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Otros rituales para decir adiós
COLUMN/COLUMNA

Otros rituales para decir adiós

Socorro Venegas

Una trágica constante habita en las noticias sobre la pandemia, es la soledad ominosa en que muere la gente contagiada por el virus. Esa ruptura en las conversaciones humanas, en el trato y la cercanía, esa fractura es estremecedora. Me ha llevado a pensar en que algunos libros no se habrían escrito si los autores no acompañan en su última hora a las personas que luego, inevitablemente, se convierten en sus personajes.

El nadador en el mar secreto, de William Kotzwinkle, es un libro de belleza insólita. Un relato extenso o una novela breve de cualidades abrumadoras. “Escribí este libro con lágrimas en los ojos desde la primera a la última página”, asentó Kotzwinkle años después de la publicación del libro en 1975. ¿Qué escribió? El nacimiento y muerte de su primer hijo. Eso es lo que el autor narró de un tirón “en un acto de desesperación”, como él mismo dijo en una entrevista. Lo que llega a manos del lector es eso y un fino trabajo literario:  el trance de desnudar una experiencia, de enfocar la mirada honesta sobre lo que se ha vivido y encontrar lo esencial que se quiere contar.

Imagino al autor volviendo a su primera versión, que en muchos sentidos equivalía a revivir aquel episodio terrible. Lo veo eliminando lo que pudiera sobrar en esas descripciones de entornos helados y bosques bajo la luna. “Hasta la desesperación requiere cierto orden”, dice la poeta Blanca Varela. Lo que logra Kotzwinkle es una síntesis más en la clave de la poesía o del cuento breve. Esa belleza austera es indispensable para llegar al corazón de la vivencia, que para algunos podría resultar imposible de narrar. Miremos: el padre primerizo está en la sala de partos mientras nace el bebé, es testigo de las maniobras de reanimación del equipo médico y del estupor con que se dan cuenta de que el niño muere ahí mismo.

La situación deriva sin tardanza en decisiones y trámites perentorios. La esposa aún no deja el hospital y él vuelve a casa a construir el ataúd de madera para su hijo. Uno de los episodios de mayor intensidad en el libro ocurre cuando Laski, nombre que el autor le otorga al padre-deudo, experimenta a una velocidad vertiginosa todo lo que importa vivir con un hijo: “El momento del encuentro fue eterno: tomaron un bote, tomaron un tren, observaban los paisajes y crecieron juntos”. Yo no leo esto como un ejercicio de imaginación. Es una visión central en el libro. El autor puede relatar esto porque sintió a esa criatura gestarse en el vientre de la madre, asistió a su alumbramiento, y antes de dejarlo irse estuvo ahí para honrar esa vida brevísima y prolongar su presencia un poco. Ese poco que fue todo.

En su novela Operación dulce, Ian McEwan recomienda así esta obra, en voz de la protagonista: “Durante aquella época, solo logramos ponernos de acuerdo sobre una novela corta, de la que él tenía un borrador encuadernado: El nadador en el mar secreto, de William Kotzwinkle. Tom lo consideraba un libro bello, a mí me parecía sabio y triste”.

Innecesario añadir algo más.

La poeta norteamericana Sharon Olds escribió El padre, considerada por la crítica como su mejor obra. El poemario abarca los nueve años en que el progenitor de la autora estuvo enfermo. La mirada de la poeta es brutal y perturbadora. La muerte de ese hombre fundamental la habita, la deja preñada. Un movimiento postrero que se vuelve principio vital. En su poema “Nulípara”, escribe:

Bebemos café, lo sentimos

entrar en nosotros. Él sabe

que cuando muera vivirá en mí,

que lo llevaré conmigo como su madre

sin saber si algún día alumbraré.

En el relato de El nadador en el mar infinito el niño es traído al mundo y en seguida fallece. En la poesía de Olds el padre anciano muere y recobra la vida en el vientre de su propia hija. Una experiencia terminal se vuelve germinal.

De él, nos dice:

Mi padre no era una mierda.

Era un hombre equivocándose en la vida.

En estas líneas he querido ver una reconciliación. La extraña oportunidad de ser justos con los otros y con nosotros mismos. Algo que quizá suceda con mayor frecuencia precisamente en ese tiempo de gracia, privilegiado, cuando se nos permite despedirnos de los que amamos. Un acto que no está al alcance de quienes mueren por Covid 19. Con una “nueva normalidad” en puerta, cabe preguntarse qué rituales deberemos crear para decir adiós.

 

Socorro Venegas es escritora y editora. Ha publicado el libro de cuentos La memoria donde ardía (Páginas de Espuma, 2019),  las novelas Vestido de novia (Tusquets, 2014) y La noche será negra y blanca (Era, 2009); los libros de cuentos Todas las islas (UABJO, 2003), La muerte más blanca (ICM, 2000) y La risa de las azucenas(Fondo Editorial Tierra Adentro, 1997 y 2002).  Ha recibido el Premio Nacional de Cuento “Benemérito de América”, Premio Nacional de Novela Ópera Prima “Carlos Fuentes”, Premio al Fomento de la Lectura de la Feria del Libro de León.  Es directora general de Publicaciones y Fomento Editorial de la UNAM. Su Twitter es @SocorroVenegas

 

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Posted: May 31, 2020 at 8:41 pm

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