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Los padres a control remoto
COLUMN/COLUMNA

Los padres a control remoto

Socorro Venegas

Una pregunta frecuente con mis amigxs, ante las medidas de confinamiento por la emergencia derivada del COVID 19, es ¿qué haces con tus padres? No pocas veces medio en broma y medio en serio lamentamos no poder “amarrarlos”.  A mí, por ejemplo, mi papá me contesta el teléfono desde Cuernavaca (yo en la Ciudad de México): “Estoy bien. Me cuido mucho. Cada vez que regreso de la calle me lavo las manos”. Algo así me cuentan desde Madrid, donde el padre de mi amigo es médico, pero siguió saliendo a comprar el periódico cada mañana, hasta que la policía comenzó a asegurarse de que todo el mundo permaneciera en su hogar.

Las charlas sobre los hijos adolescentes han quedado atrás, al menos por el momento. Como sea, los tenemos en casa, al alcance, leyendo o jugando en el teléfono, con los audífonos bien puestos. Además, algunas escuelas les han seguido asignando tareas o incluso clases en línea. Los que tienen niños y hacen home office aparecen en las pantallas acompañados por los pequeños que no pueden y no deben dejar sin explorar ningún territorio.

Las crisis revelan zonas poco visibles de la gente con la que solemos convivir. Raras veces hablamos de los padres, y ahora llegamos a saber más de esas personas a las que quisiéramos instalarles un control remoto. Otra amiga me cuenta de lo arduo que es evitar que su padre, un señor jubilado, deje de salir. Hasta hace unos días, su principal tarea era hacer las compras para toda la familia en un mercado sobre ruedas. “La dinámica cambió y le cuesta mucho aceptarlo”.

No son tontos ni están seniles. Mi madre venció un cáncer de tiroides y luego corrió un maratón. Han luchado siempre. Son los héroes de nuestras vidas. Por eso es tan difícil mantener a raya el tono apanicado. ¿Cómo no excedernos, cómo no asustarlos más de la cuenta? ¿O sí hay que hacerlo? La periodista de El País, Berna González Harbour, me escribió hace poco: “Tómenlo en serio, aquí no hay día en que no le dé el pésame a alguien”. ¿Cómo prevenirlos para que extremen los cuidados? Ya han escuchado todo en los medios. Saben que la edad los coloca entre la población con mayores riesgos. Ya se ha dicho que se trata de evitar el contacto con gente y superficies, se nos advierte que puede haber personas asintomáticas, pero capaces de contagiar. Además, hay que considerar el tiempo que el virus permanece en el aire una vez que alguien infectado ha estornudado o tosido. Uf.

Si uno busca “padres y Covid 19” en Google, casi toda la información se refiere a cómo explicar a los niños la pandemia. Me resisto a ese lugar común de que los viejos vuelven a comportarse como infantes.

Pienso que nuestros padres viven suficientemente asustados, como nosotros, como todos. Estamos expuestos por igual a una sobrecarga de información. Tal vez a algunos les cuesta más que a otros parar, hacer conciencia de que renunciar a nuestras costumbres habituales es un ejercicio de corresponsabilidad. La tercera edad, para los que están relativamente sanos, es la oportunidad de seguir sintiéndose útiles, de mantenerse independientes después de toda una vida de trabajo y compromisos ineludibles. A eso es a lo que deben renunciar por un tiempo indefinido, y precisamente cuando sienten que el reloj ya solo funciona en su contra.

Respiro profundo. Le repito a mi padre los consejos y le digo que tenga a la mano sus papeles por si llega a necesitar atención médica. Se queda callado unos momentos. El silencio de los inmortales. Hace unos días, cuando hablé con mi madre, me contaba que ya habían hecho sus compras, que tomaban vitamina C, que mi tía de San Luis Potosí les aconsejó tomar agua tibia con unas gotas de limón. Una semana después mi mamá me llamó para decirme que dejó a mi padre y se fue a su pueblo, allá mismo en Morelos, a la orilla de un volcán activo. Yo hace mucho estoy convencida de que están mejor separados. También ahora lo creo. “No tenía caso cuidarme tanto si él seguía saliendo”, me dijo. Ahora yo guardé silencio. Es una decisión inteligente, de gran sentido común. Un principio para considerar esa otra cara de la salud pública que tiene que ver con las relaciones familiares puestas a prueba en este periodo excepcional. Son varias las voces que han llamado a pensar en niños y mujeres violentados, en la urgencia de crear albergues que los reciban. Pienso en todos esos que no han podido elegir con quién o quiénes encerrarse a sobrevivir o a naufragar.

 

Socorro Venegas es escritora y editora. Ha publicado el libro de cuentos La memoria donde ardía (Páginas de Espuma, 2019),  las novelas Vestido de novia (Tusquets, 2014) y La noche será negra y blanca (Era, 2009); los libros de cuentos Todas las islas (UABJO, 2003), La muerte más blanca (ICM, 2000) y La risa de las azucenas(Fondo Editorial Tierra Adentro, 1997 y 2002).  Ha recibido el Premio Nacional de Cuento “Benemérito de América”, Premio Nacional de Novela Ópera Prima “Carlos Fuentes”, Premio al Fomento de la Lectura de la Feria del Libro de León.  Es directora general de Publicaciones y Fomento Editorial de la UNAM. Su Twitter es @SocorroVenegas

 

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Posted: April 7, 2020 at 10:55 pm

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