Essay
Montón de naipes

Montón de naipes

Rose Mary Espinosa

Antes de que fuera un montón de naipes –como aquellos que Alicia considera que no deben asustarla–, fueron dardos, escupitajos, dedos acusadores, vergüenza y tristeza: una simple baraja me había paralizado y tumbado al suelo mientras caminaba por la plaza de Tlalpan y me esforzaba en descreer lo recién visto y seguir adelante.

Alguien intentó reconfortarme con estadísticas: Generalmente, en casos como éste, un tercio de quienes lo ven, lo da por cierto; otro tercio lo desacredita y al último tercio ni le va ni le viene.

Alguien más me dijo que, por más humillante que fuera, podría usarlo a mi favor. Y yo apenas dije “cómo”, en voz muy queda, pero no le pedía una estrategia para capitalizar la difusión que alguien acababa de hacer de mis imágenes y chats privados y robados, sustraídos del basurero. Fue un cómo sin signos de interrogación ni de admiración. Un cómo a la manera de un último suspiro que evocó un diálogo de la película Escándalo, de Akira Kurosawa: Miyako, cantante de ópera, es retratada por unos paparazzi mientras está en un balneario con el pintor Aoe. Las fotografías son publicadas en un periódico sensacionalista y acompañadas con una nota falsa. En algún momento, a Miyako le sugieren que podría sacar provecho de la situación y hacerse de publicidad, pero ella, sin concesiones, responde que, si lo hiciera, sería una anormal.

 No hay en ella asomos de deseo de venganza, al menos no en ese momento cuando lo que prima, quizá lo único que existe, es abandono, pasmo, extrañamiento puros. Una suerte de indigencia que no es una pose ni es una bandera sino mera fidelidad a cómo se vive o se intenta sobrevivir. Esto se refleja también en el diálogo del personaje Kanji Watanabe en Ikiru, película del mismo cineasta japonés: “No puedo estar enojado con nadie. No tengo tiempo”.

 “Si al menos hubieran sido fotos profesionales o chats donde discutieras de política o literatura”, me dijo alguno. Ay, las cosas que nos toca escuchar cuando la estamos pasando verdaderamente mal. Las fotos eran embarazosas y descoloridas. No tenían nada que ver con cómo las recordaba o cómo me había inspirado en el arte de Herb Ritts o los desnudos sólidos y bien plantados de Helmut Newton. No. Ninguna era de catálogo. No había reinas de cuerpo excelso, diosas elásticas o cortesanas desenfadadas…

 Primero las vi con los ojos de otros: eran grotescas y ridículas. Después las miré como lo que eran: instantáneas que habían capturado el juego íntimo, la soledad, al calor de una dinámica de dos, fuera que alguien revelara su identidad y el otro la omitiera. Había inocencia y entrega, apuesta por una complicidad, una mujer que cree, que disfruta, que siente, que se estimula y excita y que, en esos instantes, no vislumbra ser traicionada ni expuesta.

 Y sobrevinieron más estadísticas y, oh, más tercios: “Entre los que se enteraron, una parte te será solidaria, otra te saldrá con imprudencias: prepárate, y la otra guardará silencio, por educación”.

 A las impertinencias hay que añadir las condenas: es por lo que escribes, por cómo vistes, por cómo eres y alguien está muy enojado y yo por eso no comparto, subo, posteo, escribo nada que me comprometa y razón de más para alejarme de las redes y trata de hacer memoria versus mejor olvídalo, es un mal sueño y dentro de algunos años, nos vamos a reír de esto y da gracias a Dios que se lo hizo a tus fotos y no a ti…

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 Las reacciones, más las de propios que de extraños, me sorprendieron, acaso lastimaron, tanto como la divulgación de los contenidos íntimos y las intimidaciones hechas por el, hasta entonces, desconocido stalker. A la par, me enteraba de casos semejantes, vividos por gente cercana y gente de otros lares, por gente común y corriente y por mujeres del espectáculo. “Lo mismo le pasó a Michelle Vieth”, dijo alguien que me ofreció apoyo, “todavía puedes encontrar en YouTube el video que filtraron en el que se ve que tiene relaciones sexuales con Kristoff.

 —¿Todavía?

—Sí, ayer lo estuve viendo: se le mira feliz mientras le da sexo oral y la cámara hace focus en su vagina: en su va-gi-na.

 Ya le había sucedido también a Paris Hilton y a la cantante española Martha Sánchez. Después le ocurrió a Scarlett Johansson. Para entonces, yo solía tocar el tema, en primera persona, aunque no necesariamente se tratara de mí, y escribía artículos en los que hilvanaba mi realidad y mi ficción con las de mujeres de distintas partes del mundo: ¡Extra, extra! El ejecutivo de una empresa de biocombustibles sorprende la infidelidad de su esposa y, en revancha, sube un blog con imágenes y videos donde ella aparece desnuda y teniendo actividad sexual.

Porno venganza es el término con que hoy se designa la distribución de material íntimo que no cuenta con el consentimiento de alguno, o todos los involucrados, y que generalmente proviene de ex parejas, hackers o personas ávidas de fama, dinero, notoriedad, control. Las fotos suelen estar acompañadas de insultos, amenazas e información personal: desde el nombre completo hasta la dirección, teléfono y cuentas en las redes sociales. El origen de la práctica se remonta a los años 80, a la sección “Beaver Hunt” de la revista Hustler, que invitaba a las girls next door a compartir imágenes íntimas, si bien desde entonces la editorial recibió demandas por parte de personas cuyas fotos habían sido publicadas sin su autorización. En los 2000 se diseminó la práctica de subir imágenes y videos de exnovias en internet, a través de diversos grupos, como XTube que, al igual que Hustler, empezó a recibir quejas por información divulgada sin permiso. Próxima parada: los portales de pornovenganza como My Ex o You Got Posted, cuyo fundador fue condenado, en abril pasado, en California, a 18 años de prisión por, entre otros delitos, el de extorsión (exigía dinero a cambio de retirar el material exhibido). Algo similar había ocurrido en 2010 cuando, después de que imágenes de su hija aparecieron en el portal Is Anyone Up, la activista Charlotte Laws ofreció apoyo a las víctimas, lo que le valió amenazas de muerte por parte de los seguidores del fundador del site. En los últimos meses tanto Facebook como Twitter han hecho cambios en sus políticas de privacidad y han prohibido subir “pornografía ilícita” o contenidos íntimos sin la autorización de los involucrados.

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Uno de los casos más escandalosos de 2014 fue la filtración, a través de la nube de internet, de fotografías íntimas de Jennifer Lawrence y otras actrices. Curiosamente, un año atrás, durante la entrega de los Óscares de 2013, se había montado un número titulado We saw your boobs, en el que un coro de hombres se burlaba de las actrices cuyos senos habían aparecido en pantalla: Naomi Watts, Hilary Swank, Halle Berry, Helen Hunt, Jodie Foster, Charlize Theron, Anne Hathaway, Kate Winslet (a ella se los vemos todo el tiempo) y Scarlett Johansson (a ella no se le habían visto). Mención especial recibía Jennifer Lawrence porque a ella no se le habían visto, lo que la llevó a hacer un gesto triunfal, mientras que algunas de las aludidas, ahí presentes, habían externado su molestia. Tras los sucesos del año pasado, muchos de los comentarios hechos al video de dicho especial en YouTube ya celebran, ya lamentan que, ni modo, al final tampoco se salvó.

Cuando mis imágenes fueron difundidas a través de mails a personas específicas y cuentas apócrifas en Facebook, Twitter y Blogspot, una de mis amigas exclamó: ¡No me digas que te vieron tus cositas! (sic) A todas luces, ni hablar, me las habían visto. Pero, ¿qué hay detrás de la exhibición de nuestras miserias? Condena a la intimidad, a la voluptuosidad y a la ingenuidad, especialmente femeninas, a partir de imágenes de desnudos frontales o parciales, gestos de provocación, seducción o éxtasis, casi siempre desprovistas de contexto. El cometido: hacer escarnio de las debilidades humanas: mordió el anzuelo y quién la manda, amén de las burlas hacia los senos grandes o pequeños, la delgadez o la gordura, es decir, esa obsesión por la desnudez femenina siempre y cuando esa misma desnudez siga estándares ajenos, determinados, y cumpla con las reglas. En cambio, si proviene de un impulso, de una decisión propia, augura calamidad.

Incluso los mejor intencionados consejos (La próxima vez asegúrate de conocer a tu interlocutor, Que él también comparta imágenes, Procura no mostrar el rostro, Registra tus fotos en Derechos de autor…), pecan de desconocimiento de un factor clave: el chantaje sexual como moneda de cambio habla de una sociedad que no ha resuelto su relación con la sexualidad, con sus propios cuerpos, que castiga la libertad de exploración cuando ésta es genuina y abierta, pero la promueve, incansable, en lo oscurito, siempre turbia, siempre ambigua, pues, llegado el momento, todo ese desenfado será utilizado en nuestra contra: Hay un público ávido de ver al poderoso caer, paráfrasis de otro diálogo de Escándalo. Un público (así esté conformado por algunas personas, acaso por una sola) que disfruta con ver a la gozosa, golosa y caliente, entregarse.

Mi novio de entonces lamentó lo sucedido, pero también, mitad broma, mitad en serio, se preguntó si ello afectaría su carrera política. Por momentos fue solidario, e igualmente emitió (a veces sutil o explícitamente) algunas sentencias. Por principio de cuentas, ¿por qué un desconocido tenía imágenes mías? Ahora debía hacer frente a mi osadía. De algún modo, me acababan de robar y vejar y el hombre a mi lado hacía lo que podía por protegerse, avergonzado.

De entonces a la fecha, y desde mi trinchera, he procurado darle difusión sobre todo a la atmósfera en que se gesta ese tipo de revanchas. He seguido casos y recogido testimonios. Me he entrevistado con funcionarios en la Secretaría de Gobernación y en el Senado de la República. Hace unos meses, una senadora por Nueva Alianza lanzó una iniciativa de proyecto de ley para sancionar la difusión de contenidos íntimos que, sobre todo, afecta y culpabiliza a las mujeres. En términos legales, puede ser el comienzo del orden en dicha materia, que, en otros países y entidades, ya ha tomado o empieza a tomar forma: Alemania, Israel y casi veinte estados de la Unión Americana.

No obstante, más que cualquier esbozo de iniciativa, en lo personal lo que me ha rescatado han sido los testimonios de personas, igualmente ingenuas y distraídas, y el arte. La soledad inmensa de las mujeres en los cuadros de Edward Hopper: ensimismadas, absortas y que cargan con ese pasmo, ese extrañamiento, en medio de ciudades y grupos de personas, aun cercanas, que, si algo transmiten, es desasosiego.

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El drama que cada quien vive dentro de sí, como el de otra Alice, Ellen Burstyn en Alicia ya no vive aquí, de Martin Scorsese.

O el personaje principal de La Adúltera, novela de Theodor Fontane ambientada en Berlín del siglo XIX: Casada con un acaudalado consejero comercial, Melanie de Caparoux se enamora del joven Ebenezer Rubehn, lo que le cuesta el rechazo de la sociedad y de sus propias hijas:

“Habrá un gran escándalo y los virtuosos e hipócritas no me lo perdonarán. Pero el mundo no está hecho de virtuosos e hipócritas, está hecho de seres humanos que interpretan lo humano humanamente. En ésos pongo mis esperanzas, a ésos necesito. Y sobre todo me necesito a mí misma.”

¿Por qué nos erigimos en jueces impecables? Cuánto tenemos que aprender del pincel de Hopper o del tan citado lente multidimensional de Kurosawa para aceptar al ser humano sin idealizarlo y seguir esta lección que, a su vez, le fue dada por su padre:  Atrevernos a mirar los horrores. Al no hacerlo, estaremos más asustados. Mirarlos, mirarnos, con ojos humanamente humanos: arda en la hoguera el mazo de naipes.

 

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rosemary100x135Rose Mary Espinosa es autora de Una vez tu cuerpo (Tintanueva Ediciones, 2002) y colaboradora de Letras Libres, Día Siete, Gatopardo, Etcétera, Confabulario, Reforma y El Financiero. Es autora del blog “Sexo sin corbata” en GQ México. Su Twitter es @RoseEspinosa


Posted: June 15, 2015 at 10:02 pm

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