Ser(es) cuirsi: o el embeleso ante las pestañas de un colibrí
Óscar Molina V.
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No voy a ser cursi. No voy a ser cursi. No voy a ser cursi.
No. Voy a ser cursi. Porque escribiré sobre eso que repele, inquieta, que se adora en secreto. Debería, es más, seguir este mariposeo del pensamiento –ir de flor en flor de ideas– en cursiva. Parece no haber consenso sobre el origen de lo cursi, pero hay coincidencias sobre un asunto: el caligráfico. Cursi es la abreviatura de cursiva[1], “caligrafía que se puso de moda por influencia de Inglaterra a finales del siglo XVIII, muy difícil de imitar”. La explicación consta en un texto de presentación de la muestra Elogio de lo cursi, exhibida en Madrid, en 2023, en el centro de arte contemporáneo CentroCentro.
(Fin de las cursivas, una cortesía para el amable público lector de estas florituras).
En la imitación estética e (in)voluntariamente patética: ahí aletea la cursilería. Lo cursi crispa, pone los vellos de punta como bailarinas de joyero, porque evidencia sin tapujos su aspiración, porque exhibe con descaro su condición de “copia” fallida, de intento falsamente solemne, de fantasía que se pasma justo cuando está a punto de cumplirse. Lo cursi es una apuesta, como escribió el historiador mexicano Francisco de la Maza en su ensayo de 1970 Notas sobre lo cursi, que se “queda a la mitad” en su viaje hacia lo “distinguido” y lo excepcional, y que se autoengaña pensando que, en efecto, ha llegado.
Lo cursi revolotea más en el parecer que en el ser (un 😘a Shakespeare). Incluso, o quizá sobre todo, cuando es hecho con amor, dedicación y nada más que buenas y virtuosas intenciones.
Pero, si de imitar se trata, los seres humanos debemos parecerles las criaturas más cursis a los animales. ¿O acaso los aviones no expresan sino nuestro anhelo de haber querido nacer pájaros? ¿No es la peletería una envidia fascinada por esas pieles fabulosas que doman la intemperie? ¿Han visto las pestañas de un colibrí (de ahí nos debe haber surgido a los humanos la urgencia de rizarlas, la finura de maquillarlas)? ¿No son nuestras casas apenas versiones más pretenciosas de un nido?
Speaking of which: nuestras moradas[2] son y han sido un gabinete de cursilerías. Entre las más de 100 piezas de la muestra Elogio de lo cursi había objetos reconocibles. Familiares. Que lance la primera piedra –o el primer pétalo de una flor 🥀– quien no haya tenido, o haya visto en la sala propia o de un pariente, un ángel rubicundo descansando sobre la tapa de una azucarera, una araña de cristal –preciosa en su farsa– colgando de un techo bajo, el papel tapiz de alguna pared reproduciendo ad infinitum[3] bouquets, vuelos de cisnes, lluvias de hojas otoñales. Todo lo que remita a la infancia, lo sentimental, lo idílico, a cachorritos de perros, gatos y conejos arrumados en canastas delicadas, peca –¡oh!– de este exceso de preciosidad y acicalamiento.
“La cursilería, o la cultura de la cursilería, era inconsciente durante el siglo XIX. Tú eras cursi, pero seguramente no lo tenías tan asumido, porque tenía ese componente aspiracional”, explica en un video de YouTube Sergio Rubira, comisario de la exhibición, sentado, él mismo, sobre un sillón neorococó, propio de una salita de estar de María Antonieta. La arquitectura, el diseño, la literatura y la moda han sido otros lienzos de lo cursi.
En todos esos gestos de simulación, de calco, había –hay– una aspiración social. La clase obrera quería parecerse a la burguesía y ésta, a su vez, miraba a la aristocracia de Francia como el epítome del “buen gusto”. Oh La Lá. De ahí las referencias coquetas al Palacio de Versalles en los rincones de cada casita que se pretendía –que aún se pretende– de la realeza: flores de damasco, pisos de mármol, brocados hasta en el culo de las cucharas.
Por sus ademanes de remedo chatarra, chabacano, vulgar, que no teme ser too much, lo kitsch es considerado como un gemelo de lo cursi. La diferencia entre ambos, sugiere Daniel Rosso en su artículo Cinco hipótesis sobre lo cursi, es que lo cursi está pensado y construido desde y para lo íntimo, mientras que en lo kitsch hay un deseo exhibicionista, una ansia por lo público.
“Mientras lo kitsch está producido para ser mostrado”, dice Rosso, “lo cursi se desarrolla en su hábitat natural, en su mundo íntimo, sin que parezca que haya habido una intención de visibilizarlo”. El poema de amor quinceañero con los bordes del papel quemados fue escrito para ser guardado, en el mejor de los casos, en el baúl de recuerdos de su receptorx, mientras que la figura atrozmente disecada de una cebra se forjó para ser exhibida por igual en la sala de la casa de unx millonarix o en la de un museo de arte contemporáneo.
La Real Academia Española de la Lengua (RAE) –tan cursi ella: grandilocuente en su notorio léxico noble, excesiva en la corona de reina de su escudo– no ha cambiado, en esencia, la definición de este vocablo desde 1869[4], año en que lo admitió en su diccionario. Cursi, acepción 1: “Dicho de una persona: Que pretende ser elegante y refinada sin conseguirlo”. 2: “ Dicho de una cosa: Que, con apariencia de elegancia o delicadeza, es pretenciosa y de mal gusto”. ¿Mal gusto para quién? ¿Para 46 académicxs que se quedarán dormidxs viendo el fulgor de sus chimeneas mientras Bach va apenas por su quinta sinfonía?
El tercer matiz, agregado en 1984, ya no consta en el diccionario: “Dícese de los artistas y escritores, o de sus obras, cuando en vano pretenden mostrar refinamiento expresivo o sentimientos elevados”[5]. 🤔. Me pregunto cuántas cartas sesudas se habrán escrito para pedir que borraran esa definición. Cuántos escrotores –como los llama la autora ecuatoriana María Fernanda Ampuero– no habrán soportado que digan que su arte –o ellos mismos: la RAE, si se fijan, separa obra y autor– tiene un perfume demasiado dulce, una sensibilidad demasiado esponjosa como la crema chantilly de un pastel de bodas de tres pisos.
Dos de los sinónimos actuales de cursi son “afectado” y “amanerado”. Bajo la sombra de esos cerezos nos recostamos, plácidos, este textito y yo. Porque a veces podemos entender estrechez de mente, pero lo que nunca vamos a aguantar es ¡¡¡¡estrechez de corazón!!!!
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En su Ensayo sobre lo cursi, publicado en 1934, el escritor español Ramón Gómez de la Serna y Puig divide en dos a esta posición estética –y, por lo tanto, ética–: lo cursi “deleznable y sensiblero” y lo “cursi perpetuizable o sensible o sensitivo”. Su texto, un dechado de gamuzas, lazos y volutas verbales, se pretende heredero de lo segundo, cree ubicarse al otro extremo de lo empalagoso, en contra de “la debilitación de lo blandengue”.
Gómez de la Serna –atildado intelectual de corbatín y pipa – no llama a incendiar en hordas a esa “gangosidad de la ternura[6]”, pero sí advierte que hay que reaccionar contra la cursilería del primer tipo para evitar que nazcan más adornos cutres para aparadores, más obras de teatro impostadas, poemarios con demasiado polvo de estrellas, ensayitos muy academic chic y un sinfín de calamidades (too late, mi querido Don Ramón). Tanta era su aversión a los engendros romanticones que durante un tiempo, al inicio de sus conferencias, Gómez de la Serna rompía con un martillo cisnes de porcelana, cupidos nalgones, tortolitos suspendidos en un beso. “Ya que en estos tiempos está prohibido sacrificar niños o corderos”, escribió Ramoncito, “hay que ofrecer a lo Alto alguna otra oblación. Un cordero de cursilería”.
(La forma en que hubiera despedazado, con sus propias manos, este atrevimiento escrito, ¡madre mía!)
A pesar de esa animadversión –bastante melodramática, por cierto–, nuestro ensayista soñaba con tener su propia habitación cursi. Porque lo cursi salva. Reconforta. Lo reconoció él mismo, quizá mientras contemplaba a las cortinas de su salita de invitados bailando un vals con el viento de la tarde: “Lo cursi es la adonística espontánea, ingenua, que quiere mimarnos frente al vacío. Hay calor en su empeño y afán de compañía”.
Miremos alrededor: las flores del supermercado (sobre todo si son plásticas), nuestras fotos familiares impresas (en especial si están enmarcadas en un portaretratos con tintura de oro postiza), el imán en la nevera con el nombre de nuestro país (ante todo si lleva entre sus letras granos de café, sombreros, aves endémicas u otros símbolos de lo “típico”). Aunque en sí mismos pueden o no ser ornamentos cursis, los suspiros, las lágrimas o las risitas de prado que nos provocan son, en esencia, reacciones que pertenecen al imaginario de lo cursi. Si guardamos esos objetos y los llevamos con nosotrxs en cada mudanza, además, es porque están ahí, a nuestro lado, performando incondicionales la escenografía de un hogar, de un refugio suave. Sobre todo para quienes, muy a nuestro pesar, somos golondrinas migrantes.
“No se descansa sino en lo cursi”, agrega Gómez de la Serna, “y todos sentimos el deseo de esa regresión, que es una regresión hacia el pasado y hacia el futuro, pues lo más grato del porvenir es que tendrá sus formas nuevas de cursilería”. He aquí un botón 🌷. Líneas más adelante, my dear Raymond resalta: “Nos ciñe el alma y se burla de las normas asépticas. Las cosas huyen, renuncian, se curan en salud, se neutralizan cuando no son cursis. Lo cursi acepta más su destino”.
La memoria, se me ocurre ahora, puede ser tremendamente cursilona. Recordar es un deleite –o un dolor– amanerado. Ni qué decir de suspirar por nostalgia. Los chats, las conchas de la playa, las canciones que nuestros padres y madres escuchaban durante los paseos familiares y que ahora cantamos con igual o más hondo despecho, los libros de pasta dura que acumulamos… no son más que amuletos para reconectar con ese pasado hacia el que también vamos veloces. La fiesta no está en ninguna parte, diría el poeta Fabián Casas.
Nuestro futuro es convertirnos en pasado: todxs seremos –con suerte– solo evocaciones.
Me voy adelantando a la vulgar muerte (o al menos eso creo) y empiezo a conservar –lo hago desde hace cinco años, cuando empezó mi errancia entre mi lindo Ecuador y Estados Unidos– las herencias de mi madre en mi propia madriguera cursi. Tengo conmigo ya las joyas de la corona. Las hay de oro, plata y plástico. He ido robándole anillos, collares, prendedores. Los mismos por los que me castigaba cuando niño por habérmelos puesto sin permiso.
Mis hermanos nunca jugaron con ellos. Solo conmigo no perderán su esencia de alhajas. Pasará lo mismo con los perfumes, sus pañuelos, sus aretes y, si amaestro aún más mi pudor y mi autoconciencia, con sus tacoaltos.
El árbol de Navidad, que con tanto esmero y talento adorna, también vendrá conmigo.
Es mi devenir, como hijo marica, parecerme cada vez más a mi madre.
Soy su orgullosa imitación.
Un retoño cursi tratando de aspirar, algún día, a su elegancia de orquídea.
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A pesar de que el tercer significado sobre lo cursi ya no aparece en la reina RAE, la discusión al respecto de la literatura que podría tildarse como tal sigue 🥱😴. Preguntita suelta, así nomás: ¿Acaso no es la escritura literaria misma una constante imitación –aunque nos encante negarlo y defender nuestro privilegio imaginario de genixs impolutxs– del estilo de aquellxs a quienes hemos leído con fervorosa entrega?
Escritores maricas como el argentino Manuel Puig fueron acusados, en su momento, de cursis. En su artículo The Cursi Affair: On Manuel Puig, publicado en The Nation, la traductora estadounidense Natasha Wimmer cuenta que Mario Vargas Llosa, vocal principal de ese club de bigotones que fue el “boom latinoamericano”, dijo que la literatura de su colega contemporáneo era “light”, porque no tenía otro propósito que el de “entretener”. Los personajes de Puig eran homosexuales y amas de casa que se comunicaban con cartas, chismes y llamadas telefónicas. No eran coroneles tristes que no tenían quien les escribiera o dictadores encabritados al borde de un ataque de hombría.
A diferencia de esos otros escritores de pelo en pecho comprometidos con las supuestas causas justas y la mujer del prójimo, a Puig ni siquiera le gustaba hablar de literatura, según Varguitas: “De todos los escritores que he conocido, el que parecía menos interesado en la literatura era Manuel Puig. Nunca hablaba de autores ni de libros y, cuando surgía un tema literario en la conversación, ponía cara de aburrimiento y cambiaba de tema”. De lo que sí le hubiera encantado hablar a Manuel era de actrices de Hollywood, pero eso, supongo, les habrá dado más escozor que el examen de próstata a dichos caballeros.
Las escritoras Isabel Allende, Corín Tellado y Jane Austen también fueron y han sido puestas ante el paredón de los guardianes de la ‘alta literatura’. “Históricamente, la escritura de las mujeres ha sido definida en términos de descontrol porque supuestamente se acercaba a lo autobiográfico y a lo sentimental”, dice Sara Plaza Serna en el artículo Ternura, sentimientos y subervisón: la neocursilería literaria, publicado en el medio feminista Pikara Magazine. “La escritura de muchas personas maricas también ha sido desprestigiada por problemáticas similares”. Menospreciar todo lo que expele su aroma a queer o femenino, afirma la escritora Berta García Faet en el mismo texto, delata homofobia y misoginia.
Es sabido que el escritor chileno Roberto Bolaño fue quien le habló a Jorge Herralde, entonces editor del sello Anagrama, sobre la obra de su loca compatriota: Pedro Lemebel. A Herralde le gustó, sobre todo, el libro de crónicas Loco afán, y decidió incluir a Lemebel en su catálogo: fue el segundo chileno en conseguirlo. Pero también es cierto que ambos autores se distanciaron por motivos políticos y literarios, como ha contado su amigo en común Sergio Parra, y que Bolaño dijo de Tengo miedo torero, la primera y única novela de Lemebel, que era “una novelita rosa, un folletín”.
La obra cuenta la historia entre un guerrillero de izquierda del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, que participa en un atentado contra la dictadura militar de Augusto Pinochet, y La Loca del Frente, que teje manteles y banderas para la esposa del Pinocho[7]. Cuando le chismearon el comentario a Lemebel, le respondió a Bolaño: “¡Eso era, pues, niño! ¡Un folletín cursi!”.
Y es que lo cursi, bad news, flirtea hasta con lo revolucionario. “Ser cursi suponía un desplazamiento de clase que no podía admitirse”, reza el texto introductorio sobre la muestra Elogio de lo cursi, citado al principio de este tratadito presuntuoso. Por eso, “el político conservador Francisco Silvela vinculó la cursilería a la revolución”.
No hay escape.
La cursilería, como dice el historiador mexicano Francisco de La Maza, está en “todas partes” –no solo en las tarjetas de amor 😱–, “desde en las intimidades de las alcobas hasta en las fachadas de las casas”. Incluso hay una buena dosis de cursilería, dice nuestra voz autorizada, en versos de poetas conocidos y consagrados que han intentando no bailar con ella.
Huir de lo cursi es lo más cursi que hay, ternuritas.
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Berta García Faet y Juanpe Sánchez López, editores de la antología de poesía cursi Estrellas Vivas (Letraversal, 2024), reivindican ahora la “neocursilería” como una estética en la que predomina, por sobre todo, “el afán de no reprimirse”. Me trajeo por un momento con la corbata, el birrete y la toga académicas para proponer otra categoría propia: lo queersi, lo cuirsi o, si me pongo más andino, lo cuyrsi[8]. No añado nada demasiado original –¿el guiño fonético, maybe?– a la noción de que este tipo de escritura rebosa de ternura, antisolemnidad, humor, juego, feminidad y fantasía, como la describen lxs editores.
Me atrevo a decir, sin embargo, que lo queersi se distancia sobre todo de su prima hermana cursi, nacida en el siglo XIX, que tenía donaires castos, un tufillo a moralina, que estaba solo obsessed con la belleza nívea, y que andaba absurdamente enamorada de las estampas de romances hegemónicos, heteros.
Lo cuirsi, en cambio, nace con la fluidez de los ríos, los suspiros, las estrellas fugaces. Es amoral y amor-all. No depila sus palabras o lo hace cuando le place. Habla, canta y escribe en y con su propia lengua porno, monstruosa. Chueca.
Lo cuyrsi es pícaro, imperfecto, ampuloso, pop, bilingüe, plurilingüe, multimedia 🧚🏾♀️💥👰🏾, ridículo, inventada[9], alegórico –pienso en carros alegóricos, no en las alegorías de Sor Juanita Inés de la Cruz–, majadero, impura, curioso, versátil, camp, desvergonzada, insolente, macarra, antisistema. Es valiente en su descaro, en su descalabro, en su desnudez.
Es pegajoso, cochino, caliente, y está empapado de lágrimas, babas, semén, sangre menstrual, squirting, lubricante y poppers. Tiene un aroma a tabaco fino de canela, perfume de naranjo en flor y a pieles sudadas de poliamores perros que matan.
Lo cuyrsi tiene la libertad y el gozo –no solo creativos, sino vitales– que encuentro en las voces de bolero, karaoke, aquelarre, manifiesto y chisme del mismo Puig, de Lemebel, Gabriela Wiener, Susy Shock, Camila Sosa Villada, Salvador Novo, Roy Sigüenza, Cristina Peri Rossi, Carlos Monsivais, Fernando Molano Vargas, Rita Indiana, Audre Lorde, García Lorca, Alana S. Porterto, Giussepe Caputo, Luis Felipe Fabre, y un larguísimo collar de perlas admiradas. Hay, por supuesto, literatos cursis –que no queersis; they could never!– muy a su pesar; como el Borges poeta, como el Cortázar cuentista; como el primer Vargas Llosa… pero ese es tema de otra noche y para otra cantina.
Entre mis reinas cuirsis de ese orto cielo también taconea el despeinado Raúl Gómez Jattín, que desde las tripas hambrientas de la eternidad nos regala estos versos rotos, fecundos:
“Toma mi mano
Acaríciala con cuidado
Está recién cortada.”
Bibliografía
De La Serna, Ramón. “Ensayo sobre lo cursi”. PDFCoffee. https://pdfcoffee.com/qdownload/ensayo-sobre-lo-cursi-gomez-de-la-serna-pdf-free.html. Consultado el 18 de abril de 2025.
De La Maza, Francisco. “Notas sobre lo cursi”. Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, https://www.analesiie.unam.mx/index.php/analesiie/article/view/911. Consultado el 28 de abril de 2025.
“Elogio de lo cursi”. CentroCentro, https://www.centrocentro.org/centrocentro/prensa/elogio-de-lo-cursi. Consultado el 17 de abril de 2025.
Enrigue, Álvaro. “Notas para una historia de lo cursi”. LetrasLibres, 30 de septiembre de 2001, https://letraslibres.com/revista-mexico/notas-para-una-historia-de-lo-cursi/. Consultado el 17 de abril de 2025.
Falconí, Diego. “Resentir lo queer/cuir/cuy(r) en Ecuador”. Diario El Telégrafo, 7 de abril de 2014, https://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/carton/1/resentir-lo-queer-cuir-cuy-r-en-ecuador. Consultado el 18 de abril de 2025.
Plaza Serna, Sara. “Ternura, sentimientos y subversión: la neocursilería literaria”, Pikara Magazine, 8 de enero de 2025, https://www.pikaramagazine.com/2025/01/ternura-sentimientos-y-subversion-la-neocursileria-literaria/. Consultado el 19 de abril de 2025.
Rosso, Daniel. “Cinco hipótesis sobre lo cursi”. Contraeditorial, 10 de mayo de 2021, https://contraeditorial.com/cinco-hipotesis-sobre-lo-cursi/. Consultado el 28 de abril de 2025.
[1] Las cursivas hacen parecer a las palabras como envueltas en papel celofán.
[2] La sinonimia, si lo pensamos, también es cursi en su condición de “semejanza”.
[3] Las expresiones en latín me parecen académicamente cursis 💋.
[4] Dato obtenido del artículo “Notas para una historia de lo cursi“, de Álvaro Enrigue, publicado en la revista Letras Libres.
[5] ¿Cuál de todos será el “sentimiento más elevado” y cuándo habrá sido ese concurso? ¿Quiénes habrán sido sus jurados?
[6] En una entrevista que le hice en 2018 al escritor colombiano Giuseppe Caputo, a propósito de su primera –y preciosísima– novela Un mundo huérfano, me dijo algo en lo que también creo: “La ternura es una herramienta política tan efectiva como la indignación (…). Ha provocado, además, acciones políticas muy importantes: las Madres de Plaza de Mayo, en Argentina, o las Madres de Soacha, en Colombia”.
[7] Lemebel lo llama así en varias de sus crónicas.
[8] La palabra cuyr, según el académico queer ecuatoriano Diego Falconí, no tiene una “autoría determinada”.
[9] Inventada, en el slang gay mexicano, es una persona delirante que se cree figura pública, influyente, parte de la élite adinerada.
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Óscar Molina V. es periodista, escritor y autor de Bouquet (Severo Editorial, 2023). Ganador de la Emerging Writer Fellowship 2023 de la Feria del Libro de Miami y el Miami Dade College. Su trabajo periodístico se ha publicado en El País, Gatopardo, Telemundo, Univision, Infobae, entre otros. Tiene una maestría en Periodismo por la Craig Newmark Graduate School of Journalism de The City University of New York (CUNY). Actualmente cursa un PhD en Escritura Creativa en la Universidad de Houston y es periodista cultural y columnista en la revista Mundo Diners. Si X: @OscarMolinaV_
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Posted: June 11, 2025 at 8:16 pm