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Año siete

José Antonio Aguilar Rivera

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Lo cierto es que un criterio estructural –no coyuntural como la estrategia de combate al crimen organizado– heredado del gobierno de López Obrador no ha sido modificado en lo absoluto: la militarización de la seguridad pública  bajo mandos castrenses, no civiles. Visto así, la diferencia con el expresidente dista mucho de ser “abismal”.

Sería absurdo comparar el último periodo presidencial de Porfirio Díaz con la breve presidencia de Francisco I. Madero. Aunque ninguno concluyó de manera normal su mandato es claro que entre ambos ocurrió un hecho que transformó la naturaleza del régimen político: la Revolución mexicana. Las circunstancias históricas de sus presidencias fueron radicalmente distintas. Sin una perspectiva en el tiempo es muy difícil realizar un juicio sobre el primer año de gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum. Si nos alejamos dos pasos de la coyuntura inmediata lo que se vuelve evidente es la continuidad esencial del proyecto político iniciado en 2018. La perspectiva permite dimensionar correctamente los rasgos del periodo y no confundir cambios menores con rupturas o golpes de timón. El análisis coyuntural recurre a la estrategia contraria: mira todo de cerca y en su contexto inmediato. Es interesante analizar los análisis cortoplacistas del primer año de gobierno. Algunos presentan argumentos y justificaciones ingeniosos y creativos. Unos son interpretaciones interesadas, mientras que otros simplemente son producto del astigmatismo, de la incapacidad de ver claramente lo que se tiene cerca. Ambas variedades son publicadas por diarios supuestamente serios, como El País, sin mucha crítica ni autocrítica. Conviene hacer la disección de una de esas eulogías de la presidenta de México. En el primer aniversario del sexenio una analista da cuenta de tres diagnósticos iniciales, supuestamente equivocados, de ese gobierno: la idea de que Sheinbaum sería una copia de Andrés Manuel Obrador, que su popularidad sería frágil y que nunca lograría influir en su propio partido. Intenta argumentar que todos esos supuestos eran falaces, producto de la misoginia y la incomprensión.

En primer lugar se supone que la presidenta Sheinbaum desmintió a quienes la veían sujeta al proyecto de su antecesor al impulsar estrategias diametralmente opuestas. El ejemplo que se ofrece es la política de seguridad donde se ha dado “un vuelco completo”.  Si bien es cierto que ha habido un cambio en la política de seguridad y se han dejado atrás los “abrazos no balazos”, ¿es esto suficiente para afirmar que ha habido una ruptura con el legado de su antecesor? ¿Era acaso razonable esperar que absolutamente todo permanecería igual en el nuevo gobierno, aun en un contexto de esencial continuidad política? Lo cierto es que un criterio estructural –no coyuntural como la estrategia de combate al crimen organizado– heredado del gobierno de López Obrador no ha sido modificado en lo absoluto: la militarización de la seguridad pública  bajo mandos castrenses, no civiles. Visto así, la diferencia con el expresidente dista mucho de ser “abismal”. Los alegatos en otras áreas son bastante menos persuasivos. Supuestamente AMLO veía la política exterior como una “exquisitez innecesaria”, mientras que la presidenta  Sheinbaum ha viajado mucho a otros países y cumbres internacionales. Que la relación de México con varios países de América Latina no sólo no se haya reparado sino que siga la misma estrategia de deterioro y confrontación no se registra en lo absoluto en esta apología. En septiembre de 2025 el congreso del Perú declaró a Sheinbaum persona non grata por entrometerse en la política interna de ese país. Claramente los kilómetros de viajero frecuente no son prueba de ningún cambio sustantivo. Tampoco lo es la continuidad, acertada, en la estrategia de contención de Donald Trump, heredada en buena medida de López Obrador. La pluma áulicas también alaban que Sheinbaum ha reinventado la política de desarrollo económico del país, reviviendo la política de “proteccionsimo doméstico, sustitución de importaciones”. Si eso fuera cierto no se entendería el descomunal esfuerzo de negociación por conservar lo que se pueda del acuerdo comercial con Estados Unidos y Canadá que es condición necesaria del crecimiento ligado a las exportaciones y la integración con el norte.

Respecto a la popularidad de la presidenta, y considerando los resultados de la elección de 2024, ningún analista serio pensaba que se desplomaría a menos que hubiera un rompimiento abierto con López Obrador. El alto índice de aprobación es una muestra de la continuidad básica del régimen inaugurado en 2018. En la eulogía del gobierno, “Sheinbaum encarna con sobriedad la política de territorio, humildad y austeridad que diseñó el expresidente. Su liderazgo, sereno y sin estridencias, transmite calma y refuerza la percepción de que el proyecto quedó en buenas manos”. También es básicamente falso que la estrategia de comunicación haya cambiado. La continuación de las conferencias mañaneras es la constatación de ello. Y en esas ocasiones, aunque con menor estridencia, se sigue atacando a críticos y opositores siguiendo el libreto populista inaugurado por López Obrador.

Tarea más difícil para los apologistas del gobierno es persuadir a los lectores de que la presidenta controla al movimiento personalista en el poder llamado Morena. Es “un monstruo de mil cabezas”, similar “al PRI”, arguyen. Para domar a la bestia, nos dicen, Sheinbaum primero tomó distancia del partido, luego lo regañó y al final adoptó una estrategia de “neutralización”. La presidenta ha dejado que los cuadros corruptos de su partido se expongan a escándalos “sin salir a rescatarlos y limitándose a declaraciones mínimas de respaldo”. Así se hundirán solos, ella quedará liberada de su yugo y aumentará el control sobre el partido. Sin embargo, el éxito de esa estrategia parecería muy modesto, como lo demuestra el caso del senador Adán Augusto López  quien ni siquiera ha renunciado a su cargo. Lo que los apologistas no quieren ver o reconocer es que la presidenta habita una casa ajena. Lo que limita el efecto de los escándalos y evita que tengan consecuencias es el poder, ese sí muy real, del Fundador de la máquina que es Morena. Creer que el futuro político de  esos personajes está desvinculado del factótum que es Andrés Manuel López Obrador es simplemente ingenuo o deshonesto. No así para las plumas áulicas: “viendo lo que ha pasado este primer año y la calidad del liderazgo de Sheinbaum, habría de dejar a un lado los análisis misóginos y aceptar que las decisiones de su gobierno las toma ella. Es hora de reconocerle el poder con todos sus claroscuros. Sheinbaum no es una mujer mojigata que heredó el poder. Es el poder”. Más que una mal disimulada porra, esta conclusión es una profesión de fe en lucha con la evidencia. Lo cierto es que el poder no se crea a plumazos de simpatizantes.

 

José Antonio Aguilar Rivera (Ph.D. Ciencia Política, Universidad de Chicago) es profesor de Ciencia Política en la División de Estudios Políticos del CIDE. Es autor, entre otros libros, de El sonido y la furia. La persuasión multicultural en México y Estados Unidos (Taurus, 2004) y La geometría y el mito. Un ensayo sobre la libertad y el liberalismo en México, 1821-1970 (FCE, 2010). Publica regularmente sus columnas Panóptico, en Nexos, y Amicus Curiae en Literal Magazine. Twitter: @jaaguila1

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Posted: October 5, 2025 at 7:53 pm

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