Poetry
La luz que enciende el cuerpo (Visor, 2021, premio Hermanos Argensola)

La luz que enciende el cuerpo (Visor, 2021, premio Hermanos Argensola)

Ioana Gruia

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                                       Una mujer al sol

No hay nada tan rotundo como un cuerpo.

Imagino la historia

de esta mujer desnuda y pensativa

que se parece a mí.

Es dueña de su soledad y anhela

un amor torrencial,

un pálpito de mar embravecido

que a la vez le respete el pensamiento,

que le permita analizar las sombras.

Estas sombras a veces elusivas

y a veces tan rotundas como un cuerpo.

Las sombras del amor y de la vida,

encuadrando la franja luminosa,

que abarca apenas lo que abarca un cuerpo.

Cuerpo desnudo al sol:

lugar de luz rodeado por las sombras.

 

                                       Mujer en la ventana

Una mujer espera en la ventana.

Ve desfilar su vida ante sus ojos:

el árbol de la infancia, los olores

de la ciudad nocturna, la alegría

de los cuerpos en su primer incendio,

el asombro del vientre que se ensancha,

el hijo que la mira y le sonríe.

Un deseo de luz, de intensidades.

La plenitud de tardes en la playa,

y sentirse inmortal mientras se nada

con los ojos cerrados.

El cómodo cobijo de la casa,

su suave indiferencia,

la de un jersey gastado

o un viejo matrimonio.

La sensación de haberse equivocado

en algo decisivo.

Algo que fluye oculto por debajo

de esta tierra tranquila que es su vida.

Algo que se resiste a ser nombrado,

mezclado con la luz y caudaloso.

Todas las tardes mira por la ventana

cuando aún es de día,

cuando la claridad puede ayudarla.

Aguarda sin saberlo

una revelación o un desconcierto.

Cotidiana es la luz. También la espera.

 

                                        Invocación para llegar al faro. A Virginia Woolf

            Porque no era conocimiento, sino unión lo que ella deseaba,

[…] la intimidad misma, que es conocimiento […] ¿Quién sabe,

incluso en el momento de más intimidad,

que lo que se obtiene es conocimiento?

Virginia Woolf, Al faro

Tú, que todo lo sabes,

que conoces la piel y los latidos,

los íntimos latidos de las cosas,

las zonas en penumbra del corazón secreto,

ese que sueña siempre con llegar hasta el faro,

ese que va hacia el faro en un barco de vela,

tú, que todo lo ves y todo lo comprendes

con el latido de tu inteligencia,

enséñame, Virginia, la ruta en alta mar.

Quiero con desesperación llegar al faro,

llegar al resplandor

que une la comprensión y la belleza,

que calma el corazón atribulado.

Enséñame del mundo y del amor

la pura intimidad, aquel conocimiento

donde navegan juntas la razón y la piel.

 

                                      Todas las cosas de las que no hablamos

Todas las cosas de las que no hablamos

con los padres, los hijos, los amores,

se mueven en el aire:

halos de luz intermitente, sombras

que llevan siempre algún peso secreto.

Cómo pesan las cosas que no hablamos,

cómo nos tiran hacia abajo, cómo

nos rompen de a poquito, nos rellenan

el cuerpo y la mirada de penumbra.

Y duelen sordamente

las cosas que no hablamos,

las cosas que nos cuesta ver de cerca

y que vemos con los ojos cerrados,

opacas y a la vez tan transparentes.

Y damos vueltas a su alrededor,

sin atrevernos a llamar a puertas

para siempre entornadas.

A las puertas de aquel cuarto en penumbra

que nos da miedo ver,

que podría cegarnos con su luz.

Es el cuarto inasible,

la oculta habitación del corazón,

apenas entrevista algunas veces,

que podría salvarnos

pero que hace crecer,

crecer en apenado torbellino

las cosas que caminan

por el hilo de la conversación

como funambulistas temerarios

que sin embargo nunca saltarán,

que no miran la red sino el vacío.

 

                                    Columpio

Tu espalda frágil, tu pequeña nuca,

tus manos agarradas al columpio,

los destellos de luz entre tu pelo.

Soy tan feliz de ser tu madre, hija,

feliz de darte impulso y de esperar

que vuelvas hacia mí y que te alejes,

que conozcas el vértigo benigno

del puro despegar, del puro vuelo.

Y, sin que tú lo sepas, me columpio

yo también, a la vez adulta y niña,

las manos agarradas a las tuyas,

a tu espalda, tu nuca y tu cabello.

Aleja tú mi vértigo de sombras,

sé tú la que me impulse en el columpio,

la que vigile que no me haga daño.

Soy tan feliz de ser tu madre-hija,

tan feliz de saber que me proteges.

 

Estos poemas son parte del libro que se puede obtener aquí

 

Ioana Gruia (Bucarest, 1978) es autora de El sol en la fruta (Premio Andalucía Joven de Poesía, 2011) y de las novelas La vendedora de tiempo (2013) y El expediente Albertina (Premio Tiflos, 2016). Su último libro de poesía publicado es Carrusel (Premio Emilio Alarcos, 2016).

 

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Posted: October 13, 2025 at 9:17 pm

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