Essay
De la belleza y los abuelos
COLUMN/COLUMNA

De la belleza y los abuelos

Andrés Ortiz Moyano

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Echo de menos a mis abuelos.

¡No, esperen! No cierren el navegador por alerta de artículo lacrimógeno y melífluo. Les prometo que no va por ahí la cosa.

Decía que echaba de menos a mis abuelos, además de por su ausencia manifiesta, porque ahora, supongo que a fuer del paso de los años, es cuando más añoro su sabiduría y consejo. Sin ir más lejos, hace poco me sorprendí a mí mismo hablando con mi hija mayor, casi siete años, quien me preguntó por qué era Putin tan malo. Y mi respuesta fue: “Pues mira, María, como decía mi abuelo, porque es un tío muy feo”. La niña se rió, y pasamos rápidamente a otra cosa.

Sin embargo, yo me quedé pensando. ¿Había sido simplista mi explicación? ¿Influye el ceroso y antiestético semblante del autócrata eslavo en el juicio que las personas decentes tenemos sobre él? Pudiera parecer frívolo; sin embargo, creo que la explicación prestada de mi abuelo era y es del todo precisa. Sí, Putin es malo porque es muy feo. Feo por vileza, por obscenidad, por mal gusto y por nula humanidad. Valga Putin como cualquier otro de los muchos indeseables que pululan por cada rincón del planeta; desde gobernantes como Vladimiro hasta asesinos yihadistas, pasando por pedófilos, violadores, simples fulleros o cobardes de diversa condición y alcance. Estoy seguro de que usted conocerá a unos pocos de estos feos.

Asumiendo este aforismo por cierto, me pregunto si vivimos en una de las épocas más feas de la historia (los 60 y los 70 fueron bastante horteras, menos mal que después Tatcher, Reagan y San Juan Pablo II arreglaron la situación), pero sí la que posiblemente sea menos pudorosa en mostrar la fealdad en todas sus proyecciones, desde la estéticas hasta las morales.

Esto, en realidad, es poco original. Platón y Aristóteles, dos chavales, ya reflexionaban sobre el tema. El primero nos propone en sus diálogos la idea de que la belleza externa es un reflejo de la belleza interna y la bondad. Por ejemplo, en La República sugiere que la bondad (o sea, el bien) es la mayor de todas las ideas y que es fuente de conocimiento y verdad. Por su parte, el segundo veía que la belleza consistía en el orden, la simetría y la definición clara, que se manifiestan a través de las proporciones armónicas. También vinculó la belleza con el concepto de “aptitud”, es decir, la adecuación de una forma a su función. Básicamente, que hacer las cosas bien es sencillamente bello.

Pero hay más. Tomás de Aquino, en la tradición cristiana escolástica, también relaciona la belleza con la virtud al proponer que las cosas bellas son aquellas que muestran integridad, proporción y claridad. Pedro Sánchez, el reyezuelo del gobierno de España, es por esta definición, feísimo.

Por su parte, el inefable Immanuel Kant, un crack, argumentó que el juicio estético de la belleza es independiente de la bondad moral. O sea, que podemos encontrar hermosa una obra de arte independientemente de cualquier consideración moral; o que un individuo más feo que Quasimodo comiendo limones puede ser bello a través de la virtud. También Nietzsche, el de Zaratustra y el bigotazo, negó que la belleza fuera algo eterno e inmutable, sino que en realidad es algo dinámico que reafirma nuestra propia existencia e individualidad. Atentos a la gravedad del bigotudo: la belleza nos define y nos eleva como individuos.

Pero la filosofía, aun apaleada por los planes de estudio de nuestros días, no se rinde; tampoco en sus autores contemporáneos. Se ha seguido explorando la belleza, como en la Escuela de Frankfurt con Theodor Adorno (qué apellido más apropiado, ¿cierto?) que critica la industria cultural por estandarizar la belleza y reducir la experiencia estética al mero consumo y placer.

En otras palabras, si queremos que nuestros jóvenes sean bellos, sean virtuosos, sean, maldita sea, honestos, arránquenles el diabólico móvil y el Tiktok de las manos. Enséñenles que esa belleza zafia, impúdica y que les vierten por infinidad de canales no es válida. La belleza es cristalina, es luz, es guía. La belleza crea y la fealdad destruye, es como todo lo que merece la pena, costosa de construir y fácilmente destruible.

Porque, en efecto, la contaminación de la fealdad trasciende lo meramente público. Sí que es especialmente procaz en lo político y social por aquello de que la mujer del César blablablá; pero no se confíen, la fealdad está en su casa y quiere envenenarlo todo.

Más aún, me temo que padecemos, sin calibrar su verdadero horror, una auténtica cruzada inquisitorial contra la belleza. Encabezada por una izquierda iconoclasta que la suscita y la jalea en todo el mundo occidental, se ha revelado como un obscena fiscalía del NO que ejecuta un liberticidio insoportable. Qué poca belleza en el pensamiento único y cobarde; qué pena de quienes no la defienden. ¡Ay, pobres de espíritu!

Porque quizás, amigos, ahí es donde radica la clave de sobreponernos a esta perra época que nos ha tocado vivir tras cocinarla a fuego lento por nosotros mismos. La belleza no existe per se, no simplemente es. Hay que cuidarla y construirla, como todas las cosas hermosas y que merecen la pena. Si prefieren imágenes, permítanme considerar mucho más bella la carnicería de las Termópilas que los seráficos mas siniestros pasillos diáfanos de los gúgueles de turno.

El aviso de Huxley en su celebérrima “Un mundo feliz”, cuando todos nos acongojábamos por el “1984” de Orwell, se ha convertido en una perniciosa certeza. No está pasando, ya ha pasado. El control social y la eliminación de la infelicidad nos lleva a una conformidad generalizada y a la pérdida de individualidad. Díganme un estado actual que no esté, en mayor o menor grado, sacrificando la libertad del ciudadano por una suerte etérea de estabilidad social. Y todo a través de una sobreexplotación de la tecnología fomentando su más pérfida vis. Al igual que en la novela, hoy nos entregamos al consumismo, al hedonismo y a la manipulación mediante las pantallas de nuestros teléfonos. Vivimos en una mentira de supuesta libertad cuando somos más cautivos que nunca.

Esta realidad, ¿es humana? ¿Merece la pena sacrificar todo lo que nos hace dolorosamente humanos? ¿Y si el sufrimiento y las dificultades son aspectos esenciales de la experiencia vital. ¿Puede haber belleza en el propio sufrimiento? Permítanme que les diga que sí.

Y los abuelos lo sabían.

Y los abuelos, son maravillosos.

PD: por cierto, en tiempos de pandemia, Países Bajos acusó a España e Italia de “admitir a personas demasiado viejas con COVID-19 en las UCIs”. Vamos, que menos preocuparse por los caducos que cuestan ya mucha pasta y no merece la pena. Les sobran los abuelos. Si se indigna por esto, no la tome con los neerlandeses. No es que los holandeses sean unos hijos de puta; son calvinistas, que es mucho peor.

 

*Foto de Philip Myrtorp en Unsplash

 

Andrés Ortiz Moyano, periodista y escritor. Autor de Los falsos profetasClaves de la propaganda yihadista; #YIHAD. Cómo el Estado Islámico ha conquistado internet y los medios de comunicación; Yo, Shepard y Adalides del Este: Creación. Twitter: @andresortmoy

 

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Posted: December 10, 2023 at 10:46 pm

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