Essay
METRO A METRO
COLUMN/COLUMNA

METRO A METRO

Ana García Bergua

En un Excélsior de 1973 que estaba consultando, me encontré un reportaje sobre los jóvenes en el metro. Los jóvenes —decía a grandes rasgos este artículo— ya no se reúnen en la Universidad, ni en la Zona Rosa, sino en la glorieta del metro Insurgentes, donde vagan, platican, fuman marihuana y ligan. Esto lo he reconstruido yo, pensando un poco en qué hacían esos jóvenes en el metro, qué hacíamos en realidad, en busca de nuestra generación y sus lugares. Aquel metro Insurgentes, con sus primeras tiendas naturistas y las tiendas con calcomanías de diseños pop, era un lugar accesible para muchos chavos; incluso permitiría acercarse a los que vendrían de otras partes de la ciudad. Además, la llamada Glorieta del Metro nos quedaba cerca de los cines de Reforma, especialmente del Cine Roble donde se exhibía la Muestra Internacional de Cines y las galerías y los cafés de la Zona Rosa que iba quedando abandonada a su suerte y a los caprichos de los delegados. En metro no se llegaba aún a otros lugares que frecuentábamos los jóvenes de entonces; por ejemplo, para ir a CU había que tomar un camión —les decían delfines y eran de un color café un poco militar— que iba por todo Insurgentes hasta San Ángel. Y sin embargo, gracias al metro uno podía irse al centro y maravillarse como lo seguimos haciendo de esta ciudad portentosa y seductora a pesar de todas las calamidades que la asuelan y las dificultades crecientes para recorrerla.

El metro permite abarcar la ciudad, adueñarse de ella a grandes zancadas, a latigazos de gigante: si hay algo urbano, citadino por antonomasia, es el metro. En todo el mundo circulan automóviles, autobuses, trolebuses, y tranvías por los pueblos y las ciudades pequeñas, pero de ninguna manera este tren subterráneo que para existir exige grandes obras de infraestructura y que recorre distancias enormes. El metro forma raíces por debajo de la piel de la ciudad y nos permite bucear por sus entrañas sin el accidente de las banquetas, las multitudes, los edificios, los árboles; es la suya una sumersión directa, adormecedora, similar en su aislamiento a los aviones: no vemos el paisaje que vamos recorriendo, vamos tan rápido que es como si hojeáramos la urbe, saltándonos páginas. El desconcierto frente a los fortuitos compañeros de viaje es similar al del elevador, pero más prolongado.

Pero si hay una sensación peculiar es la de brotar de la tierra y aparecer, por ejemplo en el zócalo, rodeado por la Catedral, el palacio Nacional y el portal de Mercaderes; aunque se haga día a día, nunca se sabe qué esperar. Siempre he viajado al centro en metro; al corazón de la ciudad viajamos por sus venas, desde luego. Y me encanta la línea azul que recorre Tlalpan como un tren y nos muestra en una postal el avance de la mancha urbana, las colonias que sucesivamente se fueron formando alrededor del primer cuadro. Me parece prodigioso esto de surgir de las entrañas y encontrarse de repente en una calle, una plaza, una avenida; el metro tiene siempre algo de sorpresivo, de estar al margen de lo que sucede afuera y recibir de repente el sol, la lluvia o la oscuridad. Desde luego, esta es la parte romántica; la que no lo es —los apachurrones, la claustrofobia de quedarse detenido bajo la tierra— puede ser terrible: una amiga mía vivió los dos temblores de 1985 en el metro y no les cuento el terror. Porque el metro tiene también vocación de guerra (recuerden el metro de Londres como refugio antiaéreo en las guerras mundiales) y de catástrofe. Incluso en eso, el metro es rabiosamente grandilocuente y cosmopolita. Se cuenta del famoso último vagón del metro, en el que se cumplen, dicen, fantasías sexuales en grupo. No lo dudo; lo que me da un poco de risa es pensar en los participantes, obligados a aquietar sus afanes y disimular cada que el metro llega a una estación, detenerse como en el juego de “un, dos, tres, calabaza”, sólo que para adultos. Debe de ser el coitus más interruptus que existe.

En los años noventa, a mis treinta y tantos, viajé mucho en el metro. Viajaba al Archivo General de la Nación, a San Lázaro o al metro Candelaria, cerca de donde está el archivo de Notarías; y al centro, desde luego. Pero mi viaje preferido era el que realizaba semanalmente a la estación Juárez para entregar mi colaboración al “Semanario de Novedades” que dirigía José de la Colina. Este suplemento fue mi escuela periodística y también literaria, pues en él publiqué cuentos y crónicas, unos textos pequeños en la última página del suplemento que se llamaban “Asteriscos”. En ellos hablaba yo de mis recorridos de la ciudad y, por supuesto, de las aventuras que imaginaba en ese trayecto de Miguel Ángel de Quevedo a la estación Juárez, ese ámbito que dejaba de ser estudiantil y se iba volviendo cada vez más citadino, antiguo y por supuesto periodístico. Me gustaba entrar al viejo edificio del Novedades, que estaba frente al de La Jornada en ese entonces, a dos cuadras del Café La Habana, no lejos de El Universal en Bucareli y Excélsior en Reforma. Me imaginaba a mi padre yendo a entregar su crítica cinematográfica semanal a este último y ese trayecto en el metro significaba para mí una reconexión en muchos sentidos, con el oficio paterno, con mi ciudad y su historia, que me apasionó desde entonces.

De esos asteriscos surgió un libro de crónica que, por lo mismo, lleva por título Pie de página y que reúne algunos de estos textos y otros de mi columna de La Jornada Semanal en sus primeros años. En ellos hay dos textos sobre mis recorridos en el metro, algunos personajes y las elucubraciones que de ellos se desprendían. Esos trayectos, entre la lectura y la observación que permitía viajar un poco más despreocupado y sin celulares que interrumpieran la fantasía, alimentaron muchas de mis historias.

 

Ana García Bergua  Es escritora y ha sido  galardonada  con el Premio de literatura Sor Juana Inés de la Cruz por su novela La bomba de San José. Ha publicado traducciones del francés y el inglés, y obras de novela y cuento, así como crónicas y reseñas en medios diversos. 

 

©Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.


Posted: November 26, 2018 at 10:08 pm

There is 1 comment for this article

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *