Del ostracismo a la cultura pop. We Love Freaks

María Arnedo

—I can not stare at them…
—But that´s why they´re for. What do you think
freaks are for? That´s why they are in this word

HARRY CREWS, The Gospel Singer

 

Podríamos remontarnos al año 2.800 a.C. para encontrar en Babilonia todo un lexicón de monstruología, inscrito en tablas de arcilla. En un estado tan primitivo ya están identificados los tres tipos de monstruo: por exceso, por defecto y por hibridez. Asimismo son éstas las categorías que prevalecerán en las muy posteriores representaciones del freak, llegando a la actualidad. No obstante, en la Antigüedad los cuerpos anómalos poseían un carácter sobrenatural, que fluctuaba entre lo divino y lo demoníaco: en ocasiones los bebés con anomalías eran asesinados en sacrificios rituales y otras veces los fetos se preservaban y adoraban pues se creía que tenían poderes mágicos. El monstruo de cualidades divinas y sobrenaturales quedará definitivamente domado y desmitificado por la modernidad, domesticado a través del laboratorio y del libro de texto. El pensamiento racional característico del siglo XVIII abandonará la imagen arquetípica del monstruo fantástico y se centrará en seres reales: lo que otrora fuera una criatura prodigiosa pasa a ser algo anormal e intolerable, relegado a la categoría de especimen patológico. Carl Linnaeus (1707- 1778), considerado padre de la taxonomía moderna, es el primero en realizar la distinción entre Homo Sapiens y Homo Monstruosus: une así las categorías de “hombre” y de “monstruo”, desacralizando este último y haciendo que deje de ocupar su puesto en el ámbito mitológico y ficticio. También a finales del siglo XVIII comienzan a exhibirse en Inglaterra los denominados “niños monstruosos” (aunque la exhibición de curiosidades humanas no es un fenómeno exclusivo de la modernidad; muy al contrario, esta práctica se remonta al Renacimiento, pero siempre con ese carácter sobrenatural que comentábamos), junto con otras irregularidades de la naturaleza, como piezas de ganado con dos cabezas o productos de cosecha de dimensiones exageradas. Dan comienzo así los denominados “raree shows” en ferias anuales de capitales como Londres. Dentro de este ámbito el lector contemporáneo todavía recuerda el caso del célebre “hombre elefante” (Joseph Merrick, 1862-1890, cuyo cuerpo presentaba profusas deformaciones debido a lo que hoy se conoce como neurofibromatosis), primer freak que pasó a la esfera pública y que recogió sus memorias con la ayuda de su protector Frederick Treves. Contó por tanto con un discurso propio y el derecho a una voz. Su propia narrativa y la de Treves enfatizaban las excepcionales cualidades humanas del hombre elefante. Merrick resultó por tanto clave en el proceso de creación cultural de la figura del freak, pues cambia la visión que hasta entonces se tenía del cuerpo deforme: gracias a su aportación lo monstruoso deja de insertarse tanto en el cuerpo físico como en el espectro moral, y se rompe definitivamente la labor entre el homo sapiens y el homo monstruosus. Otra figura clave en la creación del freak como producto cultural y de consumo fue Phineas Taylor Barnum, quien, al igual que Merrick, lo desmitifica como ser terrorífico y monstruoso. Empresario del mundo del espectáculo en Estados Unidos, Barnum fue conocido por crear el denominado “The greatest show on Earth” y por fundar el popular Barnum and Bailey Circus. Aunque durante su carrera exhibió una variopinta colección de freaks eminentemente con fines lucrativos, señalaba también su carácter humano y cambió definitivamente el paradigma en la percepción de lo deforme y lo raro. La forma de entretenimiento del freakshow iniciada por Barnum (y ya bajo dicha denominación) alcanzó una gran popularidad en Estados Unidos hasta aproximadamente la década de los 40, siendo no obstante el primitivo show de Barnum el mayor exponente de todos.

Vemos así como es en el marco de las exhibiciones públicas y en el circo, y no en el de la literatura, donde se ha situado históricamente el espacio del freak y se ha construido su figura. Sin embargo y volviendo al siglo XIX, podemos afirmar que el freak y la anomalía humana causan fascinación también en la literatura. Obras como Frankenstein de Shelley, El jorobado de Notre Dam de Victor Hugo, The old curiosity shop de Charles Dickens (obra además, responsable de popularizar el término “freak”) y The Strange Case of Dr. Jekyll and Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson, son buena muestra de ello. El interés de esta época hacia la figura del freak se explica porque su observación es ambivalente, produce horror y fascinación, pena y miedo. El freak eventualmente nos fascina porque vemos una parte de nosotros mismo reflejada en las criaturas deformes y aterradoras que tanto intentamos ahuyentar. El monstruo clásico deja de interesarnos por lejano e imposible: es ahora el ser diferente y extraño el foco de nuestra atención, que eventualmente, deja de ser extraño para revelar en su esencia una parte de nosotros mismos. En definitiva el freak cuestiona la naturaleza e identidad humana y es comprensible que su figura cobre relevancia sobre todo a partir del siglo XIX, cuando temas de este tipo pueblan la conciencia colectiva. Es ésa también una de las razones de su resurgimiento en la actualidad en la cultura popular.

Los freakshows y sideshows son especialmente populares en Estados Unidos hasta la década de los 50. Gigantes, enanos, siameses, mujeres barbudas, gordas, hermafroditas, esqueletos andantes, “víctor y victorias”, hombres con cara de perro, etc. etc. se exhiben como producto de consumo y entretenimiento. Lo que antes produjera asombro inspira ahora horror, curiosidad, y sobre todo, pena. Muchas de estas curiosidades humanas procedían o pretendían proceder de puntos alejados del planeta (“hombres salvajes”, “venus hotentotas”, indígenas americanos, etc.), lo que confirma que la raza y el origen podía ser factores determinantes en la categorización de un individuo como “freak”. La otredad racial y la deformidad eran por tanto fenómenos situados al mismo nivel. Los freakshows eran acompañados de un peculiar discurso en boca del charlatán que por medio de un efectismo que rozaba lo sensacionalista, marcaba el abismo entre el cuerpo exhibido y el espectador, infundiendo de esta manera miedo y repulsión. Además se enfatizaba cómo el cuerpo freak se sitúa en la frontera entre lo animal, se recreaba una vida y origen extraordinarios, y se desmesuraba la deformidad y anomalía del freak. En definitiva este tipo de discurso amplificaba los principios de hibridez, exceso y ausencia sobre los que se basa la construcción del cuerpo freak. En cierta manera y por tanto toda exhibición era un fraude, no porque los freaks no tuvieran realmente anomalías, sino porque la persona era exhibida de una manera falsa y mal representada. El nivel de “friquismo” de los cuerpos presentados depende por tanto de las estrategias de presentación del enunciador o charlatán. Queda entonces claro que el friquismo no es sino un discurso cultural que establece una relación dinámica entre el charlatán, el cuerpo exhibido y el espectador. Sobra decir que el propio freak, hasta muy recientemente, se ha visto privado de un discurso propio. La ausencia de voz del freak ha caracterizado históricamente su propia construcción.

Un hito en la historia de la creación cultural del concepto de freak fue la película Freaks de Tod Browning (1932), cuya intención fue la de retratar la vida de los personajes de circo desde su dimensión más humana y enternecedora. Sin embargo la cinta no fue interpretada de esta manera por el público de la época, cuya sensibilidad la tachó de macabra, desagradable y sensacionalista (ya que el director se sirvió de freaks reales en la filmación de la película y no de efectos especiales mediante el uso de maquillaje). Freaks fue injustamente maltratada e ignorada y no fue hasta los 60 que se rescató del olvido y pasó a ser película de culto. Lo más impactante de Freaks no es su curioso reparto, sino las implicaciones morales de su mensaje. Los freaks de Browning son seres dotados de valores y unidos por un fuerte sentimiento de comunidad. Los personajes “enteros”, sin embargo, carecen de escrúpulos y se mueven por la codicia. Así, en vez de proporcionar una categorización reconfortante del “nosotros” y “ellos” (que es lo que hacían los freakshows tradicionales), Freaks revela de manera inquietante que esta distinción no existe. Esta anulación es anunciada ya al principio de la película, cuando el charlatán del circo sentencia de manera significativa: “You´ll laugh at them, shudder at them, and yet, but for the accident of birth, you might be even as they are”. En definitiva, el ámbito de “ellos” se equipara al de “nosotros”: se disuelve la otredad y es eso precisamente lo que produce espanto en el espectador.

La popularidad del freakshow comienza a decaer en la década de los 60 por ser considerado una práctica explotadora, y el término “freak” es rechazado por aquellos a los que tradicionalmente se había aplicado pues tiene connotaciones denigrantes y ofensivas. Aquellos con anomalías físicas ya no son segregados socialmente y optan por términos más neutros. Sin embargo y de manera paralela, el término “freak” es adoptado por la contracultura hippie sobre todo en la costa oeste de los Estados Unidos, para denominar a una estética e ideología disidente y trasgresora. Lo novedoso es que estos nuevos freaks deciden que quieren ser freaks y utilizan el término como título honorífico. La alteridad es así una opción del individuo que no viene dada por una condición física o natural. Podemos hablar a partir de este momento de la separación entre “born freaks” y “made freaks” o “inner freaks”, distinción que sigue siendo vigente hoy en día. “Made freaks” son aquéllos que optan intencionadamente por alterar su apariencia física de manera artificial (por medio de tatuajes, piercing, operaciones quirúrgicas o implantes), o aquellos que optan por una serie de prácticas y un estilo de vida alejado de lo convencional y considerado muchas veces “de mal gusto”. Tras estas opciones subyacen primordialmente la trasgresión, la celebración de la diferencia y un sentimiento tribal de comunidad entre todos los que comparten unas tendencias afines. En efecto, muchas de las formas emergentes de subcultura o cultura underground que giran en torno a lo freak se caracterizan por este aspecto tribal: tatuajes, piercing u otros tipos de marcas en la piel, juegos con fuego, tambores, la práctica de la suspensión, festivales como Rainbow o Burning Man, etc.

El concepto moderno que alberga el término “freak” se ha desplazado de su significado originario. Hoy en día “freak” se usa para designar a aquella persona con una personalidad, gustos y tendencias inusuales, lejos de la corriente mayoritaria, no tratándose necesa- riamente de un término peyorativo. Lo freak se impone incluso como una herramienta reivindicativa que cuestiona la autoridad. En cualquier caso, el debate continuo en torno al término “freak” y que llega hasta la actualidad, la fluctuación entre el rechazo de algunos y la reivindicación de otros, pone de manifiesto la inestabilidad del concepto que la palabra involucra.

Por otro lado, el discurso freak no ha desaparecido con los freakshow que aún podían verse en Estados Unidos en la década de los 50, sino que se ha “reciclado” y ha proliferado en una variedad de discursos contemporáneos que se ponen de manifiesto, tal y como fue su origen, en el mundo del entretenimiento: concursos de belleza, reality shows, películas de terror, vídeos musicales, etc. hacen uso hoy en día de mecanismos que se originaban en el freakshow. Los ejemplos de artífices que han popularizado lo freak en círculos mayoritarios de consumo e incluso intelectuales serían innumerables: desde la imagen comercial del cantante Marylin Manson hasta las creaciones cinematográficas de Tim Burton, David Lynch o John Waters (que distribuyen respectivamente una imagen de lo freak a públicos muy diversos) son sólo algunos ejemplos. Pero tampoco el freakshow tradicional se ha desvanecido completamente. De hecho estamos asistiendo a un resurgimiento de éstos desde los ochenta tardíos. En Coney Island se puede visitar uno de los pocos freakshows permanentes que siguen funcionando. Otros artistas están llevando a cabo iniciativas para resurgir y renovar diversos aspectos del sideshow clásico, al que rinden homenaje. Grupos como The Jim Rose Circus, The Yard Dogs Roadshow, Circus Contraption, 999Eyes, (único show que exhibe gente con anomalías y malformaciones y que se autodenominan con orgullo “freaks”), artistas como Enigma o Zamora “the torture king”, que cuentan con un número en aumento de seguidores, son ejemplo de esta vitalidad del freakshow contemporáneo. Lo importante es que al freak se le otorga por primera vez un espacio y un derecho a una voz en muchas de las esferas públicas: la narrativa (las novelas de Jennifer Dunn y Harry Crews son ejemplo de ello), círculos alternativos (performances, circos y espectáculos itinerantes), cine, música, y en definitiva el poder de difusión de los mass media.

– María Arnedo. Autora de Locura, freaks y demás elementos grotescos en la literatura de Javier Tomeo y en el imaginario colectivo.


Posted: April 16, 2012 at 7:11 pm

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *