Essay
Octavio Paz y los narradores del Boom
COLUMN/COLUMNA

Octavio Paz y los narradores del Boom

Malva Flores

“Los hambrientos peces fantásticos”

 Este año se conmemora el 15 aniversario luctuoso de Octavio Paz, cuya muerte ocurrió el 19 de abril de 1998. En estas páginas, Malva Flores recuerda, entre fiestas y cartas, un episodio central en la vida cultural latinoamericana del siglo pasado.

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Estas señales deberían estar apoyadas por un globo terráqueo, una máquina del tiempo, un viejo video subido en Youtube (ahora disponible en la APP de Blanco) y 27 volúmenes empastados, cinco en color rojo con distintos tamaños y 22 más, en color azul. No son necesarios si uno confía en el recuerdo que los lectores tengan del rostro del mundo a mediados del siglo XX, momento en el que da inicio esta historia que puede fecharse simbólicamente el último día de 1967, en el número 9A de Hampstead Hill Gardens, en Londres. El frío o la niebla no son obstáculo para que logremos divisar, tras las persianas del tiempo, las figuras de quienes se aprestan a recibir 1968 ofreciendo una cena a sus amigos. Los anfitriones forman un matrimonio brillante como las lentejuelas: una hermosa actriz mexicana y un apuesto escritor, quizá el más cosmopolita de los narradores del Boom, cuya sonrisa aquella noche competía en encanto con los ojos de su mujer, Rita Macedo. “Fuentes daba una fiesta de fin de año que fue una despedida porque los amigos de entonces ya no son amigos”, recordó alguna vez Guillermo Cabrera Infante, al evocar aquella cena a la que él llevó un pastel de chocolate especial, cocinado con “cocoa y hasch”. Al ofrecer el postre, Carlos Fuentes le dijo sobresaltado: “No necesito drogas para expandir mi conciencia”. La reacción de Octavio Paz fue diferente: aceptó el pastel. Para Cabrera Infante ese gesto revelaba la actitud del poeta frente a las distintas y provocadoras experiencias de la cultura.

En esa fiesta se encontraban también Myriam Gómez, Hugo Gutiérrez Vega y Lucinda, su mujer. También asistió Mario Vargas Llosa quien, recuerda Gutiérrez Vega, “se puso lívido al enterarse de que el pastel que Guillermo había aportado a la celebración era de chocolate con hachís”. El final de los –para algunos– dorados años sesenta se acercaba y Londres era también una capital latinoamericana, quizá mayor que París. Mientras Carlos Fuentes asustaba a Cecilia Fuentes y a Mónica Gutiérrez, investido en su papel de Conde Alucard –“frac impecable, condecoración, capa con vuelos rojos, mirada diabólica y colmillos salientes”, narra Gutiérrez Vega el episodio–, Carlos Monsiváis, Sergio Pitol, José Emilio Pacheco, Antonio Cisneros, Fernando del Paso, Cabrera Infante, Vargas Llosa y ocasionalmente Cortázar, entre muchos otros escritores latinoamericanos, vivían en Londres o pasaban una temporada en la capital británica.

Centro de irradiación, desde Londres José Carlos Becerra mantuvo una breve y emotiva correspondencia con Lezama Lima quien, en su última carta al poeta mexicano, advertía la importancia que esta ciudad iba cobrando: “Ahora está en Londres, ya parece que París no atrae tanto a nuestra gente, pero hay como un agazapamiento, absortos, atónitos, confusos, aterciopelados, una furia se carboniza en París y procura reconstruirse en Londres. Pero ahora yo supongo que debe haber un buen centro en torno a Octavio Paz, a quien todos queremos y admiramos. Supongo que usted lo verá con frecuencia; dígale la magnífica fiesta que es para mí leer sus poemas o sus grandes intuiciones críticas.” Becerra ya no leería esta carta, que Gutiérrez Vega envió a Gabriel Zaid y José Emilio Pacheco para integrarse a la edición de El otoño recorre las islas.

Una vuelta a la manivela de nuestra máquina del tiempo puede situarnos, meses después, en el jardín de una casona de muros blancos con columnas griegas y amplias verandas, ubicada en el número 136 de Golf Links, Nueva Dehli. Es posible advertir el curso de la historia gracias a una vieja película donde se suceden diversas imágenes, en las que más de una docena de personas baila una danza que podemos imaginar animada pues el video es mudo. Los danzantes acompañan su baile con rítmicas palmadas y poco a poco se va formando una ronda de niños en cuyo centro aparece un hombre distinto a los que bailan. Lo distinguen varias cosas. En primer lugar la vestimenta: una camisa blanca que contrasta con los tonos más bien oscuros de las prendas de quienes lo rodean. Lo señalan también el ritmo dislocado de su baile y los rasgos de su rostro: es un hombre occidental rodeado por las risas de unos niños hindúes, pero su cara está manchada por un polvo rojizo que, al igual que el de sus acompañantes, nos permite creer que esta película fue filmada durante las fiestas Holi, que se celebran cada año en la India en vísperas de luna llena, y donde los participantes se lanzan polvos de colores para romper la distancia de las castas y unirse en un lazo fraterno. De pronto, en la imagen aparece una mujer rubia, ataviada con un sari naranja. Otra mujer occidental baila a su lado vestida de rojo y más tarde se incorpora al grupo un hombre altísimo vestido, como el otro, de blanco. El video concluye cuando Aurora Bernárdez saca una cámara fotográfica que apunta a la de video y desaparecen los rostros de Julio Cortázar, Marie-José Tramini, y el del hombre que bailó al centro de la ronda: Octavio Paz.

Es probable que esta película se haya tomado a principios de marzo de 1968, cuando el narrador y su esposa visitaron a los Paz algunos meses. Cortázar y Aurora Bernárdez habían llegado a Nueva Dehli el 19 de enero y la vida en la embajada los impresionó. Al menos a Cortázar, quien le asegura a Jean Barnabé, en carta del 21 de ese mes, que “sólo el afecto de Octavio, de su mujer, nos rescata un poco de un tipo de vida para el que yo no he nacido (Aurora sí, pero ya sin esperanzas de que yo pueda proporcionárselo alguna vez).” Ese tipo de vida sería retratado por Cortázar en cuanta carta escribió desde la India, y se resume en las siguientes líneas, enviadas a Julio Silva el 20 de febrero: “En casa de Octavio Paz hay cinco criados, desde el valet hasta el barrendero y es una de las casas de residentes extranjeros donde hay menos criados, pues se habla de otras donde hay veinte”; o en estas otras, dedicadas a Paul Blackburn, el 23 del mismo mes: “Octavio y Marie José están muy bien y vivimos los cuatro en una casa digna de las Arabian Nights, con tantos criados que me da un poco de asco, y unos jardines con flores y pájaros increíbles”. Pese a sus reticencias, la había pasado bien, según le escribió a Francisco Porrúa el 24 de abril, cuando ya fuera de la India hacía el relato de su visita a Octavio Paz, quien era “uno de los hombres más inteligentes que he conocido entre los poetas: me enseñó mucho sobre budismo, nos pasamos largas veladas hablando de poesía y hasta haciéndola”. Bajo la sombra azul del platanar, charlaron  muchas y largas horas de sus proyectos y leyeron poemas a la luna, haikús y poesía sánscrita “pesada como una diosa”, según escribe Paz en una carta dirigida a Tomás Segovia desde Dehli, el 17 de marzo.

Años antes aunque en esa misma casa, el poeta planeaba hacer una revista con Segovia, Carlos Fuentes y Arnaldo Orfila. Su correspondencia revela las horas, meses y años en los que, desesperadamente, el poeta intenta organizar esa publicación con sus amigos. Busca contactos en cualquier sitio, convence a Malraux de obtener ayuda del gobierno francés, luego desecha aquella idea y concentra sus baterías en México. Su renuncia a la embajada de la India en protesta por la masacre de Tlatelolco pospuso aquel proyecto largamente acariciado. El 7 de noviembre de 1968 Octavio Paz viaja a Bombay. Ya a bordo del Victoria, pensaba tal vez en su inescrutable porvenir mientras el barco surcaba las aguas camino a Barcelona. Al llegar lo esperaba una amistosa sorpresa en el muelle: para recibirlo, estaban ahí Carlos Fuentes, García Márquez y Carlos Barral. No tenía trabajo. Ni la unam, el Colegio de México o alguna otra institución mexicana le ofreció abrigo. Pasó algunas semanas en Niza en casa de su suegra, y más tarde, se refugió en el hotel Saint-Simon en París. Una cosa lo alentaba, la idea fija de fundar aquella revista. Sin embargo, al llegar a París se enteró de que su proyecto había sido ya divulgado por Fuentes entre muchos amigos y otros que no lo eran tanto.

Necesitaba urgentemente encontrar trabajo. De París partió a la Universidad de Pittsburgh, más tarde a la de Texas en Austin y, finalmente, en noviembre de 1969 a la Universidad de Cambridge. Meses después recibiría la invitación para asistir a una fiesta en la campiña francesa pero, según narra Paz en su “Historia y prehistoria de Vuelta”, tomó la decisión de no acudir, pese a que Goytisolo, Sarduy y Albina Boisrouvray le habían insistido sobre la necesidad de su presencia. Quizá el anfitrión de la fiesta pensaba de manera distinta sobre la asistencia de Paz, pues en carta del 12 de agosto de 1970, Cortázar le escribe a Julio Silva anunciándole el festejo y detallando la lista de invitados a la “gran rejunta de los latinoamericanos”: Fuentes, Vargas Llosa, García Márquez, María Casares, Lavelli y Sami Frei, “plus qué se yo cuántos más”. Paz no se encontraba en la lista de los mencionados directamente.

Así, mientras Paz permanece en Cambridge, el 15 de agosto de 1970 se lleva a cabo el singular festejo en Provenza. En la casa de campo de Cortázar la plana mayor del Boom se reunió para celebrar la puesta en escena de El tuerto es rey, de Fuentes, estrenado en el Festival de Aviñón. Una caravana de escritores hispanoamericanos viajó desde Barcelona o París para la ocasión y el 16 de agosto Cortázar le escribe a Roberto Fernández Retamar, reseñando la fiesta: “ayer hubo una pachanga en mi ranchito de Saignon, en la que estuvieron García Márquez, Mario, Fuentes y Pepe Donoso, entre muchos otros; fue una ocasión admirable para hablar del discurso de Fidel, del 26 de julio.”

No sólo hablaron de Fidel, aunque a partir de ese momento Castro se volvería un personaje central en la historia de la enemistad entre los escritores que aquel verano en Saignon planearon una revista que durante tanto tiempo habían querido realizar Paz, Segovia y Fuentes. El veto que Cortázar impuso a la incorporación de Cabrera Infante a las iniciativas de la revista, bautizada como Libre, fue un aviso de la más importante fractura entre los escritores hispanoamericanos del siglo pasado. Años después, Paz recordaría el proyecto de Libre y las razones de su distancia: el grupo le parecía “heterogéneo y disímbolo”; además, desconfiaba de “García Márquez, demasiado ligado a La Habana”. La idea de Paz sobre una posible revista “se había desfigurado” y no se consideró a Segovia para ocupar el puesto de secretario de redacción, como estaba convenido originalmente.

La molestia de Paz es perceptible en las cartas que le escribe a Orfila en aquella época. Gracias a Fuentes y Cortázar, Orfilaba estaba enterado de la posibilidad de fundar otra revista. Ignoraba, tal vez, que Paz estaba en contra de este último proyecto o, quizá suponiéndolo, atreve unas líneas para dar paso a la respuesta del poeta. El 31 de agosto le escribe al Churchill College de Cambridge para comentarle: “Le escribo a Julio Cortázar en este momento y le digo que he leído con gran satisfacción que preparan ustedes la revista que tanto hemos conversado con usted y otros amigos. Ojalá que logren materializar el proyecto que cumplirá una función en los momentos que vivimos.” Paz demora su respuesta sobre el asunto y, finalmente, el 20 de octubre, retoma el asunto: “En una de sus cartas me habla de la Revista. No es lo que yo quería y lamento que ese proyecto original mío poco a poco se haya convertido en otra cosa. Yo no deseo formar parte del comité de esa publicación y así se lo diré a los organizadores cuando éstos se comuniquen conmigo”. Orfila le responde el 28 de noviembre: “Me entero de su actitud con respecto a la Revista y por lo que usted me dice y lo que conversé con Cortázar en Buenos Aires, pienso que será un proyecto difícil de llevar a la práctica…”

La correspondencia de Cortázar con García Márquez revela la profundidad del disgusto que aquella circunstancia provocó en el poeta. El 7 de diciembre de 1970, Cortázar le escribe al colombiano: “Recibí una carta de Octavio, diciéndome que ya se le ha pasado la bronca, pero que a lo mejor quién sabe si en una de esas no saca ‘su’ revista en México… Ya ves que el boche es de abrigo; y además, Gabo querido, ¿a ti te parece que todo esto es tan importante como pretenden los agitados del grupo, es decir Goytisolo y probablemente Sarduy? Confío como siempre en tu sentido del humor, y en dos horas de charla barcelonesa, para dejar bien claras estas cosas; dile a Mario (o pásale esta carta, que es tan suya como tuya, porque los tres mosqueteros deben compartir lo bueno y lo malo, yo pienso) que tengo muchas ganas de hablar con él de todo esto”.

“Todo esto” eran las discusiones alrededor de la postura que debía tomar la revista Libre. Pronto, los tres mosqueteros dejarían de serlo pues faltaban pocos días para que, simbólicamente, el Boom concluyera, según José Donoso, quien en su Memoria personal del Boom aseguró que éste había acabado también en una fiesta, donde hablaron del porvenir de Libre: “la nochevieja de 1970 en casa de Luis Goytisolo en Barcelona”. Allí, Cortázar bailó con su mujer, Ugné, “los Vargas Llosa, ante los invitados que les hicieron rueda, bailaron un valsecito peruano, y luego, a la misma rueda que los premió con aplausos, entraron los García Márquez para bailar un merengue tropical. Mientras tanto, nuestra agente literaria, Carmen Balcells, reclinada sobre los pulposos cojines de un diván, se relamía revolviendo los ingredientes de este sabroso guiso literario, alimentando, con la ayuda de Fernando Tola, Jorge Herralde y Sergio Pitol, a los hambrientos peces fantásticos que en sus peceras iluminadas devoraban los muros de la habitación: Carmen Balcells parecía tener en sus manos las cuerdas que nos hacían bailar a todos como a marionetas, quizás con admiración, quizás con hambre, quizás con una mezcla de ambas cosas, como contemplaba a los peces danzantes en sus peceras”.

Mientras Carmen Balcells alimentaba a los peces fantásticos y hacía el papel de titiritero, Octavio Paz seguía sin aparecer en esas fiestas. Pasaron aún dos años para que en México editara Plural, revista que hoy veo empastada en cinco tomos rojos de tamaños distintos, junto a los veintidós volúmenes azules de Vuelta, que le siguió.

SONY DSCMalva Flores es poeta y ensayista. Su libro más reciente es La culpa es por cantar. Apuntes sobre poesía y poetas de hoy (Literal Publishing/ Conaculta, 2014). Es columnista de Literal. Síguela en Twitter: @malvafg.


Posted: April 27, 2013 at 2:59 pm

There is 1 comment for this article
  1. Sandra Lorenzano at 9:46 am

    ¡¡Qué gran artículo, Malva querida!! ¡Mil gracias! Conocía el video de la fiesta en la India, pero no las otras cenas y reuniones. Es fundamental además lo que plateas sobre el tema de la revista “que no fue” como emergente de las irreconciliables diferencias políticas entre Paz y Cortázar.
    Un abrazo enorme

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