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Las tempestades (sobre El irlandés, la nueva película de Martin Scorsese)
COLUMN/COLUMNA

Las tempestades (sobre El irlandés, la nueva película de Martin Scorsese)

Alberto Chimal

[Más o menos a la mitad del texto empiezan los spoilers.]

Un mito conmovedor de la literatura y otras artes es el del artista viejo, o cerca de la muerte que, en vez de menguar poco a poco y desaparecer, se despide con un último gran trabajo: una obra memorable que cierra, a propósito o no, su vida y su carrera. El mito existe, al menos, desde William Shakespeare, de quien se dice que escribió La tempestad –que sería su última obra de teatro– ya retirado en su pueblo natal de Stratford-upon-Avon. “…De cada tres de mis pensamientos, uno será para mi tumba”, dice el mago Próspero, su personaje principal, tras renunciar a sus poderes y sus libros de magia, y luego se despide con un discurso al público, al que pide una ovación final antes de la partida definitiva. El escritor se confundiría con el hechicero, pues sus facultades creativas también lo han separado de los seres humanos, y en este caso elegiría rechazarlas luego de realizar, por última vez, una tarea grandiosa, como un regalo o una compensación para el mundo.

Otras veces la muerte llegaría sin que el genio fuera consciente de ella, como en la famosa leyenda alrededor del Réquiem de Mozart, que habría sido compuesto mientras éste agonizaba, envenenado por un rival. Otras más, el artista haría su obra “contra reloj”, para oponerse a una muerte ya anunciada, como Roberto Bolaño, quien escribió enfermo su monumental 2666.

Dicho todo lo anterior, lo de Shakespeare ha sido materia de debate por siglos y el hecho comprobado es que, después de La tempestad, el dramaturgo todavía intentó más obras de teatro, aunque en colaboración con otro escritor. Lo de Mozart, aunque se repite en muchos lugares, es pura ficción (popularizada por la película Amadeus de Miloš Forman), y las intenciones de Bolaño varían según quien las interprete. Pero cuando no hay información que respalde el argumento, no importa: el sentimentalismo pesa más que los hechos. Incluso, se ha llegado a tratar de ajustar el mito a biografías que no lo admiten en absoluto. Así ocurre con la famosa carta de Rimbaud a la empresa Messageries Maritimes, que dictó mientras deliraba en su lecho de muerte y, con toda franqueza, no es un poema visionario ni nada parecido. Así ocurre también con la canción “La máquina del tiempo” del cantautor mexicano Rockdrigo González, que cierra su álbum póstumo El profeta del nopal pero es una grabación en vivo, en la que se despide de sus escuchas, sí, pero lo hace al menos un año antes de su muerte en la ciudad de México, durante el terremoto de 1985.

(Y en todo esto falta todavía considerar el hecho de que en las listas de grandes despedidas en la vejez apenas hay obras hechas por mujeres, aunque las historias de Entre actos de Virginia Woolf, Varda por Agnès de Agnès Varda y bastantes más podrían mencionarse con tanto o más mérito que algunas de las anteriores.)

En cualquier caso, el mito está reapareciendo en estos días, luego del estreno en cines y en Netflix de El irlandés, la nueva película de Martin Scorsese. Se le ve como una obra épica: una superproducción de muchos millones de dólares de presupuesto, tres horas y media de duración, un reparto encabezado por Robert de Niro, Al Pacino, Joe Pesci y Harvey Keitel –todos estrellas de Hollywood, premiados y de largas carreras– y un argumento que observa medio siglo de historia de Estados Unidos desde el mundo del crimen, es decir, desde el escenario de Casino, Buenos muchachos, Los infiltrados y varias otras grandes películas del director. Su protagonista, Frank Sheeran (de Niro), realmente existió: fue un extransportista y sicario de la mafia italoamericana… que, según él, asesinó a Jimmy Hoffa (Pacino), el poderoso líder sindical que desapareció sin dejar rastro en 1975. Ya viejo, Sheeran contó su versión de la historia al periodista Charles Brandt, en cuyo libro I Heard You Paint Houses se basa el guión de la película, escrito por Steve Zaillian.

Grandes alcances, pues, y grandes ambiciones; realidad que se entrevera con la ficción y se representa con todo lujo, sin escatimar gastos ni pericia técnica (incluyendo un costoso proceso de retoque digital para “rejuvenecer” a los actores principales en largas secuencias); un comentario más, y demoledor, acerca de la corrupción del american dream, muy pertinente en la época en que el presidente de aquel país extorsiona y amenaza como mafioso; una película que sorprende por su ímpetu y su potencia narrativa, etcétera, etcétera.

Sin embargo, el tono de El Irlandés acaba por ser elegíaco, melancólico, más parecido al de los filmes de tema espiritual o religioso –como Silencio, La última tentación de Cristo o Vidas al límite– que son la otra vertiente de la obra de Scorsese. La biografía de Sheeran, que concluye en el asilo de ancianos y mucho después de cualquier acontecimiento que hubiera podido cerrar la película de manera convencional, acaba siendo una reflexión sobre la vejez, sobre la experiencia de observar una vida entera desde la vejez. En un par de escenas cruciales, muy breves y contundentes, las hijas de Sheeran ya le han demostrado su desprecio; todos sus amigos y cómplices ya han muerto; una vida entera dedicada la violencia, los desplantes de masculinidad y la obediencia ciega llega hasta su conclusión lógica, que es simplemente la nada: la soledad, el deterioro, la desolación de un hombre que ni siquiera es capaz de expresar culpa ni arrepentimiento. La muerte.

Y Martin Scorsese tiene 77 años. Aunque no ha anunciado su retiro, no faltan quienes lo dan por hecho: el cineasta se marcha con el no va más del cine de mafiosos, la gran historia que va a cerrar su tradición de forma definitiva. Se abre paso en la red la idea de que El irlandés es la “película de un hombre viejo”, como la califica algún podcast de cine, y si esa lectura sigue prosperando, será –como sabemos– la convicción que tendrán muchas personas interesadas incluso antes de ver el filme.

Pero hay otro límite, más interesante, que está llegando con El Irlandés, o que podemos ver más claramente con su ayuda.

Al margen de lo que Martin Scorsese haga o deje de hacer en el futuro, lo que se termina con El irlandés no es exactamente su escuela, su modo de hacer cine. La novedad del “Nuevo Hollywood” de los años setenta, en el que se formaron tanto Scorsese como sus grandes intérpretes, se acabó en esa misma década, con el surgimiento del cine hipercomercializado –el blockbuster– entre Tiburón de Steven Spielberg y Star Wars de George Lucas. Y, por otro lado, Scorsese ha realizado algunas de sus mejores obras después de 1980, con o sin el apoyo entusiasta de la industria fílmica estadounidense.

Un escándalo público reciente del cineasta –aunque apenas merece llamársele así– es más iluminador. En octubre de este año, Scorsese opinó en una entrevista sobre las películas de Marvel. No le gustan: le parece que son un cine sin riesgo, pensado exclusivamente para hacer dinero con productos tan impersonales e inofensivos como sea posible, y que le quitan espacio en las salas de cine a películas con otras aspiraciones. La reacción en su propio país fue algo parecido a un espasmo: un periodo muy breve de atención, exactamente igual que el que se concede a un video de gatos o una noticia de nota roja, en el que abundaron las críticas virulentas. Curiosamente, varias defendían a la Marvel (y a su propietaria, la Disney, una de las compañías más exitosas y rapaces del capitalismo tardío) con argumentos o al menos memes del discurso progresista: Scorsese no tendría razón ni derecho de pronunciarse sobre el cine de superhéroes porque sus propias películas lo delatarían como machista, homófobo (o al menos interesado solamente en la sexualidad heteronormada), retrógrado o conservador en general por no haber filmado acerca del presente… y hasta racista, como Bob Iger, presidente de la Disney, insinuó en un comentario en el que nombraba explícitamente a Ryan Coogler, el director afroamericano de Pantera Negra, como una presunta víctima (?) del desprecio de Scorsese. Luego se acabó el interés y la mente comunal de los consumidores de entretenimiento pasó a otros temas.

Lo gratuito de la conmoción (nada de lo dicho por Scorsese es realmente duro ni insultante), la intensidad de las respuestas, y la falta de razonamiento o debate real más allá de la repetición de lugares comunes o frases de postureo moral, se puede entender mejor considerando artículos como éste, de la escritora Gretchen Felker-Martin. Según Felker-Martin, las películas de Marvel logran su éxito gracias a la vacuidad de sus argumentos y personajes, que en general permiten a sus aficionados proyectar en ellos cualquier cosa: sus propias aspiraciones y deseos, casi sin estorbo. Aun en las películas que no intentan enfatizar poblaciones poco representadas en Hollywood, la intención es decir lo suficientemente poco para que el espectador o espectadora entusiasta pueda interpretar y expandir como le plazca lo que se le presenta, incluyendo sus propias ideas de que tal o cual personaje o episodio son, en secreto, lo que ella o él quisieran. A las posturas resultantes, que apenas tienen respaldo textual y apenas lo necesitan, se les llama headcanon: opiniones entusiastas, basadas de las emociones simples con las que aprendemos a relacionarnos con el contenido que nos rodea.

Si los medios, los fines y los efectos que tendrá el cine en el futuro son esos, por supuesto que el tiempo de Martin Scorsese ya pasó. “Para cualquiera que sueñe con hacer cine o que esté empezando a hacerlo”, escribió el cineasta, “la situación actual es brutal y hostil al arte”. En la frase hay dos palabras que no se definen: cine y arte, pero si ambas se explican en la filmografía del propio Scorsese, ambas son una porción de lo que está terminando en esta época. La conciencia de ese final es parte de lo que se refleja no sólo en la nostalgia concreta de El irlandés, sino en la de muchas otras obras de artistas que han observado en años recientes el desconcierto y la incertidumbre de nuestra propia época, y en el que la nostalgia misma se convierte en otra mercancía: un medio de intentar resucitar un pasado idealizado, en vez de una forma de reconocer las evidencias del paso del tiempo, los errores y las pérdidas de la existencia.

Pero todos somos, o seremos, un poco el Frank Sheeran de la película, perplejos ante un pasado que se niega a ser como creemos, entregados a un entorno cada vez más desprovistos de memoria, atemorizados por no se sabe o no se puede decir qué hasta en el último segundo de la conciencia.

 

Alberto Chimal es autor de más de veinte libros de cuentos y novelas. Ha recibido el Premio Bellas Artes de Narrativa “Colima” 2013 por Manda fuego,  Premio Nacional de Cuento Nezahualcóyotl 1996 por El rey bajo el árbol florido, Premio FILIJ de Dramaturgia 1997 por El secreto de Gorco, y el Premio Bellas Artes de Cuento San Luis Potosí 2002 por Éstos son los días entre muchos otros. Su Twitter es @AlbertoChimal

 

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Posted: December 11, 2019 at 8:26 pm

There is 1 comment for this article
  1. Gloriacruzconcha@hotmail at 12:46 pm

    Es curioso como cada cabeza interpreta, de manera solemne y casi definitiva , una película como ” El Irlandés”.
    Si tuviera ánimo pondría mi propio, y subjetivo comentario que no se parece en nada a este, pero …enfin .

    Ahora estoy comenzando a ver Bazar de Caridad y…me interesa más en este momento.

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