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VALOR Y PRECIO DEL AGUA

VALOR Y PRECIO DEL AGUA

Amalia Iglesias Serna

Cualquier tema parece insignificante al lado del que nos ocupa a todos en estos primeros días del año en vilo, pero también hay otros asuntos que deberían preocuparnos. Pienso mucho estos días en el agua. Desde que hace unas semanas leí que el agua comenzaba a cotizar en el mercado de futuros en la Bolsa de Wall Street (cada 1000 litros a 0,32 euros), me quedé dando vueltas a la pregunta de qué demonios significa eso. Lo que explican los especialistas es que lo que parece cotizar a futuro es el «derecho de uso y aprovechamiento de agua de varias zonas de California». Pero no deja de ser una «noticia llave», con enorme valor simbólico, que nos conduce a una de nuestras mayores amenazas de las últimas décadas y uno de los grandes temores de nuestra civilización: la escasez de agua potable, y que esa escasez conculque un derecho, que en realidad nunca se ha respetado para todos. En 2010 la ONU reconoció el derecho al agua potable limpia, como un bien «de dominio público». Pero todos sabemos que los derechos humanos no siempre llegan a todos los seres humanos. Y que, en algunos lugares del mundo, los intereses económicos siguen estando por encima de esos derechos. En lo que al agua respecta, me acuerdo ahora de aquella emblemática película de Icíar Bollaín de ese mismo año 2010, También la lluvia, en la que retrataba el conflicto por la privatización del agua en Bolivia, los enfrentamientos por defender el derecho al agua.

El agua comienza a cotizar en Wall Street, cuando más de 2500 millones de personas viven en estrés hídrico, es decir, que sobreviven con el agua al límite de sus necesidades, y se calcula que dentro de veinte años esta cifra casi se habrá duplicado. La contaminación y las sequías generadas por el cambio climático hacen presagiar que en un futuro no tan lejano el agua pueda llegar a ser un bien de lujo, más preciado, dicen, que el petróleo. La famosa «paradoja del valor» formulada por Adam Smith en La riqueza de las naciones, en el siglo XVIII, en la que utilizaba la metáfora del agua y los diamantes (tradicionalmente usada para diferenciar valor y precio por otros autores como Platón, Copérnico o Locke) sostiene que: «Nada es tan útil como el agua; pero el agua no comprará gran cosa; nada de valor puede ser intercambiado por ella. Un diamante, en cambio, tiene escaso valor utilitario; pero muchos otros bienes pueden ser intercambiados por éste». ¿Tal vez en un futuro no tan lejano los términos de la paradoja lleguen a ser intercambiables si se pone precio al valor? Dos ejemplos anecdóticos: en la feria de arte ARCO 2015 una obra del cubano Wifredo Prieto, titulada Vaso de agua medio lleno se vendió por 20.000 euros; en 2017 se calificaba como «el último lujo» embotellar agua de iceberg, que se vendía en Harrods por 100 euros cada botella de 750 ml.

©Wifredo Prieto, “Vaso de agua medio lleno”

   Ya lo decía uno de los siete sabios de Grecia, el presocrático Tales de Mileto: «El agua es el origen de todas las cosas». Y prácticamente todas las investigaciones científicas que en nuestros días siguen buscando el origen de la vida en nuestro planeta, intentando remontarse a 4000 millones de años, coinciden en que el agua fue el ingrediente catalizador de ese milagro. Desde ese origen de la vida hasta la «vida líquida» actual (Bauman dixit), el agua ha venido atravesando tribus y civilizaciones, desde los ríos que nunca íbamos a poder cruzar dos veces, a los ríos que van a dar a la mar… De aquel muchacho «mirando aguas abajo la corriente» de Vicente Aleixandre al «agua ensimismada» en un poema María Zambrano; de la niñez «ya fábula de fuentes» de García Lorca, a la fuente de Salinas que canta al lado de mi casa. Manantiales, nubes, océanos, lluvias, diluvios, nieve, fuentes, lagos, glaciares… el agua derramada a través de los tiempos, el agua que fluye en nuestro cuerpo, en sus cascadas interiores, en sus tuberías de sombra… Somos agua, alrededor del 60 % de nuestro cuerpo es agua, nuestra sangre es agua en un 90 %, nuestro cerebro es agua en más de un 75 %; nuestra historia está escrita en el agua…; en cada gota aprendemos a leer nuestra sed. Ceremonias, leyendas, rituales y tradiciones guardan la memoria del agua.  Y todo para llegar a ponerle precio, que es como ponerle puertas al campo y trazar caminos en el cielo, como si nos dijeran cualquier día que el aire que respiramos cotiza al alza en Wall Street.

Es el primer día del nuevo año cuando estoy terminando de escribir este artículo y curiosa coincidencia, cosas de lamias (que viven en las fuentes y en los ríos) mi amiga Josune (sin saber que estoy escribiendo sobre el agua) me reenvía por whatsapp un curioso texto que explica un rito tradicional de Navarra, según el cual, el último día del año los jóvenes, a las doce de la noche, se reunían junto a la fuente de sus pueblos y recitando en euskara «Ur goiena, ur barrena», repartían el primer agua entre los vecinos. «Ur goiena, ur barrena/ Urteberri egun ona/ Graziarékin Osasuna/ pakearékin ontasuna/ Jaungoikuak dizuela egun ona» («Agua cimera, agua profunda. Buen día de año nuevo, salud y gracia, hacienda y paz. Que Dios os conceda un buen día»).

Tal vez sí, tal vez deberíamos tomar doce sorbos de agua al comienzo de cada año, para valorar ese preciado tesoro transparente, que, como la vida misma, no debería tener precio. A nadie se le debería negar nunca un vaso de agua limpia. Como escribe Francis Ponge (y lo recojo del espléndido libro Variaciones sobre el vaso de agua, de Andrés Sánchez Robayna): «Un vaso de agua es menos que el mínimo vital, es la menor de las limosnas, la menor de las cosas que se pueden ofrecer» y, sin embargo, cuando alguien tiene sed, no hay nada más valioso, conviene no olvidarlo.

Amalia Iglesias Serna es una filóloga, poeta y periodista cultural española. Ha publicado más de 10 libros de poemas y dos en coautoría. Entre algunos de sus reconocimientos está el Premio Francisco Quevedo de Poesía 2006, la Medalla de Oro Don Luis de Góngora de la Real Academia de Poesía de Córdoba (España) 2004, el Premio Villa de Madrid Francisco de Quevedo 2006 y el Premio Ciudad de Salamanca de Poesía 2016 por La sed del río entre muchos otros.

 

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Posted: January 14, 2021 at 9:12 pm

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