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Un pino me habla de la lluvia

Un pino me habla de la lluvia

Carlos López Degregori

Miguel Ángel Zapata
Un pino me habla de la lluvia
Lima: Ediciones El Nocedal, 2006.

En uno de sus ensayos, Ezra Pound explica que la poesía, más allá de los significados que es capaz de transmitir o sugerir, puede ser impulsada de tres maneras. La primera de ella es la melopeia que destaca los componentes sonoros, musicales y rítmico- fonéticos del texto; la logopeia, en
cambio, resalta las capacidades reflexivas del lenguaje poético y concibe a la poesía como instrumento de conocimiento; por último, está la fanopeia que privilegia la fuerza de las imágenes visuales. Estos tres impulsos coexisten en cualquier poema, por supuesto, articulados en un complejo sistema de gradaciones y jerarquías; pero es cierto, igualmente, que cada poeta —o texto, si ustedes prefieren una concepción más despersonalizada de la actividad literaria— privilegia alguno de ellos. Creo que la fanopeia ha estado presente en casi toda la poesía de Miguel Angel Zapata, desde su libro Imágenes los juegos (es elocuente que este poemario refuerce en su título la relevancia de la imagen) y cobra una fuerza considerable en este su último libro, Un pino me habla de la lluvia.

Estamos, sin embargo, ante una fanopeia que supera el valor compositivo de la imagen en la estructura poética, y que privilegia, en cambio, su esencia más inquietante y reveladora: la visión. La poesía es para Miguel Angel Zapata mirar, y el poema es el resultado feliz de ese acto perceptivo: la huella en palabras de otra huella más profunda, los trazos indelebles de lo que vimos. Hay, por supuesto, muchas formas de visión. Con nuestros ojos podemos ordenar, tergiversar, oscurecer; podemos proporcionar revelaciones y tornar elocuente lo escondido; o podemos empañar bajo apariencias y ropajes los elementos de nuestra contemplación. La mirada de Zapata es limpia y su fuerza está en la capacidad de evidencia que posee. Creo que el primer texto del libro lo dice con toda claridad:

UN PINO ME HABLA DE LA LLUVIA

Para mi hijo Christian Miguel

La bicicleta de mi hijo rueda con el universo.
Es sábado y paseamos por la calle llena de
pinos y enebros delgados que se despliegan
por toda la ciudad.

El sol cae en nuestros ojos por la cuesta mientras
volamos con el aire seco del desierto y los
piñones ruedan por las calles con el viento. El
sol baja a las seis de la tarde en el invierno, y
se va escondiendo por los cerros que se enrojecen
con su sombra.

Los ojos de mi hijo brillan como perlas y me
dicen algo inexplicable. Las ruedas de la bicicleta
mueven el mundo, muestran su agilidad
y la gravedad del aire.

El timbre se escucha como la buena nueva de
la mañana: sus anillos de metal alegran la
cuadra y forman ondas que trepan con los
pinos hasta el cielo.

El poema llama la atención por su plasticidad y, con la excepción del timbre que se escucha en la mañana y que es una referencia sonora, todos sus elementos son colores, formas, contornos, luces, reverberaciones, desplazamientos. Hay una sentencia que es la clave del texto y tal vez del todo el libro: “Los ojos de mi hijo brillan como perlas y me dicen algo inexplicable”. La referencia al vidente infantil nos remite a la inocencia; estado que, en las coordenadas del libro, es la entrega a la contemplación sin mediaciones culturales ni reservas. Es el ojo limpio fascinado ante el desfile de las cosas y brillando en un instante de euforia al descubrirse en su propia fascinación. En una época en que casi toda la poesía es elegíaca y recorre vacíos, desmoronamientos, ausencias; la escritura de Zapata quiere ser una contraparte jubilosa de asentimiento y celebración del descubrir.

Hay otro aspecto que puede destacarse y que se conecta con el ejercicio de una forma textual. Desde hace varios años es constante en Miguel Ángel Zapata la insistencia en el poema en prosa y este libro no es la excepción. Quizá el poema en prosa con su flexibilidad y libertad ante los patrones rítmicos puede ser el mejor vehiculo para la fanopeia, y el autor alcanza en esta oportunidad un manejo cada vez más pictórico —si cabe la palabra— y ajustado de esta forma literaria. Son estampas o “iluminaciones” en un sentido diferente del de Rimbaud, pues sólo quieren recoger la vertiginosa presencia del mundo. Incluso los poemas en verso atenúan los elementos sonoros para así privilegiar la fuerza descriptiva. Termino con un fragmento del poema “Una puerta”:

El domingo pasado leía con esmero a Francis
Ponge. Callado me decía: abraza una puerta,
siente el umbral de sus arcos, atraviesa su
temor hacia el aire nuevo de su aldaba. Ahí
está la poesía.

Mira los pinos cómo vuelan con el viento del
norte, cómo se balancean con la luna desteñida.
Mira las aves, siente su vuelo, y después ve
a casa y escribe sin parar.

No te canses de mirar el florero de cristal que
corta la luz de la persiana y la desvía hacia tus
dedos. Aquella piedra cadmea y las altivas
señoras de Vikus fermentándose en la chicha
con su sabor a pescado fresco.

Zapata ha atendido las palabras de Ponge yha cruzado la puerta para entrar y quedarse en este libro de buena poesía.


Posted: April 8, 2012 at 9:09 pm

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