Nadar al lado de una hermana. El invencible verano de Liliana
Adriana Pacheco
Cristina Rivera Garza ha hablado numerosas veces de la importancia que nadar ha tenido en su vida. En su último libro El invencible verano de Liliana (Literatura Random House, 2021), nos dice que también para su hermana lo fue. Nadar es una tarea silenciosa, repetitiva. Brazada a brazada se recorre un tramo que a veces parece infinito. El ritmo de la respiración es lo único que acompaña en la soledad acuosa que abraza y arrulla a la vez. Se nada para pensar, para ordenar los pensamientos, para dejar afuera el mundo, para imaginar que hay un otro lugar en donde las mujeres podemos estar a salvo de toda violencia. Se nada para escribirnos a nosotras mismas.
Después de “29 años, tres meses y dos días” de espera, la escritora mexicana cambia el nado por una tarea inaplazable: abrir las arcas de la memoria y escribir un libro furioso y personal sobre el asesinato de su hermana menor, Liliana, a manos de su exnovio. La historia esperó mucho tiempo para salir del silencio donde habitó durante tanto tiempo y dio voz y forma a algo doloroso, largamente “encerrado en una burbuja de culpa y vergüenza” donde hermana, padres y amigos se preguntan una y otra vez “¿qué es lo que no vieron?” durante los muchos años en que Liliana fue víctima de acoso y manipulación, hasta llegar a la muerte. Rivera Garza viene “de 29 años atrás” para ordenar, separar, y priorizar los recuerdos, lo leído y lo escuchado, para compartir con todos nosotros, lectores apasionados de su obra, un relato que nos ha conmovido y enrabiado. Ha sacado a la luz el luto eterno que la acompaña a ella y a muchas otras hermanas, madres e hijas que han perdido a sus mujeres en un país en donde cada día 3 son asesinadas, en donde el término “feminicidio” tuvo que ser acuñado.
El 16 de julio de 1990 fue para la familia Rivera Garza un momento que nunca quedó atrás en el tiempo, sino que se actualiza en un tumulto de preguntas y culpas sin responder o sanar. A lo largo de su carrera como escritora, docente y crítica ya nos había anunciado su gran preocupación e indignación por lo que están atravesando las mujeres en México. Y, como ella misma ha confesado, todos sus libros la han preparado para escribir sobre el feminicidio de su hermana y para sumar su voz al estruendoso coro de protestas en contra de la violencia de género. La historia, contada con la pulcritud y meticulosidad que caracteriza la obra de la autora, recientemente premiada con el MacArthur Fellowship, nos lleva paso a paso no solamente sobre el hecho mismo del asesinato, sino a rescatar la memoria de una joven con un alma llena de vida, de planes y sueños. El ejercicio de la escritura se da en forma de Odisea en donde es imposible llegar a Ítaca para encontrar la justicia en un sistema patriarcal que sigue indiferente ante la urgencia de proteger y dar garantías a las mujeres. También nos presenta a Liliana para darle cuerpo y voz y regresarle a la hermana perdida, una historia que no se reduce a un número de expediente, al término “víctima”, o una nota periodística que un reportero sigue para después publicarla en una página interior de un diario más.
Ya en su lectura de Chicas muertas (Literatura Random House, 2015), el libro de Selva Almada sobre 3 jóvenes asesinadas con casos sin resolución, Rivera Garza habla del papel de la autora, presente pero discreta, que “trae a colación los recuerdos, miedos, espantos y duelos de familiares, amigos, amantes, y enemigos de una mujer que es asesinada”. Ordenarlos, cuando se tiene el cuerpo tan metido en una muerte así, no debió haber sido tarea fácil porque, como dice Gabriela Polit en Unwanted Witnesses, “sufrir es un proceso, y escribir sobre este proceso lleva sus propios retos y limitaciones”. Daniela Rea, periodista comprometida en la lucha contra la violencia que vive México, dice que en realidad sabemos muy poco de cómo los familiares de víctimas llevan su duelo. Sí, poco sabemos de algo que debe surgir más de preguntas que de respuestas, pues ¿cómo darle estructura a un relato de emociones personales tan extremas? ¿Cómo ponerle a la historia de un feminicidio un principio, un centro y un fin? ¿Cuál es el principio de todo? ¿Es el momento en que una joven se enamora de un muchacho de su barrio que, pasado el tiempo, resulta el hombre equivocado? ¿Cuál es el centro de la historia? ¿Haber sido castigada por querer ser libre? ¿Cuál es el fin, si es que lo hay? ¿Haber muerto a tan solo 20 años de edad?
El estilo tan conocido de Rivera Garza, con sus abundantes lecturas y sus procesos de reconstrucción e investigación, se unen en este libro a sus propios sentimientos y confesiones de hermana. La escritura es fragmentaria, como se conforma la memoria colectiva cuando una persona ha muerto, pues ¿qué no acaso después de morir permanecemos gracias a los recuerdos de otros? Las secciones de cada uno de los capítulos encabezados con corchetes encapsulan nombres y sentencias que reconstruyen el caminar por una ciudad que puede ser muy hostil y en donde los asesinos simplemente desaparecen, se diluyen, se desvanecen.
El libro es una relectura de las cartas de amor de un padre, de los amigos, de las notas introspectivas que Liliana se escribe a sí misma y en donde se aprecia cómo, a medida que el momento fatídico va a llegar, hay un cambio en el ánimo, en la desesperanza, en el cuerpo mismo: “¿El estómago será un caldero? Un caldero de bruja… bruja con verruga en la nariz”, dice. Acosada y acorralada, Liliana sigue escribiendo “Vuelvo la vista, sigues ahí. Esa expresión me agobia, me persigue, me llena. Cabellos de luna”. Lo corporal está ahí y Rivera Garza pone también el cuerpo en su escritura, en el momento de recriminarse, de “odiarse a sí misma” dice, por haberse quedado en silencio durante tanto tiempo y pretender vivir la vida con una normalidad que ya nunca volverá a tener. Se pregunta por qué haber tardado tanto en andar el camino de Azcapotzalco, a la Procuraduría de la Ciudad de México, a Mimosas 658 para recupera los detalles y con ellos hacer justicia, aunque eso involucre reabrir su dolor y el dolor de sus padres, el de su pequeña familia, para reabrir esas cajas que, en la parte superior de un clóset, esperaron tanto tiempo.
Cuando Max Brod abrió los cajones de Franz Kafka supo, a petición expresa de él, que su último deseo era que todo lo que había escrito, con algunas excepciones, fuera quemado. La instrucción era clara, pero ante la disyuntiva de obedecer los deseos del amigo de más de 20 años o de traicionarlos, decidió darles luz en un tributo y reconocimiento a su talento. A diferencia de Kafka, Liliana no sabía que iba a morir, no tuvo tiempo de escribir esa última carta con su voluntad sobre los escritos acumulados en toda una vida, misma que había dejado de ser suya desde mucho antes cuando un hombre se adjudicó el derecho sobre ella y el de quitársela cuando él lo decidiera. Que su hermana viniera a abrir sus cajas, ordenar un archivo construido meticulosamente lleno de “notas, apuntes, recortes, planos, cartas, casetes y agendas” que nadie había tocado en treinta años, y reconstruir la historia, era tal vez parte de un deseo no dicho, en donde ella, Liliana, dejaba un pasado que podría regresarle un poco a ella misma quién había sido, así como para hacer pública su declaración: “El amor me estorba, me saca de quicio, me sofoca”. Sus cartas, nos dice Rivera Garza, son muestra de “la capacidad del lenguaje para descubrir y encubrir al mismo tiempo”, mostrando y ocultando que ya estaba atrapada en la pedagogía de la crueldad, en el gaslighting, en las promesas de “voy a cambiar” y en los perdones acumulados. Son un medio para desapropiar la escritura para el bien común, para hacer una vez más, como lo dice la autora en su libro Los muertos indóciles, que la necroescritura, en un mundo lleno de una “mortandad horrísona”, nos ayuda a reconocer que las marcas de la violencia no se reconocen hasta que ya es demasiado tarde.
El recorrido por El invencible verano de Liliana, título que se recoge de los ensayos que el escritor francés Albert Camus escribe sobre esperanza y supervivencia, y frase con la que Liliana daba aliento a sus amigos en momentos de desesperación, es un libro sobre el amor, por el amor, y en contra del amor. Las conversaciones entre hermanas que Rivera Garza nos convida están llenas de declaraciones de una a otra, sobre su amor incondicional, ese que a la distancia siempre perdura. Amar es el cimiento de la vida de Liliana: al estudio, a la natación, a su familia, a sus amigos. No amar es su única oportunidad de salir ilesa de una relación de opresión y manipulación, de recordar que “Si te vas a quebrar, quiébrate tratando de salir y no de entrar”. Es un libro sobre el tiempo y la mentira de que éste pasa, pues la mirada desafiante del asesino, Ángel González Ramos en la foto que está en él, nos recuerda que aún no se ha hecho justicia y que el tiempo de hacer justicia está aquí. Para que no quede impune un asesinato que, en nombre del amor, realmente se hizo en el del odio, pues “Ángel ejerció una violencia letal espeluznante sobre el cuerpo de mi hermana guiado, como bien lo anotó el periodista Rojas, por el odio. El odio de género. El odio contra la independencia y la libertad de las mujeres. El odio contra Liliana, la estudiante universitaria que siempre se puso del lado del amor”. También es el tiempo de ir en contra de un sistema que insiste en culpar a las mujeres que han perdido la vida, que mueren por ser mujeres, por cómo vestían —como el colectivo Lastesis lo dice en “El violador eres tú”—, que culpa a sus padres por haberlas dejado ser independientes, por haberlas alentado a volar.
El libro ha desatado toda una serie de comentarios y entrevistas. En una de ellas, me sorprendió la pregunta del entrevistador sobre si este es un libro feminista, a lo que Rivera Garza respondió “Claro que lo es”. Sin lugar a duda, los feminismos nos han dado fuerza para hablar de lo largamente callado, herramientas para encontrar las palabras que nos han sido negadas, para tachar las que nos ensucian una vez que nos matan, para decirles a nuestras niñas y jóvenes las muchas caras que la violencia puede tener, para que dejen de matarnos en nombre del amor. Pero también esta es una obra, que más allá de ponerle etiquetas como si es feminista o no, lo que hace falta es crear una urgente conciencia que convida a hombres y mujeres a leerla.
Cuando hace unos años en el Texas Book Festival en Austin, Cristina Rivera Garza me comentó que estaba por lanzarse a la odisea de escribir sobre el asesinato de su hermana, sentí cómo mi corazón se encogió. Hoy que leo su libro me invade una gran desolación, un gran deseo de que se haga justicia, y la reafirmación de mi total admiración por la valentía y el talento de esta gran escritora. Gracias Cristina por invitarnos a nadar contigo y con Liliana.
Adriana Pacheco, PhD. es investigadora y es escritora. Fundadora del Proyecto Escritoras Mexicanas Contemporáneas y la fundadora y conductora de la página web y podcast Hablemos, Escritoras. Es miembro del International Board of Advisors en la Universidad de Texas, Austin. Su Twiter es @adrianaXIX_XXI
©Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.
Posted: June 10, 2021 at 7:00 pm