Current Events
Occidente Año Cero: los Jemeres ofendidos
COLUMN/COLUMNA

Occidente Año Cero: los Jemeres ofendidos

Andrés Ortiz Moyano

El infierno de los Jemeres Rojos de Denise Affonço es un testimonio en primera persona, crudo, sin florituras y estremecedor de la locura que inundó Camboya durante el régimen del Partido Comunista de Kampuchea entre 1975 y 1979. Affonço, hija de diplomático, vivió en sus propias carnes el terror desatado, sufriendo abyectas humillaciones físicas y psicológicas, así como el hambre más atroz. Las carnicerías que los Jemeres Rojos infligieron a su propio pueblo se han aupado al oscuro altar de las grandes ignominias de la Humanidad.

No obstante, lo que más sobrecoge del relato de Affonço no son sólo sus minuciosas descripciones de las atrocidades perpetradas por los Jemeres, sino el fanatismo casi religioso que profesaban por la causa los acólitos ultracomunistas del sanguinario Pol Pot. Al grito de Camboya Año Cero, para ellos, todo lo que existiese antes de su llegada al poder sencillamente tenía que desaparecer, ser borrado merced a una serie de interpretaciones de la realidad del todo delirante. Por ejemplo, el mero hecho de portar gafas te convertía en un intelectual contaminado por Occidente, sobre todo, por la Francia colonial, ergo debías morir. O si no tenías callos en las manos es que nunca habías trabajado el campo, por lo que eras enemigo directo de la revolución campesina de los Jemeres. Por si fuera poco, el cuadro del horror lo completaban niños que, en la mayoría de ocasiones, eran quienes apretaban el gatillo o pegaban el tajo en la garganta del inocente. Esos mismos niños, también otro tipo de víctima, eran el paradigma de esa nueva Camboya, o Kampuchea, sin pasado ni memoria, sólo futuro.

*(Si quieren saber más, lean el libro de Affonço; si son perezosos, también pueden ver la estupenda película Los gritos del silencio, The killing fields en yanqui, de Roland Joffé).

Aunque afortunadamente el infierno de los Jemeres Rojos no duró demasiado en el tiempo, se llevaron por delante a más de tres millones de personas en un país de apenas siete millones de habitantes, consumando así uno de los genocidios más fulgurantes de la perra historia de atrocidades humanas.

Dando un buen salto geográfico, esta misma mañana he visto a unos cafres derribando una estatua de Colón en Barranquilla, jalando cuerdas como bestias y gritando cual mandriles hasta tumbar la escultura. Entre los berreos me ha parecido oír la palabra genocida o algo así. Sepan ustedes, amigos simiescos, que Colón fue navegante y quizás trilero, tramposillo y embaucador, pero de genocida nada, oigan. Lo que sí desconozco es si gracias a esa destrucción del espacio público Barranquilla se va a transformar de la noche a la mañana en la City de Londres, libre ahora del perverso yugo del descubridor que ha desaparecido simbólicamente. Lo que sí sé es que estamos normalizando una realidad pavorosa que, como tantas otras, plantea la razonable duda de si perdurará demasiado hasta perpetuarse o es una moda pasajera, pero con el riesgo intrínseco de llevarse todo por delante en poco tiempo. Así es, perspicaz y admirado lector, como los Jemeres Rojos.

Vivimos tiempos extraños en los que los Jemeres ya no son rojos, son ofendidos de extraordinaria piel fina. Destructores de todo lo establecido independientemente de su naturaleza u origen. Un puritanismo civil y desquiciado que igual acusa de racista a un señor blanco heterosexual por el mero hecho de ser un señor blanco heterosexual, que propone una limpieza total de la historia. Porque todos sabemos que la culpa de la muerte de George Floyd fue de fray Junípero Serra e incluso de esa perra fascista que fue Isabel la Católica, ¿verdad? Otro día hablamos de la doctrina woke, se lo prometo.

En su inquietante y a la vez extraordinariamente preciso La casa del ahorcado, Juan Soto Ivars alerta del resquebrajamiento de las democracias desde sus pilares más firmes a fuerza de este fanatismo en apariencia impune. Cuando las personas más deberíamos funcionar como especie, que decía Carl Sagan (de la que se ha librado este hombre, bendito sea…), la atomización en mini tribus de ofendiditos que se creen el ombligo de ese mismo mundo es insoportable. Más aún cuando esa autodestrucción se traduce en una polarización extrema de ellos contra nosotros o del todos contra todos, según se mire. Vigilados además por una suerte de Gran Hermano tipo Juez Dredd que juzga y ejecuta a través de las redes sociales… pero infinitamente menos molón que Sylvester Stallone.

También vi hace poco una viñeta (sí, pierdo bastante el tiempo en internet, pero no me lo digan que yo también me ofendo) en la que retiraban la estatua del pensador de Rodin por otra de un panzudo con gesto melifluo que se llamaba “El sentidor”. Ese gordezuelo primero me arrancó una sonrisa, pero luego me acojonó enormemente, pues identifiqué en él al arquetipo de esta propuesta de sociedad que prefiere el sentimiento, lo abstracto, lo subjetivo, al rigor, al análisis, a los hechos. Un mundo basado en las leyes de Tiktok antes que en las de, pongamos, las matemáticas. Porque 2 y 2 no tienen por qué ser 4, serán los que ellos (o ellas) quieran ser.

Pero no se engañen. Este escenario perturbador en el que muchas feministas describen el yihab como símbolo de empoderamiento mientras critican el bikini porque cosifica a la mujer, o en el que los deportistas millonarios se arrodillan 5 segundos y piden perdón a no se sabe muy bien qué o a quién, tiene trampa. Es el mundo donde una ideóloga del aberrante Black Lives Matter se agencia un casoplón de 5 millones de dólares.

No le diga a su hijo que luche por su sueño de ser médico, ingeniero, artista o astronauta. Ni siquiera que se haga influencer; hágame caso, dígale que se haga ofendidito de algo, un Jemer ofendido, y no le faltará absolutamente de nada.

El problema para estos vividores puede ser el efecto rebote, muy de la raza humana, ¿verdad, felices años 20? Quizás el personal descubra a modo de capítulo final de Scooby Doo que los perpetradores de estas supuestas seráficas justicias son en realidad bedeles del crimen que les importa un señor carajo aquellas banderas que tremolan con ímpetu y orgullo pero que les sirven para engordar sus carteras.

Puede que cada vez más nos percatemos de que estamos ante un Rubicón histórico en el que plantar cara a los grandes leviatanes (cambio climático, pobreza generalizada, crisis energética, auge del reguetón) sólo se podrán conseguir a base de megapactos, algunos impopulares, pero basados en el sentido común y en el porvenir de la especie.

Occidente, lo siento, Jemeres ofendidos, es la luz, el progreso, la clave de que la democracia y la libertad sean una alternativa real. Con sus achaques, sí; faltaría más. Pero, ¿qué quieren que les diga? Prefiero partirme la cara por este Occidente imperfecto que por su Año Cero de auténtica mierda. Buenas tardes.

 

 

Andrés Ortiz Moyano, periodista y escritor. Autor de Los falsos profetasClaves de la propaganda yihadista; #YIHAD. Cómo el Estado Islámico ha conquistado internet y los medios de comunicación; Yo, Shepard y Adalides del Este: Creación. Twitter: @andresortmoy

 

 

 

©Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.

Las opiniones expresadas por nuestros colaboradores y columnistas son responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de esta revista ni de sus editores, aunque sí refrendamos y respaldamos su derecho a expresarlas en toda su pluralidad. / Our contributors and columnists are solely responsible for the opinions expressed here, which do not necessarily reflect the point of view of this magazine or its editors. However, we do reaffirm and support their right to voice said opinions with full plurality.


Posted: July 20, 2021 at 9:19 pm

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *