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Escribir contra el dolor: 49 cruces blancas, de Imanol Caneyada

Escribir contra el dolor: 49 cruces blancas, de Imanol Caneyada

Bruno Ríos

 

• Imanol Caneyada: 49 cruces blancas (Planeta, 2018)

Esta es la novela más difícil que ha escrito Imanol Caneyada en su ya amplio repertorio. Ágil en el cuento y con una prosa que se alimenta del cuidadoso trabajo que ha logrado también como periodista de voz crítica y aguda, Caneyada ha soltado al mundo por lo menos diez libros de diferente factura, optando en los últimos años de su producción por escribir libros cercanos a lo que conocemos como novela negra y novela detectivesca. Pero estoy seguro de que nunca había escrito algo como esto.

49 cruces blancas, en apariencia, es un libro sobre la tragedia de la guardería ABC en Hermosillo, Sonora. Por supuesto, las cuarenta y nueve cruces blancas hacen referencia al número de niños y niñas que fallecieron en el incendio de la guardería, que además dejó alrededor de 70 sobrevivientes con secuelas graves. Y, hasta cierto punto, es precisamente eso: una ficción que bordea, de forma crítica y siempre terrible, una tragedia que sigue siendo una de las heridas más hondas de nuestra historia reciente.

Sin embargo, la novela que ha escrito Imanol Caneyada va más allá de recopilar información y convertirla en ficción. Lo que el lector tiene entre las manos no es un libro que explora las causas o las posibles resoluciones a una tragedia tan compleja y a la vez tan dolorosa. No es un documento periodístico ni un recuento histórico. Lo que hace el autor en este caso es pura y simple literatura, y ese es tal vez su mérito más alto.

Pero, entonces, las preguntas serían las siguientes: ¿para qué necesitamos una novela sobre la tragedia de la guardería ABC? ¿Por qué escribir un libro de ficción sobre algo así? Y, tal vez sobre todas las cosas: ¿de qué nos sirve la escritura literaria ante el dolor compartido? 49 cruces blancas nos narra la historia de José Gonzáles “Pitic”, un abogado y ex ministerio público venido a menos que vuelve a Hermosillo, su ciudad natal, tres años después del incendio. Ahí, a través del abogado Jorge Alcázar, es contratado como una especie de detective privado para ayudar a algunos de los padres de las víctimas a esclarecer las circunstancias del incendio y señalar a culpables directos. Poco a poco, mientras se reencuentra con un pasado incómodo, nuestro detective va desenvolviendo las pistas y los testigos que siguen ocultos en las entrañas del gobierno de Guillermo Padrés. Nos lleva de la mano por detalles conocidos e imaginados, por sendas exploradas y teorías conspiratorias mientras nos muestra una ciudad desarticulada. Escribe Caneyada en la voz de su personaje principal:

[La ciudad es] Un lugar cuya inocencia se consumió entre las llamas de un viernes 5 de junio de 2009, a las tres en punto de la tarde. El aliento me sabe a ceniza. En Doctor Paliza tuerzo a la izquierda y la ciudad entierra definitivamente el recuerdo de los gritos y los llantos, entregándose a su ajetreo sin memoria.

Sin piedad, Caneyada traza una radiografía de las complicidades y deficiencias que mantienen el estado de las cosas. Su mirada es crítica pero también íntima, como la experiencia misma de haberlo vivido de cerca, de haberlo sentido de cerca. En sus páginas, la novela es tan poderosa para el hermosillense como para el lector ajeno. Construye un universo que no depende de los detalles de la ciudad, ni tampoco de los rasgos más conocidos de quienes la habitan. Su potencia reside en el mismo lugar de su necesidad: el dolor.

Esta novela es tan difícil de escribir y de leer porque está escrita no con, sino contra el dolor. No solo es una novela difícil de escribir para Imanol Caneyada, es una de las novelas más difíciles de escribir para cualquiera. Elaine Scarry ha escrito que el dolor tiene dos aspectos fundamentales. Primero, es aquello que se resiste por completo al lenguaje, por lo que puede permanecer inarticulado, es decir, se resiste a ser dicho de tal manera que, en la mayoría de los casos, resulta incomunicable. Y segundo, si se articula, si el dolor se comunica ya sea a través de palabras o con el cuerpo, todo lo demás se vuelve insignificante: el dolor silencia todo lo que le sigue. 49 cruces blancas es una de esas novelas que, incluso a través de la ficción, queda siempre irresoluta. A pesar de su prosa ágil y de momentos genuinamente hermosos (y por ello devastadores), la novela fracasa porque es imposible de completar: es lenguaje que intenta escribir con palabras lo que no se puede decir con palabras.

Sin embargo, el trabajo de Caneyada es un esfuerzo notable y respetuoso. Hay un trabajo de campo importante detrás, un conocimiento que, si bien está sustentado en la información disponible sobre la tragedia, cimenta su fuerza en la compasión, no en ese conocimiento. Esa compasión es, también, el motor que nos hace seguir leyendo. Dice Caneyada:

Pero un día conoces a una niña de seis años con el sesenta por ciento de su cuerpo quemado, encerrada en sí misma como si se tratara de una ciudad asediada, a punto de claudicar, pero que resiste con algo semejante al heroísmo. Y a una madre fiera que ronda las puertas de esa ciudad, dispuesta a creer en lo que nadie cree, y a impedir que su hija se convierta en una estadística de la fatalidad (…)

Tal vez la pregunta más importante que nos hace Caneyada con esta novela, y por la cual creo que importa que exista literatura sobre el trauma y la tragedia, es: ¿qué es la justicia? Quizás es lo que imagina uno de los personajes: llevar a los culpables al desierto y prenderles fuego. Ojo por ojo, como dice el Código de Hammurabi desde hace casi cinco mil años. Pero, ¿es en realidad ésta la justicia que queremos, que necesitamos? Una forma de leer la conclusión parcial de este libro es que la justicia es, todavía, inalcanzable. Ante el dolor, la justicia se convierte en otra cosa, algo más asequible: se transforma en misericordia.

Lacy M. Jonhson dice que hay dos tipos de misericordia. Una misericordia grande (o grandilocuente) que sirve sólo para mantener el estado de las cosas; sacrifica a los muchos por los pocos; es la misericordia de los héroes, de los emperadores, de los políticos, de los poderosos. Nadie merece esa misericordia. Pero existe también una misericordia pequeña, mínima, común y democrática, esa que todos pueden dar en un gesto, con una sonrisa, con un consejo, una enseñanza. Es una misericordia que nos pertenece a todos y que todos merecemos. Esta novela es un pequeño gesto de esa misericordia, y aunque sea sólo por eso, es necesario leerla.

Si la literatura pudiera servir para algo, sería para ser este gesto de compasión democrática, abierta. Compartida.

 

Bruno Ríos es doctor en Literatura Latinoamericana por la Universidad de Houston. Su producción académica se centra en el vínculo entre poesía y política en la era neoliberal en México. Es autor también de varios libros de poesía, el más reciente Cueva de leones (Cuadrivio, 2015) y de la novela La voz de las abejas (2016).

 

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Posted: July 15, 2019 at 8:54 pm

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