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Después de las elecciones
COLUMN/COLUMNA

Después de las elecciones

Rose Mary Salum

Que el país está dividido, lo sabíamos. Que el populismo sigue teniendo fuerza a pesar de que a muchos moleste, ha quedado demostrado. Lo que no parece clara es la causa por la cual nos encontramos en un predicamento de esta magnitud.

Cada segmento del país norteamericano sigue en perpetuo asombro al escuchar el otro lado de la moneda. Sabemos que las redes sociales han causado más daño de lo que aún no acabamos de entender. Los algoritmos que ofrecen una realidad cuidadosamente zurcida a la medida, han creado una brecha tan profunda, que conversar con los otros se ha vuelto doloroso. No podemos partir de un lugar común. El terreno común ha desaparecido. Es cosa del pasado.   

Uno de las áreas más afectadas por esta nueva realidad es la política, específicamente, las elecciones. Esta semana ha sido reveladora en todos sentidos. Los primeros resultados de una elección tan competitiva muestran, más que la división geográfica, el mapa ideológico del país.

Yo voté por Biden. Lo hice por un sinnúmero de razones pero una de ellas, o quizá de las más importantes, es porque quiero en la Casa Blanca –ergo, en el mundo– una figura estable, experimentada, diplomática, con la suficiente decencia que no procure el caos con abierta deliberación, ni acelere de forma sistemática la decadencia del país; y, mucho menos, que eche por la borda lo poco que hemos avanzado con el tema del calentamiento global y la garantía de los derechos individuales.   

Pero lo que sí me queda claro es que –para el propósito de esta reflexión–  a pesar de vivir la experiencia compartida de las elecciones presidenciales de Estados Unidos, los resultados están generando todo tipo de emociones opuestas, siendo el principal el asombro, el sentido de injusticia, la burla, la mentira y, claro, las manifestaciones violentas y el desorden.

No sé si lo preocupante es sorprenderse por la división que nos separa hoy en día. No sé si lo que preocupa es darse cuenta de que existen personas sumamente preocupadas y ocupadas por sus bolsillos e impuestos viviendo en una sociedad ya de por sí histórica e ideológicamente híper individualista. O quizá, lo que en verdad podría mortificar es no querer entender que existen personas que, sencillamente, ven la vida desde otro punto de vista. Me refiero en específico a la actitud de los demócratas porque a estas alturas del partido ya debían haberse enterado de que la sociedad no es homogénea y, por lo mismo, están obligados a escuchar a la otra mitad de los ciudadanos y adaptarse a las necesidades actuales desde su propio bastión.

En el 2016 ganó el presidente Trump porque su forma de ver la economía y sus propuestas de inmigración se vieron apoyadas por una sinnúmero de personas y porque el desencanto por la política de Estados Unidos era la idea que apuraba a todos. Cuatro años más tarde, la mitad del país continúa votando por él a pesar de…, a pesar de todo lo que ya sabemos.

En el 2016 ganó el presidente Trump porque su forma de ver la economía y sus propuestas de inmigración se vieron apoyadas por una sinnúmero de personas y porque el desencanto por la política de Estados Unidos era la idea que apuraba a todos. Cuatro años más tarde, la mitad del país continúa votando por él a pesar de…, a pesar de todo lo que ya sabemos. Quizá entonces lo sorprendente es que los demócratas se asombren por no haber tenido una votación arrolladora a su favor. Y esto nos lleva a que este país ha puesto en evidencia la miopía y la soberbia con la que ve el mundo: si no piensas como yo, no mereces ser como yo.

Estados Unidos ya se encontraba en circunstancias similares pero no tan acentuadas décadas atrás. Obama ganó las elecciones prometiendo unidad y Bush se llevó la Casa Blanca por tan solo una diferencia mínima de votos en Florida. Esto no hace más que confirmar en el lío en el que estamos.

Por otro lado, los demócratas no pudieron convencer de forma abrumadora a los estados que no muestran una decisiva inclinación por ellos en estas elecciones. Si otro candidato, y no Biden, hubiera estado al frente dando la cara por todos los demás, los resultados hubiesen sido similares poniendo en evidencia a un partido debilitado que no se ha puesto al día con la realidad. 

El triunfo de Biden no va a cambiar mayor cosa. La voz de Trump seguirá escuchándose en un futuro cercano y en los años por venir. Su presencia disruptiva y narcisista no desaparecerá de la escena política hasta que la vida le dé para seguir presente. De eso se encargará él y sus hijos a quienes, seguramente, veremos en las planillas de voto futuras. Y es que Trump no es más que el portavoz de la mitad de la población. Eso significa que la gente se siente representada por un personaje así. Eso significa también que los demócratas no han sabido vender su producto, que han estado ausentes cuando se ha tratado de condenar los disturbios, cuando no se han posicionado con una postura realista frente a la policía, cuando no han condenado que se linche públicamente a las personas que cometen un error y se tome justicia por mano propia privando a esas personas, no solo de sus trabajos, sino lo que eso conlleva: la pérdida del seguro de vida, de gastos médicos, de la hipoteca del auto y la casa. Los demócratas se han convertido en la policía moral que censura todo lo que no se aviene a su propia visión del mundo. Su presencia representa esa censura que se expande incluso hasta el mundo del lenguaje. No en vano Biden declaró en uno de los debates que el partido demócrata era él con el afán de dar una imagen centrada.

Los hechos son contundentes y hay que darse un baño de realidad para que, como en el camino de recuperación que proponen los alcohólicos anónimos, podamos primero reconocer el problema para después, tener la capacidad de resolverlo. Y eso incluye humildad, diálogo y tolerancia.

Si los recuentos confirman a Biden como presidente electo, estaría entrando a una administración donde probablemente el senado será republicano, la cámara baja ha perdido militantes demócratas y estaría gobernando durante un periodo donde además del ruido exterior motivado por Trump, sus seguidores y sus marchas apelando al fraude electoral, gobernaría a un país donde el 49% (70 millones de personas) votó por el candidato contrario.

Quizá entonces su partido pueda ponerse a la altura de las circunstancias y optar por el diálogo y la negociación. De otro modo, el próximo periodo promete ser aún más disruptivo de lo que hasta ahora ha sido. 

 

*Imagen de Phil Roeder

 

Rose Mary Salum es la fundadora y directora de Literal, Latin American Voices. Es la autora de Tres semillas de granada, ensayos desde el inframundo (Vaso Roto, 2020), Una de ellas (dislocados, 2020) . El agua que mece el silencio (Vaso Roto, 2015), Delta de las arenas, cuentos árabes, cuentos judíos (Literal Publishing, 2013) (Versión Kindley Entre los espacios (Tierra Firme, 2003), entre otros títulos. Su twitter es @rosemarysalum

 

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Posted: November 5, 2020 at 11:44 pm

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