Fiction
En la Cueva del Encanto

En la Cueva del Encanto

Jorge Pérez Olascoaga

El lugar donde pernoctaron dentro de la gran caverna se situaba bajo una inmensa roca labrada en forma de ciervo, desde su cabeza brotaban en forma de astas un gran ushil y un baril de perennes hojas verdes. Los asistentes de Andrés preparaban alimentos y bebidas frías, habían llevado todo tipo de insumos, incluidas las barras de hielo que picaban de a poco para suministrar paulatinamente y evitar se deshiciera con prontitud. Los primeros días que estuvieron recluidos en la caverna se escuchaban los ruidos de las aeronaves sobrevolando las montañas y el valle, poco a poco se desvanecieron todos los sonidos externos.

—Este Kir Royal me parece fabuloso —decía Andrés extendiendo otra copa para Leobardo—. Tu amigo Antoine, el francés que te introdujo a esta bebida, también comía ancas de rana, ¿no?

—Me impresionas —contestó Leobas—. Tendré que reconocerte ese talento adicional como buen espía, esos detalles son poco conocidos.

—Ya te he dicho que conozco de ti más que tu propia familia. He leído todos tus ensayos académicos desde los que escribiste en tu viaje al Danubio sobre las condiciones laborales europeas en la fábrica Skoda en República Checa; los verdes ecologistas europeos; el estado de bienestar de los países nórdicos; la toma del castillo de Budapest y su ave Turul por Suleiman el Magnífico; hasta tu propuesta de la enchilada completa para integrar a los migrantes; la creación de Kurdistán; el caso de derecho internacional de los asesinatos de norteamericanos con drones de la central de inteligencia fuera de su territorio, y los ensayos para eliminar la pobreza conservando el medio ambiente inspirados en Sachs, Eisler, Yunus, Galbraith, Sen y tu favorito, Max-Neef. ¡Sí!, tú me has inspirado a leer todos esos textos. ¿Qué hijos de puta quiere dejar una vida de lujos y privilegios por irse a vivir a las cordilleras de Bolivia como pobre, sin un peso, nada más para experimentar qué es la pobreza? A ti te pasa lo mismo, regresaste de ese estilo de vida privilegiado para venir a cambiarle la mente a esta gente indiferente y necia, sé a la perfección quién eras desde nuestra infancia y todo lo que has evolucionado, eso te convierte en el individuo ideal para que me ayudes y asesores en mi próxima etapa. La carta que escribiste a nuestro pueblo me convence de tus sentimientos genuinos, aquí la traigo arrugada y la leo de vez en cuando para no perder de vista lo importante.

Existió una vez un pueblo pintoresco y progresista con calles empedradas y amplias como cualquier bulevar citadino, callejones extensos y limpios por donde transitaban sus habitantes y las manadas de vacas, caballos, burros, chivos y hasta puercos, que deambulaban fuera de sus respectivos corrales; los caminos reales de ocho metros de ancho eran cuidadosa y meticulosamente mantenidos, que hasta era posible lazar a caballo en cualquier punto; sus calles empedradas con piedra de río traída a lomo de bestia; sus personajes más visionarios viajaban en avioneta. Sí, contaba con una pista de avión cerca de su plaza principal; y se comunicaban a través del telégrafo y más tarde a través de una modalidad telefónica de manivela que tenías que darle vuelta como si fuese molino de mano; se contrataban profesores urbanos, que venían a instruir a los niños y adolescentes de las familias pudientes. Existía una forma de comercio dual que la economía local acomodó de cierto modo, la explotación sustentable de la palma soyate y los productos agrícolas y ganaderos que aquí se producían, importando a cambio las mercaderías que venían de las urbes. Los visitantes de pueblos aledaños recelaban la organización y unión de esta comunidad; los viajeros de paso se impresionaban no solo con la pintoresca rusticidad del rancho, la amabilidad y simplicidad de los habitantes del pueblo, sino también con el formidable ecosistema natural que les rodea, la inmensa riqueza de su flora y fauna y la exótica belleza de sus cerros y montañas, el agua limpia y clara del río, decenas de barrancas profusas y el aire puro y libre de contaminantes.

Sus festividades religiosas y cívicas decembrinas gozaban de fama y prestigio. Lo sagrado era respetado y lo civil era organizado por quienes quisieran participar cobrando tarifas casi simbólicas para que todo mundo pudiese disfrutar del espectáculo, aquellos valerosos jinetes y osados toreros que tanto los hicieron reír. Eran épocas de optimismo y de esperanza, había en el ambiente un eco de alegría, de una armonía perceptible que hechizaba a los niños y les ataba el corazón a este pueblo eternamente.

Pero algo terrible sucedió, los siete pecados capitales les robaron sus siete días de fiesta, se apoderaron del pueblo y se niegan a retirarse, la envidia, la ira, la gula, la pereza, el orgullo, la lujuria y el egoísmo, se instalaron en este pueblo, y estas transgresiones las coronan aún con una vileza mayor: los rumores.

Seis kilómetros antes de arribar, la imagen de la muerte da la bienvenida y doscientos metros antes la Cueva del Diablo recuerda el inicio al limbo terrenal, son tres generaciones perdidas, encaminado a perder la próxima.

Te empezamos a matar, Palmar, cuando fallecieron nuestros viejos líderes progresivos y no tuvimos jóvenes preparados quienes los reemplazaran, dejando que los merolicos tomaran las decisiones importantes. Luego te herimos de muerte al desangrarte de tu juventud, fortaleza y tu talento cuando decidimos mandar a nuestros hijos al norte, sanos y fuertes, en busca de oportunidades y utopías. Mutilamos tus cerros de su impresionante flora y lesionamos tu fantástica fauna extinguiendo ya varias especies de aves, felinos, mamíferos, roedores y todo lo que muestre vida y se mueva, laceramos tu fuente de vida racional y le adaptamos ruidos espantosos que hacen pasar por música y olvidamos nuestra historia y cultura, y nos fuimos dejando asimilar por la moda narca y guardamos silencio como Martin Niemöller cuando los Nazis.

Aquí lo nuestro, nuestro es envidiar y criticar al vecino a sus espaldas, es obstaculizar el camino, literalmente, para cerrarle el paso a sus proyectos, a su negocio, a su familia, a su trabajo, a su casa, si es necesario, boicotear su producto, lo hacemos sin reparo, si hay que robar tres o cuatro metros de tierra del callejón, calle o camino, pues muevo mi cerca y cierro el paso, si alguien no reclama una esquina de tierra, le pongo cerca de alambre y me la adjudico.

Aquí lo nuestro, lo nuestro es tirar basura en lugares públicos, preferiblemente en la calle y en la carretera, en la barranca y en el río, donde los desechos logren contaminarnos lo máximo posible, es decir, allá arriba de donde viene el agua que fluye a través del pueblo para ver si uno de estos días producimos alguna epidemia milagrosa. Arrojemos más cadáveres de animales al río, sin importar de qué murieron. Hagamos más chiqueros de puercos abajo del bordo comunal y sigamos permitiendo tantos cerdos y vacas en los lodazales del mismo bordo para que continúen empecinando tanta agua como sea posible.

Aquí lo nuestro también es imponer nuestro ruido y nuestra música a todo volumen y a cualquier hora, sin importar la tranquilidad o la privacidad de los vecinos.

Aquí echamos concreto en la calle sin construir el drenaje primero, para así después romper el concreto y pasar algún tubo o manguera sin tener que reparar la parte dañada. Aquí removemos las lámparas del alumbrado público para vivir tranquilamente en la negra obscuridad de la noche.

Aquí lo nuestro es matar sin remordimiento, sin consideración alguna por el equilibrio del ecosistema todo animal silvestre, o cualquier cosa que se mueva; ya casi exterminamos todas las subespecies de serpientes y aves de rapiña y nos quejamos de la proliferación de los cuiniques que dañan los cultivos de maíz, bien sabemos que las víboras, águilas, quebrantahuesos y cernícalos eran sus únicos depredadores naturales.

Aquí también somos expertos en expulsar nuestro talento humano a los Estados Unidos, primordialmente, pero también a las urbes nacionales, dejándolo perder por y para siempre y privándonos de su creatividad, conocimientos, producción, visión, cultura, educación y liderazgo que tanta falta nos hacen en este lugar olvidado de la civilización, la modernidad y el desarrollo económico sostenible.

Aquí nos embriagamos para convencernos que somos valientes, y nos mandamos componer un corrido para ensalzar nuestras imaginarias utopías y justificar la violencia, pero no tenemos el coraje de quejarnos por vivir sin agua potable, sin señal telefónica, sin internet, sin servicios médicos elementales, sin electricidad en época de lluvias, sin carreteras adecuadas, sin policía, sin jueces, sin leyes, sin estado de derecho, sin derechos humanos, sin oportunidades para vivir de manera honesta, modesta y sustentable.

Aquí abrazamos la ignorancia y la promovemos; desechamos la educación y el conocimiento, los chismes son tomados como verdades absolutas, deducimos, inferimos y sacamos conclusiones sin escuchar hechos y datos duros, nuestros argumentos no resisten la más mínima valoración lógica y escrutinio racional.

Aquí perdimos el vínculo entre nuestros antepasados y las recientes generaciones, olvidando su sapiencia y desconociendo nuestra historia, aquí vivimos más de mil personas, pero permitimos que diez individuos nefastos contaminen y hagan lo que quieran en detrimento de los demás.

Aquí nos dejamos dividir por grilleros, charlatanes e ignorantes que solo buscan enriquecerse a nuestra costa, dejándonos entre el bando priista o el perredista creando entre nosotros mismos antagonismos políticos innecesarios que rompen aún más la ya deteriorada armonía social de la comunidad.

¿No deberíamos pensar qué tipo de comunidad queremos, identificar qué es importante para nosotros; qué reglas básicas de convivencia necesitamos promulgar; qué conductas deseamos fortalecer y cuáles debemos suprimir a través de premios y castigos, condicionando causas y consecuencias?

Aquí todos deberíamos vivir en abundante calidad de vida, poseemos el más rico ecosistema del Estado de México, pero no lo sabemos, no lo apreciamos, no lo promovemos y no lo cuidamos. Pero es «LO NUESTRO».

¿No deberíamos aquí y ahora detener el camino de decadencia en el que transitamos, recuperar el rumbo y darles a nuestros hijos la oportunidad de superarse dejándoles un medio ambiente limpio y saludable?

Recordemos que «para que el mal triunfe, lo único que se necesita es que la gente buena no haga nada».

—Es cierto todo lo que dices en tu carta —dijo Andrés mientras divisaba a sus asistentes y agitaba el vaso con su mano requiriendo otra copa de whisky con la mirada—. Hasta el más analfabeto entiende la historia del pueblo, lo que no entienden ni ellos, ni la gente que toma las decisiones oficiales, es su relación con la violencia y el poder. Lo que te voy a decir debe ser entendido desde la visión del latino, por decirlo de una manera. Quizás no compartas mi punto de visto, pero en los países donde no se cumplen las leyes, el orden solo puede ser establecido a través de la violencia, legitima o no; el orden emana de autoridad y la autoridad alguien la tiene que ejercer.

—La violencia solo genera más violencia —respondió Leobardo.

—Esa es otra parte que no han entendido —dice Andrés alzando las manos al cielo y caminando en círculos—. No se han dado cuenta que estamos en una guerra desde hace por lo menos una década. Y no, no es una guerra clásica entre invasores e invadidos, ni conservadores contra liberales, ni guerra de razas o religiones, o entre naciones. Es una puta guerra por controlar los territorios que dejaron vacíos los gobernantes.

—¿Entonces tú eres gobierno ahora? —inquirió Leobardo.

—Soy mucho más que el pendejo gobierno, Leobas. Aquí yo soy el único asidero para la gente, el que pone orden a sus vidas cotidianas y quien ejerce la idea de justicia es mi grupo, y yo lo represento, así que de alguna manera yo presido. Soy el poder paralelo y a quien en realidad temen y obedecen. ¿A quién crees que le pagan impuestos, Leobas? ¿Al gobierno o a mí?

—Aplicas la práctica de «es mejor ser temido que respetado», por lo visto —enfatizó Leobardo con una mueca de ironía.

—¡Ahuevo, mi amigo!, si tú crees que te van a respetar porque eres educado, estás equivocado. Aquí solo se respeta a través de la intimidación y las armas, y ese es otro tema que tampoco han entendido, mientras la gente continúe desarmada, los grupos como el mío seguirán existiendo y ejerciendo su voluntad, dejen de pensar que un día este gobierno vendrá a rescatar a la sociedad, ¡eso nunca sucederá!

 

*Este es el capítulo tercero que pertenece a la novela El misterioso encanto del charchigüe. 

 

Jorge Pérez Olascoaga es migrante. Obtuvo su Licenciatura en Ciencias Políticas, graduado cum-laude, por la Universidad de Houston; maestría en Estudios Internacionales, graduado con honores, por la Universidad de St. Thomas, Houston, TX. Su Twitter es @Ecomigrante

Posted: February 28, 2020 at 2:44 pm

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