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El devenir de lo humano y de lo animal
COLUMN/COLUMNA

El devenir de lo humano y de lo animal

Cecilia Eudave 

Una de mis pasiones es coleccionar bestiarios ­­­de todo tipo; escritos bajo cualquier fundamento de sentido y significación. Es a través de ellos, desde su contexto de elaboración, en su ir y venir por el tiempo, en su resistencia o permanencia, en su prohibición o exaltación, que veo y reconozco cómo el ser humano va tratando de integrarse, o separarse, del reino vegetal, del reino animal. Y, a pesar de que son a veces tan disímiles las recopilaciones, lo que subyace en todas ellas es la intención de suprimir, trasladar, o derivar la bestialidad humana hacia lo animal con intenciones de carácter formativo moral/ético, o hacia un devenir animal con acento social como instrumento alegórico para adoctrinar. Si voy hablar del devenir de lo animal y de lo humano, con el interés de comprender el estado de la cuestión de mi momento histórico en relación a los bestiarios y su lectura del mundo actual, centraré mis conjeturas en el libro Donde el río se toca (2022), de la mexicana Rose Mary Salum. Su lectura desde el inicio me entusiasmó mucho porque encontré en él una vuelta de tuerca a los bestiarios del XX, y un intento por resignificar, en este incipiente siglo XXI, la fábula y los animalarios de épocas de antaño. Además, soy proclive al análisis del discurso; creo que la escritura supera al escritor en su primera intención, y son los lectores los que intuimos algo más que una historia contada. Se rebasa esa primera tensión narrativa para entregarnos múltiples niveles por los que transita una anécdota, una noticia, una fotografía, una sensación, o el encierro. Los textos generalmente se filtran a través de la exposición social, cultural, emocional, generacional, histórica de quien escribe, y cruzan o trazan la escritura para crear una empatía que en su contexto alegórico nos invita a leer el mismo texto desde distintas perspectivas.

Dicho lo anterior, les comparto mi lectura de los nueve relatos que componen este libro que, distribuidos en tres apartados, nos despertarán una serie de cuestionamientos que comprometen nuestra visión del mundo convenido antes y después de la pandemia. El narrador se aproxima más a un monitor, a una cámara u ojo que ve desde un distanciamiento aséptico. Es tan neutral que nos inquieta por lo que describe, con tal pulcritud y economía de recursos, que nos provoca la sensación de estar encerrados en las historias junto a los personajes, que desde su prisión mental, emotiva o física son escudriñados por los animales con asombro y decepción. Un loro, una gata, un zancudo, una mona, una mosca, un hipopótamo de peluche, una gallina, una cebra, una vaca y sus becerros, son los mediadores, los testigos, de realidades tan insólitas como posibles. Así, los animales domésticos, imaginarios o salvajes reflexionan sobre la fragilidad humana cuando se ve sometida a situaciones que no puede controlar y desatan su violencia pero sobre todo su crueldad. Cada cuento va sumando elementos para evidenciar que nuestra naturaleza humana no es la mejor, nos confrontan con problemáticas, por citar algunas, sobre la violencia intrafamiliar en «La gata en cuarentena» o «El trío», la maternidad con «La gallina cocinada», el clasismo de «La muy mona», el racismo y lo políticamente correcto en «La cebra», o la muerte, terrible y certera, en el relato «Donde se toca el río». No debo olvidar las recurrencias intertextuales que llaman a otros textos con la intencionalidad de trastocar las historias que nos remiten a La rebelión en la granja de Georges Orwell, o al cuento «La gallina degollada» de Horacio Quiroga, entre otras que no mencionaré para no estropear su experiencia lectora. Los cuentos de Salum, en su consistencia, nos ofrecen una profundidad desconcertante que cala en el lector al descubrir cómo lo animal viene a restituirnos nuestra humanidad. Ese no tomar partido por parte de la instancia que narra consigue que paradójicamente nos sean más próximas las situaciones de violencia, descalificación y exclusión. Además, el humor ácido y manejo sutil de la tragedia fortalecen la metaforicidad de un ser como o un des-ser.

Aquí hago un alto para resaltar que ese ser como o des-ser fue lo que me pareció más significativo, fue lo que me entusiasmo tanto de este libro —que les recomiendo leer ampliamente—. Rose Mary Salum tocó la llaga de este mundo que no sabemos si, en su posmodernidad, acaba de entender que no hay reinos superiores y que todo debe guardar su equilibrio. Porque: «los devenires animales no son sueños ni fantasmas. Son perfectamente reales. Pero, ¿de qué realidad se trata? Pues si devenir animal no consiste en ser el animal o en imitarlo, también es evidente que el hombre no deviene “realmente” animal, como tampoco el animal deviene realmente otra cosa» (Deleuze, Gilles; Guattari, Félix).  El devenir propuesto por Salum nos invita a reflexionar sobre la imposibilidad de ser como o des-ser en otro reino que no sea el nuestro: el humano, el terriblemente humano. Esto se sustenta precisamente en el cuento que da título al libro «Donde el río se toca» que confronta dos naturalezas (la animal y la humana) ante la muerte, ante la tragedia, ante la familia, ante la colectividad, recordándonos —retomo nuevamente a Deleuze y Guattarri— que «devenir es un verbo que tiene toda su consistencia; no se puede reducir, y no nos conduce a “parecer”, ni “ser”, ni “equivaler”, ni “producir”[…] Devenir nunca es imitar». Agradezco que Rose Mary nos lo recordara en su libro: el devenir de lo animal no debe ser ni será humanizarse, y que cuando los humanizamos solo estamos justificando nuestra crueldad, nuestra violencia, trasladando nuestros vicios y a veces virtudes a otro reino que no nos es el propio. Por eso, la vaca que yace en el río, a la que miran sus becerros sin entender por qué no se levanta después de ser golpeada en la carretera, o acaso sí comprenden y su desconcierto se nos escapa, mientras decenas de celulares graban la escena para reproducirla en sus redes. Si bien soy incapaz de saber qué pasa realmente con esas dos crías observando a su madre agonizante, y lo supongo todo desde mi condición de «persona»; sí puedo suponer, porque pertenezco al reino de lo humano, que todos los que capturan esa imagen con sus teléfonos no la hacen por piedad, ni tristeza, sino para ganar seguidores y likes. Y me nace el desconcierto al recordar lo que en su momento Giorgio Agamben dijera: «La humanización integral del animal coincide con la animalización integral del hombre» y, de ser así, ambas partes salen perdiendo, o ¿no?

 

*Imagen de David Medina Portillo

 

Cecilia Eudave (Guadalajara, México). Narradora y ensayista. Algunos de sus libros son: Registro de Imposibles (cuentos, 2000, 2006, 2014),  Bestiaria vida (novela, 2008, 2018), con la cual ganó el premio de novela Juan García Ponce, En primera persona (cuentos, 2014), Aislados (novela, 2015), Microcolapsos (minificción, 2017, 2019), Al final del miedo (cuentos, 2021) y El verano de la serpiente (novela, 2022). Escribe también cuentos infantiles con títulos como Papá Oso (2010) y Bobot (2018), y novela para jóvenes. Ha sido traducida a varios idiomas, participado en diversas antologías y revistas tanto en su país como en el extranjero. Es profesora–investigadora de la Universidad de Guadalajara. En el 2016 se le otorgó la Cátedra América Latina en Toulouse, Francia y en el 2018 fue invitada de honor de la Cátedra Dolores Castro por la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Su Twitter es @CeciliaEudave

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Posted: January 12, 2023 at 11:38 pm

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