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Bolsonaro y la ultraderecha brasileña

Bolsonaro y la ultraderecha brasileña

Diversos autores

Alberto Chimal

Me preocupa mucho la situación en Brasil porque con Bolsonaro se repiten patrones que se han visto en varios lugares del mundo (incluyendo, por supuesto, a los Estados Unidos, cuyo sistema político, como sabemos, ha sido conquistado por un populismo de derecha racista tras la elección de 2016). Primero no parece que el político impresentable y escandaloso pueda ganar…, y luego gana, o al menos queda muy cerca. Hay electores que sienten ganas de votar a causa del discurso estridente, y en muchos casos de odio, de los políticos, y no a pesar de éste. El hecho señala un grave deterioro de la vida política internacional, que se puede atribuir, entre otras causas, a la enorme desigualdad social fomentada por los regímenes neoliberales.

 

Irma Gallo

¿Y si Brasil pierde a manos del monstruo?

Las noticias que llegan de Brasil no son buenas: el candidato del PSL (Partido Social Liberal), Jair Bolsonaro, ganó la primera vuelta en las elecciones con 46.3% de los votos frente a los 28.8 % de Fernando Haddad, del (PT) Partido de los Trabajadores, el candidato del ex presidente Lula Da Silva.

En su columna de El País publicada el 10 de octubre, Manuel Castells advierte que “Brasil está en peligro. Y con Brasil el mundo”. Y más adelante describe así al candidato de la ultraderecha: “un fascista, defensor de la dictadura militar, misógino, sexista, racista y xenófobo”.

Lo que dice Castells puede sonar exagerado, pero si atendemos a lo que ha escrito la mayoría de la prensa de todo el mundo sobre este personaje –que le dijo a una diputada que era “demasiado fea como para pensar en violarla”, que preferiría que un hijo suyo muriera en un accidente que verlo con un “bigotudo”, que las mujeres no deben cobrar lo mismo que los hombres porque se pueden embarazar y el que las contrata perdería dinero– y una serie de barbaridades más, no podemos sino estar de acuerdo con el sociólogo, que en esta ocasión convierte su columna en una “Carta abierta a los intelectuales del mundo”, en la que les pide que publiquen en sus muros de Facebook, o llamen por teléfono o manden mensajes de WhatsApp a sus amigos brasileños para que el próximo 28 de octubre, cuando se realice la segunda vuelta de las elecciones, vayan y voten en contra de Bolsonaro.

El argumento que esgrime Manuel Castells es contundente: “es un caso de defensa de la humanidad, porque si Brasil, el país decisivo de América Latina, cae en manos de este deleznable y peligroso personaje, y de los poderes fácticos que lo apoyan, los hermanos Koch entre otros, nos habremos precipitado aún más bajo en la desintegración del orden moral y social del planeta a la que estamos asistiendo”.

Entonces, ¿por qué la gente votó avasalladoramente por él? BBC News Mundo realizó un breve sondeo. Una cirujana dental, un policía de tránsito jubilado, un administrador (también jubilado) y un funcionario de la prefectura de Maragogipe, en el estado de Bahía, esgrimen razones más o menos similares: el PT ya tuvo su oportunidad y sumió al país en un “lodazal” de corrupción; Bolsonaro es el único candidato con “mano firme” que puede volver a poner en orden al país; Brasil no puede correr el riesgo de caer en una “venezualización”, etc.

La mayoría de los brasileños que votaron por el candidato de la ultra derecha son blancos y con un nivel superior de estudios y un mayor poder adquisitivo. Esto explica muchas cosas.

En lo personal no me gusta meter las narices en los asuntos de otros pueblos, pero Bolsonaro me da miedo, por eso me atrevo a escribir. No conozco Brasil pero quisiera otro futuro para los brasileños. Hay quien pudiera decir que los medios exageran, o incluso que el mismo candidato moderará su actuar público si llega a la presidencia (de hecho, ante la cercanía de la segunda vuelta, el 28 de octubre, ya lo está haciendo con su discurso). Pero, si Brasil ya vivió bajo una dictadura de 1964 a 1985, ¿por qué arriesgarse a que suceda otra vez?

Por eso, como Manuel Castells, no me callo.

 

Ana García Bergua

Es triste y desalentador que millones de personas voten por el derecho de marginar e incluso asesinar a otros en nombre de un supuesto orden; esto habla de la decadencia de nuestra especie y es muy difícil de entender. He leído distintas explicaciones, desde la que sostiene que la desigualdad y la violencia económica que fomenta el neoliberalismo produce toda clase de resentimientos, hasta que estos resentimientos surgen de las antiguas clases altas de Brasil a raíz de las políticas de Lula y Dilma Rouseff que sacaron de la miseria a una enorme cantidad de brasileños. La miseria, la ausencia de una política educativa, me imagino, producen esto; pero hay algo más, profundamente oscuro, que me temo está en el fondo de la naturaleza humana. Lo verdaderamente aterrador es que una posible autoridad (esperemos que no llegue al poder Bolsonaro) lo aliente con tal de asegurarse seguidores. Es lo que hizo Trump también en Estados Unidos. Esperemos que la sensatez termine por triunfar en la historia de la humanidad, por el futuro y por todos los que vienen.   

 

Sandra Lorenzano

Brasil 2018: #EleNão

Miro la entrevista que Ellen Page le hizo a Bolsonaro. ¿La han visto? (La comparto al final de estas líneas.) Los comentarios misóginos y homofóbicos que hace durante los pocos minutos que dura la conversación asquean. Indignan su prepotencia y agresividad para defender posiciones de desprecio hacia las mujeres, y en general hacia las minorías sexuales. Este hombre que enaltece, cada vez que se presenta la oportunidad, a la dictadura militar, que cuando votó a favor de la destitución de Dilma Rousseff, dedicó su voto a la memoria del coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, que la había torturado cuando ella tenía 19 años, que ha dicho que sus hijos jamás se casarían con alguien de raza negra porque están “bien educados”, que desprecia a los pueblos originarios, que dice que preferiría un hijo muerto a un hijo gay, puede convertirse en el próximo presidente de Brasil, el país más poderoso de la región.

Pero más allá de la indignación y del asco que un personaje como éste me provoca, más allá de la preocupación por los resultados de las elecciones, más allá del miedo ante un retroceso de tal magnitud en las conquistas sociales y el respeto a los derechos humanos, me pregunto cómo se explica el fortalecimiento de un tipo como éste.

Quisiera creer que estamos ante los estertores desesperados de los personeros de un capitalismo neoliberal salvaje y excluyente, que reaccionan con violencia ante la apertura y los derechos conquistados en los últimos años, ante los logros propiciados por los grupos más progresistas y comprometidos, ante la politización activa de las minorías. Los cambios que el gobierno de Lula trajo para Brasil provocaron la respuesta brutal de los sectores más reaccionarios. ¿Es esta reacción algo pasajero de aquellos que ven tambalear su poder? Pienso, por ejemplo, en la intolerancia frente a la enorme movilización de mujeres reunidas bajo el lema #EleNão (“Él no”) y que plantea una forma “otra” de tomar el espacio público: ante la violencia intrínseca del poder del Estado, un poder masculino que gobierna por la imposición del terror sobre los cuerpos marginales –en términos sexuales, raciales, sociales, geográficos– busca un modo alternativo de construir comunidad / ciudadanía / gobierno.

¿Podrán fortalecerse estas nuevos caminos de acción política? ¿O terminaremos viviendo una confirmación más de que la inmensa mayoría de los seres humanos que habitan este planeta están condenados a ser víctimas eternas del “lado oscuro” –como decían Adorno y Horkheimer– de la modernidad ilustrada y democratizadora. Es decir, de una realidad excluyente, violenta, miserable y carente de derechos?

Quisiera ser optimista –la fuerza con que las mujeres jóvenes, entre otros sectores, han tomado la palabra y las plazas, me empuja a serlo–, pero no puedo dejar de ver con espanto, como el “Angelus Novus”, que frente a nosotros la historia no es más que acumulación de ruina sobre ruina.   

Ojalá el resultado en las urnas del 28 de octubre incline la balanza hacia el proyecto incluyente de Fernando Haddad. Pero sea cual sea el resultado, debemos ser conscientes de que la discusión, la reflexión y la construcción de nuevos escenarios políticos, apenas comienza. No abandonarlas debe ser nuestro compromiso político y ético.

Ellen Page entrevista a Jair Bolsonaro 

 

Mónica Maristain

Estoy como loca, no sé, difícilmente cuerda. Supongo que estoy pensando que la democracia es corrupta e irredenta. Que nunca pelearé por la democracia. No lo sé. ¿Alguien pensará que estaré a favor de los votos discriminados, hechos por la gente preparada? ¿Preparadas para qué?

Las elecciones en Brasil este 28 de octubre nos pondrán frente a un espejo roto, pero que obviamente será un espejo: la humanidad destruida, todas las reglas de la socialización partidas por la mitad como un boomerang del que no podremos escapar.

Tanto así que hasta Donald Trump con su proteccionismo, me parece bueno.

 

David Miklos

Brasil es una suerte de enorme isla en América Latina: un país inmenso, que no comparte idioma con el resto, y en el cual conviven una riqueza natural con una pobreza social sin parangón. Algo así como México en esteroides, en portugués y sin Estados Unidos pegado en su frontera norte. Violencia, desigualdad, ricos que se alimentan de los pobres, impunidad y, claro, una corrupción rampante: Brasil es quizás el país del continente que mejor ejemplifica lo que Sayak Valencia ha dado por llamar capitalismo gore. ¿En qué momento hizo ebullición un ser humano tan despreciable como Jair Messias Bolsonaro, a una de convertirse en presidente de un país que necesita todo lo contrario de lo que él representa? Para muchos de nosotros, su nombre no existía hasta hace poco; ahora, sin embargo, resuena como una mala profecía, como una especie de Donald Trump a rienda realmente suelta, misógino, homófobo, clasista, abusivo, de cuya boca salen las declaraciones más insólitas y políticamente incorrectas, por el que 50 millones de brasileños votaron en una primera vuelta electoral, llevándolo al margen de una victoria temprana. Si el Amazonas es el pulmón del mundo, Bolsonaro es el humo que habrá de asfixiarlo, quizás no solo en un sentido metafórico. ¿Cómo apagar ese incendio? ¿Cómo evitar que se propague más allá de Brasil y nos llegue a nosotros, que nunca hemos dejado de estar encaminados hacia el abismo? Me parece fundamental que leamos a Eliane Brum y “Cómo resistir en tiempos brutos”, un real manual para enfrentar los tiempos que corren, no sólo en Brasil sino en muchos terruños del orbe, aquejados por lo que ella, llamada “zorra” por Bolsonaro, define no como posverdad ni “fake news”, sino como autoverdad.

 

Miriam Mabel Martínez

Solos contra el mundo

Algo debemos revisar en el mundo para entender qué hemos hecho socialmente para que la ultraderecha avance. El siglo XXI se inauguró (¿o cerró el XX?) con el ataque a las torres gemelas que determinaron el futuro del mundo: temer al otro, atacarlo, hacer patente la diferencia se convirtió en la forma de hacer política y de aislarse en sociedad. La cultura de militar se infiltró en la vida cotidiana. Las Hummers llegaron del desierto a las ciudades, las armas legales e ilegales se aposentaron como un accesorio más del hogar, la inmediatez con la que se debe estar alerta en la guerra se hizo cotidiana (necesito que mi pantalón se seque ahorita, que mi GPS me conduzca a la trinchera de mi trabajo, que mi cámara vigile quién pasa por mi casa y espíe a mi bebé en su guardería), estar alerta, desconfiar se volvieron una estrategia de sobrevivencia frente a un mundo diverso. La diversidad –esa que se volvió visible desde la segunda parte del siglo XX–  hizo actuantes a los otros, que hoy siguen reclamando su lugar, mientras simultáneamente construyen –construimos– otro orden, que hoy resume la diversidad en un enemigo único, que se niega a excluyente. ¿En qué momento dejamos de mirarnos en el otro? ¿Cuándo dejamos que el miedo nos alcanzara? ¿Cómo, después de ver el mundo a color, queremos regresar al blanco y negro? La fuerza de Bolsonaro en Brasil hace patente que hoy la guerra es la vida, el odio al “diferente” una estrategia y el miedo la mejor manera de controlar. Escondidos en el consumismo y en las redes sociales vemos como la necropolítica nos rebasa por la derecha. 

 

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Posted: October 15, 2018 at 9:53 pm

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