Espejo negro

Cuando estudiaba en España, hace mi años luz, vi la primera foto de mi sobrino Andrés en una pantalla. Acababa de nacer, era abril del año 2000. Mi correo electrónico resultaba una herramienta fuera de lo común. No sólo por la novedad que se desplegaba ante mis ojos cuando alguien me enviaba cartas supersónicas, sino porque, precisamente, acababa de conocerlo a él a través de aquella imagen adjuntada en un correo. Luego pasó el tiempo y se nutrió a la tecnología de manera desaforada hasta que llegamos a hoy:

Me asombra el despojo del que somos parte y del que derivamos como carne molida. La cárcel a la que se refería el Buki es esta: nunca saldrás, nadie es perfecto y tú lo verás. Nos miraremos (¿hasta cuándo?) por medio de millones de millones de millones de imágenes y videos. ¿Hasta cuándo nos filmaremos haciendo lo que sea? ¿Qué día será el colapso como en la película Hasta el fin del mundo, de Wim Wenders, en la que un avión se queda detenido en el aire a falta de sistemas que lo hagan desplazarse? La pregunta es larga. La pregunta abarca todo el texto.

Me espanta la desorientación en la que somos el núcleo. ¿Hacia dónde ir? —Si googleo esta pregunta tendré una respuesta equivocada porque me la da un navegador y yo me lo pregunto a mí misma—. Las pantallas proyectan imágenes de nuestros espíritus descompuestos. Esos espíritus de los que, por ejemplo, el escritor José de la Colina me habló con reparo. Si existiera algo parecido al espíritu ¿en qué pantalla podríamos verlo? No me refiero a los videos de fantasmas y extrañas apariciones, aunque sean mis favoritos…

Quiero decir que estoy cegada. No se ve nada desde aquí. Época de tinieblas, días de oscuridad, sin templos de ninguna clase.

Desde aquí las miradas se pierden en superficies de cristal, espejos negros, sí, espejos que muestran lo que no tiene relevancia. Lo que no importa en el universo está plasmado en las pantallas del planeta. Me importa poco si resulto exagerada porque creo que nos perdimos la pista por completo. ¿En dónde estaremos ahora mismo? Nos queda sacar alguna brújula que nos diga si el norte se encuentra en el sitio en que estaba antes, pero las agujas de la brújula deben cuidarse y no estar imantadas.

Yo pensé que la crisis nerviosa que me generaría el universo conocido me ocurriría en la vejez plena. No soy tan vieja todavía ¿o lo soy? ¿En qué pantalla puedo ver mi edad real? ¿Cuál es la bifurcación de mi pensamiento ahora mismo? Si busco “pantalla” “edad” y “época oscura” ¿qué encontraré?

Perdone, querido lector y lectora que les atribuya algún interés sobre lo que escribo aquí. La semana pasada vi que desfilaron las caras de dos candidatos a la presidencia de un país y luego leí que se rolaban insultos. (¿Qué escena es esa? ¿A cuál te refieres lectora?)

La Gran Farsa Planetaria está repetida en streaming. La Gran Farsa Planetaria es un retrato de millones de miles de millones de miles de bocas abriéndose para decir algo. Que se diga lo que sea, nadie escucha.

Quiero decir que estoy sorda. Decir que en los pabellones de mis orejas no se desliza ningún sonido. No se escucha nada desde aquí. Y quien diga que es el tiempo de la libertad y las voces y los cuerpos que andan sueltos por las praderas del bello planeta es un mentiroso. Aquí estamos atrapados todos, y pensamos que el tiempo va a ser generoso y tendremos la posibilidad de salir del presidio. Yo no veo la puerta, como decía, no veo nada. Apenas distingo el brillo de las llaves que penden del pantalón azul del celador. Y no nos quiere abrir.

*Crédito de la imagen de Stu

Daniela Tarazona es narradora y ensayista. Fue jefa de redacción del suplemento Hoja por hoja del periódico Reforma y ha sido colaboradora de las revistas Luvina, Letras Libres, Crítica y Renacimiento (Sevilla, España) y de los suplementos Laberinto del periódico Milenio Diario y El Ángel de Reforma. Es autora de dos novelas: El animal sobre la piedra (Almadía, 2008) y El beso de la liebre (Alfaguara, 2013). Su Twitter es @dtarazonav

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Posted: October 5, 2020 at 9:29 pm