Essay
CAMINAR SIN DETENERSE
COLUMN/COLUMNA

CAMINAR SIN DETENERSE

Ana García Bergua

Por Ana García Bergua

Los médicos me recetaron caminar sin detenerme para que el corazón bombee la sangre a un ritmo sostenido y elevado. Para lograrlo me echo a andar y evito todas las cosas que me hacen distraerme del camino: las tiendas, los amigos que me puedo encontrar pues viven cerca, los autos que invaden las calles. Los autos es el más difícil de evadir, pues son los dueños del espacio.

Caminar así, sin rumbo determinado, tiene algo de arcaico y de inútil. Ni siquiera es la carrera de quienes se ejercitan y llegan a metas físicas: tantas vueltas a los Viveros de Coyoacán, tantos kilómetros, metas que le otorgan utilidad a tanto movimiento de los músculos y los huesos. Los que caminamos pareciéramos estar perdiendo el tiempo y las piernas. El ritmo del caminar es otro; comparte el mismo aire con los gatos, los perros callejeros, los que andan al garete, los desocupados.

Aquí caminamos poco. Queremos ser llevados, conducidos lo más rápidamente que se pueda a los lugares, si es posible por aire o incluso por telepatía; vivimos la angustia del tiempo que es corto y no se aprovecha. De hecho, yo tengo esa angustia y camino grabando este artículo. Escribo caminando para que el tiempo del camino no devore mi tiempo de la escritura y también para que la escritura se abra paso entre el humo y las banquetas levantadas por las raíces de los árboles. Camina sin detenerte, me dijo el médico, y en esa hora de camino matas a algún personaje que tengas pendiente de matar. De momento no tengo pensado matar a ningún personaje —todavía no—, pero pienso que antes, en las novelas, la gente cruzaba los condados caminando, como en El solterón (Des Hagelstolz) el muchacho de la novela de Adalbert Stifter que leí hace poco, el cual va a ver a su anciano tío que vive aislado entre las montañas y que, de alguna manera, es un reflejo de su destino si decide, como ha hecho previamente, no casarse. El muchacho camina y camina, gasta zapatos, ropa y pies, para en los mesones a comer cualquier cosa o come cualquier yerba del camino acompañado de su perro que lo ha seguido a su pesar. Una de las primeras cosas que le pide el tío es que mate al perro, pero él se niega a hacerlo, y de alguna manera es el perro el que lo acompaña en sus búsquedas y sus indagaciones, un poco como si el perro fuera su alma.

Caminar es medir el tiempo en pasos, al ritmo que marcan los latidos del corazón. Los animales no han de concebir —si es que los animales conciben ideas, quizá sí— caminar con prisa, excepto para resguardarse, pero entonces corren, no caminan. Hay perros a los que se ve caminar muy aplicados, ir a lugares que sólo los perros saben cuáles son. Y yo debo caminar y no perder el paso, como en la danza. Camino sin sentido, camino sin saber a dónde. Escojo rutas en las que no hay escaparates, ni distracciones, ni el olor a café, fruta o panes deliciosos que me conviertan de nuevo en un cazador nómada, ni zanjas que me obliguen a desviarme o detenerme. Sólo zaguanes cerrados, ventanas y árboles. Rutas solo marcadas por los árboles de jacaranda en flor de Coyoacán que voy acompañando para celebrar el prodigio de esta primavera. Caminos de hormiga humana que cumple una misión, aunque no sabe cuál es; que va a un lugar que no sabe cuál es; que hace algo que no sabe qué es, pero lo tiene que hacer. Porque los médicos me mandaron que camine sin detenerme y yo trato de obedecer, aunque se vuelve un poco temerario, se mete una por calles por las que quizá no debería. Hay cosas que nos pueden pasar por caminar sin detenernos, historias indeterminadas, caminos de una escritura automática y peripatética, lo que sucede cuando se camina sin pensar en los pies, sin otro afán que el de seguir y seguir como si en ello nos fuera la vida.

Los perros callejeros caminan buscando comida y pienso en nosotros cuando fuimos una tribu, que caminábamos largos trechos sin detenernos, en busca de animales o raíces; ahora yo sólo camino en pos de las jacarandas y mi único premio es la tenue lluvia morada que alfombra las calles al pie de los muros coronados por macizos de buganvilias rojas y violetas. A veces me topo con alguien que también camina sin detenerse y quizá chocamos y de repente hay una pelea, una discusión de pasos, un roce de pies, un baile breve, pues somos tantos en un solo territorio, no es fácil mantener la línea invisible que uno ha trazado. Y uno se da cuenta, después de aquella corta guerra, de que caminar sin detenerse es toda una borrachera, una ebriedad y puedes ver que aparte de ti, los que caminan sin detenerse son los dueños de perros, aunque ellos sí se detienen para que su perro orine, pero tú te llevas a ti misma y eres tu propio perro, o llevas un perro invisible como Fabio Morábito en su hermoso poema que empieza diciendo:

Tengo un perro invisible,
llevo un cuadrúpedo por dentro
que saco al parque
como los otros a sus perros…

Y ese perro invisible eres tú llevándote a ti misma y no te permites parar a orinar en los árboles y los postes tantas veces como tu alma quisiera. Y piensas también en el Barón Rampante de Calvino, que buscaba su camino por las ramas; y quizá caminar sin detenerse es parecido porque si te detienes es como si cayeras, como si se rompiera el flujo de movimiento que va de una rama a otra, de un tronco a otro, de una acera a otra sin dejar que los autos rompan la continuidad de los pasos, el camino formado por pasos suspendidos. Y también caminar sin detenerse implica seguirse de largo y no llegar a ninguna parte, como nuestra atención cuando vuela por las ramas.

Caminar ya cansados, caminar por calles que se hacen largas de repente, calles que de ida eran pistas de vuelo y de regreso parecen estar llenas de obstáculos invisibles que impiden a las piernas cansadas avanzar. Caminas y matas de repente a un personaje, me dijo el médico, y quizá ya llevo varios muertos, especialmente a mí misma, muerta de cansancio después de tantas cuadras, pero el corazón no ha perdido el paso.

 

Ana García Bergua  Es escritora y ha sido  galardonada  con el Premio de literatura Sor Juana Inés de la Cruz por su novela La bomba de San José. Ha publicado traducciones del francés y el inglés, y obras de novela y cuento, así como crónicas y reseñas en medios diversos. 

 

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Posted: April 2, 2019 at 9:56 pm

There is 1 comment for this article
  1. Patricia Ambriz at 8:30 am

    Caminar sola contiene un elemento transgresor…la calle, como paseo, ejercicio o acto de libertad, estuvo vedada para las mujeres en tiempos pasados. Ahora podemos ser ¨ Flaneuse ¨ (Lauren Elkin, E. Impedimenta) aunque sea por prescripción médica. ¡Excelente!. Ya extrañaba sus artículos, desde La Jornada semanal era su asidua lectora.

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