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Auscultar el silencio

Auscultar el silencio

Daniel Melchor

• Tatiana Goransky: Fade Out (Galerna, 2016).

Sucede que los oídos no solamente escuchan sino que a veces se manifiestan. De repente, les nace una boca y comienzan a emitir sonidos imperceptibles. Se les llama Emisiones Otoacústicas Espontáneas y son la excusa científica con la que Tatiana Goransky escribió la novela Fade Out (Galerna, 2016).

Nace Kumiku al compás de “Corcovado”. Dentro de la sala de parto los presentes apenas logran comprender que la bebé también es una cajita de música. Si las emisiones otoacústicas son más frecuentes en las mujeres, nada impide que sean las primeras en la cadena evolutiva en transmitir canciones. No es una habilidad controlada sino que cada canción representa una emoción según la circunstancia.

La novela está escrita como un diario, o en palabras de los protagonistas, una memoria compartida. Tres voces distintas recorren el enigma de las emisiones. Kumiku, su hija Renata que posee el mismo talento, y un escritor fantasma que se permite hablar en primera persona.

Lo que al principio es una virtud, luego se vuelve castigo. No solamente porque la comunidad científica estudia el cuerpo de ambas mujeres (y el escritor fantasma) sino por la imposibilidad de callarse. A partir de esta carencia, Goransky problematiza el silencio. La eficacia de presentar una memoria colectiva está en que resultan tres versiones de una misma historia, y que a veces se contradicen. Cada personaje ensaya distintas posibilidades. Aparece primero, por ejemplo, un guiño a John Cage y su “4´33´´”, obra que obliga a la gente a escuchar los sonidos a su alrededor, los que se cuelan por la ventana. “There’s no such thing as silence”, decía el compositor para quien todos los sonidos eran música. Ese supuesto mutismo, acaso mal llamado silencio, es más bien una consecuencia de estar indispuesto. 

Por eso, según el narrador fantasma, cuando le piden a Kumiku que emita silencio, se queda pensando: “¿Cómo sería producir silencio? (…) Mientras pensaba se escuchaba un viento, en este caso un viento de atardecer de campo, lleno de otoño en su desprendimiento de hojas, lleno de pasto en su sonido de pisadas. (…) Al parecer, pensar en cómo producir silencio, se escuchaba así”.

Si bien su habilidad es celebrada, para ellas significa la pérdida de la intimidad. El colmo de la transparencia es que los demás puedan saber lo que sientes, incluso a varios metros de distancia. Uno de los personajes masculinos detalla esta condición a la par que establece otro significado del silencio:

“Nosotros podemos verlas como elegidas. Dos seres que fueron creados con súper poderes, si se quiere. (…) Pero para ellas es otra cosa; la desesperación de no poder apagarse podría llevarlas a un trágico desenlace. Estar en silencio, hacer silencio, producir silencio, ser silencio. (…) Así como el sonido teletransporta, el silencio nos da la capacidad de quedarnos donde estamos”.

Sin embargo, la propia Kumiku relata el momento en que por fin lo produce. Un silencio que es como una onda expansiva, “que atravesó el agua del dique resonando lejos, contra las montañas chilenas”. Luego del orgasmo regresa a la normalidad con Mick Jagger.

El silencio lo encuentra en el amor, lo que podría parecer una frivolidad. Pero se trata de otra definición, una donde al silencio le comienza a brotar una significación propia. Como lo plantea Luis Villoro en su ensayo La significación del silencio. ¿Puede el silencio tener la misma función que la palabra? Ante la aspereza de la posesión física, la palabra es una sutileza que permite una posesión simbólica. Pero tiene un límite. Cuando las palabras quiebran, dudan, en suma, son insuficientes, la mejor opción es el silencio. Éste la sustituye, según la circunstancia, pero le agrega un matiz. ¿Qué canción podría emitir Kumiku en el paroxismo del orgasmo? Ninguna sería pertinente. Sin límite no habría precisión. Sin ese espacio en blanco, la música y también la palabra se chorrearían indiscriminadamente por la realidad.

Renata es fruto de aquella experiencia silenciosa. Si bien porta el sino de la madre, éste parece ser taciturno. Mientras su progenitora es una rockola, ella está condenada a reproducir únicamente tangos. Para evitar vergüenzas, aprende a bajarle el volumen a sus emisiones lastimeras. En su caso, el silencio es una búsqueda angustiosa. Para tratar de producirlo recurre a lo previsible y busca en los pasos de su madre, los suyos. Resulta familiar la insistencia pueril con que Renata quiere enamorarse. Se busca en los otros, pero ni siquiera las caricias pueden brindarle lo que necesita. Y es aquí donde se vuelve clave el protagonismo de la mujer en Fade Out. En palabras de la psicoanalista Mariana Pedroza las mujeres padecen en mayor medida una ideologización que las obliga a pensarse siempre en función de algún hombre. Renata renuncia a esta atadura después de varios fracasos. Con ningún hombre encontrará el silencio. Entonces, por fin, voltea a ver a su familia.

Goransky logra un diálogo extenso que esquiva cualquier maniqueísmo. Otras dos personajes femeninos experimentan a su manera la versión de su silencio, pues ambas son mudas. Entre ellas se pelotea la idea del silencio como un castigo, una prisión, pero también como elemento sagrado que “si no era respetado, podía polucionar a la especie completa hasta aniquilarla”.

Después de tantas preguntas que surgen a lo largo de la novela, vuelvo a lo que actualmente existe, a las Emisiones Otoacústicas Espontáneas. ¿En qué medida somos parte de la sutil sinfonía de los otros? ¿Cuándo silencio, cuándo ruido, cuándo armonía?

P. D. Tatiana Goranzky hizo una lista en Spotify donde se reproducen todas las canciones que aparecen en su novela.

*Fotografia de Alejandro Meter

MelchorDaniel Melchor (1990) es periodista en la Ciudad de México. Sus reportajes, entrevistas, reseñas y crónicas han sido publicadas en Tierra Adentro, Vice México, Reforma, El Universal y la Revista Temporales de la Universidad de Nueva York.

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Posted: April 20, 2017 at 9:24 pm

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