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Dejen de hablar de la caravana migrante
COLUMN/COLUMNA

Dejen de hablar de la caravana migrante

Alejandro González Ormerod

La caravana de migrantes centroamericanos que pasa por México con la meta primordial de llegar a Estados Unidos ha sido un desastre humanitario. Un desastre no solo porque delata nuestras vertientes racistas, xenófobas y reaccionarias, sino porque constituye un auténtico regalo que nosotros, quienes nos creemos buenos, de mente abierta, liberal y progresista, hemos concedido a estas corrientes regresivas. Mientras mayor es nuestro esfuerzo por convencer a nuestros conciudadanos menos tolerantes en favor de esta caravana (algunos “son buenas personas”, después de todo) mayor fuerza parece tomar la corriente antimigrante. Esto se debe al hecho de que las historias que nos contamos sobre la migración están inducidas por factores antimigrantes a nivel global.

Por trágica que sea su historia, el enfoque universal sobre la caravana acaba por beneficiar a las narrativas antimigrantes y daña a los migrantes de manera general.  Peor aún, la historia que a sí misma se cuenta la corriente promigrante sobre la migración se basa en tibiezas y leyendas de solidaridades pasadas que acaban sin convencer a nadie, excepto a los elementos ya favorables a la migración. En conjunto, ambas realidades —el poder narrativo del antimigrantismo y la debilidad de los argumentos en pro de la migración— repercuten negativamente en las vidas de los migrantes. Esta estrategia tiene que cambiar.

Prácticamente nada de la caravana que cruzó la frontera sur de México el 19 de octubre de 2018 es novedad: ni la crisis regional en Centroamérica que la causó, ni las migraciones/caravanas masivas centroamericanas, ni la represión policiaca y de agentes de migración mexicana, ni las deportaciones masivas de centroamericanos por parte de México, ni el servilismo de nuestro gobierno hacia la política migratoria estadounidense. La única razón por la que esta caravana es noticia se debe a que el presidente de los Estados Unidos necesita que así sea de acuerdo a sus propósitos electorales. Sin embargo, puntualizar que no son la primera caravana, no son terroristas ni Estados Unidos es la causa fundamental de tales migraciones, solo beneficia políticamente a Trump ya que es él quien enfoca la lente sobre el tema y mantiene el control sobre lo que se habla con una receta perfecta: miente sobre algún aspecto del fenómeno migratorio sabiendo que la flagrancia de sus aseveraciones incitará a los medios a corregirlo, logrando diseminar así aquella mentira. Ésta acaba incrustada en nuestras narrativas migratorias ya que las noticias falsas llegan más lejos, más rápido y a más gente que las simples verdades. El recurso ha generalizado la perspectiva y el lenguaje antimigrante aun en círculos neutrales o progresistas, según se vio en el caso de la agencia de noticias AP, obligada a disculparse por un artículo que describía a la  caravana como “un ejército conformado por la chusma de los pobres”. Lo nuevo no es la migración, la novedad es la generalización del lenguaje trumpiano que infiltra nuestros propios argumentos y afecta las realidades políticas.

El primer paso para retomar el control es desechar las gloriosas mentiras que nos contamos a nosotros mismos, como esos llamados a recuperar el “México solidario que antes éramos”. Temo que es momento de darnos cuenta de que ese país nunca existió. Existe una disyuntiva entre la realidad racista y xenófoba del país que recibe la caravana migrante y las narrativas que nos contamos a nosotros mismos de solidaridad frente al tema de los refugiados. Por lo general –histórica y actualmente–, México es antimigrante.

El mito del humanitarismo mexicano surgió como una herramienta política para revindicar al régimen de un solo partido que, si bien recibió a varios exilios durante el siglo XX, restringió su generosidad a periodos muy específicos de la historia, lo cual contrastaba con la cotidiana discriminación popular e institucional. La xenofobia particularmente racista del México del siglo XX tiene una larga historia, que inicia con uno de los primeros genocidios  en el siglo de los genocidios: la matanza de chinos en Torreón en 1911. La discriminación no se limitó a los sectores populares de la población, también existieron casos como el del desdén de algunas élites en contra de los refugiados españoles de los años treinta, quienes, si bien recibidos con brazos abiertos por Cárdenas, en su momento fueron discriminados institucional y personalmente por buena parte de la inteligencia mexicana. Hasta hace muy poco ciertas normas oficiales en instituciones académicas y de gobierno (incluyendo el mismo Poder Judicial) inhibían el ascenso de ciudadanos mexicanos naturalizados a ciertas posiciones. ¿Por qué? Para contener (inconstitucionalmente) el crecimiento profesional de los refugiados políticos del Cono Sur en los años sesenta y setenta. Es notorio a este respecto el caso del argentino Arnaldo Orfila, segundo director del Fondo de Cultura Económica, despedido por publicar títulos incómodos al partido oficial con la excusa de que era un elemento radical extranjero. En México somos muy abiertos a los inmigrantes cuando nos conviene políticamente; cuando no, se vuelven elementos nocivos a la patria.

Debe advertirse que la mayoría de estos migrantes fueron en realidad refugiados –con una definición muy puntual según la ACNUR– y llegaron a México en números relativamente mínimos. Esta es otra triste realidad de la historia de la inmigración en México: prácticamente nadie se quiere quedar aquí y, quienes sí, enfrentan condiciones especialmente difíciles dada su situación de migrantes. El caso de los migrantes centroamericanos de hoy no es diferente. La mayoría no se quiere quedar en México, y aun con las fuertes restricciones que ha impuesto el gobierno estadunidense, solo un pequeño porcentaje de quienes cruzan la frontera sur de México se quedan en el país, prefiriendo enfrentar la mutilación, la violación o la muerte con tal de cruzar la frontera hacia Estados Unidos

Sin embargo, el argumento de que son relativamente pocos los migrantes que se asientan en México no convence a los antimigrantes. Cuando el actual presidente y el presidente electo de México ofrecieron visas de trabajo a los integrantes de la caravana, las redes sociales se saturaron con el reclamo de que México no estaba en condiciones de “recibir a más pobres” —aunque este miedo no tiene fundamento alguno. Sin embargo, esas voces antimigrantes no tienen de qué preocuparse, la respuesta ha sido contundente: No, gracias: “México es el infierno”. ¿Y quién puede culparlos?

Lo cierto es que mientras la facción antimigrante está convencida de sus argumentos, la promigrante duda de los suyos y se limita a contradecir tímidamente las mentiras más flagrantes, en contraste con los hechos que pruebas los efectos positivos de prácticamente cualquier tipo de migración.

Un ejemplo a este respecto es el Éxodo de Mariel, ocurrido entre abril y octubre de 1980, en el que arribaron al estado de Florida aproximadamente 125,000 cubanos. Comparemos esta cifra con la caravana “masiva” de 4,000 personas que tanto nos obsesiona. Los estudios serios generados con base en este ejemplo único en la historia de la migración —mesurable geográfica, cronológica y demográficamente— comprueban que, a corto y mediano plazo, el Éxodo de Mariel no tuvo efectos negativos sobre la población local estadunidense. En cambio, a largo plazo ayudó a que Miami se transformara en una de las ciudades más prósperas y dinámicas de Estados Unidos.

La verdad ya no es suficiente para ser convincente. La corriente antimigrante entiende esto a la perfección y utiliza argumentos simples y fascinantes para cautivar a quienes los escuchan. Y entre éstos, las posturas más sutiles (y perniciosas) son las de los antimigrantes disfrazados de humanitarios. Sobre este tipo de antimigrante vale la pena enfocarse un poco y dar un ejemplo concreto:

En estos días circula en las redes un video sobre el problema migratorio explicando con chicles las razones humanitarias por la que los países desarrollados deberían restringir el ingreso de migrantes de países en desarrollo. Roy Beck coloca un chicle —representativo de un millón de migrantes que acepta el mundo desarrollado anualmente— frente a múltiples recipientes de “chicles pobres” que personifican los múltiples millones de pobres del planeta. Su argumento: el ingreso de inmigrantes de países pobres a los países desarrollados no solo no ayuda a resolver la pobreza, sino que es tan malo para los países emisores como para los receptores. Beck tiene la osadía de afirmar (contra toda investigación seria al respecto, como hemos visto) que ese chicle —el millón de migrantes— tiene el potencial de destruir los salarios de sus compatriotas en el mundo rico.

La verdad es que (contra lo que afirma Beck) la migración es el fenómeno social redistributivo y estabilizador más exitoso del planeta.

Beck sugiere que la migración está compuesta por los mejores integrantes de una sociedad quienes, tras su partida, privan a sus patrias de la oportunidad del desarrollo resultante de su trabajo. Claro, omite señalar que las remesas son el flujo de divisas externas más importante para la mayoría de los países en desarrollo. México percibe más dinero proveniente de remesas que del petróleo. Por su parte, en Honduras “las remesas, han llegado [a representar el] 18% del PIB, manteniendo al país a flote”. Ese ingreso es el sustento más importante para las comunidades vulnerables de estos países. Un dinero que no administra el gobierno (el cual seguramente se llevaría su tajada de intermediario), sino que va directamente a los bolsillos de comunidades rurales, indígenas y de escasos recursos. Con él no solo subsisten sino que financian viviendas, negocios y la educación de sus hijos. Irónicamente, si no migraran ni enviaran remesas se incrementaría la migración ya que no existiría el dinero con el que sobreviven sus comunidades; asimismo, competirían en condiciones de subempleo con los trabajadores que no migraron.

Curiosamente, estos antimigrantes disfrazados de bienhechores como Beck, se convierten súbitamente en creyentes de la infinita sabiduría del Estado. “Ayudémoslos en sus países”, concluye Beck, sin señalar cómo ni cuándo, aunque con una implícita e increíble confianza en la ineficiente, arbitraria y políticamente interesada distribución de ayuda internacional de los países desarrollados; distribución que queda en manos de los corruptísimos, represores y rentistas gobiernos de los países en desarrollo, cuya ineptitud suele ser una de las causas de la migración. 

Al argumento promigrante le urge un nuevo mythos que se declare verdaderamente a favor de la migración como fenómeno, no enfocado solo en los casos de migración que ocurren de manera episódica. Este nuevo mythos debe sostenerse sobre la base de sólidos fundamentos factuales y, a su vez, debe ir mucho más allá de las tenues defensas humanitarias de los migrantes, encausándose sobre los beneficios reales de recibir migrantes y refugiados. Las historias positivas sobre la migración deben ser inspiradoras y no solo aspirar a convencernos que de que no es “mala”, fundamentándose sobre dos puntos centrales: 1) Los migrantes de cualquier nivel socioeconómico son marcadores y potenciadores de desarrollo (económico, cultural y social); 2) Al tomar una de las decisiones más difíciles posibles para una persona —desarraigarse—, los migrantes han probado su potencial de esfuerzo y autosacrificio.

Por lo tanto, en lugar limitarnos a contradecir a quienes afirman que no cabe más gente pobre en el país, defendiendo a los migrantes de la caravana con razonamientos cómodamente humanitarios, deberíamos avergonzarnos de que, en su mayoría, jamás consideren quedarse voluntariamente en México. Deberíamos comenzar a medir el éxito de cada ciudad, región y país por el número de migrantes que atrae, cuánta diversidad migrante contienen y, asimismo, cuántos negocios exitosos crean hasta construir redes de prosperidad que, a su vez, contratan a empleados locales generando riqueza y diversificando a la economía y a las sociedades que los albergan.

Como bien dice Alexandria Ocasio-Cortez, la neoyorkina de ascendencia boricua que recientemente derrotó al establishment demócrata con sus fuertes declaraciones progresistas y promigrantes: “Jamás habría entrado a la política solo por la promesa de una mejora del diez por ciento”. A sus argumentos los guía el principio de que hay que identificar y defender firmemente nuestros ideales, aun cuando no lleguen a convertirse en realidad de manera inmediata. Los nativistas de la extrema derecha poseen mitos de pureza sin equivalentes del lado promigrante. Son inmunes a los datos duros. La mejor manera de contrarrestar el sentimiento antimigrante es crear argumentos que inspiren el deseo de ver un mayor número de migrantes en nuestras comunidades, ciudades y países. Los datos apoyan esta postura. Lo difícil es hacer sentir a la gente que esto es cierto.

 

Alejandro González Ormerod. Historiador y escritor anglomexicano, colabora en Letras Libres y Nexos. Es coautor de Octavio Paz y el Reino Unido (FCE, 2015). Actualmente es editor de El Equilibrista y titular del podcast Carro completo, dedicado a la historia y la actualidad política. Twitter: @alexgonzor.

 

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Posted: November 4, 2018 at 5:49 pm

There is 1 comment for this article
  1. Sara Afonso at 4:15 pm

    Excelente y valiente artículo
    Lo subscribo 100%, qué repugnante me pareció el tipo de los chicles y cuánto se ha difundido su estúpido video

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