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Nos gusta creer que los desaparecidos viven en el Edén

Nos gusta creer que los desaparecidos viven en el Edén

Mónica Maristain

Sobre 1982, de Sergio Olguín

En estos días, como dice Silvio Rodríguez, “todo el viento del mundo gira en tu dirección”. Es como decir, allá por el sur del continente, alguien niega la labor de las Abuelas de Plaza Mayo y se refiere a esa “verdad” de los nietos recuperados.

Hace poco un funcionario dijo que no habían sido 30 mil los desaparecidos por la Dictadura Argentina (1976-1983). Es cierto, tal vez fueron muchos más, pero la contaduría de los cadáveres nos quedó trunca, como pasa en México, cómo pasó en Perú, en Guatemala.

Contar cadáveres, pensar todos los días en esos que desaparecen, como si una máquina que llega desde Marte los chupara hacia un paraíso que desconocemos. Nos gusta pensar que los desaparecidos viven en el Edén. No en el infierno.

Hay veces que miro las películas de los nazis y antes de que me muera iré a Auschwitz, en Polonia, para saber si todo fue tan tremendo como lo veo en el cine.

Es raro. A casi 80 años de lo que pasó con el nazismo todavía seguimos “contando cadáveres”, viendo los tatuajes de los campos de concentración, creyendo que Adolf Hitler se drogaba. Sin embargo, el mundo olvida y vuelve otra vez a meter la pata. Como ese Amanecer Dorado, de Grecia, como la película de Fatih Akin, En la penumbra, donde la protagonista Diane Kruger se inmola, se sacrifica, para obtener justicia a causa de un atentado racista que le valieron las vidas de su hijo y de su esposo.

Recuerdo haber leído hace muchos años un libro de Andrew Graham Yool, periodista y ex director del Buenos Aires Herald, Memoria del miedo (Retrato de un exilio), un libro donde no contábamos cadáveres, sino que nos preguntábamos “¿Cómo pudimos, toda una sociedad, vivir en compañía del miedo como si fuera normal? ¿Cómo pudimos, como país, vivir diciendo: “por algo será –o– en algo andará?”

En ese libro todos nos sentíamos “cagones” (temerosos), viviendo bajo la oscuridad de la dictadura y poco nos animábamos a decir: eso lo pasé, eso lo vi, eso lo viví.

Ahora, leyendo 1982 (Alfaguara 2017), del escritor argentino Sergio Olguín, creo que esa historia de ficción se parece tanto y mucho a casi todas las historias de ficción en Argentina: podrían haber pasado. Como si la imaginación dependiera exactamente de la realidad constatable, como asesino en este libro sin decir exactamente todos aquellos cadáveres que están realmente bajo las sombras, en la oscuridad.

Todo sucede durante la Guerra de Malvinas. Hay una adolescente que es hijo de un militar y nieto de un militar. Él en cambio estudia Letras, donde comienza a sentirse desconfiado, perseguido, por venir de dónde viene. Se queda en su casa y comienza a vivir al revés el mito de Fedra (la madrastra que se enamora de Hipólito). Bueno, no tan al revés, los dos se enamoran y creen que en el futuro habrá un paisaje calmo, un mar en el fondo y todos viviendo felices.

Esos que se reunían en un piso aparte de la Universidad. Desde dónde él fue echado y Pedro (de 19) ya no volvió más. ¿Tenían razón de matar a los militares para que no torturaran, ni mataran, ni se hicieran cobardes durante la Guerra de Malvinas?

Pedro una vez intentó matar a su padre, pero no pudo: “No pude hacerlo. No voy a poder hacerlo nunca. No puedo. Soy un desastre, un cobarde”.

¿Era cobarde o vivía en un mundo ilusorio? La Facultad de Letras, las clases de literatura francesa que desgrababa y luego hablaba de Rabelais, escuchaba las canciones de Spinetta, miraba el Guernica, de Picasso.

Con la plaza Houssay que no le gustaba, donde dejó a una posible novia: “No le gustaba plaza Houssay. Pocos árboles, mucho cemento, escalones por todos lados. Pero era la única plaza cerca de la facultad, el único lugar al aire libre donde una pareja podía sentarse a charlar. Y ellos dos tenían que hablar”.

¿O era prisionero de su padre? Como Fátima, como Lorena, como esa madre Adela que se murió antes de tiempo. Como esos abuelos víctimas de su pasado y guardadores del futuro: Así tendrá que ser la vida. Así siempre.

¿Y si la vida no era así siempre? Los cuerpos como maniatados, golpeados: ese es el cuerpo de Argentina. Donde no se ha legalizado el aborto y las mujeres mueren o quedan discapacitadas, donde la gente vive atrapada por lo que es “el cuerpo perfecto”: Puedes ser pedófilo pero nunca gordo.

“En los siguientes cinco días Blanca vio cómo el cuerpo de Fátima se llenaba de llagas, los pezones se le inflamaban, tenía cortes en el estómago y los muslos, el vello púbico quemado, sangre seca entre las piernas, piel en carne viva donde tenía que haber uñas en los pies y le faltaba la ceja izquierda. Vio cómo el coronel dejaba tiradas sobre la camilla o sobre la mesita infantil las colillas de cigarrillo, las pinzas, las agujas de colchonero, las aguas pequeñas y algo que debía ser una picana. También había una escobilla, de las que se usaban para limpiar baños, con la punta de madera llena de sangre. Vio cómo el médico volvía de visita un par de veces, tomaba café, charlaba con el coronel, subía a la habitación y se iba siempre despreocupado. También vio como una noche el coronel llegó con otros dos hombres que subieron con él a la habitación. En esa ocasión Blanca se encerró en su cuarto al final del patio, pero ni así pudo sacarse de encima los ruidos provenientes de arriba. No eran gritos, ni aullidos. Era un sonido peor, porque estaba tapado de risas”.

“–Fátima va a permanecer en la habitación de Lorena hasta que esté recuperada. Mientras dure el tratamiento, nadie puede ingresar a esta casa sin mi autorización”, dice Augusto Vidal, que pronto será general pero necesita la familia, una mujer en la casa, una niña –su Lorena- jugando e Hipólito (perdón, Pedro) detenido en una comisaría por un crimen que no cometió. Los tratamientos sobre el cuerpo, sobre la libertad, sobre esos pájaros que vuelan por encima de la casa-prisión, donde vive un ogro malísimo y todas sus víctimas.

Sergio Olguín nació en Buenos Aires, en 1967. Creció durante la dictadura. Esta es su novena novela. “El punto de partida era establecer cómo podía repercutir el vínculo que se establece entre la madrastra y el hijo de su marido en la vida íntima de esa familia de clase acomodada, de un integrante del Ejército, en plena dictadura militar. Lo que más me interesaba trabajar eran esos vínculos familiares y afectivos en una situación de conflicto tan grave como prohibida”, dice a propósito de 1982.

¿Qué hará Pedro cuando salga de la cárcel?, es una pregunta que nos hacemos. Como esa pregunta que a ochenta años del nazismo no nos deja dormir: ¿Cómo pudo haber pasado eso?

 

*Imagen de portada de Alejandra López

 

Mónica Maristain (Concepción de Uruguay, Argentina). Editora, periodista y escritora. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales como Clarín, Página 12, La Nación y la revista Playboy. Ha sido colaboradora en las agencias EFE y DPA. En 2010 publicó “La última entrevista a Roberto Bolaño y otras charlas con grandes autores” . En n 2011, coordinó la antología El último árbol. Cuentos de navidadEl hijo de Míster Playa fue publicado originalmente por Almadía en 2012. Su título más reciente es Antes, poema largo editado por Literal Publishing en 2017.

 

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Posted: October 3, 2018 at 9:30 pm

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