Fiction
Formol (Fragmento de una novela inédita)

Formol (Fragmento de una novela inédita)

Carla Faesler

Febe piensa de repente en la segunda cena en casa de los padres de su entonces prometido. Y de nuevo la confusión es un fieltro de dudas o una cinta de cine que se traba, se inflama y quema come la imagen. Todavía lo recuerda: en aquella ocasión había siete personas al principio. Y al final eran ocho. No fue que Febe no se diera cuenta de que alguien llegó al final de la reunión pues estaba bien alerta por quedar bien con los futuros suegros, el novio y los invitados. Fue de veras extraño, pero no comentó nada porque le pareció inoportuno, algo que podría mellar el buen camino que había tomado para salir de su casa, tan rebuscada y sofocante su casa. Sucedió que cuando los siete invitados, y ella bien que los tenía contados por sus nombres y temas de conversación, se levantaron de la mesa para tomar café y digestivos, fueron ocho los que ocuparon los sillones de la sala. Por supuesto, contó unas tres veces por no estar bien segura si el vino o la emoción de su vestido especial. Definitivamente sí, había alguien más. Y por muy que se esforzó hasta el final de la velada, no pudo nunca identificar entre los presentes quién era el que acababa de surgir así de repente como un brote carnoso en la textura conocida de un cuerpo, ¿cuál de ellos era la instantánea presencia que al parecer nadie advertía? Pero todo esto ahora sólo ondea en el pantanoso pensar de Febe, que al mismo tiempo está muy pendiente de lo que se le presenta en la casa. El lente de Febe recorre, encuentra, fija, graba y edita.

Oye, llevémonos de una vez el corazón.

Mira, no, todavía no.

Sí, me lo llevo.

¿Qué vamos a hacer con él, dónde ponerlo?

Hay que llevarlo a la casa para que desaparezca.

¿Y si lo destruimos?

Ya nos ha destruido.

¿Y si intentamos de nuevo?

Hay que intentar reconstruirnos.

En esas cenas mis padres hablaban del corazón con los invitados. Estas servilletas huelen a esas conversaciones.

Una buena lavada con cloro y ya está. Tal vez.

De regreso en el coche, los muslos pesan el recipiente cubierto con el terciopelo morado. Febe levanta apenas la tela y advierte que el líquido mece la víscera ahora que su esposo ha frenado en el primer semáforo. Ella se va en ese vaivén a los momentos en los que nada o casi nada le preocupaba. Pero como siempre, regresa.

No sé, no sé qué hacer.

Saber es imposible, ya sabemos.

Lo pondré en la biblioteca, en el tercer nivel de las repisas.

Me parece bien, pero no lo descubras.

El frasco está tibio.

Es que tus manos están heladas.

¿Y si tuviera un poco de vida todavía?

Al llegar a la casa, Celso sale, rodea el coche y abre la puerta a Febe quien se incorpora sobre la acera e inicia una procesión.

Entra, ponlo pronto donde quieras, que ocupe su lugar y que ahí se quede callado.

 Seguida por su marido, Febe sube las escaleras como si sostuviera entre sus brazos un recién nacido que llega a casa del hospital. Ya en la biblioteca se abre paso entre la mesa, las avispas cosmonaves y las sillas.

A ver, ¿cómo ves, qué tal ahí?

Perfecto, ahí está bien. Vente, ¿quieres un campari?

Lo que me gusta del campari es su color.

¿Sabías que tintan el licor con cochinilla?, una plaga del nopal que en tiempos prehispánicos se usaba para colorear murales, vasijas, telas, códices y otras muchas cosas.

¿De verdad?, pues ahora me gusta más.

 Cierran la puerta sin darse cuenta de la prisa que tienen por salir del cuarto. Cierran la puerta sin pensar en el pequeño agujero de la cerradura por la que alguna vez espiará Larca y que se ocluye apenas, imperceptiblemente. El sol de invierno, el flotar del polvo de siempre se quedan ahí dentro, pero una vibración enrarece y nueva la atmósfera.

Hay un corazón humano del tamaño de un puño dentro de un frasco. Ahora se estrena en el librero con todo el esplendor de una locura.

Color panza de serpiente, glóbulos oculares de enfermo, botella de vidrio llena de humo. El tono brilla el iris y aun más si uno piensa en el cemento bajo el cual debería estar sepultado este pedazo de carne que luce equivocado entre los vivos. Su destino es latir en otro pulso. Por ahora sin embargo, serán las venas de Larca el único fluir caliente que recorrerá esos tejidos plastificados por el tiempo.

Luego de cenar Febe y Celso vuelven a revisar lo que trajeron. Ella toma de nuevo el frasco y lo ubica en otra altura. Se aleja para ver, no se convence, lo regresa a la tercera repisa. Él, desde la puerta se recarga y se hace pared.

Ahí está perfecto, ya ven, vámonos a dormir.

¿Vas a leer?

Un rato, sí, ¿tú ya terminaste tu libro?

Todavía no, ya casi. Déjame que apague la luz.

Apaga, vamos.


Posted: July 8, 2013 at 3:13 am

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *