr reunirse con ella. Hoy, la historia de ese niño se actualiza en las imágenes de la migración masiva de menores que, viajando solos desde distintos países de Latinoamérica en largas caravanas, intentan llegar a lo que se imaginan como la tierra prometida: los Estados Unidos. Las escenas de televisión de estos menores son conmovedoras con niños llorando, gritando la palabra “mamá”, o mudos, impávidos, atónitos, sin entender nada de lo que está pasando. Y si para algunos esto es una conversación vieja que se quedó en el 2020, no es así. En este mes de abril del 2021, las cifras muestran que el número de niños detenidos en la frontera entre México y Estados Unidos se ha triplicado en relación con el periodo anterior, que los centros de detención están atestados, y que se sabe que muchos de ellos se suman a los que ya estaban antes para esperar meses, años, “nuncas” para que vuelvan a ver a sus madres, padres, o familiares.

Aunque las noticias cubren lo terrible de esto, aunque la frase “Pobres niños, esto es inhumano” es parte ya de nuestras conversaciones, y aunque la historia aparece continuamente en nuestras notificaciones de Twitter o de Facebook, en realidad todo se diluye en la brevedad, la inmediatez, y en las cifras frías. Sin embargo, desde mi experiencia como lectora, veo que la literatura es tal vez el único lugar en donde el tiempo se detiene para dar espacio a la escucha y a la reflexión sobre lo que pasa a un hijo migrante. Son los libros los que nos permiten leer historias de estos menores y jóvenes que cruzan para no volver nunca más a sus países de origen, o de los que vienen temporalmente a trabajar con sus padres, o de aquellos que llegaron sin darse cuenta por su corta edad y ya han hecho en los Estados Unidos una nueva vida.

Este tema que me inquieta me lleva a releer algunos libros que, escritos en inglés y publicados en Estados Unidos, dan voz a hijos de migrantes, refugiados o exiliados, y que nos llevan a voltear la mirada a otros campos de la literatura escrita por mujeres. Pienso por ejemplo en Lost Children Archive (Alfred A. Knopft, 2019), de Valeria Luiselli —ganador del 2020 Rathbones Folio Prize— y en la escena donde la abuela cose en el reverso de cuello de los vestiditos de sus nietas el número de teléfono de su madre, para que cuando lleguen solas a la frontera, alguien les ayude a marcarle a ella y vaya a recogerlas. Como es sabido, la obra de Luiselli se inspira en las muchas historias que escuchó como intérprete en los interrogatorios a los niños que cruzaban solos, y que recoge en forma de ensayo en: Los niños perdidos. Un ensayo en 40 preguntas (Sexto Piso, 2016) y en su versión en inglés, Tell Me How it Ends (Coffee House Press, 2017).

Publicado hace ya algunos años, otra gran aportación a la conversación es la novela de Reyna Grande, The Distance Between Us (Washington Square Press, 2012). En ella hay un pasaje de lo más conmovedor donde la hija identifica a quién hay que temerle más que a La Llorona —la famosa leyenda de la madre que mató a sus hijos—, a ese otro poder que se lleva a los padres. Y dice: “Neither of my grandmothers told us that there is something more powerful than La Llorona—a power that takes away parents, not children. It is called The United States” (3).

Hablando de niños que cruzan la frontera, pero ahora con sus madres, está el polémico libro American Dirt (Macmillan, 2020) de Jeanine Cummins. Celebrado en el Ophra’s Book Club, ampliamente criticado y cuestionado por exotizar el problema de la violencia que viven los países latinoamericanos y, en especial México, así como por reafirmar estereotipos sobre los latinoamericanos migrantes.

La visión de las hijas que llegaron muy pequeñas a los Estados Unidos es otra voz en la literatura de hoy. Libros con estas voces muestran la formación de una identidad que se construye entre dos mundos, así como fracturas generacionales y territorios afectivos que resultan dolorosos y, algunas veces, insalvables. Acá están obras como I Am Not Your Perfect Mexican Daughter (Knopf Books for Young Readers, 2017) —New York Times Bestseller y finalista National Book Award—, de Erika L. Sánchez, donde en el dolor de la pérdida de una hija lleva a la exploración del significado del vínculo familiar y del gran peso que las madres que han migrado cargan al seguir atadas a sus propios miedos por una educación tradicional y llena de prejuicios.

Aunque no en inglés, me gustaría mencionar un precioso libro de poesía que recoge la voz de una niña que es migrante temporal, de los muchas que cruzan la frontera cada año para trabajar con sus padres en la cosecha. Tikuxi Kaa/El tren, de Nadia López García —Premio Nacional de la Juventud 2018 (México)— nos dice que su madre le había explicado que pronto volverían a esa tierra en donde su ombligo fue enterrado “donde canta la chicharra de mañana y las flores nunca mueren”. López García nos hace partícipes de su añoranza por la tierra de origen y a mí me provoca preguntarme, ¿en dónde quedaron los ombligos de los miles de niños que están cruzando hoy?

Y es que en un tiempo en donde el ímpetu de la escritura sobre la maternidad, de la experiencia de maternar, de la desestigmatización de lo materno, o del impulso de matar con la pluma a nuestras madres, vemos que es también el de las voces de hijas que desde distintos lugares hablan estruendosamente. Y esto nos han hecho pensar a Verónica Ríos y a mí, en nuestras muchas reflexiones sobre lo que escuchamos y leemos en  Hablemos, Escritoras , que valdría la pena explorar ideas para encontrar un término que nombre este momento literario que estamos viviendo hoy. Tal vez tendríamos que preguntarle a Susanita —el personaje de los libros de Quino, la amiga de Mafalda, y arquetipo de la que un día será madre perfecta— si “hijez” sería el nombre que tendríamos que usar para hablar de una narrativa que recoge la complejidad de ser hijas y las muchas cadenas que nos atan a nuestras madres.

Hace ya mucho tiempo que no veo La otra luna, pero nunca he olvidado esa escena cursi y melosa que me hace llorar cada vez, donde a pesar de la distancia la luz de la luna acerca a madre e hijo. Ojalá haya un rayo de luz que acerque a estos niños, ahora solos, con sus madres lejanas. Me da curiosidad saber qué libro escribirían, si algún día llegaran a hacerlo.

 

Adriana Pacheco, PhD. es investigadora y es escritora. Fundadora del Proyecto Escritoras Mexicanas Contemporáneas y  la fundadora y conductora de la página web y podcast Hablemos, Escritoras. Es miembro del International Board of Advisors en la Universidad de Texas, Austin.  Su Twiter es @adrianaXIX_XXI

 

 

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Posted: May 19, 2021 at 8:47 pm

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