Essay
La huella Björk-Barney

La huella Björk-Barney

Miriam Mabel Martínez

Los Cremasters de Matthew Barney tienen “algo” incómodo. Sus personajes son bufones que se mueven en una realidad posmoderna barroca. ¿Existe tal combinación? La respuesta está en esta serie de cinco filmes en los que las citas, relecturas y pastiches no sólo a la historia del arte, sino a la cotidianidad intervenida por el arte gasificado (como lo explica Nicolas Bourriaud) se empalman no en un palimpsesto semántico, sino en barroquismo posmoderno del siglo XXI. Y aún en esa saturación, en la cual cada elemento corre el riesgo de convertirse en ruido, se apropia de su lugar incomodando al espectador. ¿Será la temática o la sintaxis estética? Lo grotesco infiltrado en la vida. Quizá lo que impacta es que en esta saturación incluye también las partes oscuras. Estos filmes despiertan a los monstruos internos, unos monstruos que si tuvieran sonidos sería la música de Björk, la cual –reflejo del mundo blanco islandés– despliega también esos fantasmas que cobraban forma en lo sonoro y, que poco a poco, han ido migrando a otras disciplinas, ciencias y Apps. Björk es una criatura de Barney y Barney es un sonido de Björk.

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¿Qué fue primero: la empatía en sus búsquedas creativas, la reflexión del uno en el otro o la complicidad artística efecto de la amorosa?

Barney explora distintos medios. Björk se transforma en distintos medios. Él aglutina esta interdisciplinariedad en el cine, en donde está también su escultura, su coqueteo con el performance, las artes plásticas, la literatura… Ella es el soporte y la pieza. Ambos creen en la polifonía y en la exploración del discurso propio a través de distintos formatos y plataformas. El enfoque en la especialización –conveniente al mundo capitalista– se queda en acción conservadora: a esta pareja (que terminara su relación en 2013) le gusta llevar la experimentación hasta las últimas consecuencias. Son artistas-productores (igual que toda su generación) sin caer en el mercenarismo de algunos que simplemente se mueven y cumplen los requisitos a la medida de la galería, museo, curador o institución que requiera de su creatividad. El patrocinio que reciben es en otro formato.

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Aunque son artistas del mundo, sus herencias los marcan; su obra es más bien glocal y como cualquier pieza artística buena, exhibe lo que muchos quisieran negar: la historia no sólo sí importa, sino que define y plantea otras posibilidades para explorar el futuro. La obra de Barney refleja su idiosincrasia estadounidense: posee una libertad de exploración que caracteriza a esta cultura que acepta la auto-reinvención como parte de su American Way of Life. En este sentido, su propuesta es fresca, experimental y sí, también más comercial. No puede negar su tradición pop ni la línea performática del recién fallecido Chris Burden. Por su parte, nacida en el norte del planeta Björk es su paisaje. Los islandeses, así como los escandinavos, no sólo defienden su entorno: son su entorno por antonomasia. Así se observa en su filosofía (Søren Kierkegaard), en su diseño (Tapio Wirkkala, Eero Aarnio, Alvar Alto o Arne Jacobsen…), en sus artistas (Asger Jorn, Olafur Eliasson o del dúo Elmgreen & Dragset…) o su literatura (Tomas Tranströmer, Lars Gustafsson, Peter Adolphesen…). Björk, desde sus pininos musicales pasando por el súper grupo Sugarcubes, hasta su último disco Vulnicura, explora temas humanos (hace filosofía sonora) desde la perspectiva blanca de Islandia. La influencia de la cultura vikinga, de la imaginería local, de la naturaleza volcánica busca ecos en otras artes y disciplinas como la moda o la educación o la sustentabilidad. Ella es “una músico nerd”, como alguna vez se autodefiniera:, al estilo de Brian Eno (sólo que Eno se autodefine guitarrista, su pasión es dicho instrumento), y en esa ruta de compositores-músicos que son más bien artistas “de cámara” (como Stockhausen) pero que desarrollan su enfoque alternativo –y sin prejuicio– en un ambiente más pop (como David Bowie), ha construido una idea musical. Su obra es una pieza en proceso, como la serie continua Drawing Restraint, que empezara Matthew en 1987 y que se va más que edificando, rizomatizando hasta hoy día, hasta el mañana del mañana.

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Su historia amorosa es también el relato de un intercambio intelectual que empieza cuando cada uno, por su lado, consolidaba su postura: Barney con su ciclo de Cremasters y Björk con su primer álbum solista Debut. Sus tareas-indagaciones creativas, que individualmente, desarrollaron durante su relación, parecieran un diálogo. O quizá es el resultado de la reflexión de verse en el otro. Es evidente el enriquecimiento del trabajo de ambos al compartir conocimientos visuales, sonoros, performativos, filosóficos, políticos. Si bien colaboraron alguna vez en la serie Drawing Restraint 9, se nota la influencia de Barney –Cremaster 5– en el proyecto Biophilia de Björk, así como la huella de la islandesa de su trabajo Homogenic, en la obra River Fundament del estadounidense. ¿Habrán intercambiado procesos? Poco importa, lo cierto es que ambos, más allá de si el espectador empatiza con su trabajo (Barney es amado o muy repudiado), son artistas del siglo XXI que han sabido combinar lo comercial sin sacrificar la propuesta estética personal. Dos artistas de culto que también son bien recibidos por las “mayorías”, demostrando que la calidad sí importa y que, sobre todo, que eso “diferente” a lo que tanto se teme nos tiende la mano para invitarnos a conocer paisajes distintos en los cuales somos bienvenidos.

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   Miriam Mábel Martínez

Miriam Mabel Martínez es narradora y coordinadora editorial de la revista Nat Geo Traveler. Es colaboradora de Literal.


Posted: June 3, 2015 at 9:50 pm

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