Casa fea
Itzel Guevara del Ángel.
Home is, finally, not the physical place,
but the role and the self we choose to occupy.
Pico Iyer, Video Night in Kathmandu
Mi casa es toda verde, pero no como el verde de las acuarelas con el que me gusta pintar montañas, bosques y tallos de flores o como el que aparece en la bandera y que la maestra dijo que era esperanza. En la bandera el verde va primero, luego el blanco, que tiene la víbora y un águila que se la está comiendo y al final el rojo. La esperanza es algo así como estar feliz. Del blanco ya no me acuerdo lo que dijo, pero del rojo sí porque era la sangre y a mí me ha salido sangre muchas veces. Un día me caí del columpio y se me rompió la boca y yo lloraba porque me tragué la sangre y además de que sabía bien fea, sentí que se me hacía un nudo en la garganta, como si trataras de tragarte un pedazo de papel. Otro día me pegué en la nariz con una puerta y en la noche me empezó a salir sangre y se manchó la pijama y la almohada. También lloré mucho esa vez. Luego pasó lo de las agujas.
El color de mi casa es verde sucio, como el del río por el que pasamos cuando vamos a visitar a la abue y que en lugar de peces tiene envases de refresco, bolsas de plástico y pañales. La basura se junta en las orillas o a veces va flotando y hace que huela muy mal. Mi mamá dice tápense la nariz, no respiren, y rápido rápido le da vuelta a la manija para subir el cristal, pero por mucho que nos aguantemos, terminamos respirando y a pesar de que está todo cerrado, el olor a podrido se mete en el coche y mi hermana y yo decimos ¡fuchi! y hacemos como que vomitamos. Un día había un perro muerto en la orilla, pobrecito, yo creo que no sabía nadar, estaba todo hinchado y con las patas tiesas como si fuera un muñeco o una piñata. Tenía los ojos abiertos y los dientes grandes que parecía que te iba a morder. Yo creo que cuando se ahogó tenía miedo. Lloré. Siempre lloro cuando veo animales muertos en la carretera o en las películas, como con King Kong, que me puse a gritar ¡no lo maten, déjenlo, déjenlo! y aunque me tapé los ojos, no paré de llorar, o con Tintorera. Ya sé que esa vez sí me advirtió mi papá que iban a matar al tiburón y era mejor que no la viera, pero a mí me gustan mucho las películas de animales y la quería ver y fui valiente porque lloré muy poco y sólo hasta que acabó la película. Papá la compró en VHS y la vi muchas veces, me sabía todo lo que decían los actores y lo decía en voz alta, al mismo tiempo que ellos, pero si alguien se sentaba a verla conmigo le contaba lo que iba pasar: ¡Mira, mira, ahorita se come a la muchacha!, o ellos se van a hacer amigos, o no te preocupes que a Tintorera la matan hasta el final. Aunque no volví a llorar con la película, cuando veía algún animal muerto me acordaba de la pobre tintorera y lloraba más.
Mis papás nos enseñaron lo del ciclo de la vida, eso de que es natural que los animales, las plantas y las personas se mueran, que así como nacemos, un día todos vamos a morirnos. Mi hermana lo entendía bien, como todas las otras cosas que nos explican, y nunca le preocupó lo de los animales muertos, pero yo no puedo hacer que deje de darme tristeza.
A mi papá le gusta enseñarnos muchas cosas: canciones, palabras en inglés, nombres de países, a leer rápido, mucho más que cualquiera de los niños de la escuela.
Yo leo muy bien, pero escribo con faltas de ortografía y la maestra me las subraya con color rojo. Yo escondo el cuaderno de español hasta abajo de la mochila para que nadie lo vea, pero mamá revisa la tarea todos los días y aunque no me dice nada, a mí me da mucha vergüenza porque los cuadernos de mi hermana nunca están subrayados.
La maestra siempre se equivoca y me llama por el nombre de mi hermana, me dice perdón pero al ratito vuelve a cambiarme el nombre. Antes me tardaba en contestarle a la maestra, me quedaba como tonta pensando, como si el nombre de mi hermana tardara mucho en entrar por mis orejas y viajar a mi cerebro, que es donde están los pensamientos, y luego se quedara ahí un rato hasta que yo entendía que me hablaba a mí. Pero eso fue al principio, ahora soy muy rápida, apenas escucho el nombre, volteo. Ya aprendí que es como tener dos nombres. Creo que tener dos nombres está bien porque con el que no es tuyo puedes pasar al frente cuando te lo pide la maestra y escribir en el pizarrón el resultado de una suma, o leer en voz alta las lecturas que vienen en el libro de español y es como si no fueras tú, como si fueras otra, pero sabes que siempre tienes el otro nombre, el que es tuyo tuyo y de nadie más. Y con tu nombre verdadero no pasa lo mismo que con los libros, los zapatos, la ropa, el uniforme, los juguetes o las maestras, que te tocan siempre usados porque eres la hermana menor y los hermanos deben compartir sus cosas, y los mayores les deben ir regalando las suyas porque ni modo que las tiremos ¿verdad?, decía mi mamá. Mi nombre verdadero es mío, mis papás me lo dieron sólo a mí para que yo lo estrenara. No venía usado. No era de otra niña.
Yo tengo una prima que tiene un hermano mayor, pero como es niño no le puede compartir sus cosas y me gusta cuando viene a jugar a la casa porque trae una bolsita llena de joyas y maquillaje. Yo le he pedido muchas veces a los reyes magos que me traigan un juego de belleza o unas zapatillas de cristal pero nunca me han hecho caso, sólo me traen acuarelas, loterías, rompecabezas o instrumentos musicales. A Santa Claus ya no le pido nada porque siempre me trae calzones y camisetas. Una vez le dije a mi hermana que les pidiéramos juntas el juego de belleza que traía lápices de labios, sombras de colores, pinturas para uñas, perfumes, espejos, peines, cepillos y hasta un estuche transparente para guardarlo todo, pero dijo yo para qué quiero eso y pidió una bicicleta. Los reyes nos dejaron una carta junto a la bici donde decía que sólo les había alcanzado para un regalo, pero que era para las dos, que la compartiéramos porque los hermanos deben compartir sus cosas.
Un día vinieron mis primos a jugar y yo estaba tan feliz porque mi prima tenía cosas nuevas en su bolsita y me pintó las uñas de los pies de un color rosa con brillitos que olía a fresa y aunque ya sabía que cuando se fueran tendría que meterme a bañar y quitarme toda la pintura, no me importó porque en ese momento me veía bien bonita. Y cuando las dos estuvimos arregladas con joyas y coronas, mi prima dijo que fuéramos a enseñarles a nuestras mamás y yo no quería porque de seguro que mi mamá iba a torcer la boca y me diría pero al rato te bañas, ya lo sabes, y es que a mi mamá no le gusta el maquillaje, dice que las niñas no deben pintarse, que las que lo hacen son tontas y sus mamás también por dejarlas. Seguí a mi prima fuera del cuarto de juegos, pero ella se metió al baño y yo me quedé en el corredor y me recargué en la pared a esperarla, mientras movía los pies para ver cómo brillaban mis uñas escuché a mamá que estaba en la sala platicando con mi tía. No es tan inteligente como su hermana, pobrecita, la escuela le está costando mucho. No dijo nombres, pero supe que la pobrecita era yo porque mi hermana es muy muy inteligente y aprende todo lo que nos enseñan y cuando mi papá nos hace preguntas ella contesta rápido, contesta antes que yo y aunque papá le diga deja a tu hermanita y me vuelva a repetir la pregunta, mi hermana no lo oye y da la respuesta y nunca se equivoca. Cuando mi prima salió del baño, yo me metí y comencé a quitarme el maquillaje y la pintura de las uñas. Ella me dijo que no me lo quitara, que aún no les habíamos enseñado, y señaló hacia la sala. Es que a mi mamá no le gusta, le dije. Ese día pasó lo de las agujas.
Tenía tiempo que me había inventado el juego de las agujas: agarraba muchas del cajón de mi mamá y me las iba enterrando en las manos, en la parte de abajo, del lado que se usa para aplaudir. No me las clavaba, lo hacía nada más por encimita, sólo los pellejitos, porque se veían muy chistosas colgadas y mis manos parecían de fierro. Mi hermana se espantaba cuando me veía y a mí me daba mucha risa. Pero ese día me tropecé y se me enterraron de verdad y me salió sangre. Fui muy valiente y no lloré, la que lloró fue mi mamá cuando me vio las manos.
En la mañana, cuando nos llevó a la escuela, mamá le dijo a mi hermana que abriera la puerta del coche y me ayudara con la mochila, lo dijo porque yo llevaba vendas en las dos manos y parecía una momia.
Al bajar siempre decía: que les vaya bonito, cómanse todo el desayuno y pórtense bien, pero ese día se le olvidó despedirse. Yo creo que estaba enojada, mucho más que cuando veía mis cuadernos rayados de rojo.
Me caí de los columpios y había piedras, les dije a todos los que me preguntaron lo que me había pasado señalando mis manos de momia. Hasta las niñas grandes que se sientan adelante y son muy amigas y nunca dejan que las que somos más bajitas juguemos ni nos sentemos a comer con ellas en el patio de atrás donde hacen un círculo y comparten su desayuno, hasta ellas se acercaron y me preguntaron haciendo cara de asco. Yo me jalaba las mangas del suéter para esconder las manos aunque me doliera mucho cuando apretaba los puños.
La maestra dijo vamos a iniciar el tema de la comunidad, ese que en el libro de ciencias sociales viene con un dibujo de un pueblito y una ciudad, y luego dijo que debíamos dibujar nuestra casa. Yo la pinté toda de verde, me tardé un poco porque tenía que sostener el lápiz y la crayola despacito, y de repente se me caía, luego le escribí con negro: CASA FEA. La maestra caminaba por los dos pasillos para revisar los dibujos, cuando vio el mío puso cara seria y me preguntó por qué había escrito eso. No sé, le contesté. Esta vez no tuvo que decirme perdón, me llamó por mi nombre verdadero.
*Este cuento pertenece a la colección de Lados B de Nitro Press
Itzel Guevara del Ángel. Profesora, narradora y promotora de lectura. Durante los últimos trece años ha estado al frente de algunas bibliotecas en Xalapa, Veracruz. Su obra narrativa ha sido publicada en diversos periódicos y revistas literarias de México, Estados Unidos y Colombia. Es autora del libro de cuentos Santas Madrecitas (Tierra Adentro, 2008), y formó parte de la IV Antología Letras en guardia (Secretaría de Cultura del Distrito Federal, 2009). No tolera el día del amor y la amistad, el de la madre, el padre, la mujer, el niño o el del taco. Su mayor temor es que un día, al despertar, se dé cuenta que es cursi.
Posted: December 18, 2015 at 1:05 am