El INE aquí y ahora
Armando Chaguaceda Noriega
De lo que se trata hoy es de impulsar (intelectual y organizativamente) la defensa concreta, aquí y ahora, de la institución llamada INE. Ese árbol frondoso en cuyo derredor respira y crece el bosque aún joven de nuestra democracia.
Nunca se trata de la lucha entre el bien y el mal,
se trata de lo preferible contra lo detestable.
—Raymond Aron.
En Mexico constatamos la supervivencia de prácticas políticas antidemocráticas, percibidas cómo tal por buena parte de la población mexicana. Destacan entre ellas el clientelismo, la corrupción y la discriminación, según corrobora el Informe País 2020: El curso de la democracia en México, realizado por el Instituto Nacional Electoral (INE) con apoyo del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Mis propios trabajos, escritos de manera individual o conjunta con otros colegas, han dado cuenta de los déficits de ciudadanía y la precariedad institucional del Estado mexicano señaladas por aquél. Y de la necesidad de expandir las diferentes dimensiones de lo cívico, junto al reconocimiento y recursos estatales que deben darle materialidad a la condición ciudadana y la calidad democrática.
Sin embargo, aunque persisten severos problemas de acceso a los derechos sociales, civiles y culturales para la gran mayoría de la población, México es una democracia. La protesta popular, los viejos y nuevos movimientos sociales y la amplia y plural tribuna en que se han convertido el ecosistema mediático nacional, abonado por redes sociales, son mecanismos democráticos ocupados por una maraña de actores individuales y colectivos de diverso contenido clasista, identitario y geográfico. Actores asediados y a veces criminalizados por poderes fácticos y políticos, pero no suprimidos por parte de los actores y mecanismos centrales del régimen político. El populismo morenista, que ha llegado al poder por medio de elecciones, está pasando rápidamente de iliberal a autoritario. Pero la democracia resiste.
La mexicana ha sido una democracia frágil, electoral, de baja calidad, con ciertos enclaves territoriales donde se yuxtaponen elementos democráticos y autoritarios. Una democracia delegativa en los términos de O’Donnell. Sin embargo, aún si reconocemos las diferencias regionales en las que nuestra transición decursó, si la evaluamos a escala nacional, su resultado fue otra cosa distinta a una democracia iliberal a la turca.
Tampoco vivimos en el México de 2022 bajo un régimen híbrido como el chavista. Pese a mis críticas al proyecto político del actual presidente, en el momento que escribo estas líneas no logro percibir que los fundamentos, mecanismos y procesos por los que transcurre la política nacional sean (aún) los de un régimen autoritario competitivo como los de V. Orban, Erdogan o Hugo Chávez. Mis colegas de Freedom House y V-Dem, con los que comparto la evaluación periódica del orden político mexicano, tampoco lo definen aún así. Sin embargo, es posible que este sea nuestro destino en poco tiempo, de cuajar la hegemonía morenista tras consumarse el desmantelamiento del INE. Pero estar inmersos, como estamos, en un proceso de autocratización no significa vivir, desde ya, en autocracia.
Para impedirlo es menester defender la democracia liberal. No es posible seguir disociando lo democrático y lo liberal luego del legado del siglo XX. Lefort, Dahl y Tilly han sido desde la teoría, la ciencia y la sociología políticas, teóricos fundamentales de la democracia. Ninguno de ellos la redujo a su componente liberal, sustentado en libertades individuales, comicios regulares y competivos e instituciones representativas. Pero los tres comprendieron que estos factores (nucleados alrededor de la genealogía y régimen político llamados “democrático liberal”) eran claves para la consolidación y expansión de la democracia misma. Para lograr que esta democracia deviniese una forma de sociedad y no solo un régimen (Lefort); para que bajo su cobijo se pudiesen experimentar incluso fórmulas de democracia económica (Dahl) o para comprenderla cómo procesos de expansión de la incidencia ciudadanas sobre asuntos del Estado (Tilly).
Sólo la sobrevivencia del derecho a elegir, a ser representados, a expresarnos y organizarnos en partidos –elementos todos de la democracia liberal– permiten que la participación ciudadana no degenere en participacionismo. Que la apelación a la democracia social no se reduzca a los mecanismos perversos (que merman la ciudadanización) del clientelismo.
Sólo la sobrevivencia del derecho a elegir, a ser representados, a expresarnos y organizarnos en partidos –elementos todos de la democracia liberal– permiten que la participación ciudadana no degenere en participacionismo. Que la apelación a la democracia social no se reduzca a los mecanismos perversos (que merman la ciudadanización) del clientelismo. Por ello hoy, para mucha otra gente –entre la que me incluyo– la defensa de la autonomía del INE no es equiparable a la protección de los derechos de quienes han hecho de la política carrera y privilegio. Defendemos el liberalismo, sin limitarnos a este desde una matriz decimonónica.
Si la ciencia política más reciente y, aún peor, la experiencia histórica de nuestra región y el mundo apunta a que en política hay “coyunturas críticas”, la simplificación no ayuda a entender lo que pasa y menos lo que (nos) puede pasar. Tampoco el entrecomillar –lo que siempre es sinónimo de relativizar– la cualidad fundamental de instituciones bajo ataque, como sucede con la autonomía del INE. Una cosa es reconocer que cualquier calidad institucional es siempre perfectible y, otra, disminuir con comillas la esencia lograda (y amenazada) de la institución misma.
Cómo escribí hace algunos años, junto con Alberto Olvera, para nuestro país la “lucha por la democracia no ha terminado en México (…) Sin una activación de la sociedad civil, el actual periodo reformista será el principio de una plena restauración autoritaria revestida de un velo modernizador”. Una democracia donde los partidos y las elecciones no secuestren toda la energía e innovación ciudadanas era –y es– una idea compartida por ambos. Una democracia representativa, participativa y deliberativa. Poseer una visión robusta de democracia y, a la vez, hacer un recuento periódico de sus deficiencias pendientes es una tarea necesaria y cotidiana en cualquier país.
Pero ponderar la complejidad analítica no debe confundirse con ignorar la gravedad de una coyuntura crítica. Y esta, en el actual momento, toma la forma de un franco proceso desdemocratizador impulsado por un gobierno populista que debilita gradualmente las instituciones de la república liberal de masas. Se trata de una urgencia que debería ser capaz de llevarnos a trascender, en búsquedas de consensos, las trincheras ideológicas.
De lo que se trata hoy es de impulsar (intelectual y organizativamente) la defensa concreta, aquí y ahora, de la institución llamada INE. Ese árbol frondoso en cuyo derredor respira y crece el bosque aún joven de nuestra democracia. Lo que significa, aquí y ahora, cerrar filas para preservar nuestra imperfecta pero real democracia electoral. Sin la cual no hay ni habrá, ahora y en el futuro, democracia liberal o sustantiva posible.
Armando Chaguaceda Noriega. Politólogo e historiador cubano-mexicano especializado en el estudio de los procesos de autocratizacion en Latinoamérica y Rusia. Colaborador experto del Varieties of Democracy Institute (V-Dem ) y de Freedom House. Twitter: @DMando21
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Posted: February 21, 2023 at 7:29 pm