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El monstruo del presente
COLUMN/COLUMNA

El monstruo del presente

Alberto Chimal

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En un evento reciente me tocó hablar de monstruos con dos colegas escritores. Estábamos en un encuentro cuyo tema central era la ficción especulativa y se nos preguntaba por la evolución de lo monstruoso, de los representantes de lo terrible y lo intolerable para una cultura. ¿Cuál sería el monstruo del presente? ¿Cuál sería la figura central, espantosa, que represente lo más pavoroso de nuestro propio tiempo?

Uno de los ponentes negaba que ese personaje central fuera a ser el vampiro, el hombre lobo, el zombi, las criaturas clásicas y explotadas hasta el hartazgo que provienen de otras épocas, y también decía que nosotros mismos no podremos saber cuál es nuestro monstruo. Un tiempo posterior tendría que mirar las obras, la historia del presente, y decidirlo. Nos falta perspectiva, concluía.

No estuve de acuerdo con esa última parte de su argumento, porque otros tiempos han visto claramente que tal o cual figura representa algo terrible y fundamental para quienes los viven. De hecho, numerosas culturas han creado sus propios monstruos. Esta época es de grandes corporaciones que luchan activamente contra la imaginación humana, la invención original, y prefieren el reciclado, la regurgitación interminable de sus propios productos, la reducción de cualquier experiencia estética a un acto de consumo; por eso tenemos tanto personaje de siglos anteriores, tanta versión y tanto remake. Pero eso no es lo único que hay. Aún no.

Entonces tuve mi ocurrencia y la dije: el oligarca es el monstruo del presente.

No sé si convencí a mucha gente en aquel momento, y tal vez la frase pueda sonar un poco absurda. Pero no estaba defendiendo la idea boba de que “la realidad de mi tiempo es tan espantosa que supera a toda imaginación humana”, que es algo que la gente dice en México para quedar bien, porque no entiende las artes, porque las desprecia o por todas las razones anteriores a la vez. Creo que los oligarcas reales –los milmillonarios de nuestra época, que concentran una cantidad obscena de dinero en poquísimas manos y acumulan enorme poder político y económico– son en general detestables; pero no creo que puedan protagonizar una historia de terror ni volverse iconos, portadores de miedos y apetitos profundos. Como seres humanos, aun si cometen injusticias o patrocinan actos de violencia, no son aterradores sino ridículos, dignos de burla y desprecio.

(Por ejemplo, Jeff Bezos, el dueño de Amazon, con su boda de una semana de duración en Venecia, repleta de cuerpos operados, excesos imbéciles y sonrisas arrogantes. Él es, simplemente, otro explotador, otro desvergonzado como los que salen en las portadas de cualquier revista de sociales, presumiendo lo que logra el trabajo esclavizador de sus miles de empleados.)

Lo que sí creo es que ciertas convicciones, ideales, ilusiones de los oligarcas de hoy se prestan a lo monstruoso, y en ellas se revelan aspiraciones oscuras, más horripilantes todavía porque intentan volverse realidad. Sueños sobre la elevación de ciertos cuerpos humanos (los suyos, los que se consideran valiosos) y la aniquilación de los demás; sueños sobre el futuro como un territorio que se puede comprar y amurallar, para que nadie más tenga cabida en él.

Esto se ve de forma especialmente clara en la oligarquía tecnológica de Silicon Valley, que se ha vuelto tal vez la más próspera e influyente del mundo. Las declaraciones de algunos de sus miembros más conocidos parecerían dignas de un programa de sátira si no fuesen hechas totalmente en serio. El programador e inversionista Marc Andreesen habla de un futuro en el que todos los trabajos serán llevados a cabo por máquinas, lo que volverá “redundantes” a los seres humanos… excepto él y otros empresarios de capital de riesgo, por supuesto, que son artistas irremplazables. Peter Thiel, el dueño de Palantir (la empresa de vigilancia digital encargada actualmente de facilitar las deportaciones en masa del régimen de Trump), promovió por un tiempo la “parabiosis”, es decir, la transfusión de sangre de personas jóvenes a cuerpos más viejos, con el objetivo de preservar la salud y vitalidad de éstos. Elon Musk sueña con establecer una colonia de trabajadores cautivos en Marte y formar una “legión” de sus propios hijos, concebidos en los vientres de tantas mujeres como le sea posible. Sam Altman, presidente de OpenAI, considera que la mayoría de los pobladores del mundo son “NPCs” (non-playable characters, o personajes no jugables): autómatas desprovistos de mente propia, como los personajes de fondo de los videojuegos, y por lo tanto indignos de consideración. Curtis Yarvin, un bloguero que se ha vuelto el ideólogo oficioso de la ultraderecha tecnocrática en Estados Unidos, es abiertamente racista y ha especulado sobre formas “humanitarias” de genocidio. Y la lista sigue.

El escritor argentino Michel Nieva, en su libro Ciencia ficción capitalista, ofrece un catálogo de estas visiones alarmantes y rastrea su origen hasta la ciencia ficción del siglo XX. Por ejemplo, Mark Zuckerberg se robó el nombre de su “metaverso” (¿alguien recuerda aquel proyecto que iba a cambiar por entero la realidad?) de la novela Snowcrash (1992) de Neal Stephenson. Otras obras dentro de la misma corriente, el ciberpunk, dan nombres, escenarios y más. Pero los oligarcas resultan ser pésimos lectores: no solamente ciegos a la mera belleza de las obras, sino incapaces de comprensión profunda y de cualquier tipo de introspección o autocrítica. El futuro de pesadilla de libros como Neuromante (1984) de William Gibson, o películas como Blade Runner (1982) de Ridley Scott, les parece agradable, una imagen digna de realizarse, porque sólo perciben su superficie. Se identifican con la imagen de los héroes cuando tienen la moral de los villanos, y no se dan cuenta de que la raíz de su pensamiento está, en realidad, en una literatura popular más antigua: la narrativa de aventuras de los siglos XIX y XX que, a través de diversos subgéneros (ciencia ficción, western, etcétera) celebra el proyecto supremacista y extractivista del occidente europeo. No es casualidad que muchos de estos individuos sean hombres blancos, de orígenes privilegiados, cuya riqueza les ha permitido siempre existir sin mucho contacto con el resto de la especie humana.

Y también es significativo que muchos sean hombres de mediana edad, enfrentados a la mortalidad y los límites del cuerpo humano. Si no fueran tan ricos, sus reacciones al paso del tiempo serían vistas como los actos inmaduros y vergonzosos que son. Bezos construye cohetes de aspecto fálico y se disfraza de tipo cool; Zuckerberg se entrena, se disfraza de rapero (con pésimos resultados) y se declara partidario de la “energía masculina”; Yarvin toma Ozempic y se pone chamarra de cuero para hablar de sus simpatías con el neonazismo europeo… No se puede conocer las fantasías más recónditas de todos ellos, pero si se parecen a las que dicen en público, podrían ser material para relatos de horror puro a la manera de Thomas Ligotti o Anna Starobinets. Un futuro absolutamente vigilado en el que la clase dominante se reserva los territorios habitables, y deja a los demás los continentes devastados y contaminados. Un proyecto planetario para “cuidar” el futuro que exige sacrificar todos los recursos y los cuerpos a una superinteligencia artificial que aún no existe. Un planeta que, en efecto, está poblado únicamente por descendientes de un único magnate, o mejor todavía, por ese magnate, convertido en inmortal, haciendo innecesaria cualquier otra forma de vida.

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Anoto: las anteriores no son “teorías” conspiratorias, sino versiones apenas exageradas de lo que se puede encontrar en foros y publicaciones de las subculturas de Silicon Valley. ¿Se ven los monstruos que habitan, ya, cada uno de esos escenarios?

Foto de Rapha Wilde en Unsplash

Alberto Chimal es autor de tres novelas, más de 30 libros de cuentos, ensayos y guiones de cine y de cómic. Recibió el Premio Bellas Artes de Cuento San Luis Potosí 2002, el Premio Bellas Artes de Narrativa Colima 2014 y el premio del Banco del Libro 2021, entre otros. Su libro más reciente es la novela La visitante. Contacto y redes: https://linktr.ee/albertochimal.

 

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Posted: July 3, 2025 at 8:29 pm

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