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Terminator Genysis o T5

Terminator Genysis o T5

Naief Yehya

Otro regreso de los simulacros paradójicos, las máquinas asesinas y los guardianes oxidados

La leyenda del profeta cibernético

Han pasado 31 años desde el estreno del filme que lanzó la carrera de James Cameron y que escribió mientras estaba literalmente “homeless”, durmiendo en casas de amigos y en su coche. Terminator (1984) fue inspirada por una pesadilla de Cameron en la que un esqueleto metálico avanzaba amenazante y armado entre explosiones. La aventura de cómo llegó esta historia a la pantalla se ha repetido infinidad de veces hasta convertirse en una especie de leyenda moderna. Cameron vendió el guión por un dólar con la condición de poderlo dirigir y después de un sorprendente éxito en taquilla y con la mayoría de la crítica, el filme recibió la bendición del mayor poeta del cine, Andrei Tarkovski, quien vio Terminator poco antes de morir en 1986 y escribió: “La brutalidad y la pobre destreza de los actores es desafortunada pero como una visión del futuro y la relación entre el hombre y su destino el filme empuja la frontera del cine como arte” (1990). Esto es un enorme elogio de parte de un cineasta prodigioso que vio en aquella modesta película de serie B, algo mucho más profundo que un thriller rutinario de acción. Hoy pocos dudan que Terminator o T1 es una obra maestra del ciberpunk, filme que define el technoir y piedra de toque de la estética de los mirrorshades o lentes de espejo (Bruce Sterling, dixit), pero más que nada es un oráculo de condición del hombre en la cibercultura.

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La trama era engañosamente simple, un  cyborg (Arnold Schwarzenegger) es enviado desde el año 2029 al 12 de mayo 1984 para aniquilar preventivamente a Sarah Connor (Linda Hamilton), la futura madre de John Connor, el líder rebelde que organizará la lucha contra Skynet, una red militar digital que alcanza la singularidad y al adquirir conciencia decide eliminar a la raza humana por considerarla una amenaza existencial. Habiendo descubierto el plan de las máquinas (¿debemos referirnos a Skynet en plural o en singular?, ¿es una mente de colmena o un cerebro digital único?, ¿en masculino o en femenino?), Connor manda a su mejor amigo, Kyle Reese (Michael Biehn) a proteger a su madre, de la cual le da una polaroid.

Más que una cinta de ciencia ficción estábamos ante un filme de horror. Y la diferencia, es que el género de horror es en esencia trágico ya que contrapone al hombre con la fatalidad inevitable, con poderes sobrenaturales que no puede derrotar y que en esencia lo que hacen es reflejar a la vejez y la muerte, representadas o disfrazadas de amenazas ingeniosas y espantosas a la integridad física y mental. Los hombres podrán unirse para combatir a los monstruos, fantasmas y demás engendros, sin embargo en esencia están solos ante su poder. La monstruosidad en el horror viene de la mano de reglas que hay que descifrar, y a veces pueden ser burladas con astucia y valor, pero en la mayoría de los casos el horror aparentemente derrotado regresa de forma cíclica. En cambio, la ciencia ficción y la fantasía ofrecen recursos (tecnológicos en el primer caso y mágicos en el segundo) para contender con las amenazas y las nuevas reglas. Así, mientras el horror implica estar desvalido, la ciencia ficción es una forma de “empoderamiento”, como escribe Todd Van Der Werff (el editor de cultura del sitio Vox.com).

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T1 culminaba con una de las secuencias de horror más poderosas de la historia del cine, cuando el T800 modelo 101 seguía a Sarah en una fábrica. El  cyborg pasó a convertirse en el “hunter killer bot” por excelencia, en el dron asesino por antonomasia. Hoy en que vivimos un tiempo de entusiasmo por las máquinas mortíferas, en particular del tipo volador (con el uso cada vez más común de drones para vigilar y llevar a cabo ejecuciones sumarias de sospechosos en cualquier rincón del planeta), este antecedente adquiere particular importancia. Este no era el primer robot villano en la historia del cine, la lista es larga y entre sus antepasados aparece tanto la falsa María de Metropolis (Fritz Lang, 1927) como el temible genocida Ro Man de Robot Monster (Phil Tucker, 1953). El T800, con su esqueleto metálico recubierto de piel, anticipaba nuestra obsesión  cyborg y la poderosa fantasía de fundirnos con nuestras tecnologías en una era de simulacros y simulacras que, en la definición de Jean Baudrillard, eran las copias que no tenían un original. Esta es la característica elemental de la hiperrealidad y el caldo de cultivo de la cibercultura, un tiempo de reproducciones que no imitan a lo “natural”.

Primero es la familia

En la secuela Terminator 2, Judgement Day o T2, también dirigida por Cameron (1991), un  terminator T1000 (Robert Patrick), un modelo avanzado de metal líquido capaz de cambiar de forma y copiar seres humanos y otros objetos, es enviado a eliminar al propio John Connor, quien vive con padres adoptivos ya que su madre está encerrada en un psiquiátrico. Mientras T1 costó apenas 6.4 millones de dólares, T2 tuvo un presupuesto de cien millones, el cual rompió los records hollywoodenses hasta ese momento. La secuela hace una inteligente combinación de tragedia y autoparodia, una mezcla muy combustible y peligrosa pero que Cameron explota con genialidad a través de repeticiones deliberadas: una vez más Arnold dice su legendario “I’ll be back”, que más tarde será insertado en todos los demás filmes de la serie, nuevamente el terminator desnudo busca vestirse atracando incautos y visitando bares. Buena parte del humor del filme se debe a la frialdad maquinal y el desparpajo efectista del  cyborg. “No puedes ir por ahí matando gente”, le dice John Connor a Arnold y él responde, “¿Por qué no, soy un terminator?

Los terminators buscan disfrazarse con chamarras de cuero, lentes oscuros y guantes, evocando la rebeldía de los pandilleros en motocicleta o bien como policías, dos iconos antagónicos. Esta dualidad es constantemente manipulada en la serie. Aquí la inversión de roles, el villano que se convierte en protector, pone en evidencia la naturaleza camaleónica y la alternancia entre prejuicios y beneficios de la tecnología. La ambigüedad mantiene al espectador en un estado de incertidumbre que se volverá otra de las obsesiones de la serie. La transición nos empuja a buscar rastros de humanidad en la máquina animada, lo cual es una estrategia narrativa interesante ya que impone sentimientos contradictorios a los que producía el T800 en T1.

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En medio de la obsesión apocalíptica destaca el tema de la familia. Sarah, el terminator y John integran un núcleo familiar en su huida y ella, a pesar de su desconfianza por la maquina, reconoce en el T800 al padre ideal que nunca tuvo su hijo, alguien que jamás perderá la calma, siempre tendrá tiempo para John y no tendrá otra prioridad que protegerlo. “En este mundo enloquecido, elegirlo a él es la opción más cuerda”, dice Sarah en off. Mientras la máquina se comporta como si se hubiera humanizado, debido al hackeo del que ha sido objeto, Sarah se convierte en una especie de  terminator, un ser mecanizado con el único objetivo de prepararse para el holocausto nuclear y proteger a John, pero más por su papel como futuro redentor que por ser su hijo. De tal manera lo trata con frialdad y pragmatismo y sin atisbos de cariño.

Sarah, es ahora la cazadora asesina, que busca eliminar preventivamente al padre de Skynet, por lo que localiza a Miles Bennett Dyson (Joe Morton), el ingeniero de la corporación Cyberdyne, quien será el principal responsable de la creación de la red, para matarlo, sin embargo es incapaz de hacerlo en frente de su esposa e hijo. Sarah se rehumaniza al darse cuenta que se ha vuelto como su némesis. En un apunte cargado de ironía Miles se salva del primer disparo de Sarah porque el camión de juguete a control remoto, un pequeño dron, de su hijo le pega en la pierna y lo hace agacharse en el momento preciso en que la bala le va a impactar. Al igual que la primera cinta esta también termina en una fábrica, lo cual tiene resonancias con el fin de la era industrial o de producción y el comienzo de un tiempo de digitalización de todo o de reproducción. Aquí John Connor pierde a su padre putativo  cyborg, así como en la primera perdió a su padre biológico. La cinta culmina con las palabras de Sarah, quien se aleja por una carretera durante la noche, con un mínimo de optimismo ya que: “Si una máquina, un  terminator, puede entender el valor de la vida humana, quizás nosotros también podamos hacerlo”. Sin embargo, sabemos que como dice el T800 estamos condenados por nuestra propia violencia. Esta era una versión remixeada de la historia del Nuevo testamento en donde Sarah es la madre, más o menos virgen, acosada por su pesadillas; Reese es una especie de arcángel que anuncia la llegada del profeta y de paso funge como padre, mientras que John es el redentor que no morirá sacrificado ya que debe conducir la lucha. En su lugar Reese debe entregar su vida.

Variaciones y divergencias

T3, Rise of the Machines (Jonathan Mostow, 2003) y T4, Salvation (McG, 2009) tienen sin duda momentos interesantes, divertidas y aparatosas persecuciones, combates devastadores así como juguetes tecnológicos inquietantes. Más que nuevas ideas tan sólo ofrecen variaciones y extensiones del mito en un crescendo tecnológico, pero difícilmente podría decirse que estén a la altura de las dos primeras cintas. En T3 aparece una sexy terminatrix TX (Kristanna Loken), diseñada para destruir otros  cyborgs, que tiene una diferencia esencial con sus predecesores: cuenta con un rayo mortal integrado (¿cómo no lo pensó Skynet antes?). En esta cinta Arnold está de vuelta para proteger a John, (quien ha heredado las pesadillas apocalípticas de su madre) y a Kate Brewster (Claire Danes antes de sus años de locura y paranoia en Homeland), quien es hija del general en jefe del proyecto Skynet y será la mujer y compañera de armas de John.

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El nuevo T800 le informa al futuro líder de la humanidad que la destrucción de los progresos en computación de Cyberdyne llevados a cabo en el filme anterior no puso fin a la amenaza de Skynet sino que tan sólo la pospuso: “El día del juicio final es inevitable”, dice Arnold. A pesar de la repetición de convenciones de la franquicia y los inevitables y predecibles enfrentamientos entre máquinas y hombres esta cinta tiene un final extraordinario que juega con los recuerdos de T2. En ambas el terminator es convencido de cambiar su programa original, sólo que en esta el cambio es una treta para cumplir su objetivo inicial. T4 es en esencia una cinta bélica con una estética de filme de la Segunda Guerra Mundial (con campos de exterminio de “minorías” indeseables y un ejercito multinacional de resistencia) fusionado con artificios steampunk en un entorno madmaxiano y postapocalíptico. Con este episodio McG trató de recuperar la gravitas de T1, sin embargo, no pudo evitar incluir un “I’ll be back” ni deslizarse por las cascadas del lugar común y los clichés del género.

Y así llegamos a la quinta película de la serie, Genisys o Génesis (2015), del director veterano de la televisión y recientemente de un inocuo Thor: The Dark World (2013), Alan Taylor, la cual comienza con un acartonado diálogo entre un John Connor de reserva (Jason Clarke) y un deslavado Kyle Reese (Jai Courtney) sin carisma, en el cual nos enteramos que los rebeldes están a punto de asestar el golpe mortal a las máquinas, pero el último recurso de Skynet es enviar a un  cyborg al pasado a liquidar a Sarah Connor (la adorable Emilia Clarke, que ilumina Game of Thrones, en su papel de la atribulada Daenerys Targaryen). T5 no es una secuela sino más bien un intento por volver a contar o reimaginar una historia bien conocida pero con nuevas variables. De tal manera, el año 1984 al que llegan el T800 y Reese resulta familiar y a la vez desconocido: mismo camión de basura, similares punks que perderán la vida y la ropa, así como el vago del callejón al que Resse le roba los pantalones. Así, mientras creemos que se trata de un giro de nostalgia con más repeticiones de viejos chistes, se revela que el pasado ha cambiado y se ha convertido en un campo de batalla preapocalíptico entre máquinas y hombres. Las calles de San Francisco han sido invadidas por otros terminators más modernos y peligrosos, como un nuevo T1000 y un flamante T3000 hecho con nanotecnología. Pero el cambio más importante es que Sarah Connor ya no es la frágil mesera de la primera película sino que es una versión joven y menos traumatizada de la guerrera del segundo filme. Sarah fue rescatada por otro T800 a los nueve años de un incipiente intento de homicidio maquinal en el que mueren sus padres. El terminator, a quien Sarah ha apodado cariñosamente Pops (e interpretado por un envejeciente Schwarzenegger) se convierte en el paradójico asesino desexualizado que se reforma en padre soltero para protegerla, educarla y prepararla en el uso de armas, técnicas de combate y estrategias de supervivencia (en la línea de la obsesiones apocalípticas de ciertos fanáticos de extrema derecha) para defenderse de los intentos de Skynet de eliminarla e impedir que de a luz al redentor humano. En 1984 el T800 101 (Arnold a sus 67 años), convertido en una especie de Clint Eastwood programable, explica que aunque es un  cyborg, la piel que lo recubre envejece y se arruga. “Estoy viejo pero no obsoleto”, dice aunque de cuando en cuando su mano tiembla revelando que la edad está mermando sus circuitos.

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Aquí se enfatiza la función del  cyborg como ser entrañable, sin embargo, a diferencia de Skynet, que es una red consciente, los terminators tan sólo responden a un programa y si bien pueden aprender (incluso a mentir) y cuestionar conflictos lógicos en su programación, no son capaces de tener una vida interna ni pensar independientemente, con la excepción de Marcus Wright (Sam Worthington) en T4, quien al estilo de Rachel (Sean Young) en Blade Runner (Scott, 1982), no sabe que es un  cyborg. Los replicantes de Blade Runner, así como la voz de Samantha en Her (Spike Jonze, 2013) y Ava, de Ex Machina (Garland, 2015) son seres tan perfeccionados que es imposible saber si son o no conscientes, su vida emocional, sus afectos y odios son un misterio. El terminator por su parte destaca entre los innumerables villanos implacables del cine porque en esencia es un ser que desconoce el mal.

En todos los episodios de la serie se repiten dos lemas que dice Reese inicialmente a Sarah: “El futuro no está determinado” y “No hay más destino que el que hacemos nosotros mismos”. Estos que pueden sonar como alelados eslóganes de manual de autoayuda en realidad se refieren a la lógica interna del filme donde los viajes en el tiempo reescriben la historia sin respetar las más básicas leyes de la física o la biología. Esto lo había propuesto Ray Bradbury desde su relato de 1952, “A Sound of Thunder”, de la colección R is for Rocket, donde el viajero del tiempo Eckels contrata un safari a la prehistoria porque desea cazar un tiranosaurio. En un momento de caos Eckels viola la principal regla de los viajes al pasado, que es no tocar nada, y aplasta accidentalmente una mariposa dorada con lo que cambia definitiva y trágicamente el futuro, desde la ortografía hasta las elecciones presidenciales y regresa a un mundo sórdido y desconocido. Este tema ha sido repetido en muchas otras obras de ciencia ficción pero su impacto en la cultura popular se debió al éxito de la franquicia Back to the Future/Volver al futuro (Robert Zemeckis, 85, 89 y 90).

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Muchos pasados y varios futuros

En Genysis tenemos varias realidades paralelas con sus propios desenlaces, de manera que se establece la incertidumbre heisenbergiana de que la humanidad puede ser salvada en algunas ocasiones y destruida en otras. La paradoja fundadora de la serie consiste en que un circuito integrado del primer  terminator es recuperado por la empresa Cyberdyne y aunque está inservible, sirve de inspiración a Miles Bennett Dyson y a los demás ingenieros para crear Skynet. Por tanto, la red siembra la semilla de su existencia al convertirse en su propia progenitora. Paralelamente John Connor es también producto de un encuentro amoroso entre un viajero del tiempo y su madre. Lo cual pone a la mente maquinal y al rebelde en igualdad de circunstancias. Podemos ver a Skynet como un hijo abandonado, al estilo del monstruo de Frankenstein de Mary Shelley, para quien la ausencia de una madre es quizás la motivación original que la lleva a tratar de matar a la madre de su archienemigo, John Connor, y de paso a toda la humanidad.

Aparte de dar tumbos en el tiempo y sobre todo tipo de superficies, como suele suceder cada vez que un terminator pelea e inevitablemente azota a su rival con y contra todo lo que los rodea, el filme adquiere un tono de comedia romántica con elementos del cine de pareja dispareja (con un papá gruñón que resuelve todos los problemas) y de road movie temporal. La “pobre destreza” del elenco habría provocado un síncope a Tarkovski, sin embargo, Schwarzenegger logra mantener la unidad con su estoicismo y su humor reiteretivo, que sorprendentemente funciona. La introducción de J.K. Simmons, como un detective que se ha pasado la vida tratando de convencer a sus colegas de que vio viajeros del tiempo, humanos y maquinales en 1984, es un acierto a pesar de no cumplir con otra función que provocar risa. La idea de que la destrucción de la humanidad vendrá en la forma de un “Killer App” (que es el término que se emplea para hablar de una aplicación de software exitosa) es un chiste predecible y rancio. La cinta es verbosa y lamentablemente tiesa, además de que está desprovista de grandes secuencias, visiones prodigiosas o tecnologías realmente sorprendentes como en los filmes anteriores, lo cual hace el espectáculo bastante tibio.

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Los hilos narrativos en la cinta de Taylor y sus guionistas, Laerta Kalogridis y Patrick Lussier son por demás caóticos y en ocasiones contradictorios (el nuevo John Connor es incompatible con el de Rise of the Machines y Salvation). Sin embargo, la posibilidad de los futuros alternativos, anticipada por Reese en T1, cuando le dice a Sarah que él viene de “un futuro posible”, es usada para ignorar los conflictos lógicos que tiene T5 en su vertiginoso recorrido de 2029 a 1984 y de ahí a 2017, con evocaciones a 1979, 1997 y 2014. Una de las diferencias interesantes entre ésta y las cintas anteriores (con la excepción de la 4) es que Skynet envía máquinas, drones, en viajes en el tiempo sin la intención de recuperarlas, en cambio, los rebeldes al hacerlo saben que están enviando a alguien en una misión suicida ya que no habrá máquinas del tiempo esperándolos. De tal manera Resse había sido un Kamikaze, un yihadista suicida hasta este filme donde otra máquina del tiempo lo espera en 1984. Y esto no es un cambio menor ya que aquí John Connor es transformado, por lo que la motivación de toda la serie de proteger al líder ha fracasado. Como en la mayoría de las historia de revolucionarios que se corrompen en el poder, John se vuelve un tirano al servicio del enemigo digital. En el lugar del redentor  quedan sus futuros padres: Sarah y Reese, listos para un episodio más.

Feminismo

Terminator 2 dio lugar a uno de los iconos modernos de la feminidad agresiva y liberada de las cadenas masculinas. Sarah Connor, junto con Ellen Ripley de la franquicia Alien (Scott, 79; Cameron, 86; Fincher, 92; Jeunet, 97), engendraron cientos de estudios académicos y culturales sobre el papel de la mujer independiente y poderosa en un medio celosamente misógino como Hollywood y la manera en que esto se reflejaba en la realidad. Sarah se debate entre ser madre y salvar a la humanidad, sin caer en el usual modelo de la mujer masculinizada. La nueva Sarah Connor le dice a Kyle: “No necesito ser salvada”. Es ella quien le dice a su presunto salvador: “Ven conmigo si quieres vivir”, que son las palabras que Reese dice a la primera Sarah en el club Tech Noir. Inicialmente Sarah Connor es la doncella en peligro perfecta del cine de horror: hay un contraste notable entre ella y su compañera de casa, Ginger, quien aparece como una mujer sexualmente activa (léase promiscua), tiene conversaciones eróticas con su novio, pasa el tiempo escuchando música en sus audífonos y maquillándose, por lo que no puede ser más que frívola y según la lógica del filme slasher, sabemos que es sacrificable. En cambio, el novio de Sarah la llama para cancelar una cita y ella en vez de salir sola como mujer disponible prefiere permanecer en casa pudorosamente. Sabemos que es sufrida y abnegada porque en su trabajo de mesera hasta los niños abusan de ella, esto basta para saber que puede sobrevivir.

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Pero Cameron se resiste a caer en el estereotipo de la joven rescatada. Reese la ama pero también la domina y controla. Obviamente hay una necesidad narrativa para esto ya que su supervivencia está en juego, pero como escriben Janice Hocker Rushing y Thomas Frentz en Projecting the Shadow. The Cyborg Hero in American Film: “Reese embona en la familiar convención hollywoodense del hombre fuerte, silencioso, que es superior física y moralmente a la mujer que salva y de la que se enamora” (P.173). No olvidemos que el mismo actor, Biehn, prepara también para el combate a Ripley en Aliens, otro filme de Cameron, con lo cual es claro que estamos ante un tema recurrente. Sin embargo, es Sarah quien acaba con el terminator, sin ayuda y valiéndose de su propio ingenio, por lo cual no está en deuda con ningún hombre. Esta Sarah elige volverse una guerrera, mientras que la nueva Sarah ha sido convertida en combatiente por una máquina. De cualquier manera es una mujer que terminará sacrificándose al convertirse en una especie de Madonna para un mundo futuro con el que no quiere tener nada que ver.

¿Es necesario todo esto?

¿Para qué hacer semejante reciclaje? ¿Es válido ser optimista y pensar que esta franquicia aún tiene vitalidad, alguna creatividad o una perspectiva filosófica que puede enriquecer la reflexión en torno a nuestra relación con las máquinas? ¿O debemos aceptar que se trata simplemente de otra expresión mercenaria de explotación hollywoodense de la moda de los sequels/reboots/remakes que quiere aprovechar los últimos estertores de la moda de los filmes postapocalípticos para adolescentes, al estilo de Hunger Games, Divergent y The Maze? Esos filmes parten del cliché de que la voluntad de los jóvenes  puede triunfar contra la maquinaria de un Estado cruel. El tema central de la franquicia Terminator es la confrontación de una mente maquinal increíblemente avanzada contra una humanidad impredecible, inestable, belicosa y demasiado dependiente de sus artefactos tecnológicos. Por eso esta serie tiene mucho más que ver con la forma en que nuestras tecnologías nos transforman, con la tecnocultura, que con las ilusiones y fantasías juveniles que mueven a las cintas inspiradas por las novelas de Suzanne Collins y sus incontables imitadores. En T1 los dispositivos tecnológicos personales eran representados por aparatos novedosos en la década de los 80, como el walkman, el pager o “bíper” y la contestadora telefónica (“Las máquinas necesitan también amor”, dice el mensaje grabado de Sarah y Ginger), los cuales al simplificarnos la vida y entretenernos también nos mantienen distraídos además de que sirven de fuentes de información que pueden ser explotadas en nuestra contra, como sucede cuando el terminator escucha los mensajes de Sarah y de esa manera obtiene su paradero. Esto obviamente anticipa las amenazas que produce nuestra obsesión con las tecnología de comunicación y entretenimiento. No hace falta volver a enfatizar lo extraño que es que nuestros smartphones, laptops y tabletas se han convertido en los más queridos y fieles compañeros, confidentes y vínculos con el resto del mundo.

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La metáfora de la guerra contra nosotros mismos

La verdadera adicción de los hombres (principal pero no exclusivamente estadounidenses) en estos filmes son las armas, entre más poderosas y de mayor calibre mejor. Las cuales se presentan como recursos indispensables en la guerra contra las máquinas aunque la mayoría de las veces tan sólo sirven para disminuir la velocidad de los terminators y nunca para eliminarlos. En cambio los terminators usan esas mismas armas con gran eficiencia para matar humanos. Una escena particularmente reveladora es aquella en el primer filme donde el T800 va de compras y adquiere un arsenal impresionante y el vendedor le dice poco antes de ser asesinado: “Hay un periodo de espera de 15 días en las pistolas pero los rifles te los puedes llevar ahora mismo”. No es tan improbable que una sociedad tan permisiva y enamorada de las armas como esta tenga como descendiente evolutivo a una red pensante cuyo primer instinto al despertar es destruir a la especie que la creó.

La saga de Terminator parte de la amenaza de una guerra ineludible y en cierta forma perpetua entre el hombre y sus creaciones. La inspiración de este relato de arrogancia, ambición y vanidad que lleva a nuestra especie a perder su papel de especie dominante del planeta vino de dos episodios de la serie televisiva The Outer Limits: Soldier y Demon With a Glass Hand, ambos de Harlan Ellison y podría mencionarse también la novela corta (o cuento largo) Second Variety, de Philip K. Dick (1953), en la cual tras una confrontación nuclear entre la URSS y los EUA, las máquinas reproducen robots o Claws para continuar peleando. Cada filme de esta serie promete que el fin de la guerra está próximo y, sin embargo, sabemos que así como la “guerra contra el Terror” de Bush y Obama este es un conflicto que no tiene fin. Inicialmente, Skynet fue imaginada como el programa Star Wars de la era reaganiana, un sistema de misiles balísticos intercontinentales, diseñado para amenazar a la URSS pero promocionado como un escudo de defensa. En T5 en vez de una red militar tenemos un sistema computacional que unirá toda la información de nuestras redes sociales, trabajo, salud, intereses particulares, obsesiones vergonzantes y todo documento imaginable en una aparentemente útil y benévola convergencia mediática que llevará lo digitalizable a la “nube”. Una vez que la red tiene acceso a esta masa de información podrá controlar nuestras vidas y destruirnos usando nuestras debilidades.

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Skynet desea eliminar a los humanos en principio porque les teme pero realmente nunca queda claro si ese es su objetivo final o tan sólo un paso para un plan más ambicioso. En T2, T3 y Genysis, varios humanos obstinados le dan buenas razones a Skynet para desear destruir a la especie humana ya que en los momentos previos a su nacimiento hacen todo lo posible para matarlo en embrión. Esta mente maquinal parece a gusto creando armas y herramientas para el exterminio así como regocijarse en un mundo devastado y radioactivo, en un gigantesco cementerio de cenizas y ruinas que recorre mediante drones voladores, acuáticos (como en Salvation) y terrestres, muchos de los cuales tienen forma humana. Supuestamente su idea de fabricar terminators responde a la necesidad de infiltrar las filas de la resistencia con asesinos artificiales capaces de engañar a sus víctimas y traicionarlas. Inicialmente Skynet creó robots burdamente cubiertos de hule que eran fácilmente identificables, con el tiempo perfeccionó el simulacro. Exploró la fuerza bruta en cuerpos como el de Arnold, luego experimentó con la fluidez del T1000 y, eventualmente, con la seducción mortal de una mujer deseable de TX. Pero en Genisys Skynet parece llevar su obsesión con el cuerpo humano más allá ya que muestra una especie de envidia antropomórfica al insistir en presentarse como proyecciones con forma humana, incluso como si fuera un niño.

Una de las cualidades más inquietantes de estas máquinas infiltradoras es, como se mencionó antes, que pueden imitar a los hombres. El T800 tan sólo copiaba voces, pero el T100 puede replicar, es decir, convertirse en lo que toca, a una variedad de objetos y cualquier humano. Esto tiene una resonancia curiosa con una de las cualidades más prodigiosas y a la vez desastrosas de internet, el potencial de copiar cualquier archivo cuantas veces sea. Ese poder implica una inmensa comodidad y el poder de distribuir información y conocimiento pero a la vez puede representar la muerte de la creatividad al aniquilar la posibilidad de proteger derechos de autor y la originalidad del inventor, así como dar lugar a toda clase de falsificaciones y desinformación. El mito de la creación judeocristiana habla de un dios que hace al hombre a su imagen y semejanza, Skynet fabrica a sus hijos copiando a su odiado creador humano con la intención de cometer deicidio.

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El otro apocalipsis

Cada día es más evidente que se aproxima una especie de apocalipsis robótico “suave”, sin que una sola máquina haya alcanzado la singularidad ni desarrollado conciencia. Es decir, las máquinas no destruirán la civilización actual por desobedecernos sino por obedecernos demasiado bien, como las escobas en la caricatura disneyana del Aprendiz de brujo (1938). Más que máquinas conscientes dispuestas a disparar misiles en nuestra contra, la amenaza real son las máquinas inconscientes en manos de hombres aún menos conscientes que ante la evidencia del cambio climático, en gran medida propiciado o acelerado por los procesos industriales y la explotación inmoderada del medio ambiente, siguen sin cambiar el rumbo de sus actividades. Esta catástrofe sumada a la sustitución sistemática de la mano de obra humana (primero por outsourcing o subcontratación de trabajadores en locaciones remotas) y después por el reemplazo de trabajadores, no únicamente obreros sino también empleados administrativos y técnicos, por máquinas y programas anuncia un futuro inmediato de colapso económico, descomposición social, inmigraciones masivas, hambrunas y genocidio. No hay que ser un luddita para ver que las pesadillas decimonónicas del desempleo masivo parecen cumplirse y que hemos elegido una vía de progreso en la cual el hombre es su propio terminator. En un tiempo de consumo frenético de tecnologías con breves ciclos de obsolescencia programada, nos hemos incluido en la lista de dispositivos reemplazables y difícilmente hackeables. El esqueleto de la pesadilla de Cameron nos sigue persiguiendo, como una caricatura atroz de los estudios Fleischer, inmune a nuestras armas, como el reflejo del progreso voraz y con la certeza de que tarde o temprano nos alcanzará.

Naief YehyaNaief Yehya es narrador, periodista y crítico cultural. Es autor de Pornocultura,el espectro de la violencia sexualizada en los medios (Planeta, 2013) y de la colección de cuentos Rebanadas (DGP-Conaculta, 2012). Es columnista deLiteral y La Jornada Semanal. Twitter: @nyehya


Posted: July 20, 2015 at 10:30 pm

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