Essay
¡Cómo duele, Chayito!
COLUMN/COLUMNA

¡Cómo duele, Chayito!

Tanya Huntington

Como exploré en mis dos columnas anteriores, “Del relámpago a la lámpara” y “La verdadera historia de la muerte de Rosario Castellanos”, podemos ver en la muerte ficcionalizada de Rosario Castellanos las semillas de una mitificación; una especie de hagiografía secular, si se quiere. La versión de la regadera como antesala de su defunción puede cumplir con las características de una muerte de santa, si la tomamos como una muerte purificadora y fulminante. Lamentablemente, ha sido más común que se interprete como una muerte crítica, es decir, una muerte que nos invita a criticar a posteriori las decisiones que tomó Rosario ese día o, mejor dicho, las decisiones que nos imaginamos que haya tomado en una reconstrucción imperfecta de los hechos.

Hace poco en Twitter vi una (necesariamente breve) reacción de una colega mía a este poema célebre que escribió Jaime Sabines cuando se enteró de la pérdida repentina de su gran amiga:

Recado a Rosario Castellanos

Sólo una tonta podía dedicar su vida a la soledad y al amor.

Sólo una tonta podía morirse al tocar una lámpara,
si lámpara encendida,
desperdiciada lámpara de día eras tú.

Retonta por desvalida, por inerme,
por estar ofreciendo tu canasta de frutas a
los árboles,
tu agua al manantial,
tu calor al desierto,
tus alas a los pájaros.

Retonta, rechayito, remadre de tu hijo y de
ti misma.

Huérfana y sola como en las novelas,
presumiendo de tigre, ratoncito,
no dejándote ver por tu sonrisa,
poniéndote corazas transparentes,
colchas de terciopelo y de palabras
sobre tu desnudez estremecida.

¡Cómo te quiero, Chayo, cómo duele
pensar que traen tu cuerpo! —así se dice—
(¿Dónde dejaron tu alma? ¿No es posible
rasparla de la lámpara, recogerla del piso
con una escoba? ¿Qué, no tiene escobas la Embajada?)

¡Cómo duele, te digo, que te traigan,
te pongan, te coloquen, te manejen,
te lleven de honra en honra funerarias!

(¡No me vayan a hacer a mí esa cosa
de los Hombres Ilustres, con una
chingada!)

¡Cómo duele, Chayito! ¿Y esto es todo?

¡Claro que es todo, es todo!

Lo bueno es que hablan bien en el Excélsior
y estoy seguro de que algunos lloran,
te van a dedicar tus suplementos,
poemas mejores que éste, estudios,
glosas,
¡qué gran publicidad tienes ahora!

La próxima vez que platiquemos
te diré todo el resto.
Ya no estoy enojado.

Hace mucho calor en Sinaloa.
Voy a irme a la alberca a echarme un trago.

Rosario Castellanos y Jaime Sabines

Desde una perspectiva feminista, mi amiga deploraba el tono condescendiente del poema. Tachaba a Sabines de mal amigo, de misógino. Y en efecto, este reclamo disfrazado de recado, que insiste en lo diminutivo, transmite una exasperación estereotipada que he escuchado, ya convertido en burla, hasta en transmisiones de radio que se dedican a conmemorar a Rosario Castellanos en su aniversario luctuoso: “¿cómo había podido ser tan tonta?”, concluyen, en lugar de reflexionar, “podría haber sido cualquiera”. En esta versión crítica de su muerte, ni siquiera califica como víctima; la tildan de inepta.

Por otro lado, esa cachetada en verso de Sabines me hizo recordar a una amiga mía –de hecho, otra poeta, aunque inédita– que murió también a los 49 años, aunque no de un accidente repentino, sino de un cáncer que abarcó insidiosamente más de una década. Tuve mucho tiempo para digerirla, pero aun así, cuando su muerte anunciada se cumplió, podría haberle dedicado yo misma unos versos de regaño que le reclamaran varias de nuestras broncas acumuladas: mi frustración con su dificultad en zafarse de las secuelas de un amor fallido; con el haberme retirado la palabra durante meses por algo que yo consideraba como una pendejada; con el haberse rehusado a compartir su estado ya grave más que con un núcleo muy cerrado de parientes y amigos, negándose así la solidaridad y cariño de todos los demás. Su dificultad en liberarse, pues, de la jaula de sus difíciles circunstancias. Su canela tan fina. Su manera de victimizarse con tal de no hacerse la víctima. No lo hice, y desde luego, me alegro de no haberlo hecho. Porque si hubiera alzado la pluma desde ese dolor, quizás la habría encajado —habría sido hiriente, insensible o incluso despiadada— dado que, dentro de las etapas del luto, pisándole los talones a la negación, viene el enojo. Hasta que, como describe Sabines, el enojo se va. Con lo único que se queda el amigo de consuelo es con la biografía oficial y obra completa de la escritora, aquella “Rosario Castellanos” del título en la que se ha convertido al cruzar el umbral de la muerte su amiga Chayito, a quien sí podía tutear y hasta regañar. Lo único que permanece son los suplementos, las loas, los estudios, las glosas —las rotondas de muertos ilustres.

Cuando menos tengo la consolación de que mi amiga y yo pudimos despedirnos de manera paulatina y amorosa: para Jaime Sabines, no hubo ni un adiós. Y para los que somos ávidos lectores de Rosario Castellanos —que no de Chayito— tristemente no hubo ni habrá nunca una obra completa suya, sino una obra truncada. Porque así operan los accidentes: dejan no precisamente un vacío en nuestras vidas, sino más bien un vacío mutilado que se abre como una invitación al morbo, o bien a la mitificación, por carecer de propósito o de efectos previsibles.

Ya pasada por el filtro distorsionador de la metáfora, la caída de un rayo sobre mi trayectoria dejó una marca indeleble —un antes y un después en su estela flamígera. De allí que empatizo con Rosario Castellanos y, lejos de condenar su salida abrupta de este mundo, pienso que tal destino podría haber sido el mío, en una de mis propias vidas anteriores. Después de haber sufrido largos años dentro de una relación que solo puede describirse como desamorosa, si no abusiva, Rosario Castellanos estaba a punto de pasar a la siguiente etapa cuando se lo impidió una electrocución que fue, a fin de cuentas, más burocrática que literaria o cinematográfica, dejándonos con una escena de muerte que, sin duda, ella misma hubiera ficcionalizado mejor que nosotros, al igual que otros episodios de su vida. Dudo que se hubiera retratado como santa, pero también dudo que se hubiera retratado como “retonta”.

La podemos recordar de manera distinta. Recordémosla de manera distinta.

 

Tanya Huntington is the author of Martín Luis Guzmán: Entre el águila y la serpienteA Dozen Sonnets for Different Lovers,  and Return. Her most recent book is Solastalgia (Almadía / UAA, 2018). She is Managing Editor of Literal. Her Twitter is @Tanya Huntington

 

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Posted: April 5, 2020 at 5:22 pm

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