A la luz de siete décadas
Adolfo Castañón
Los imponderables de que está hecha la vida me llevaron a trabajar en revistas y suplementos, en editoriales e imprentas y a reseñar, traducir, editar, escribir, reescribir, leer y releer obras de autores mexicanos, hispanoamericanos, españoles, europeos. Entre tanto y casi a escondidas, he sido feliz…
Llego a la edad bíblica, la de la tijera y de los reconocimientos.
El año pasado me operaron de una catarata y me hicieron diversos exámenes clínicos. La buena noticia fue que me pudieron operar y que no tenía otra cosa… Ahora paso este umbral y digo adiós a mi sexagenaria edad.
Mi sombra se ha alargado hasta contar muchos libros y artículos.
Un tostón y veinte centavos, diría Alfonso Reyes, a quien no conocí pero con el cual he convivido y a cuya sombra me he formado. No ha sido la única: otras han sido las de Octavio Paz, George Steiner y Michel de Montaigne.
He tenido la fortuna de habitar un bosque de libros desde la infancia, gracias a don Jesús Castañón Rodríguez, el autor de mis días.
Los imponderables de que está hecha la vida me llevaron a trabajar en revistas y suplementos, en editoriales e imprentas y a reseñar, traducir, editar, escribir, reescribir, leer y releer obras de autores mexicanos, hispanoamericanos, españoles, europeos. Entre tanto y casi a escondidas, he sido feliz, a veces sin saberlo, y he tenido la posibilidad de llevar al día, como diría Gabriel Zaid, una práctica de la poesía, ora en verso, a veces prosa.
Haber leído y haber viajado, haber trabajado y conocido la vida y la muerte, las auroras y los eclipses me ha llevado a ser, casi sin darme cuenta, un guía. A pesar de no haberme dedicado a la enseñanza formalmente, he practicado el arte de la conversación que me enseñó Alejandro Rossi y he terminado dando lecciones a otros con mi hacer, con mi forma de hacer.
Tengo un secreto. Como no tengo hijos, invierto todo mi dinero en libros. No sólo en libros que ya están hechos sino en obras futuras. Eso me ha llevado a trabajar en equipo y a saber organizarme para llevar adelante esas empresas improbables que han sido, por ejemplo, la antología Visión de México de Alfonso Reyes o Alfonso Reyes en una nuez. Índice de nombres propios y títulos en las obras completas de Alfonso Reyes, por poner dos ejemplos tangibles. Esa inspiración laboriosa se la debo a José Luis Martínez, otro de mis guías.
Asistentes, colaboradores, compañeros, nos hemos reunido en torno al texto, ya fuese en el estudio de un ensayo, la traducción de un libro, en la confección de un índice o en el armado de un libro. Para mí, el movimiento de la escritura va de lo privado a lo público, pero tiene en medio y en los intersticios unas pausas laboriosas que forman parte del hospitalario entrenos del escribir, del placer de escribir, de leer y de hacer que la letra tenga cuerpo. Esa fragua, esa cocina ha sido una de mis pasiones. Pero todo esto lo he hecho casi en secreto, sin levantar la voz, como a escondidas, como quien participa en una conjura o se confabula alrededor de una trama clandestina mientras afuera caen el sol o la lluvia, pasan la tolvanera, la canícula o el eclipse.
He aprendido algunas cosas en el camino. Una de ellas es que uno sabe cuándo sale de viaje, cuándo termina de escribir un libro, pero no puede calcular cuándo se publicará, cuánto tiempo tardará en editarse. De ahí se deriva un arte de la paciencia, el autor tanto como el editor han de ser cautelosos y perseverantes, pacientes pero tenaces, estar alertas ante los imponderables que pueden poner en riesgo el libro que vendrá, para recordar la voz de Maurice Blanchot.
El libro es un oasis, un espacio de contemplación arrebatado al caos y a la violencia, un santuario, y haber podido dedicarse a lo largo de la vida a hacer libros me ha hecho sentir como si estuviese cerca de ese templo que es el de la lectura, de ese infinito ceñido en un junco, parafraseando el título de la admirada y admirable Irene Vallejo. La felicidad del hacer, de estar afinado con y en el quehacer de la transmisión del conocimiento y de la filosofía es algo que nos acompañará hasta el último día y más allá, como escribió el filósofo Epicuro a su amigo Hemachus poco antes de morir: “Mientras pasaba el último y feliz día de mi vida, escribía estas líneas acompañado a pesar de todo del dolor en la vesícula y en los intestinos, que no puede añadirse a su intensidad. Pero este dolor estaba compensado por el placer que daba a mi alma el recuerdo de mis invenciones y de mis discursos. Como exige el afecto que desde tu infancia has tenido hacia mí y hacia la filosofía, protege con tu abrazo a los hijos de nuestro amigo Metrodoro” (Montaigne, Libro II. De la Gloria. Capítulo 16).
Concluyo diciendo que esta política de la experiencia literaria ha sido un hilo eficaz para sortear meandros y trampas, espejismos e ilusiones públicos y privados, un regla de cálculo invisible para no perder en el camino ni en el bosque ni en la plaza las cuentas de la libertad y de la responsabilidad interior.
© Foto: Fundación para la Cultura Urbana
Adolfo Castañón es poeta, traductor y ensayista. Es autor de más de 30 volúmenes. Los más recientes de ellos son Tránsito de Octavio Paz (2014) y Por el país de Montaigne (2015), ambos publicados por El Colegio de México. Premio Xavier Villaurrutia 2008, Premio Alfonso Reyes 2018 y Premio Nacional de Artes y Literatura 2020. Creador Emérito perteneciente al SNCA. Twitter: @avecesprosa
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Posted: August 7, 2022 at 8:46 pm