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México, China, Estados Unidos, una fábula de albañiles

México, China, Estados Unidos, una fábula de albañiles

Edgardo Bermejo Mora

1. La camisa de 11 varas

En estos días que arreció nuevamente el gran conflicto global del siglo XXI: la disputa entre Estados Unidos y China, México renueva un viejo dilema de su política exterior: ¿Hasta dónde coquetear con China como una manera de contrarrestar la dependencia económica y comercial con Estados Unidos? ¿Es posible jugar la carta del acercamiento político con Pekín –y atraer sus inversiones millonarias que van sembrando por el mundo– como moneda de cambio para forzar, entre otros aspectos de la agenda bilateral, un mejor acuerdo migratorio con Washington?

La invitación mexicana para que el presidente chino Xi Jimping dirigiera un mensaje video grabado a los jefes de Estados de la CELAC reunidos en la Ciudad de México, ha sido tomada como una señal inquietante para el Departamento de Estado y la Casa Blanca, como lo es también la sola posibilidad de que México se llegara a decantar por las grandes empresas chinas de telecomunicaciones para transitar al 5G, algo simplemente inaceptable para Estados Unidos.

Todo esto ocurre en la antesala del bicentenario del establecimiento de relaciones diplomáticas entre México y Estados Unidos en 2022, ocasión que servirá de marco para que Estados Unidos inaugure con bombo y platillo la enorme y espectacular sede de su nueva embajada en la Ciudad de México, que desde hace casi un lustro construye en la zona de Nuevo Polanco.

Hace poco más de una década el gobierno de Washington hizo lo mismo en Pekín. Con el mayor de los hermetismos construyó una nueva sede diplomática gigantesca en el suelo de su mayor enemigo, para lo cual acudieron a la mano de obra de centenares de trabajadores mexicanos. No confiaban en los albañiles chinos. Tomaron entonces todas las previsiones necesarias para blindar a la obra de cualquier intromisión de los equipos chinos de espionaje.

Tenían motivos culposos para hacerlo. Poco antes, en 2002, los servicios de inteligencia chinos descubrieron más de 20 sofisticados sistemas de escucha ocultos en el nuevo avión presidencial destinado para los viajes oficiales de Jiang Zemin: un flamante Boeing 767 fabricado en Estados Unidos.

Encontraron, entre muchos otros, micrófonos minúsculos en el cuarto de baño y en la cabecera de la cama destinada al presidente chino, implantados ahí con propósitos más inquietantes que el de registrar las flatulencias o los ronquidos del mandatario. Estos y el resto de los micrófonos, ocultos dentro de la tapicería que recubría el interior del avión, fueron hallados poco después de que la nave les fuera entregada por la compañía Boeing en sus instalaciones de Seattle. De nada les valió la estricta vigilancia de los servicios de inteligencia chinos durante la operación de equipamiento del aparato. Como suele ocurrir en estos casos, nunca se llegó a saber con precisión quienes fueron los responsables de la afrenta.

Alejado de las grandes ligas del espionaje internacional, y sin sospechar en ese entonces el sainete interminable de nuestro propio avión presidencial, México aportó a esta trama sino-americana propia de John le Carré lo mejor que podía ofrecer: sus trabajadores migrantes.

Esta es la historia, tal como la viví en mi condición de agregado cultural de la Embajada de México en China.

2. Otros muros

La noche del 15 de septiembre de 2007, a las puertas de la Embajada de México en la República Popular China, se presentaron tres mexicanos de aspectos campesino y preguntaron si acaso sería posible pasar a la celebración del día de la independencia que estaba por empezar, con más de 500 invitados reunidos en los jardines de la embajada, en su mayor parte miembros de la comunidad mexicana residente en Pekín.

Es costumbre que las embajadas mexicanas convoquen a sus connacionales en esta fecha y que juntos disfruten de comida típica, tequila, en ocasiones de la presencia de un mariachi, y que todos juntos entonen el himno nacional como colofón de la ceremonia del grito encabezada por el embajador y los agregados militares.

No sólo los residentes temporales, era costumbre también recibir esa noche a todo mexicano de paso por la ciudad, si bien esto solía representar un reto logístico para los anfitriones ante el riesgo de que la comida y la bebida no alcanzara para todos.

Hubo algunos años que para esta fiesta se presentaban grupos del comercio ambulante capitalino, que llegaban en taxi con todo y los bultos de mercancías recién adquiridas en los mercados de baratijas chinas. Los fayuqueros solían arrasar con la comida y armar alboroto ya entrados en tragos. La suave patria secuestrada por los embajadores de la Unión Tepito y del Barrio de La Merced. Había que impedirlo.

También solía pasar que a los estudiantes mexicanos residentes en Pekín se les ocurriera llegar con un tropel de compañeros universitarios de otras nacionalidades. De manera que una de mis inopinadas labores como agregado cultural era apostarme a la entrada de la Embajada para supervisar quién podía, y quién no, participar en el festejo.

Eso explica el principio de este relato, cuando los tres mexicanos a los que me he referido se me acercaron para que les autorizara el paso. Les pregunté entonces lo elemental: si eran mexicanos, y lo eran. Si estaban de paso en la ciudad o eran residentes temporales, y es aquí donde se creó entre nosotros un silencio tenso, inexplicable: no apuraban a decir que si, ni que no. Se miraban entre ellos a la cara, incómodos por la pregunta, más bien nerviosos. Me dijeron entonces que sí, que estaban residiendo en Pekín, pero no atinaron a decirme el motivo que los tenía viviendo en una ciudad del otro lado del planeta.

Habré sido un agregado cultural venido a cadenero por una noche, pero no un oficial de migración hijo de puta como para pedirles papeles e interrogarlos, faltaba menos. De modo que los dejé pasar, como a la gran mayoría de los que llegaron esa noche. Más tarde, pasada la ceremonia del grito y ya más relajados por los tequilas y los tacos, los tres alegres mexicanos se me acercaron para agradecerme el gesto. Entonces trabamos conversación.

Les reiteré mi pregunta sin otro afán que el de saber el motivo de su residencia en Pekín. Sólo entonces uno de ellos arriesgó una respuesta ante la mirada más bien temerosa de sus compañeros: “Somos de Michoacán, me dijo, pero estamos aquí en Pekín porque nos contrataron como albañiles para la construcción de la nueva embajada gringa. Hace años que trabajamos en el gabacho y nos ganamos la vida lo mismo en la construcción que en las tareas del campo. Pero se supone que no debemos contar esto”.

Sus dos compañeros lo miraban con espanto. La confidencia parecía un atrevimiento mayor pero ya no había manera de ocultarlo. De modo que ya todos juntos abundaron en los detalles que yo escuchaba asombrado: una historia a un mismo tiempo formidable y escandalosa.

Estaban en efecto en Pekín para construir la nueva embajada de Estados Unidos, un bunker pantagruélico e impenetrable como suelen ser sus representaciones diplomáticas en los países considerados de alto riesgo.

La sede anterior, construida por los chinos a principios de la década de los setenta, localizada en el viejo barrio diplomático de la capital, ya les quedaba chica en más de un sentido. Una mansión nada impresionante de apenas tres pisos y un sótano –muy parecida en tamaño a la de México– que más que embajada era una red de agujeros por la que se les colaban todos los artilugios de la inteligencia china para espiarlos. Se sabía por lo tanto que en el sótano de aquella vieja casona, inaugurada por Richard Nixon, con el paso de los años le hicieron construir un cuarto ultra blindado, a prueba de los más sofisticados equipos de espionaje, donde se llevaban a cabo las conversaciones y las llamadas a Washington más delicadas.

Lo que no sabíamos es que el gobierno de los Estados Unidos, para construir su nueva sede diplomática en Pekín, había decidido prescindir de la mano de obra china, y que acudieron entonces a la contratación de un ejército de albañiles, plomeros y jardineros mexicanos para emprender la tarea en el mayor hermetismo.

Los mexicanos firmaron un contrato de confidencialidad extrema: tenían instrucciones expresas de no hablar con nadie, por ningún motivo. Se les tenía prohibido desplazarse por su cuenta fuera de la ruta habitual y controlada entre el hotel en el que se alojaban y el predio en construcción.

Aún en su único día de descanso, normalmente los domingos, tenían prohibido alejarse más de 300 metros del perímetro del hotel, un Holliday Inn de cuatro estrellas con todos los servicios a su disposición: gimnasio, piscina, bar con mesa de billar, un restaurante de hamburguesas y hot dogs, tienda de suvenires y un supermercado con productos gringos y burritos congelados.

Cada mañana una flotilla de autobuses los esperaba para transportarlos, desde el hotel hasta la zona de construcción, un recorrido de apenas tres kilómetros que concluía cuando los autobuses penetraban el predio cercado por una barda de hormigón de ocho metros de altura. Realizaban su trabajo en jornadas de diez horas alejados de toda mirada intrusa. Almorzaban ahí mismo, sobre las rodillas, y por ningún motivo se les permitía el uso de teléfonos celulares. Los pocos que tenían un aparato debían entregarlos cada mañana a un supervisor, con pleno conocimiento de que serían revisados.

Al término de la jornada abordaban los autobuses de vuelta al hotel. ¿Eran ciudadanos mexicanos con residencia legal en Estados Unidos o indocumentados a quienes se les prometió la green card a cambio de su colaboración? No lo sabemos, pero si sabemos que, en el juego del espionaje, la confianza y la seguridad nacional, las autoridades estadounidenses apostaron por los trabajadores mexicanos y no por los chinos.

Unas semanas después me encontré con uno de ellos en el supermercado del Holiday Inn, único en la ciudad donde era posible conseguir tortillas Maseca y latas de chiles Herdez. Apenas y me saludó, mi presencia lo incomodaba en extremo. Miraba hacia todas partes con gesto paranoico. Le pregunté por sus otros dos compañeros y casi susurrando sólo alcanzó a decirme que ya no estaban, que los habían regresado. Se siguió de largo sin voltear a mirarme ni intentar despedirse. Pasada la sorpresa, ya en la caja para pagar, me asaltó una duda elemental: ¿Por qué a los otros dos los regresaron y a él no? Seguramente, imaginé, había sido el delator. La infidencia le salvó la chamba.

3. Colofón

A un diplomático mexicano debemos una expresión, no menos afortunada que preocupante, ante la distancia –física, política y cultural– que separa a México del continente asiático y en particular de China: “En México –sentenció– estamos norteados y desorientados”. Con esta expresión el embajador Manuel Uribe quiso exponer en un juego de palabras el doble extravío en nuestra manera de ver la cartografía política y económica del mundo, empeñados en mirar hacia el norte y al mismo tiempo despreciar o paralizarnos ante la otredad exótica que supone el oriente y su aplanadora China. También los tres albañiles michoacanos de esta historia estaban a un mismo tiempo norteados y desorientados.

 

Edgardo Bermejo Mora (Ciudad de México (1967) es escritor, diplomático, historiador y periodista. Obtuvo el Premio Nacional de Novela Política, de la UdeG por su novela  Marcos Fashion, o de cómo sobrevivir al derrumbe de las ideologías sin perder el estilo (Océano, 1996). Textos suyos forman parte, entre otras, de las antologías Dispersión multitudinaria (Joaquín Mortiz, Ciudad de México, 1997), y Líneas aéreas (Lengua de Trapo, Madrid, 1999). Dirigió el suplemento Lectura (1997-98),del periódico El Nacional, y ha colaborado como articulista en diversos diarios, suplementos culturales y revistas literarias. Fue corresponsal de la agencia Notimex para el Sudeste  Asiático con sede en Singapur. Fue agregado cultural de las Embajadas de México en la República Popular China y en Dinamarca. Ha sido director general de asuntos internacionales del CONACULTA y director de Artes del British Council en México. Su Twitter es: @edgardobermejo

 

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Posted: October 4, 2021 at 8:48 pm

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